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La cineasta que se inspira en los mitos y leyendas del caribe para imaginar historias que luego lleva a las pantallas.
Nina Marín, cineasta, dramaturga y abogada, es la representación actual del séptimo arte en el Caribe colombiano. Su historia está marcada por una pasión religiosa por el cine y el teatro, influenciada desde su infancia por su entorno familiar y las circunstancias que la llevaron a explorar su creatividad en un contexto adverso, donde el mundo le gritaba: “¡Emigra!”. Mientras en su corazón sabía que debía quedarse.
En las próximas semanas, Nina Marín representará a la región, al país y a Latinoamérica en el prestigioso Festival Cinéma Annecy con su aclamada película Tierra Quebrá. Posteriormente, viajará a Marsella para el estreno mundial de su nueva producción Soy Múcura a finales de abril. Además, en junio asistirá al taller Plume & Pellicule de Dreamago en Suiza, donde será la única representante latinoamericana entre diez guionistas internacionales seleccionados para trabajar en el guion Walekerú. Este taller busca enriquecer y compartir culturas entre cineastas de todo el mundo.
Sin embargo, el éxito de Nina Marín no aparece por arte de magia, es el resultado de persistir, estudiar y entregarle disciplina a un anhelo que abraza desde pequeña cuando veía películas en VHS.
Nina nació en una familia profundamente arraigada en las tradiciones del Caribe. Su padre, Julio César Marín Marín, fue un paisa autodidacta con un espíritu aventurero que marcó su infancia. Aunque no terminó sus estudios formales, Julio César era un lector voraz y un narrador excepcional que transmitió a Nina su amor por las historias y el cine. Los fines de semana familiares eran dedicados a ver películas en VHS, una actividad que fortaleció su vínculo con su hermano mayor, Carlos Javier, quien también desarrolló interés por la actuación y la dirección.
“El plan era que los más pequeños, como yo, pidiéramos pizza y mucha Coca-Cola, y nos encerráramos en un cuarto con aire acondicionado, donde había una pantalla y un televisor grande para la época. Mi padre rentaba seis películas. Mientras todos se iban después de la primera, yo me quedaba con mi hermano y su novia hasta el final. Perfectamente entretenida viendo cine hasta las tres de la mañana”, recuerda la cineasta con una sonrisa.
La influencia de su padre y las experiencias compartidas con Carlos sembraron en Nina la semilla de su amor por el cine. Sin embargo, sus padres no veían el arte como una opción viable para el futuro ni de ella ni de su hermano, lo que llevó a Nina a enfrentar resistencia cuando decidió seguir sus inclinaciones artísticas.
Para entonces la vida de la familia transitaba en Riohacha-Villanueva, donde Marín empezó a descubrir la cosmogonía wayuú, siendo un viaje de descubrimiento que aún hoy transita.
La vida de Nina dio un giro cuando la guerrilla obligó a su familia a mudarse de Riohacha a Bogotá. En esta nueva etapa, comenzó a explorar el teatro en el colegio mientras “mi hermano contra la voluntad de mis padres decide estudiar actuación”. Es por eso que la fábrica de lámparas fluorescentes de su padre se convirtió en un punto de encuentro para actores y directores locales, lo que expuso a Nina al mundo creativo desde temprana edad, las conversaciones sobre planos secuencias, guiones y adaptaciones se convirtieron en términos comunes para ella.
Tras regresar al Caribe para terminar sus estudios secundarios, Nina se involucró en grupos teatrales locales mientras cursaba Derecho en la Universidad Popular del Cesar (UPC). Fue durante esta etapa que comenzó a escribir poemas, cuentos y obras dramáticas, desarrollando una voz propia como narradora, aunque no era la primera vez que escribía, ella confiesa que escribir es como respirar o comer, un hábito necesario.
En 2004, Nina dio sus primeros pasos en el cine al escribir guiones. “Y ya luego dije: ‘Voy a escribir un guion’. A lo que yo creía como era un guion” para cortometrajes como Angelina, en alianza con Luciana Parra, conocida en el mundo del cine local.
