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Especial - 21 enero, 2023

Mujeres importantes en el desarrollo de Valledupar: Cleofe Zuleta

Doña Cleofe estaba emparentada con la familia Zuleta, de La Paz y de San Diego, y por ello, por sus venas corría la vocación musical de ‘Emilianito’ y toda la dinastía de los Zuleta.

A la derecha la casita de palma de doña Cleofe Zuleta, frente a la casa de La Purrututu. Entre las dos, ambas de esquina, se divisa la calle de San Francisco, en honor del hospicio y convento de San Francisco, ya desaparecido y en frente El Callejón de La Libertad, en recuerdo de la Ley de 1851 que le dio la libertad a los esclavos.
A la derecha la casita de palma de doña Cleofe Zuleta, frente a la casa de La Purrututu. Entre las dos, ambas de esquina, se divisa la calle de San Francisco, en honor del hospicio y convento de San Francisco, ya desaparecido y en frente El Callejón de La Libertad, en recuerdo de la Ley de 1851 que le dio la libertad a los esclavos.

POR RUTH ARIZA COTES/ ESPECIAL PARA EL PILÓN

En esta entrega número 15, de la serie dedicada a las mujeres importantes en el desarrollo cultural de Valledupar, la historia se origina en el antiguo barrio Cañaguate.

CLEOFE ZULETA: UNA ABUELA FUERA DE SERIE

Cleofe Zuleta nació en Los Tupes, patria chica de los caciques Tupes Curunaimo, Quiriaimo, y Coporonaimo, además del cacique Tupe Francisquillo El Vallenato, de su hija Francisca y de su esposo Gregorio, que protagonizaron la leyenda vallenata de la Virgen del Rosario.

Ella estaba emparentada con la familia Zuleta de La Paz y de San Diego, y por ello, por sus venas corría la vocación musical de ‘Emilianito’ y toda la dinastía de los Zuleta.

Por lo anterior, tenía muy buen oído, y cantaba con una voz muy sonora con la que interpretaba las canciones (boleros y rancheras) que desde niña aprendió a la sombra de la familia Quiroz, donde fue criada desde muy pequeña hasta convertirse en una señorita, ya que quedó huérfana muy temprano.

UNA FAMILIA DISTINGUIDA

La familia Quiroz era de las más importantes de la región, no sólo por su dinero sino por su inteligencia y don de gentes; ellos decían: “encima de nosotros sólo las estrellas” o “después de Dios los Quiroz”; con ellos la niña Cleofe hizo su primaria, y fue adquiriendo unos exquisitos modales, una educación ejemplar, y se volvió una mujer segura de sí misma, aspirante, echada para adelante, con una presentación personal impecable: alta, delgada, elegante. Caminaba derecha, y en su cabeza lucía una hermosa peineta de carey, con la cual recogía en la nuca su ondulada cabellera; ella respiraba orden y aseo. Murió a los 91 años atropellada por una bicicleta; heredaba la longevidad de sus ancestros.

Ya señorita, tuvo con José María Quiroz 5 hijos, pero todos se murieron muy temprano. Sólo sobrevivió una niña llamada Felicia Zuleta Quiroz, a quien criaron muy consentida por ser la única hija que les quedaba.

Doña Felicia pasó muchas necesidades por su pobreza, pero con sus ahorros que obtuvo lavando la ropa de los estudiantes de la vecindad, logró comprar una casita de palma con paredes de bahareque que tenía dos piezas: aposento y sala; en el patio se encontraban la cocina, el lavadero y un escusado; estaba ubicada frente a la casa de La Purrututú (Maria Encarnación Viña) en la esquina que conformaban El Callejón de La Libertad, hoy de La Purrututú y la calle de San Francisco, llamada así porque en la esquina de la manzana estaba ubicado el hospicio de San Francisco, fundado en 1786 por el obispo Francisco Navarro y Acevedo; el solar de esta casa era parte del patio de este antiguo convento y la adquiere por compra que le hizo a la señora Encarnación Vega Guillén, en el año de 1.913.

