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Análisis - 8 octubre, 2017

Nuevas territorialidades por la paz

Ritzy Medina Cuentas, antropóloga, asesora del Centro Nacional de Memoria Histórica del Cesar, explica que es necesario concentrarse en las últimas relaciones que devienen de la concepción social del territorio, aquellas bajo la cual se han venido disputando el poder desde la concentración de la tierra, tal como ha pasado en la historia política en el departamento del Cesar.

La tierra ha sido el centro de las inequidades sociales en Colombia y el Cesar no ha sido ajeno a este problema social.
La tierra ha sido el centro de las inequidades sociales en Colombia y el Cesar no ha sido ajeno a este problema social.

Hacer referencia a la tierra no es lo mismo que hablar sobre el territorio. La primera podríamos relacionarla directamente con la porción de superficie terrestre, con un pedazo de terreno, con un fragmento de un lugar sin ocupación ni uso. Y muchos geógrafos o ecólogos puede que así lo vean.

Sin embargo, desde la antropología del territorio, se lee el territorio como una construcción cultural, como el uso social que las personas hacen de esa tierra, en cuya elaboración conceptual tienen cabida toda las prácticas sociales con su gama de intereses distintos, con percepciones, valoraciones y actitudes territoriales diferentes diría la antropóloga colombiana Beatriz Nates (2009); como vemos, el territorio por sí solo no convoca nada y a nadie, son las relaciones que se establecen entre éste y quienes lo habitan las que hacen que el territorio tenga vida.

El uso social del territorio es pues, el límite entre la tierra y la territorialidad, esto es, las dimensiones de la cultura que pasan por los dominios del territorio: llámese relaciones de parentesco, relaciones políticas, relaciones de alianza, y por supuesto, también relaciones de lucha y de poder.

En esta oportunidad me quiero concentrar en las últimas relaciones que devienen de la concepción social del territorio, aquellas bajo la cual se han venido disputando el poder desde la concentración de la tierra, tal como ha pasado en la historia política en el departamento del Cesar. Las tierras del Cesar, afirma el informe del Centro Nacional de Memoria Histórica ‘La Maldita Tierra’ (2016), que han enriquecido a muchos y por la que han muerto muchos, han sido objeto de disputa. Por un lado, una economía históricamente feudal y agraria, y por otro, el despegue económico gracias a su tierra, pero de manera tardía, ya casi entrando los años 60.

En medio de esta situación anómala, estuvo primero el café, más tarde el contrabando, y la ganadería. Luego vinieron el algodón, la marihuana y la palma. Por último, apareció el carbón, uno de los grandes generadores de riqueza en el país. Ahora bien, debajo de tales ciclos de desarrollo económico se venía cocinando un fuerte movimiento campesino que buscaba, en medio de esos hitos económicos, oportunidades laborales y el cumplimiento de una promesa de reforma agraria. La lucha por el territorio confrontó estos dos mundos. Si bien la época algodonera y marimbera generó prosperidad, ello no acabó con el problema agrario, lo cual generó la reactivación del viejo conflicto no resuelto sobre la tenencia de la tierra.

Todos estos conflictos, mirados desde la perspectiva de la práctica etnográfica y la investigación científica social, tienen que ver con la función simbólica que tiene el territorio en la vida social de los pobladores, pero también en la capitalización de la tierra por parte de los grandes terratenientes cesarenses. Y en medio de esta disputa territorial, se hace bastante interesante y pertinente el ejercicio que se hizo el día 29 de septiembre en la ciudad de Valledupar a cargo de ETCR Simón Trinidad (Espacio Temporal Capacitación Reincorporación), llamado: Cartografía social para el Fondo de Tierras en el Cesar, con el objetivo de: Ubicar los predios que serán objeto de distribución gratuita a través del Fondo de Tierras en el marco de la implementación del Acuerdo de Paz.

Tal ejercicio convocó a la mesa departamental de víctimas, organizaciones sociales, colectivos universitarios, comunidad de excombatientes de las Farc en proceso de reintegración a la vida civil, así como a diferentes sectores de la sociedad civil; en medio de ese ejercicio de cartografía salieron a la luz los conocimientos que tienen las personas que han vivido y que conocen el territorio, que en sus mentes están las huellas del conflicto; y son en esas voces las que dejan escuchar y hacen sentir la esperanza y fe que ha de traer consigo la democratización de la tierra, es decir, el proceso de elaboración simbólica del territorio.

