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Historias - 18 septiembre, 2016

Murió pensando en la paz

Un invierno insistente se cernía sobre Valledupar, había una desazón soterrada en todos, por la violencia que no cesaba, por el contrario se hacía más cruda por momentos. Era el 13 de septiembre de 1995, cuando Elisa Clara Rodríguez Fuentes salió del consultorio odontológico de su hermana Maigo, con otra hermana, Ana Cristina, y sintió […]

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Un invierno insistente se cernía sobre Valledupar, había una desazón soterrada en todos, por la violencia que no cesaba, por el contrario se hacía más cruda por momentos. Era el 13 de septiembre de 1995, cuando Elisa Clara Rodríguez Fuentes salió del consultorio odontológico de su hermana Maigo, con otra hermana, Ana Cristina, y sintió una sensación de angustia, como un presentimiento que se acrecentaba con la opacidad que producía la tenue lluvia.

Al rato la angustia subió a niveles dolorosos, de una realidad insufrible, la anagnórisis de que habla Aristóteles en La Poética; eran las doce del día y su hermana Maigo, delante de mucha gente, fue sacada del edificio por la guerrilla. Se la llevaron hombres armados, y nunca la volvió a ver.

La angustia se hizo colectiva, la guerra, la sinrazón no tenía explicación, sobrecogía, se ensañaba y esa vez lo hizo con una joven profesional, juiciosa y trabajadora. Las miradas se dirigían hacia el camino de La Pedregosa, por donde decían los que vieron que se la habían llevado. ¡Se dijeron tantas cosas!
Elisa Clara no se explaya en hablar de esos momentos, contesta con frases precisas, inteligentes, habla su sentir, reprime el dolor para poder contestar.

¿Ya perdonó, ya perdonaron los de tu familia?
No. El perdón hay que trabajarlo; hay cosas que no se pueden o son difíciles de perdonar. Se lo hemos dejado a Dios que es el encargado de eso.

Entonces, ¿No cree en el perdón?
Sí creo, pero hay cosas tan dolorosas que nos impiden perdonar a pesar de lo piadoso, de lo católico que uno pueda ser.

Y la dejo que recuerde:
“Cuando mi papá murió, mi mamá quedó con seis hijos, el menor de cuatro años, y nos reuníamos todas las tardes a su alrededor, nos tomábamos de las manos y orábamos largo rato para que mi mamá tuviera fuerza y sabiduría para guiarnos, para que pudiera seguir adelante, y terminábamos pidiendo por la paz de la familia y del mundo. Fuimos y somos una familia unida alrededor de una madre, y ahora de su recuerdo, que nos infundió principios morales; entonces no se entiende por qué nos produjeron tanto dolor”.

¿Después del secuestro qué pasó?
Nos cambió la vida, es una frase muy repetida, pero no hay otra: nos cambió la vida. Maigo y yo éramos muy unidas, estudiamos en la Universidad Autónoma de Guadalajara, luego en Buenos Aires, soñábamos mucho con servir por medio de nuestras profesiones (Elisa es médico doctora en radiología) y nunca nos imaginamos que un día las fuerzas oscuras de la maldad nos iban a separar.

¿Cómo era Maigo?
Alegre, muy piadosa, buena lectora y dedicada a su trabajo, siempre soñó con formar un hogar y tener hijos.

EL ENCANTO DE MI MAMÁ
Doña Icha Fuentes de Rodríguez nunca aceptó que su hija hubiera muerto, la esperaba con su cuarto como lo dejó, intacto; como si de un momento para otro pudiera llegar a acostarse a descansar y a reencontrarse con sus cosas.

¿Cómo fue esa pena para su mamá?
Maigo era la hija de su encanto. Su secuestro la acabó, la fue minando día tras día, aunque su esperanza no desfallecía y nunca la creyó muerta, la pena la llevó, aunque se agarraba de la esperanza, a acabarse, a irse.

La dejo recordar
“A veces me asomaba por la ventana y, detrás de las goticas de lluvia, veía como si viniera, pero mis hermanas y yo presentíamos, para no decir que estábamos seguras, que Maigo no regresaría”.

¿Cuándo la trajeron?
Ese fue un proceso largo, de dos años: pagamos un rescate y ya la habían matado. Acudimos a la Cruz Roja Internacional y nos trajeron los restos a finales de abril del año 1997.