Es esta casita transcurrió la infancia de su hija Felicia quien creció bajo los pechiches de su abuela; ya señorita se casa muy bien con don Rafael Segundo Martínez Rosado, quien era guardalineas del telégrafo, hijo de Sebastián Martínez  y cuya ascendencia se remontaba al sacerdote Manuel María Martínez Rodríguez, sobrino este del sacerdote Juan Bautista Rodríguez, quien ayudó a Simón Bolívar en la campaña del bajo Magdalena de 1.812; por ello era primo-hermano del médico Ciro Pupo Martínez, de ‘Oscarito’ y de sus hermanos.

En la madrugada entre claro y oscuro se escuchaba el trajín de doña Cleofe en su patio y en su cocina, juntando su fogón de leña entre tacanes para hervir el café y asar las arepas en parrillas de alambre, al rescoldo para que no se quemaran; ya al atardecer la acompañaba en sus labores, su nuero Raúl Segundo Martínez con su guitarra y ella lo complementaba con su armoniosa voz, con boleros, porros y rancheras, entre ellas la canción ‘El Gallo Tuerto’, de la autoría de Luis Carlos Mayorca. He aquí la letra:

Se murió mi gallo tuerto

Qué será de mi gallina.

A las cuatro de la mañana

me cantaba en la cocina:

Cocorolló cantaba el gallo.

Cocorolló a la gallina.

Lo traje de Chimichagua,

y en el Banco se murió.

Pobre mi gallito tuerto,

La peste me lo mató

MUJER LUCHADORA

Doña Cleofe pasó muchas necesidades, pero nunca bajó la guardia, y se le media a todo. No era acomplejada, y para rendir sus ingresos lavaba la ropa de los estudiantes del vecindario. 

Su hija Felicia murió relativamente joven a los 63 años, de leucemia.

Ella tuvo tres hijos: Sol María que aún vive casada con el señor Luis Enrique Quintero, de profesión sastre, quien allí en esa casita organizó la primera sastrería de Valledupar. 

Los otros dos hijos fueron Manuel Narciso y Aníbal Rafael Martínez Zuleta, quienes fueron los tres nietecitos de doña Cleofe. Estando ellos pequeñitos a doña Cleofe le salió un trabajo para desempeñarse como ama de llaves de una escuela oficial con internado en la población de Minca, en la Sierra Nevada. Ella no se fue sola, se llevó a sus dos nietecitos, quienes al lado de su abuela cursaron en ese internado los 5 años de primaria. 

Aquí se observa el Liceo Celedón, institución de bachillerato creada en honor del obispo Rafael Celedón Ariza, donde estudiaron los hermanos Aníbal Rafael y Manuel Narcizo Martínez Zuleta, en Santa Marta.

Pero ahora tenía ante si entre ceja y ceja la obligación creada por ella misma de seguir apoyando a sus nietos para que cursaran el bachillerato. Por sus buenas relaciones consigue un nuevo empleo en la ciudad de Santa Marta como ama de llaves, en la casa de los padres de Ignacio Vives (Nacho Vives), quien fue el creador y primer gobernador de La Guajira.

Esta familia era de las más importantes de Santa Marta. Allí doña Cleofe logra internar a sus dos nietos en el Liceo Celedón. A la sombra de esta familia perfeccionó su educación, aprendió a cocinar platos exquisitos, ya para un matrimonio, para una primera comunión y otras reuniones sociales. Su cultura era la de una chef. Los domingos visitaba a sus nietos en el colegio, y les llevaba la ropa limpia, trayéndose la sucia para lavarla.

LA META ERA HACER PROFESIONALES A SUS NIETOS

Terminado el bachillerato, logran ingresar a la Universidad Nacional en las carreras de medicina y derecho, ocupando los primeros puestos en el examen de admisión; mientras tanto, doña Felicia los sostenía en Bogotá con lo que ganaba con la familia Vives, pero también siendo ayudada por don Rafael Segundo Martínez, padre de estos dos muchachos.