Uno de los puntos más álgidos del ejercicio fue el momento en que los líderes de cada municipio del departamento del Cesar, socializaron con el público presente cómo los mapas no son el territorio, ni siquiera se identifican con las formas de los mismos, se sienten ajenos a la imagen que otros han construido de su propio territorio. Esto nos lleva a significar que habría que re territorializar los lugares que han sido desvastados por el conflicto, por empresas privadas, por minerías, y por cualquier otro agente externo a las dinámicas propias de territorialidad local campesina y agraria. Ese sentirse ajeno al mapa es justamente la reflexión conceptual que se hacía con anterioridad en el sentido que la tierra sola no significa, que es el uso social que se hace de ella, las relaciones sociales que allí se configuran es lo que le da sentido y valor a los lugares, allí se construye territorio. Y es desde ahí que deben leerse las diversas fuentes desde donde saldrán las tres millones de hectáreas que el fondo de tierras debe lograr adquirir para democratizar el acceso a la tierra, tal cual como dispone el acuerdo final para la paz. Tales fuentes son: tierras provenientes de la extinción de dominio a favor de la nación, tierras recuperadas a favor de la nación, tierras provenientes de la actualización, delimitación y fortalecimiento de la Reserva Forestal, tierras inexplotadas, tierras adquiridas o expropiadas por motivos de interés social o de utilidad pública y tierras donadas.

En medio de este bello ejercicio de cartografía social pensaba en lo pertinente que sería que esta misma actividad se llevara a cabo en los propios territorios, desde una posición in situ, en donde cada ser que habita el territorio, en medio de la red de relaciones sociales que en él se llevan a cabo, construyan nuevas territorialidades de paz. El Fondo de Tierras para la Reforma Rural Integral debe contemplar todas las dinámicas territoriales que se llevan a cabo en el interior de cada municipio cesarense, integral significa justamente mirar el problema de la distribución de la tierra desde todas las dimensiones de lo que implica la territorialidad.

Así, a partir de este ejercicio/crónica convoco a toda la sociedad civil vallenata y cesarense a que se una a esta iniciativa política, el acuerdo de paz se hace cuerpo en cada uno de nuestros cuerpos, y es con nuestras mentes como se hace la acción por la paz, por la justicia social.

Por Ritzy Medina Cuentas

 

 

 

Análisis
8 octubre, 2017

Nuevas territorialidades por la paz

Ritzy Medina Cuentas, antropóloga, asesora del Centro Nacional de Memoria Histórica del Cesar, explica que es necesario concentrarse en las últimas relaciones que devienen de la concepción social del territorio, aquellas bajo la cual se han venido disputando el poder desde la concentración de la tierra, tal como ha pasado en la historia política en el departamento del Cesar.


La tierra ha sido el centro de las inequidades sociales en Colombia y el Cesar no ha sido ajeno a este problema social.
La tierra ha sido el centro de las inequidades sociales en Colombia y el Cesar no ha sido ajeno a este problema social.

Hacer referencia a la tierra no es lo mismo que hablar sobre el territorio. La primera podríamos relacionarla directamente con la porción de superficie terrestre, con un pedazo de terreno, con un fragmento de un lugar sin ocupación ni uso. Y muchos geógrafos o ecólogos puede que así lo vean.

Sin embargo, desde la antropología del territorio, se lee el territorio como una construcción cultural, como el uso social que las personas hacen de esa tierra, en cuya elaboración conceptual tienen cabida toda las prácticas sociales con su gama de intereses distintos, con percepciones, valoraciones y actitudes territoriales diferentes diría la antropóloga colombiana Beatriz Nates (2009); como vemos, el territorio por sí solo no convoca nada y a nadie, son las relaciones que se establecen entre éste y quienes lo habitan las que hacen que el territorio tenga vida.

El uso social del territorio es pues, el límite entre la tierra y la territorialidad, esto es, las dimensiones de la cultura que pasan por los dominios del territorio: llámese relaciones de parentesco, relaciones políticas, relaciones de alianza, y por supuesto, también relaciones de lucha y de poder.

En esta oportunidad me quiero concentrar en las últimas relaciones que devienen de la concepción social del territorio, aquellas bajo la cual se han venido disputando el poder desde la concentración de la tierra, tal como ha pasado en la historia política en el departamento del Cesar. Las tierras del Cesar, afirma el informe del Centro Nacional de Memoria Histórica ‘La Maldita Tierra’ (2016), que han enriquecido a muchos y por la que han muerto muchos, han sido objeto de disputa. Por un lado, una economía históricamente feudal y agraria, y por otro, el despegue económico gracias a su tierra, pero de manera tardía, ya casi entrando los años 60.