¿Cree en el proceso de paz, en los acuerdos, en el plebiscito?
No, eso es una fachada, esa gente no cambia; nadie cambia de la noche a la mañana.

¿Y la nueva generación de su familia?
Mis hijos, mis sobrinos, todos son jóvenes que quizás vivirán en paz, conocen la vida de Maigo, que la cortaron cuando tenía tanto por dar; pero mis hermanos y yo moriremos con ese dolor. Para que lo entiendan hay que sufrirlo. Es una herida abierta que nunca cierra.

LEGADO DE ESPERANZA
Contrario al escepticismo de Elisa Clara, Maigo pensaba en la paz. A propósito de eso escribí el siguiente artículo, publicado en 1997, con el título ‘Murió pensando en la paz’, en El Espectador, lo transcribo, porque es coyuntural para cerrar esta historia:
“Maigo, a quien no le gustaba que la llamaran por su nombre, Margarita Rosa Rodríguez Fuentes, dejó un legado de valor y riqueza espiritual que hoy tiene conmovido al pueblo vallenato.

Ella, joven odontóloga, llena de ilusiones y con el deseo de leer todos los libros del mundo y de escribir sus propias reflexiones, fue llevada desde su consultorio a un cautiverio del que nunca regresó para cumplir sus sueños
Maigo murió a los tres meses de ser secuestrada, según el grupo guerrillero que la hizo cautiva, algunas versiones apuntan a que fue a los pocos días. Su familia pagó una cuantiosa suma de dinero por su devolución cuando ya ella no existía y estaba sepultada en la montaña.

Su liberación se esperaba todos los días y su familia hacía planes para su regreso, aunque sus hermanas Martha, Elisa Clara y Ana Cristina, tenían el presentimiento de que ella no iba a volver.

Doña Icha, su madre, jamás aceptó la más leve insinuación de que no estuviera viva y hasta el último momento guardó su cuarto lleno de regalos y cosas lindas para darle la bienvenida.

Un año y medio esperaron por Maigo. Un tiempo lleno de incertidumbre en el que enfrentaron duros conflictos, desde las personas que se aprovecharon para pedirle dinero para informar sobre su presunto paradero y las que aseguraban haberla visto con vida, hasta la angustia de tenerla sana y salva y la certeza de sentirla muerta.

Fue el 25 de abril pasado cuando llegaron los despojos con una demora inexplicable. La familia no entiende por qué retardaron la entrega y agudizaron su dolor.

La Cruz Roja Internacional entregó sus restos y en medio de un cortejo íntimo y doloroso, fue sepultada en el Cementerio Central de la ciudad que tanto amó.

Junto con sus despojos mortales llegó una bolsita con sus pertenencias, entre ellas una libreta, que tuve en mis manos, con sus reflexiones, frases que le gustaban por su hondo significado, llenas de valor y de esperanza por la paz: “Señor Jesucristo, te necesito, gracias por morir en la Cruz por mis pecados, toma el control de mi vida”, en un acto de abandono a su fe.

La familia Rodríguez Fuentes lleva el dolor profundamente. “Aunque siempre tuvimos valor, no estábamos preparados para aceptar sus despojos, nunca se está preparado para eso”, dice Martha, su hermana quien valientemente estuvo al frente del triste proceso que vivieron por tanto tiempo y que ahora, aunque terminó, les deja el dolor junto con el recuerdo amable de la niña de la casa, amalgamados en un sentimiento profundo e interminable.

‘Queremos compartir con ustedes el mensaje que desde el cautiverio, Maigo nos escribió para llenarnos de fortaleza y de valor en su ausencia’, es la presentación de la tarjetica que con los principales pensamientos de la joven, escritos en su libreta, repartió la familia Rodríguez Fuentes a sus amistades. Frases como: “Si tienes algo déjalo ir, si regresa sigue siendo tuyo, si no regresa, nunca lo fue”.

Y otro, en el que coincidió con el asesinado futbolista Andrés Escobar ‘Hasta pronto porque la vida no termina aquí’.
Los vallenatos, conmovidos, esperan que el sacrificio de la joven odontóloga, que terminó su vida sumida en la cautividad, contribuya a lograr siquiera un poco de paz en el departamento del Cesar y en el resto de Colombia.”

