La niñez abraza la esperanza en medio de la desesperanza en La Paz, Cesar. Sueña con un otro futuro para ellos y para otros; la educación es casi que su única posibilidad de ser parte de una otra sociedad con una vida digna para ellos y para otros con posibilidades y goce efectivo de bienestar en armonía con la comunidad.
Una pequeña comunidad educativa se reúne en un aula sin internet para soñar con otro futuro y sociedad, el espacio permite pensar en la canción ‘Techos de cartón’ de Alí Primera; marchitos por el efecto del sol y la lluvia. La profesora Yoleda Pérez escribe en un tablero deteriorado la palabra ‘futuro’; la imagen ratifica el amor por la enseñanza y el aprendizaje: esperanza en medio de la desesperanza, resume las contradicciones de nuestro sistema educativo.
Mientras la sociedad del conocimiento apuesta por una educación como escenario de posibilidades con herramientas técnicas y tecnológicas, aquí, en La Paz, la educación es un escenario de posibilidades gracias a la vocación del profesor como en la pieza ‘Los maestros’ de Hernando Marín.
La imagen revelada no es una excepción, es una fotografía recurrente que revela el incumplimiento de una promesa fallida: garantizar igualdad de oportunidades a través del conocimiento.
En el territorio, el sistema educativo está debilitado de acuerdo con el trabajo de observación y como es de conocimiento público, una muestra que podría dar cuenta de un problema estructural. Años de abandono institucional, políticas inconexas y profundas brechas territoriales han afectado su potencial transformador. Como estudiante investigador en temas educativos, puedo decir que la crisis va más allá de las cifras. Detrás de cada estudiante rezagado hay un drama humano: una historia de talento desperdiciado, una frustración familiar, una deuda ética del Estado, los gobiernos, de los dirigentes políticos y de los dirigidos que los eligen y sostienen.
Una crisis que se mide en cifras
Los resultados lo confirman. Colombia obtuvo puntajes preocupantes en las pruebas PISA 2022 que evalúan la calidad de los sistemas educativos a nivel internacional y local: 409 en lectura, 384 en matemáticas y 411 en ciencias, cifras que reflejan una diferencia marcada entre los puntajes promedio de la OCDE y los puntajes de Colombia. Más allá del número, estos resultados evidencian que miles de jóvenes no adquieren las competencias mínimas para desenvolverse en un mundo altamente competitivo.
De manera similar, a nivel nacional, las pruebas Saber 11 del ICFES refuerzan esta alerta. En 2024, el puntaje promedio fue de 259, con diferencias marcadas entre colegios oficiales y privados. Además, la tasa de tránsito inmediato hacia la educación superior es de 45,94 %. Esta brecha refleja más que desigualdad: perpetúa un círculo de exclusión social. Quien nace en la pobreza está predestinado a una educación deficiente y termina sin herramientas para romper ese destino impuesto. La educación, que debería ser un mecanismo de movilidad social, entre otros aspectos de la dignidad humana, se convierte así en una trampa de reproducción de la inequidad.
Pero más allá de las estadísticas, detrás de cada cifra hay un joven que sueña con salir adelante. Uno de ellos quiere ser ingeniero, pero ni siquiera ha aprendido a resolver un problema básico de física. Estudia en un aula sin internet, sin libros y con una profesora que enseña con lo poco que tiene. Mientras algunos aprenden con laboratorios, otros solo cuentan con su voluntad. Aún así, no dejan de soñar, porque la educación sigue siendo su única promesa de futuro.
El Cesar: entre cifras y realidades profundas
El departamento del Cesar no es ajeno a este panorama. Si bien ha logrado avances en cobertura, especialmente en educación básica primaria, los retos en secundaria y educación superior son aún enormes. En 2022, la cobertura neta en educación secundaria fue del 64%, frente al 70% nacional. Esta diferencia, que a simple vista parece técnica, representa a cientos de miles de jóvenes que abandonan la escuela justo cuando más la necesitan.
En zonas rurales del Cesar, el fenómeno de la deserción es aún más grave. Factores como el trabajo infantil, la falta de condiciones dignas para estudiar, y la necesidad de contribuir a la economía familiar impiden que los niños y adolescentes culminen sus estudios. El índice de analfabetismo, que supera el 8% en áreas rurales según el DANE, no es solo una estadística más: es el síntoma de una deuda histórica con comunidades que siguen esperando que el Estado garantice lo básico.
