Ella tuvo un enamorado de apellido Araméndiz, que le decía: “tú eres mi purru”, como quien dice “tú eres mi paloma”.
El personaje de esta décima entrega corresponde a un nombre muy tradicional y autóctono de Valledupar, he aquí una semblanza de todo lo que representa para la historia de esta ciudad.
El sobrenombre asignado a María Encarnación le vino porque ella imitaba con su garganta el murmullo de las palomas cuando están en celo, y las llamaba para que comieran el maíz: “¡purrú, purrú, purru…!’’
Las palomas al oír su canto, acudían veloces al llamado.
Precisamente ella tuvo un enamorado de apellido Araméndiz, que le decía: “tú eres mi purru”, como quien dice “tú eres mi paloma”. Los muchachos traviesos del barrio, para fastidiarla le gritaban señalándola: “purru, tu-tu, purrú tu-tú’’, queriéndole decir que ella era una paloma; a esto ella respondía con rabia, unas veces los insultaba y otras les tiraba piedras.
En una ocasión, estaba tan molesta, que les tiró la piedrecita que tenía para moler el ajo, sin darse cuenta; después estaba arrepentida pues la necesitaba en su trabajo cotidiano.
Al otro día, la señora Ana Julia Martínez, esposa del doctor Aníbal Martínez, quien era su vecina de enfrente, se le presentó pidiéndole excusas, y que perdonara a su hijito Raúl de diez años, pues era el quien le había gritado, y enseguida le devolvió la piedrecita. Esta anécdota me la contó uno de los nietos de la ‘Purrututú’.
Con el tiempo la voz popular unió las dos voces en una sola palabra: ‘Purrututù’.
Así quedó bautizada por el colectivo la señora María Encarnación. Este nombre pintoresco se ha convertido en el patronímico del barrio, del callejón y de la manzana.
Doña Encarnación sentía un gran amor por los animales y por la naturaleza, y en su patio había sembrado toda clase de frutas.
Ella nació en la población de La Paz (Robles) Cesar, en el año de 1.866 y murió en Valledupar a los 113 años en 1.979. Le tocó sufrir los horrores de la guerra de los mil días (1899-1902) cuando contaba con 33 años.
Se casó primero con el señor Genaro Osorio cuyo oficio era arreglar los techos coloniales de las iglesias y de las casas, y con él tuvo dos hijos: Juana Dolores y Pedro Genaro Osorio. Ya viuda, contrae matrimonio con el señor Villero y tuvo varios hijos, entre ellos a ‘Teodorita’, Evaristo y otros.
Teniendo ya 59 años, decide venirse a vivir a Valledupar y le compra la casa que hoy se llama de ‘La Purrututú’, a la señora Manuela Castilla en 1925, según consta en la escritura. Esta casa la puso a nombre de sus dos primeros hijos: Pedro Genaro y Juana Dolores Osorio, quienes eran menores de edad en esa época. Y hoy, la habitan los descendientes de estos dos hijos, o sean sus nietos.
En la escritura de la casa de 1925 dice que la casa estaba ubicada en el costado oriente del ‘Callejón de la Libertad’ con calle de ‘San Francisco’, porque en esa época la casa colindaba con el patio del hospicio e iglesia de San Francisco, el cual fue edificado en 1786, por el obispo Francisco Navarro y Acevedo. Este patio del convento, fue ocupado posteriormente por doña Cleofe Zuleta, abuela del doctor Aníbal Martínez Zuleta, y por sus padres; Doña Cleofe le compró este lote con una casa de bajareque y palma con dos piezas, sala y aposento a la señora Encarnación Vega Guillén, en el año de 1913.
Los mayores del barrio de ‘La Purrututú’, la describen como una persona morena, de labios prominentes, quien usaba unas polleras largas y mangas largas, la blusa abierta adelante con botones y arandelas en la cintura, estilo chambra.
A ella la recuerdan como una mujer trabajadora, que hacía almojábanas como una herencia culinaria de su tierra natal, La Paz, Cesar. Además, hacía en su horno de barro, queques, merengues, chiricanas, almojábanas y exquisitos dulces en su fogón de leña.