Cuando terminan sus carreras regresan a la casita de palma y doña Cleofe se viene de Santa Marta a posesionarse nuevamente de su antigua casa.

El doctor Aníbal Martínez Zuleta, nieto de doña Cleofe Zuleta, quien ocupó cargos importantes entre ellos fue uno de los mejores alcaldes de la ciudad y también fue contralor de la República.

Los vecinos, gente humilde, veían como un milagro el que esos dos muchachos tan pobres, hubieran tenido la valentía de obtener un doctorado. Ellos fueron los primeros profesionales vallenatos surgidos de la clase humilde de ese Macondo que es el corazón del Valle.

Así en esa casa se veía a diario una romería de gentes que querían conocer a esos dos héroes, y tildaban al barrio, como el barrio de los Martínez Zuleta. Allí llegaban las familias Triana, Nieves, Galindo, Jiménez, Rodríguez, Molina, Reyna, Pinto, Socarrás, Arciniegas, Viña y Castilla, y pare de contar, llevándoles regalos. Todos querían saludar con gran cariño y admiración a los dos primeros profesionales del barrio; eran los profesionales producto del desvelo y del ahínco de su abuelita.

PARRANDAS Y POLÍTICA

El patio de doña Cleofe era muy grande y lleno de flores y de frutas, y allí se reunía toda la gente del barrio; hasta ‘La barra chueca’ fue a visitarlos reventando pólvora y amenizando el rato con serenatas con guitarras. Pero también sostenían fuertes discusiones criticando al gobierno conservador del doctor Laureano Gómez, y rechazando los desmanes de su policía llamada ‘Los Chulavitas’, ya que los de ‘La barra chueca’ eran todos liberales. 

Cuando estaban pasados de trago seguían su jerga en la casa del frente de La Purrututú, quien poseía un estanquillo de ron quinado. El doctor Aníbal y su hermano tuvieron un ángel guardián que fue su abuela Cleofe. Precisamente el doctor Aníbal parodiando al filósofo Platón, dedica uno de sus libros a su abuela, expresando: “Mi abuela fue la antorcha que me iluminó para salir del túnel”.

El doctor Aníbal fue un segundo Marco Fidel Suárez, cuya madre también fue lavandera y pudo convertir a su hijo en un presidente de la república. El doctor Aníbal fue nuestro segundo Simón Bolívar vallenato, ya que logró crear la unión de los tres departamentos, aplicando el principio de que la unión hace la fuerza, que fue la base que le sirvió a Bolívar para crear la Gran Colombia.

Doña Cleofe como abuela irrepetible, grandiosa, laboriosa, virtuosa, abnegada, y honesta, se convirtió en un símbolo de la mujer vallenata de ‘verdá verdá’ y en un paradigma de abuela, digno de imitar. 

SE LE DEBE UN HOMENAJE A DOÑA CLEOFE

Por todo lo anterior, solicito respetuosamente a la primera autoridad del municipio, que ordene levantar una escultura en honor a doña Cleofe, quien, con su ponchera en la cabeza repleta de ropa, iba a lavarla en el rio Guatapurí, cantando por un camino rodeado de cañahuates, y llevando a sus dos nietecitos agarrados de su larga falda. De paso se estaría haciendo un reconocimiento a todas las lavanderas en esta ciudad. 

Ellas evitaron con su oficio que no hubiera epidemias, y que no se propagaran las enfermedades, contribuyendo así a la conservación de la salud, a la prolongación de la vida, y al bienestar de los vallenatos, en esa época en que no había lavadoras eléctricas ni acueducto. 

El doctor Aníbal contrae matrimonio con doña Ana Julia Martínez Torres, descendiente del doctor Manuel Torres, ministro plenipotenciario de Colombia en los Estados Unidos. Tuvo unos hijos todos profesionales que son ejemplo por sus virtudes. 