Por Mary Daza Orozco

 

 

Historias
18 septiembre, 2016

Murió pensando en la paz

Un invierno insistente se cernía sobre Valledupar, había una desazón soterrada en todos, por la violencia que no cesaba, por el contrario se hacía más cruda por momentos. Era el 13 de septiembre de 1995, cuando Elisa Clara Rodríguez Fuentes salió del consultorio odontológico de su hermana Maigo, con otra hermana, Ana Cristina, y sintió […]


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Un invierno insistente se cernía sobre Valledupar, había una desazón soterrada en todos, por la violencia que no cesaba, por el contrario se hacía más cruda por momentos. Era el 13 de septiembre de 1995, cuando Elisa Clara Rodríguez Fuentes salió del consultorio odontológico de su hermana Maigo, con otra hermana, Ana Cristina, y sintió una sensación de angustia, como un presentimiento que se acrecentaba con la opacidad que producía la tenue lluvia.

Al rato la angustia subió a niveles dolorosos, de una realidad insufrible, la anagnórisis de que habla Aristóteles en La Poética; eran las doce del día y su hermana Maigo, delante de mucha gente, fue sacada del edificio por la guerrilla. Se la llevaron hombres armados, y nunca la volvió a ver.

La angustia se hizo colectiva, la guerra, la sinrazón no tenía explicación, sobrecogía, se ensañaba y esa vez lo hizo con una joven profesional, juiciosa y trabajadora. Las miradas se dirigían hacia el camino de La Pedregosa, por donde decían los que vieron que se la habían llevado. ¡Se dijeron tantas cosas!
Elisa Clara no se explaya en hablar de esos momentos, contesta con frases precisas, inteligentes, habla su sentir, reprime el dolor para poder contestar.

¿Ya perdonó, ya perdonaron los de tu familia?
No. El perdón hay que trabajarlo; hay cosas que no se pueden o son difíciles de perdonar. Se lo hemos dejado a Dios que es el encargado de eso.

Entonces, ¿No cree en el perdón?
Sí creo, pero hay cosas tan dolorosas que nos impiden perdonar a pesar de lo piadoso, de lo católico que uno pueda ser.

Y la dejo que recuerde:
“Cuando mi papá murió, mi mamá quedó con seis hijos, el menor de cuatro años, y nos reuníamos todas las tardes a su alrededor, nos tomábamos de las manos y orábamos largo rato para que mi mamá tuviera fuerza y sabiduría para guiarnos, para que pudiera seguir adelante, y terminábamos pidiendo por la paz de la familia y del mundo. Fuimos y somos una familia unida alrededor de una madre, y ahora de su recuerdo, que nos infundió principios morales; entonces no se entiende por qué nos produjeron tanto dolor”.

¿Después del secuestro qué pasó?
Nos cambió la vida, es una frase muy repetida, pero no hay otra: nos cambió la vida. Maigo y yo éramos muy unidas, estudiamos en la Universidad Autónoma de Guadalajara, luego en Buenos Aires, soñábamos mucho con servir por medio de nuestras profesiones (Elisa es médico doctora en radiología) y nunca nos imaginamos que un día las fuerzas oscuras de la maldad nos iban a separar.

¿Cómo era Maigo?
Alegre, muy piadosa, buena lectora y dedicada a su trabajo, siempre soñó con formar un hogar y tener hijos.

EL ENCANTO DE MI MAMÁ
Doña Icha Fuentes de Rodríguez nunca aceptó que su hija hubiera muerto, la esperaba con su cuarto como lo dejó, intacto; como si de un momento para otro pudiera llegar a acostarse a descansar y a reencontrarse con sus cosas.

¿Cómo fue esa pena para su mamá?
Maigo era la hija de su encanto. Su secuestro la acabó, la fue minando día tras día, aunque su esperanza no desfallecía y nunca la creyó muerta, la pena la llevó, aunque se agarraba de la esperanza, a acabarse, a irse.

La dejo recordar
“A veces me asomaba por la ventana y, detrás de las goticas de lluvia, veía como si viniera, pero mis hermanas y yo presentíamos, para no decir que estábamos seguras, que Maigo no regresaría”.

¿Cuándo la trajeron?
Ese fue un proceso largo, de dos años: pagamos un rescate y ya la habían matado. Acudimos a la Cruz Roja Internacional y nos trajeron los restos a finales de abril del año 1997.