Aunque estos proyectos enfrentaron limitaciones técnicas y presupuestarias, marcaron el inicio de su carrera cinematográfica. ¿Los fondos? Salieron de colectas que hizo entre su propia familia, amigos y conocidos, “bueno, todo el mundo me tiene que dar plata”, les dijo Nina por teléfono a todos, “porque yo no tengo plata y voy a hacer un corto”.
–Claro, me siguieron las parrandas y todo el mundo me mandaba.
Con recursos modestos y apoyo familiar, logró rodar Tiempos de Yonna en una ranchería de La Guajira.
Un encuentro determinante en la carrera de Nina fue con Ernesto McCausland, reconocido periodista costeño y cineasta apasionado. “Me conozco con Ernesto McCausland aquí en el café de las madres y ya yo tenía muchos guiones escritos, porque yo escribía de manera compulsiva, muchas historias y le presento a Ernesto y le digo, “Mira, a mí me gusta el cine”, cuenta Marín de lo que fue sobre el año 2005-2006.
Ernesto vio potencial en ella e impulsó su desarrollo como guionista y directora: “Tú eres buena y tú te tienes que quedar aquí en el Caribe. Tú tienes que seguir haciendo cine y te tienes que quedar aquí”. Fue así como se unieron para escribir el cortometraje Vigilia, consolidando la confianza de Nina en sus habilidades creativas.
A pesar de las dificultades económicas y críticas externas, Nina continuó produciendo cortometrajes como No llores Lucía, Elemento, Roja Mujer y Manuel: Un pedazo de felicidad. Estas obras comenzaron a ganar reconocimiento internacional, posicionándola como una voz emergente del cine independiente colombiano.
Aunque inicialmente estudió Derecho para cumplir con las expectativas familiares, Nina nunca abandonó su pasión por el arte. Se especializó en Derecho Administrativo mientras simultáneamente profesionalizaba sus estudios dramáticos gracias a una convocatoria nacional. Confiesa que estudiar leyes le ha servido para su carrera como directora, guionista y creativa del cine, así como leer literatura porque en su cabeza mientras lee se va formando una interpretación e imagen propia de las historias.
Más adelante obtuvo una beca para estudiar cine en la Universidad Europea del Atlántico (España) y realizó talleres avanzados en Cuba sobre dirección de actores y guion cinematográfico. A su mamá la convenció del cine como un proyecto serio de vida, al hacerla actriz de algunos de sus cortos.
Su formación académica fue complementada con residencias artísticas internacionales. En 2017 viajó a Miami para realizar un documental sobre inmigrantes latinos titulado Lo que la distancia no borra. Estas experiencias ampliaron su perspectiva sobre el cine como herramienta narrativa y social.
El apoyo incondicional de Óscar, su esposo, fue fundamental para consolidar la carrera de Nina. Inicialmente ajeno al mundo del cine, Óscar se involucró progresivamente hasta convertirse en productor de sus proyectos. Juntos fundaron una empresa dedicada al desarrollo cinematográfico, lo que les permitió acceder al Fondo para el Desarrollo Cinematográfico (FDC) y crear iniciativas como el Consejo de Cine del Caribe.
Nina Marín ha demostrado que es posible construir una carrera artística desde regiones periféricas como el Caribe colombiano. Su compromiso con quedarse en la región –inspirado por las palabras de Ernesto McCausland– ha sido clave para fortalecer la identidad cultural local a través del cine.
Hoy día, Nina continúa escribiendo guiones y dirigiendo proyectos cinematográficos mientras combina sus roles como madre, esposa y abogada. Como primicia, contó a EL PILÓN que el guion Walekerú le llegó como revelación de un sueño y es su siguiente sueño ambicioso: profundizar en la leyenda de la araña tejedora wayuú.