Especial
21 enero, 2023

Mujeres importantes en el desarrollo de Valledupar: Cleofe Zuleta

Doña Cleofe estaba emparentada con la familia Zuleta, de La Paz y de San Diego, y por ello, por sus venas corría la vocación musical de ‘Emilianito’ y toda la dinastía de los Zuleta.


A la derecha la casita de palma de doña Cleofe Zuleta, frente a la casa de La Purrututu. Entre las dos, ambas de esquina, se divisa la calle de San Francisco, en honor del hospicio y convento de San Francisco, ya desaparecido y en frente El Callejón de La Libertad, en recuerdo de la Ley de 1851 que le dio la libertad a los esclavos.
A la derecha la casita de palma de doña Cleofe Zuleta, frente a la casa de La Purrututu. Entre las dos, ambas de esquina, se divisa la calle de San Francisco, en honor del hospicio y convento de San Francisco, ya desaparecido y en frente El Callejón de La Libertad, en recuerdo de la Ley de 1851 que le dio la libertad a los esclavos.

POR RUTH ARIZA COTES/ ESPECIAL PARA EL PILÓN

En esta entrega número 15, de la serie dedicada a las mujeres importantes en el desarrollo cultural de Valledupar, la historia se origina en el antiguo barrio Cañaguate.

CLEOFE ZULETA: UNA ABUELA FUERA DE SERIE

Cleofe Zuleta nació en Los Tupes, patria chica de los caciques Tupes Curunaimo, Quiriaimo, y Coporonaimo, además del cacique Tupe Francisquillo El Vallenato, de su hija Francisca y de su esposo Gregorio, que protagonizaron la leyenda vallenata de la Virgen del Rosario.

Ella estaba emparentada con la familia Zuleta de La Paz y de San Diego, y por ello, por sus venas corría la vocación musical de ‘Emilianito’ y toda la dinastía de los Zuleta.

Por lo anterior, tenía muy buen oído, y cantaba con una voz muy sonora con la que interpretaba las canciones (boleros y rancheras) que desde niña aprendió a la sombra de la familia Quiroz, donde fue criada desde muy pequeña hasta convertirse en una señorita, ya que quedó huérfana muy temprano.

UNA FAMILIA DISTINGUIDA

La familia Quiroz era de las más importantes de la región, no sólo por su dinero sino por su inteligencia y don de gentes; ellos decían: “encima de nosotros sólo las estrellas” o “después de Dios los Quiroz”; con ellos la niña Cleofe hizo su primaria, y fue adquiriendo unos exquisitos modales, una educación ejemplar, y se volvió una mujer segura de sí misma, aspirante, echada para adelante, con una presentación personal impecable: alta, delgada, elegante. Caminaba derecha, y en su cabeza lucía una hermosa peineta de carey, con la cual recogía en la nuca su ondulada cabellera; ella respiraba orden y aseo. Murió a los 91 años atropellada por una bicicleta; heredaba la longevidad de sus ancestros.

Ya señorita, tuvo con José María Quiroz 5 hijos, pero todos se murieron muy temprano. Sólo sobrevivió una niña llamada Felicia Zuleta Quiroz, a quien criaron muy consentida por ser la única hija que les quedaba.

Doña Felicia pasó muchas necesidades por su pobreza, pero con sus ahorros que obtuvo lavando la ropa de los estudiantes de la vecindad, logró comprar una casita de palma con paredes de bahareque que tenía dos piezas: aposento y sala; en el patio se encontraban la cocina, el lavadero y un escusado; estaba ubicada frente a la casa de La Purrututú (Maria Encarnación Viña) en la esquina que conformaban El Callejón de La Libertad, hoy de La Purrututú y la calle de San Francisco, llamada así porque en la esquina de la manzana estaba ubicado el hospicio de San Francisco, fundado en 1786 por el obispo Francisco Navarro y Acevedo; el solar de esta casa era parte del patio de este antiguo convento y la adquiere por compra que le hizo a la señora Encarnación Vega Guillén, en el año de 1.913.