Al mismo tiempo fabricaba y vendía jabón de potasa, kerosene, velas de cebo, y calillas de tabaco; tejía mochilas y vendía chirrinchi quinado en su pequeño estanquillo, el cual medía milimétricamente en un vasito marcado con rayitas; pero además cosía y remendaba ropa en su máquina de coser Singer. Con estas actividades logró sostener su hogar.
Todo lo anterior hace pensar que ‘La Purrututú’ fue la digna representante y la típica campesina del Valle de Upar: incansable, laboriosa, metódica, persistente, emprendedora, madrugadora, valiente, organizada, honrada, aseada, disciplinada y multifacética.
Ella nos trajo su cultura gastronómica de La Paz con sus almojábanas, y la cultura del horno de barro, que ya se perdió en Valledupar; fue una mujer sabia y polifacética.
Fue el prototipo de la mujer vallenata. Pero, además, le regaló su hermoso apodo a ese rincón macondiano del barrio Cañaguate repleto de leyendas.
Se podría decir que ‘La Purrututú’ fue la Úrsula Iguarán que describe ‘Gabo’ en ‘Cien Años de Soledad’.
Habíamos dicho que doña María Encarnación (La Purrututú) le había comprado la casa colonial que hoy existe, a la señora Manuela Castilla, en el año de 1925, pero Doña Manuela la adquirió por herencia de su madre Josefa Jiménez de Castilla, Villanuevera y esta, a su vez, se la compró al señor José María Ochoa en 1903, por medio de la escritura número 12, y el señor Ochoa se la compra a la señora Santa María Rivadeneira en 1888 por la suma de 62 pesos con escritura numero 1; la señora Rivadeneira adquirió la casa por herencia de su madre Micaela Betín, quien a su vez se la compra al señor Feliciano Rivadeneira por medio de la escritura número 37, de 1853, por la suma de 60 pesos; el señor Feliciano se la vende al señor Antonio Pallares. (por esta fecha voy en mi investigación, con el fin de encontrar la fecha en que fue construida esta casa)
En la primera escritura de 1925 dice que la casa limita con el ‘Callejón de la Libertad’; al investigar a una anciana moribunda del barrio, la razón de ser de este nombre, me expresó que era que en esa casa se había celebrado una fiesta en honor de la libertad de los esclavos, ya que en esa manzana todas las casas habían sido de palma, porque allí vivían pura gente negra a excepción de la casa de ‘La Purrututú’; al investigar, descubro que en 1851 se expide la ley que le dio la libertad definitiva a los esclavos de Colombia.
Esto me hizo pensar que la manzana de ‘La Purrututú’, fue como especie de un palenque de negros pobres, incrustado en los alrededores de ese entonces, en la ciudad
En la escritura de 1925 aparece la casa con las siguientes medidas: ‘’9 metros de frente y 31 metros de fondo, y colindaba con el norte con Solar de la señora Rosa Maestre, por el sur callejón en medio con casa y solar de la señora Cleofe Zuleta, por el este con solar de Concepción Gámez y al oeste callejón en medio con solar de la señora Delfina Borrego, el precio de la venta fue de 250 pesos; la casa era de adobes y techo de tejas, y la cocina estaba aparte con techos de palma, en esta época el departamento del Cesar pertenecía al Magdalena, fueron testigos Mateo Acosta que era constructor de techos coloniales y Manuel Urbina; pertenecía al barrio Cañaguate’; la manzana de ‘La Purrututú’ es la única y la última manzana dividida interiormente por cuatro callecitas angostas; esto corresponde a la primera división territorial de las manzanas, cuando se funda la ciudad, como pueblo de españoles en 1544; esta división es una pervivencia de la arquitectura primigenia colonial española.
La casa de la Purrututú es nuestro patrimonio cultural material e inmaterial de la ciudad, y de la nación.