Por: Katlin Navarro Luna/ EL PILÓN
La cineasta que se inspira en los mitos y leyendas del caribe para imaginar historias que luego lleva a las pantallas.
Nina Marín, cineasta, dramaturga y abogada, es la representación actual del séptimo arte en el Caribe colombiano. Su historia está marcada por una pasión religiosa por el cine y el teatro, influenciada desde su infancia por su entorno familiar y las circunstancias que la llevaron a explorar su creatividad en un contexto adverso, donde el mundo le gritaba: “¡Emigra!”. Mientras en su corazón sabía que debía quedarse.
En las próximas semanas, Nina Marín representará a la región, al país y a Latinoamérica en el prestigioso Festival Cinéma Annecy con su aclamada película Tierra Quebrá. Posteriormente, viajará a Marsella para el estreno mundial de su nueva producción Soy Múcura a finales de abril. Además, en junio asistirá al taller Plume & Pellicule de Dreamago en Suiza, donde será la única representante latinoamericana entre diez guionistas internacionales seleccionados para trabajar en el guion Walekerú. Este taller busca enriquecer y compartir culturas entre cineastas de todo el mundo.
Sin embargo, el éxito de Nina Marín no aparece por arte de magia, es el resultado de persistir, estudiar y entregarle disciplina a un anhelo que abraza desde pequeña cuando veía películas en VHS.
Nina nació en una familia profundamente arraigada en las tradiciones del Caribe. Su padre, Julio César Marín Marín, fue un paisa autodidacta con un espíritu aventurero que marcó su infancia. Aunque no terminó sus estudios formales, Julio César era un lector voraz y un narrador excepcional que transmitió a Nina su amor por las historias y el cine. Los fines de semana familiares eran dedicados a ver películas en VHS, una actividad que fortaleció su vínculo con su hermano mayor, Carlos Javier, quien también desarrolló interés por la actuación y la dirección.
“El plan era que los más pequeños, como yo, pidiéramos pizza y mucha Coca-Cola, y nos encerráramos en un cuarto con aire acondicionado, donde había una pantalla y un televisor grande para la época. Mi padre rentaba seis películas. Mientras todos se iban después de la primera, yo me quedaba con mi hermano y su novia hasta el final. Perfectamente entretenida viendo cine hasta las tres de la mañana”, recuerda la cineasta con una sonrisa.
La influencia de su padre y las experiencias compartidas con Carlos sembraron en Nina la semilla de su amor por el cine. Sin embargo, sus padres no veían el arte como una opción viable para el futuro ni de ella ni de su hermano, lo que llevó a Nina a enfrentar resistencia cuando decidió seguir sus inclinaciones artísticas.
Para entonces la vida de la familia transitaba en Riohacha-Villanueva, donde Marín empezó a descubrir la cosmogonía wayuú, siendo un viaje de descubrimiento que aún hoy transita.
La vida de Nina dio un giro cuando la guerrilla obligó a su familia a mudarse de Riohacha a Bogotá. En esta nueva etapa, comenzó a explorar el teatro en el colegio mientras “mi hermano contra la voluntad de mis padres decide estudiar actuación”. Es por eso que la fábrica de lámparas fluorescentes de su padre se convirtió en un punto de encuentro para actores y directores locales, lo que expuso a Nina al mundo creativo desde temprana edad, las conversaciones sobre planos secuencias, guiones y adaptaciones se convirtieron en términos comunes para ella.
Tras regresar al Caribe para terminar sus estudios secundarios, Nina se involucró en grupos teatrales locales mientras cursaba Derecho en la Universidad Popular del Cesar (UPC). Fue durante esta etapa que comenzó a escribir poemas, cuentos y obras dramáticas, desarrollando una voz propia como narradora, aunque no era la primera vez que escribía, ella confiesa que escribir es como respirar o comer, un hábito necesario.
En 2004, Nina dio sus primeros pasos en el cine al escribir guiones. “Y ya luego dije: ‘Voy a escribir un guion’. A lo que yo creía como era un guion” para cortometrajes como Angelina, en alianza con Luciana Parra, conocida en el mundo del cine local.