Es esta casita transcurrió la infancia de su hija Felicia quien creció bajo los pechiches de su abuela; ya señorita se casa muy bien con don Rafael Segundo Martínez Rosado, quien era guardalineas del telégrafo, hijo de Sebastián Martínez  y cuya ascendencia se remontaba al sacerdote Manuel María Martínez Rodríguez, sobrino este del sacerdote Juan Bautista Rodríguez, quien ayudó a Simón Bolívar en la campaña del bajo Magdalena de 1.812; por ello era primo-hermano del médico Ciro Pupo Martínez, de ‘Oscarito’ y de sus hermanos.

En la madrugada entre claro y oscuro se escuchaba el trajín de doña Cleofe en su patio y en su cocina, juntando su fogón de leña entre tacanes para hervir el café y asar las arepas en parrillas de alambre, al rescoldo para que no se quemaran; ya al atardecer la acompañaba en sus labores, su nuero Raúl Segundo Martínez con su guitarra y ella lo complementaba con su armoniosa voz, con boleros, porros y rancheras, entre ellas la canción ‘El Gallo Tuerto’, de la autoría de Luis Carlos Mayorca. He aquí la letra:

Se murió mi gallo tuerto

Qué será de mi gallina.

A las cuatro de la mañana

me cantaba en la cocina:

Cocorolló cantaba el gallo.

Cocorolló a la gallina.

Lo traje de Chimichagua,

y en el Banco se murió.

Pobre mi gallito tuerto,

La peste me lo mató

MUJER LUCHADORA

Doña Cleofe pasó muchas necesidades, pero nunca bajó la guardia, y se le media a todo. No era acomplejada, y para rendir sus ingresos lavaba la ropa de los estudiantes del vecindario. 

Su hija Felicia murió relativamente joven a los 63 años, de leucemia.

Ella tuvo tres hijos: Sol María que aún vive casada con el señor Luis Enrique Quintero, de profesión sastre, quien allí en esa casita organizó la primera sastrería de Valledupar. 

Los otros dos hijos fueron Manuel Narciso y Aníbal Rafael Martínez Zuleta, quienes fueron los tres nietecitos de doña Cleofe. Estando ellos pequeñitos a doña Cleofe le salió un trabajo para desempeñarse como ama de llaves de una escuela oficial con internado en la población de Minca, en la Sierra Nevada. Ella no se fue sola, se llevó a sus dos nietecitos, quienes al lado de su abuela cursaron en ese internado los 5 años de primaria. 

Aquí se observa el Liceo Celedón, institución de bachillerato creada en honor del obispo Rafael Celedón Ariza, donde estudiaron los hermanos Aníbal Rafael y Manuel Narcizo Martínez Zuleta, en Santa Marta.

Pero ahora tenía ante si entre ceja y ceja la obligación creada por ella misma de seguir apoyando a sus nietos para que cursaran el bachillerato. Por sus buenas relaciones consigue un nuevo empleo en la ciudad de Santa Marta como ama de llaves, en la casa de los padres de Ignacio Vives (Nacho Vives), quien fue el creador y primer gobernador de La Guajira.

Esta familia era de las más importantes de Santa Marta. Allí doña Cleofe logra internar a sus dos nietos en el Liceo Celedón. A la sombra de esta familia perfeccionó su educación, aprendió a cocinar platos exquisitos, ya para un matrimonio, para una primera comunión y otras reuniones sociales. Su cultura era la de una chef. Los domingos visitaba a sus nietos en el colegio, y les llevaba la ropa limpia, trayéndose la sucia para lavarla.

LA META ERA HACER PROFESIONALES A SUS NIETOS

Terminado el bachillerato, logran ingresar a la Universidad Nacional en las carreras de medicina y derecho, ocupando los primeros puestos en el examen de admisión; mientras tanto, doña Felicia los sostenía en Bogotá con lo que ganaba con la familia Vives, pero también siendo ayudada por don Rafael Segundo Martínez, padre de estos dos muchachos.

