La costa Caribe colombiana está atravesando un proceso acelerado de variabilidad climática que ya deja sentir sus efectos. A diferencia de lo que se creía hace décadas (cuando los comentarios sobre el “calor sofocante” o el “sol más fuerte” eran atribuidos a la percepción de los mayores), hoy la ciencia confirma que los cambios en el clima son reales, medibles y cada vez más preocupantes.
Un análisis liderado por Antonio Rudas Muñoz, director del programa de Ingeniería Ambiental de Areandina, sede Valledupar, revela que la temperatura media anual en la región ha venido en aumento de forma sostenida. Para llegar a esta conclusión, Rudas tuvo en cuenta los registros climáticos de más de 40 años, liberados por el Instituto de Hidrología, Meteorología y Estudios Ambientales (Ideam), a través de su sistema de datos abiertos.
“Para destacar, en algunos sectores del sur de Valledupar, por ejemplo, el incremento de la sensación térmica supera los 3 grados centígrados (°C), llegando hasta los 37 y 38 °C. Esto rompe todos los pronósticos internacionales”, explica.
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Las cifras resultan aún más inquietantes cuando se observa el comportamiento de estaciones como la ubicada en el corregimiento de Guaymaral, al sur de la ciudad, que hoy registra las temperaturas más altas del país, rozando los 40 °C. “Además, se identificó un corredor de alta aridez entre los municipios de Valledupar, Bosconia, Agustín Codazzi y El Paso, en el Cesar, comparable con los niveles observados en La Guajira”, agrega el docente de Areandina.
Ecosistemas transformados y suelos en crisis
El análisis advierte que el origen de esta transformación climática no se puede entender sin revisar el impacto de las actividades humanas en el territorio. Desde mediados del siglo XX, tras el auge de cultivos industriales como el algodón, se desmontaron extensas zonas de bosque seco tropical, ecosistema fundamental para el equilibrio climático en la región.
Este proceso de deforestación masiva afectó la capacidad del suelo para almacenar agua, regular la temperatura y capturar CO2. Hoy, esos terrenos (convertidos en áreas de uso agropecuario intensivo) muestran altos niveles de degradación y desertificación.
“Hemos destruido el ecosistema que nos protegía del calor. El bosque seco tropical era una barrera natural contra la aridez, pero su desaparición ha dejado al territorio completamente expuesto”, advirtió Rudas.
Pero no se trata solo de la pérdida de vegetación. La degradación del suelo y la liberación creciente de gases de efecto invernadero a nivel global intensifican el problema. Aunque Colombia no es un gran emisor de CO₂, es uno de los países más vulnerables al impacto del cambio climático.
“Tenemos que transformar nuestra forma de vida. El cambio climático no es una amenaza futura, es un desafío presente que ya está modificando nuestras condiciones ambientales y sociales”, concluyó el Rudas.
Finalmente, el análisis, que pone la lupa sobre una de las zonas más vulnerables del país, también invita a autoridades, instituciones educativas, comunidades y sectores productivos a involucrarse activamente en la construcción de un Caribe resiliente, capaz de adaptarse y sobrevivir a los cambios que impone el nuevo clima