En medio de esta situación anómala, estuvo primero el café, más tarde el contrabando, y la ganadería. Luego vinieron el algodón, la marihuana y la palma. Por último, apareció el carbón, uno de los grandes generadores de riqueza en el país. Ahora bien, debajo de tales ciclos de desarrollo económico se venía cocinando un fuerte movimiento campesino que buscaba, en medio de esos hitos económicos, oportunidades laborales y el cumplimiento de una promesa de reforma agraria. La lucha por el territorio confrontó estos dos mundos. Si bien la época algodonera y marimbera generó prosperidad, ello no acabó con el problema agrario, lo cual generó la reactivación del viejo conflicto no resuelto sobre la tenencia de la tierra.

Todos estos conflictos, mirados desde la perspectiva de la práctica etnográfica y la investigación científica social, tienen que ver con la función simbólica que tiene el territorio en la vida social de los pobladores, pero también en la capitalización de la tierra por parte de los grandes terratenientes cesarenses. Y en medio de esta disputa territorial, se hace bastante interesante y pertinente el ejercicio que se hizo el día 29 de septiembre en la ciudad de Valledupar a cargo de ETCR Simón Trinidad (Espacio Temporal Capacitación Reincorporación), llamado: Cartografía social para el Fondo de Tierras en el Cesar, con el objetivo de: Ubicar los predios que serán objeto de distribución gratuita a través del Fondo de Tierras en el marco de la implementación del Acuerdo de Paz.

Tal ejercicio convocó a la mesa departamental de víctimas, organizaciones sociales, colectivos universitarios, comunidad de excombatientes de las Farc en proceso de reintegración a la vida civil, así como a diferentes sectores de la sociedad civil; en medio de ese ejercicio de cartografía salieron a la luz los conocimientos que tienen las personas que han vivido y que conocen el territorio, que en sus mentes están las huellas del conflicto; y son en esas voces las que dejan escuchar y hacen sentir la esperanza y fe que ha de traer consigo la democratización de la tierra, es decir, el proceso de elaboración simbólica del territorio.

Uno de los puntos más álgidos del ejercicio fue el momento en que los líderes de cada municipio del departamento del Cesar, socializaron con el público presente cómo los mapas no son el territorio, ni siquiera se identifican con las formas de los mismos, se sienten ajenos a la imagen que otros han construido de su propio territorio. Esto nos lleva a significar que habría que re territorializar los lugares que han sido desvastados por el conflicto, por empresas privadas, por minerías, y por cualquier otro agente externo a las dinámicas propias de territorialidad local campesina y agraria. Ese sentirse ajeno al mapa es justamente la reflexión conceptual que se hacía con anterioridad en el sentido que la tierra sola no significa, que es el uso social que se hace de ella, las relaciones sociales que allí se configuran es lo que le da sentido y valor a los lugares, allí se construye territorio. Y es desde ahí que deben leerse las diversas fuentes desde donde saldrán las tres millones de hectáreas que el fondo de tierras debe lograr adquirir para democratizar el acceso a la tierra, tal cual como dispone el acuerdo final para la paz. Tales fuentes son: tierras provenientes de la extinción de dominio a favor de la nación, tierras recuperadas a favor de la nación, tierras provenientes de la actualización, delimitación y fortalecimiento de la Reserva Forestal, tierras inexplotadas, tierras adquiridas o expropiadas por motivos de interés social o de utilidad pública y tierras donadas.

En medio de este bello ejercicio de cartografía social pensaba en lo pertinente que sería que esta misma actividad se llevara a cabo en los propios territorios, desde una posición in situ, en donde cada ser que habita el territorio, en medio de la red de relaciones sociales que en él se llevan a cabo, construyan nuevas territorialidades de paz. El Fondo de Tierras para la Reforma Rural Integral debe contemplar todas las dinámicas territoriales que se llevan a cabo en el interior de cada municipio cesarense, integral significa justamente mirar el problema de la distribución de la tierra desde todas las dimensiones de lo que implica la territorialidad.

Así, a partir de este ejercicio/crónica convoco a toda la sociedad civil vallenata y cesarense a que se una a esta iniciativa política, el acuerdo de paz se hace cuerpo en cada uno de nuestros cuerpos, y es con nuestras mentes como se hace la acción por la paz, por la justicia social.

Por Ritzy Medina Cuentas