Cuando terminan sus carreras regresan a la casita de palma y doña Cleofe se viene de Santa Marta a posesionarse nuevamente de su antigua casa.

El doctor Aníbal Martínez Zuleta, nieto de doña Cleofe Zuleta, quien ocupó cargos importantes entre ellos fue uno de los mejores alcaldes de la ciudad y también fue contralor de la República.

Los vecinos, gente humilde, veían como un milagro el que esos dos muchachos tan pobres, hubieran tenido la valentía de obtener un doctorado. Ellos fueron los primeros profesionales vallenatos surgidos de la clase humilde de ese Macondo que es el corazón del Valle.

Así en esa casa se veía a diario una romería de gentes que querían conocer a esos dos héroes, y tildaban al barrio, como el barrio de los Martínez Zuleta. Allí llegaban las familias Triana, Nieves, Galindo, Jiménez, Rodríguez, Molina, Reyna, Pinto, Socarrás, Arciniegas, Viña y Castilla, y pare de contar, llevándoles regalos. Todos querían saludar con gran cariño y admiración a los dos primeros profesionales del barrio; eran los profesionales producto del desvelo y del ahínco de su abuelita.

PARRANDAS Y POLÍTICA

El patio de doña Cleofe era muy grande y lleno de flores y de frutas, y allí se reunía toda la gente del barrio; hasta ‘La barra chueca’ fue a visitarlos reventando pólvora y amenizando el rato con serenatas con guitarras. Pero también sostenían fuertes discusiones criticando al gobierno conservador del doctor Laureano Gómez, y rechazando los desmanes de su policía llamada ‘Los Chulavitas’, ya que los de ‘La barra chueca’ eran todos liberales. 

Cuando estaban pasados de trago seguían su jerga en la casa del frente de La Purrututú, quien poseía un estanquillo de ron quinado. El doctor Aníbal y su hermano tuvieron un ángel guardián que fue su abuela Cleofe. Precisamente el doctor Aníbal parodiando al filósofo Platón, dedica uno de sus libros a su abuela, expresando: “Mi abuela fue la antorcha que me iluminó para salir del túnel”.

El doctor Aníbal fue un segundo Marco Fidel Suárez, cuya madre también fue lavandera y pudo convertir a su hijo en un presidente de la república. El doctor Aníbal fue nuestro segundo Simón Bolívar vallenato, ya que logró crear la unión de los tres departamentos, aplicando el principio de que la unión hace la fuerza, que fue la base que le sirvió a Bolívar para crear la Gran Colombia.

Doña Cleofe como abuela irrepetible, grandiosa, laboriosa, virtuosa, abnegada, y honesta, se convirtió en un símbolo de la mujer vallenata de ‘verdá verdá’ y en un paradigma de abuela, digno de imitar. 

SE LE DEBE UN HOMENAJE A DOÑA CLEOFE

Por todo lo anterior, solicito respetuosamente a la primera autoridad del municipio, que ordene levantar una escultura en honor a doña Cleofe, quien, con su ponchera en la cabeza repleta de ropa, iba a lavarla en el rio Guatapurí, cantando por un camino rodeado de cañahuates, y llevando a sus dos nietecitos agarrados de su larga falda. De paso se estaría haciendo un reconocimiento a todas las lavanderas en esta ciudad. 

Ellas evitaron con su oficio que no hubiera epidemias, y que no se propagaran las enfermedades, contribuyendo así a la conservación de la salud, a la prolongación de la vida, y al bienestar de los vallenatos, en esa época en que no había lavadoras eléctricas ni acueducto. 

El doctor Aníbal contrae matrimonio con doña Ana Julia Martínez Torres, descendiente del doctor Manuel Torres, ministro plenipotenciario de Colombia en los Estados Unidos. Tuvo unos hijos todos profesionales que son ejemplo por sus virtudes.