Ese 8% tiene rostro. Una niña de 13 años, habitante de un corregimiento del norte del Cesar, dejó el colegio para ayudar a su madre a vender bollos o envueltos y arepas de maíz en la plaza del pueblo. Su escuela no tiene comedor, baños dignos ni libros y el barro le impide llegar cuando llueve. Aun así, asiste cuando puede con la esperanza de no quedarse atrás. Quiere ser maestra, pero cada vez lo ve más difícil. Mientras unos trazan su futuro, otros apenas intentan no rendirse.
La Paz: espejo de la exclusión
El municipio de La Paz ilustra, en clave local, los rezagos del sistema educativo. Aunque la cobertura en educación básica primaria ha alcanzado el 85% en los últimos años, la transición hacia la educación media y superior sigue siendo crítica: poco más del 50% de los jóvenes continúa estudiando después de la primaria. Esto quiere decir que casi la mitad de los adolescentes están quedando fuera del sistema en una etapa decisiva para su desarrollo.
A estas cifras se suma una precariedad estructural evidente. Muchas instituciones educativas carecen de bibliotecas, laboratorios, espacios de investigación o acceso a internet estable. En un contexto global donde la transformación digital marca el ritmo del aprendizaje, en La Paz las condiciones siguen ancladas al pasado. El programa Todos a Aprender implementado en 2018 con la promesa de mejorar la formación docente y fortalecer la calidad educativa hoy ya no tiene continuidad.
La ausencia de una política sostenida de capacitación evidencia una de las grandes fallas del sistema: la formación de maestros depende de la inestabilidad institucional y las prioridades cambiantes de cada gobierno, dejando a los docentes sin herramientas para responder a los desafíos contemporáneos.
Hacia una transformación necesaria
No podemos seguir normalizando esta precariedad. La crisis educativa no es solo un problema sectorial: es un síntoma profundo de las fallas del modelo de desarrollo nacional. Transformar la educación en Colombia exige mucho más que tabletas, nuevas sedes o campañas publicitarias. Se necesita una revisión estructural del sistema: desde el currículo articulado a los contextos territoriales hasta la financiación, desde la formación docente hasta la gestión territorial.
En departamentos como el Cesar, y en municipios como La Paz, resulta urgente que la educación deje de ser una promesa lejana y se convierta en una prioridad estratégica. Las universidades deben dejar de concentrarse exclusivamente en los centros urbanos y comenzar a proyectarse hacia los territorios, generando oportunidades reales para los jóvenes de la periferia. El Estado, por su parte, no puede seguir reduciendo su papel a “ofrecer cobertura”: Garantizar una educación con calidad y equidad implica asegurar la permanencia, el desarrollo integral y la transformación social desde los contextos locales.
Para lograrlo, es necesario invertir en infraestructura educativa digna, especialmente en zonas rurales; fortalecer la formación docente con enfoque pedagógico contextualizado; incorporar tecnologías que reduzcan la brecha digital y adaptar los planes curriculares a las realidades y necesidades de cada comunidad.
Un llamado desde el Norte del país
Desde este rincón del Caribe colombiano, debemos alzar la voz. Porque hablar de educación no es solo hablar de indicadores, es hablar de vidas, de posibilidades, de justicia social. La escuela, cuando es digna y pertinente, puede ser el primer lugar donde una niña afrodescendiente, un niño campesino o un joven indígena descubren su derecho a soñar en grande.
La educación en Colombia debe ser ‘El arma más poderosa para cambiar el mundo’, en palabras del Premio Nobel de Paz Nelson Mandela; debe ser el puente que conecte la dignidad con la oportunidad, la periferia con el centro, el presente con un futuro que no repita los errores del pasado.
No queremos más generaciones pérdidas y despilfarros de talentos en recordación del Premio Nobel de Literatura Gabriel García Márquez. No aquí, en La Paz, Cesar, a 10 kilómetros de Valledupar, donde hace falta todo menos la esperanza en medio de la desesperanza.
Por Jharol Serpa