¿Cree en el proceso de paz, en los acuerdos, en el plebiscito?
No, eso es una fachada, esa gente no cambia; nadie cambia de la noche a la mañana.

¿Y la nueva generación de su familia?
Mis hijos, mis sobrinos, todos son jóvenes que quizás vivirán en paz, conocen la vida de Maigo, que la cortaron cuando tenía tanto por dar; pero mis hermanos y yo moriremos con ese dolor. Para que lo entiendan hay que sufrirlo. Es una herida abierta que nunca cierra.

LEGADO DE ESPERANZA
Contrario al escepticismo de Elisa Clara, Maigo pensaba en la paz. A propósito de eso escribí el siguiente artículo, publicado en 1997, con el título ‘Murió pensando en la paz’, en El Espectador, lo transcribo, porque es coyuntural para cerrar esta historia:
“Maigo, a quien no le gustaba que la llamaran por su nombre, Margarita Rosa Rodríguez Fuentes, dejó un legado de valor y riqueza espiritual que hoy tiene conmovido al pueblo vallenato.

Ella, joven odontóloga, llena de ilusiones y con el deseo de leer todos los libros del mundo y de escribir sus propias reflexiones, fue llevada desde su consultorio a un cautiverio del que nunca regresó para cumplir sus sueños
Maigo murió a los tres meses de ser secuestrada, según el grupo guerrillero que la hizo cautiva, algunas versiones apuntan a que fue a los pocos días. Su familia pagó una cuantiosa suma de dinero por su devolución cuando ya ella no existía y estaba sepultada en la montaña.

Su liberación se esperaba todos los días y su familia hacía planes para su regreso, aunque sus hermanas Martha, Elisa Clara y Ana Cristina, tenían el presentimiento de que ella no iba a volver.

Doña Icha, su madre, jamás aceptó la más leve insinuación de que no estuviera viva y hasta el último momento guardó su cuarto lleno de regalos y cosas lindas para darle la bienvenida.

Un año y medio esperaron por Maigo. Un tiempo lleno de incertidumbre en el que enfrentaron duros conflictos, desde las personas que se aprovecharon para pedirle dinero para informar sobre su presunto paradero y las que aseguraban haberla visto con vida, hasta la angustia de tenerla sana y salva y la certeza de sentirla muerta.

Fue el 25 de abril pasado cuando llegaron los despojos con una demora inexplicable. La familia no entiende por qué retardaron la entrega y agudizaron su dolor.

La Cruz Roja Internacional entregó sus restos y en medio de un cortejo íntimo y doloroso, fue sepultada en el Cementerio Central de la ciudad que tanto amó.

Junto con sus despojos mortales llegó una bolsita con sus pertenencias, entre ellas una libreta, que tuve en mis manos, con sus reflexiones, frases que le gustaban por su hondo significado, llenas de valor y de esperanza por la paz: “Señor Jesucristo, te necesito, gracias por morir en la Cruz por mis pecados, toma el control de mi vida”, en un acto de abandono a su fe.

La familia Rodríguez Fuentes lleva el dolor profundamente. “Aunque siempre tuvimos valor, no estábamos preparados para aceptar sus despojos, nunca se está preparado para eso”, dice Martha, su hermana quien valientemente estuvo al frente del triste proceso que vivieron por tanto tiempo y que ahora, aunque terminó, les deja el dolor junto con el recuerdo amable de la niña de la casa, amalgamados en un sentimiento profundo e interminable.

‘Queremos compartir con ustedes el mensaje que desde el cautiverio, Maigo nos escribió para llenarnos de fortaleza y de valor en su ausencia’, es la presentación de la tarjetica que con los principales pensamientos de la joven, escritos en su libreta, repartió la familia Rodríguez Fuentes a sus amistades. Frases como: “Si tienes algo déjalo ir, si regresa sigue siendo tuyo, si no regresa, nunca lo fue”.

Y otro, en el que coincidió con el asesinado futbolista Andrés Escobar ‘Hasta pronto porque la vida no termina aquí’.
Los vallenatos, conmovidos, esperan que el sacrificio de la joven odontóloga, que terminó su vida sumida en la cautividad, contribuya a lograr siquiera un poco de paz en el departamento del Cesar y en el resto de Colombia.”

Por Mary Daza Orozco