Aunque estos proyectos enfrentaron limitaciones técnicas y presupuestarias, marcaron el inicio de su carrera cinematográfica. ¿Los fondos? Salieron de colectas que hizo entre su propia familia, amigos y conocidos, “bueno, todo el mundo me tiene que dar plata”, les dijo Nina por teléfono a todos, “porque yo no tengo plata y voy a hacer un corto”.
–Claro, me siguieron las parrandas y todo el mundo me mandaba.
Con recursos modestos y apoyo familiar, logró rodar Tiempos de Yonna en una ranchería de La Guajira.
Un encuentro determinante en la carrera de Nina fue con Ernesto McCausland, reconocido periodista costeño y cineasta apasionado. “Me conozco con Ernesto McCausland aquí en el café de las madres y ya yo tenía muchos guiones escritos, porque yo escribía de manera compulsiva, muchas historias y le presento a Ernesto y le digo, “Mira, a mí me gusta el cine”, cuenta Marín de lo que fue sobre el año 2005-2006.
Ernesto vio potencial en ella e impulsó su desarrollo como guionista y directora: “Tú eres buena y tú te tienes que quedar aquí en el Caribe. Tú tienes que seguir haciendo cine y te tienes que quedar aquí”. Fue así como se unieron para escribir el cortometraje Vigilia, consolidando la confianza de Nina en sus habilidades creativas.
A pesar de las dificultades económicas y críticas externas, Nina continuó produciendo cortometrajes como No llores Lucía, Elemento, Roja Mujer y Manuel: Un pedazo de felicidad. Estas obras comenzaron a ganar reconocimiento internacional, posicionándola como una voz emergente del cine independiente colombiano.
Aunque inicialmente estudió Derecho para cumplir con las expectativas familiares, Nina nunca abandonó su pasión por el arte. Se especializó en Derecho Administrativo mientras simultáneamente profesionalizaba sus estudios dramáticos gracias a una convocatoria nacional. Confiesa que estudiar leyes le ha servido para su carrera como directora, guionista y creativa del cine, así como leer literatura porque en su cabeza mientras lee se va formando una interpretación e imagen propia de las historias.
Más adelante obtuvo una beca para estudiar cine en la Universidad Europea del Atlántico (España) y realizó talleres avanzados en Cuba sobre dirección de actores y guion cinematográfico. A su mamá la convenció del cine como un proyecto serio de vida, al hacerla actriz de algunos de sus cortos.
Su formación académica fue complementada con residencias artísticas internacionales. En 2017 viajó a Miami para realizar un documental sobre inmigrantes latinos titulado Lo que la distancia no borra. Estas experiencias ampliaron su perspectiva sobre el cine como herramienta narrativa y social.
El apoyo incondicional de Óscar, su esposo, fue fundamental para consolidar la carrera de Nina. Inicialmente ajeno al mundo del cine, Óscar se involucró progresivamente hasta convertirse en productor de sus proyectos. Juntos fundaron una empresa dedicada al desarrollo cinematográfico, lo que les permitió acceder al Fondo para el Desarrollo Cinematográfico (FDC) y crear iniciativas como el Consejo de Cine del Caribe.
Nina Marín ha demostrado que es posible construir una carrera artística desde regiones periféricas como el Caribe colombiano. Su compromiso con quedarse en la región –inspirado por las palabras de Ernesto McCausland– ha sido clave para fortalecer la identidad cultural local a través del cine.
Hoy día, Nina continúa escribiendo guiones y dirigiendo proyectos cinematográficos mientras combina sus roles como madre, esposa y abogada. Como primicia, contó a EL PILÓN que el guion Walekerú le llegó como revelación de un sueño y es su siguiente sueño ambicioso: profundizar en la leyenda de la araña tejedora wayuú.
Por: Katlin Navarro Luna/ EL PILÓN