POR RUTH ARIZA COTES/ESPECIAL PARA EL PILÓN
Ella tuvo un enamorado de apellido Araméndiz, que le decía: “tú eres mi purru”, como quien dice “tú eres mi paloma”.
El personaje de esta décima entrega corresponde a un nombre muy tradicional y autóctono de Valledupar, he aquí una semblanza de todo lo que representa para la historia de esta ciudad.
El sobrenombre asignado a María Encarnación le vino porque ella imitaba con su garganta el murmullo de las palomas cuando están en celo, y las llamaba para que comieran el maíz: “¡purrú, purrú, purru…!’’
Las palomas al oír su canto, acudían veloces al llamado.
Precisamente ella tuvo un enamorado de apellido Araméndiz, que le decía: “tú eres mi purru”, como quien dice “tú eres mi paloma”. Los muchachos traviesos del barrio, para fastidiarla le gritaban señalándola: “purru, tu-tu, purrú tu-tú’’, queriéndole decir que ella era una paloma; a esto ella respondía con rabia, unas veces los insultaba y otras les tiraba piedras.
En una ocasión, estaba tan molesta, que les tiró la piedrecita que tenía para moler el ajo, sin darse cuenta; después estaba arrepentida pues la necesitaba en su trabajo cotidiano.
Al otro día, la señora Ana Julia Martínez, esposa del doctor Aníbal Martínez, quien era su vecina de enfrente, se le presentó pidiéndole excusas, y que perdonara a su hijito Raúl de diez años, pues era el quien le había gritado, y enseguida le devolvió la piedrecita. Esta anécdota me la contó uno de los nietos de la ‘Purrututú’.
Con el tiempo la voz popular unió las dos voces en una sola palabra: ‘Purrututù’.
Así quedó bautizada por el colectivo la señora María Encarnación. Este nombre pintoresco se ha convertido en el patronímico del barrio, del callejón y de la manzana.
Doña Encarnación sentía un gran amor por los animales y por la naturaleza, y en su patio había sembrado toda clase de frutas.
Ella nació en la población de La Paz (Robles) Cesar, en el año de 1.866 y murió en Valledupar a los 113 años en 1.979. Le tocó sufrir los horrores de la guerra de los mil días (1899-1902) cuando contaba con 33 años.
Se casó primero con el señor Genaro Osorio cuyo oficio era arreglar los techos coloniales de las iglesias y de las casas, y con él tuvo dos hijos: Juana Dolores y Pedro Genaro Osorio. Ya viuda, contrae matrimonio con el señor Villero y tuvo varios hijos, entre ellos a ‘Teodorita’, Evaristo y otros.
Teniendo ya 59 años, decide venirse a vivir a Valledupar y le compra la casa que hoy se llama de ‘La Purrututú’, a la señora Manuela Castilla en 1925, según consta en la escritura. Esta casa la puso a nombre de sus dos primeros hijos: Pedro Genaro y Juana Dolores Osorio, quienes eran menores de edad en esa época. Y hoy, la habitan los descendientes de estos dos hijos, o sean sus nietos.
En la escritura de la casa de 1925 dice que la casa estaba ubicada en el costado oriente del ‘Callejón de la Libertad’ con calle de ‘San Francisco’, porque en esa época la casa colindaba con el patio del hospicio e iglesia de San Francisco, el cual fue edificado en 1786, por el obispo Francisco Navarro y Acevedo. Este patio del convento, fue ocupado posteriormente por doña Cleofe Zuleta, abuela del doctor Aníbal Martínez Zuleta, y por sus padres; Doña Cleofe le compró este lote con una casa de bajareque y palma con dos piezas, sala y aposento a la señora Encarnación Vega Guillén, en el año de 1913.
Los mayores del barrio de ‘La Purrututú’, la describen como una persona morena, de labios prominentes, quien usaba unas polleras largas y mangas largas, la blusa abierta adelante con botones y arandelas en la cintura, estilo chambra.
A ella la recuerdan como una mujer trabajadora, que hacía almojábanas como una herencia culinaria de su tierra natal, La Paz, Cesar. Además, hacía en su horno de barro, queques, merengues, chiricanas, almojábanas y exquisitos dulces en su fogón de leña.
Al mismo tiempo fabricaba y vendía jabón de potasa, kerosene, velas de cebo, y calillas de tabaco; tejía mochilas y vendía chirrinchi quinado en su pequeño estanquillo, el cual medía milimétricamente en un vasito marcado con rayitas; pero además cosía y remendaba ropa en su máquina de coser Singer. Con estas actividades logró sostener su hogar.
Todo lo anterior hace pensar que ‘La Purrututú’ fue la digna representante y la típica campesina del Valle de Upar: incansable, laboriosa, metódica, persistente, emprendedora, madrugadora, valiente, organizada, honrada, aseada, disciplinada y multifacética.
Ella nos trajo su cultura gastronómica de La Paz con sus almojábanas, y la cultura del horno de barro, que ya se perdió en Valledupar; fue una mujer sabia y polifacética.
Fue el prototipo de la mujer vallenata. Pero, además, le regaló su hermoso apodo a ese rincón macondiano del barrio Cañaguate repleto de leyendas.
Se podría decir que ‘La Purrututú’ fue la Úrsula Iguarán que describe ‘Gabo’ en ‘Cien Años de Soledad’.
Habíamos dicho que doña María Encarnación (La Purrututú) le había comprado la casa colonial que hoy existe, a la señora Manuela Castilla, en el año de 1925, pero Doña Manuela la adquirió por herencia de su madre Josefa Jiménez de Castilla, Villanuevera y esta, a su vez, se la compró al señor José María Ochoa en 1903, por medio de la escritura número 12, y el señor Ochoa se la compra a la señora Santa María Rivadeneira en 1888 por la suma de 62 pesos con escritura numero 1; la señora Rivadeneira adquirió la casa por herencia de su madre Micaela Betín, quien a su vez se la compra al señor Feliciano Rivadeneira por medio de la escritura número 37, de 1853, por la suma de 60 pesos; el señor Feliciano se la vende al señor Antonio Pallares. (por esta fecha voy en mi investigación, con el fin de encontrar la fecha en que fue construida esta casa)
En la primera escritura de 1925 dice que la casa limita con el ‘Callejón de la Libertad’; al investigar a una anciana moribunda del barrio, la razón de ser de este nombre, me expresó que era que en esa casa se había celebrado una fiesta en honor de la libertad de los esclavos, ya que en esa manzana todas las casas habían sido de palma, porque allí vivían pura gente negra a excepción de la casa de ‘La Purrututú’; al investigar, descubro que en 1851 se expide la ley que le dio la libertad definitiva a los esclavos de Colombia.
Esto me hizo pensar que la manzana de ‘La Purrututú’, fue como especie de un palenque de negros pobres, incrustado en los alrededores de ese entonces, en la ciudad
En la escritura de 1925 aparece la casa con las siguientes medidas: ‘’9 metros de frente y 31 metros de fondo, y colindaba con el norte con Solar de la señora Rosa Maestre, por el sur callejón en medio con casa y solar de la señora Cleofe Zuleta, por el este con solar de Concepción Gámez y al oeste callejón en medio con solar de la señora Delfina Borrego, el precio de la venta fue de 250 pesos; la casa era de adobes y techo de tejas, y la cocina estaba aparte con techos de palma, en esta época el departamento del Cesar pertenecía al Magdalena, fueron testigos Mateo Acosta que era constructor de techos coloniales y Manuel Urbina; pertenecía al barrio Cañaguate’; la manzana de ‘La Purrututú’ es la única y la última manzana dividida interiormente por cuatro callecitas angostas; esto corresponde a la primera división territorial de las manzanas, cuando se funda la ciudad, como pueblo de españoles en 1544; esta división es una pervivencia de la arquitectura primigenia colonial española.
La casa de la Purrututú es nuestro patrimonio cultural material e inmaterial de la ciudad, y de la nación.
POR RUTH ARIZA COTES/ESPECIAL PARA EL PILÓN