El escritor Carlos César Silva habló con Diego Bautista, exasesor de la Oficina del Alto Comisionado para la Paz, sobre Diálogos Improbables-Capítulo Cesar.
En estos tiempos de polarización inquebrantable, Diego Bautista tiene claro que la paz de Colombia no se alcanzará desde la distancia y el olvido bogotano. Sabe que de poco ha servido insistir tanto en llevar el Estado a las regiones para contrarrestar la violencia y lograr las transformaciones sociales. Por eso plantea que el país debe reconstruirse en los territorios con sus propias instituciones, su gente y su diversidad. Aunque es consciente que esto demanda muchos esfuerzos económicos y logísticos, Diego se aferra a una herramienta milenaria para salir del atolladero: el lenguaje, un diálogo que no se reduzca al mezquino yo con yo.
Yo fui invitado por el entonces comisionado de Paz Sergio Jaramillo para trabajar en su propuesta de Paz Territorial cuando el proceso ya estaba en la etapa de negociación. Esta era una propuesta muy interesante para pensar en la paz más allá de la dejación de armas de un grupo, y hoy sigue vigente incluso mucho más allá de los textos de los acuerdos de paz que se firmaron. También trabajé en una propuesta de lo que debería haber sido un arreglo institucional más organizado para la implementación. Y finalmente, acompañé a la mesa de negociaciones en La Habana en aportes técnicos para el punto 1, el de la aún hoy pendiente Reforma Rural, particularmente en el al diseño de lo que hoy conocemos todos como los Programas de Desarrollo con Enfoque Territorial, los PDET. Recuerdo que esto se planteó y se acordó como una alternativa más incluyente a la propuesta que tenían las FARC en la mesa, de la instalación de unas colonias agrícolas.
Es un concepto simple y poderoso a la vez. Recoge el estribillo eterno de “más presencia del Estado en el territorio”, pero a diferencia de “llevar el Estado al territorio” como se ha hecho siempre y se sigue insistiendo desde Bogotá, lo que se propone es “reconstruir el Estado desde el territorio” y se subraya el “desde”: con sus instituciones y su gente, en su diversidad y diferencias, pero asumiendo responsabilidades. Eso siempre estuvo en el centro de los Acuerdos, planteado como la oportunidad para que una vez cerrado ese doloroso y estorboso conflicto, ya en una fase de construcción de paz, todos aquí y ya no un grupito de gente en La Habana, nos arremangáramos desde las regiones para construir las instituciones que garantizarían los derechos de la gente en cualquier parte del territorio. Era la oportunidad planteada para una etapa de construcción de paz que nunca comenzó.
Hombre, eso da para un libro. Pero en lo personal “nadie me quita lo bailao”. Más allá de haber estado algunas veces en La Habana en el apoyo técnico y en la experiencia de estar presenciando en vivo la dinámica de la negociación, lo más enriquecedor fue el recorrido que hice aquí en Colombia, en los lugares donde con mayor intensidad se había dado el conflicto: de Arauca a Tumaco, del Catatumbo al Caquetá, de los Montes de María al Chocó, Guaviare, Putumayo, Barranca, Meta, Caucasia, aquí mismo en el Cesar, y así. Un largo etcétera que me da pena no citar pero que está bien acomodado en mi vida.
Hablar con su gente, escuchar sus temores, sus historias de vida y sus esperanzas, ver esos liderazgos valientes que habían insistido en la paz mucho antes de que ese proceso existiera y a pesar de las épocas violentas y con el viento en contra. Pero entender también a esas sociedades locales atrapadas en esas dinámicas de temor y violencia, a comerciantes, empresarios, comunidades enfrentadas, ver directamente a los ojos el temor y al mismo tiempo el entusiasmo por dejar la violencia atrás. No se merece toda la gente en las regiones y sus hijos la irresponsabilidad que hoy exhiben y promueven los liderazgos políticos y la dirigencia nacional. Es una vergüenza histórica.
Desde esos recorridos, durante el proceso, se podía ver ya una fragmentación. Era imposible hacer que concurrieran a un espacio de diálogo los líderes de empresarios, organizaciones sociales e institucionalidad. A mí me tocaba reunirme con cada uno por separado porque había desconfianza, temores, resentimientos. Y desde luego, la amenaza permanente. Ahí se generó una inquietud. Los Diálogos Improbables se emprenden inspirados en las enseñanzas del profesor John Paul Lederach —de quien proviene ese sugestivo nombre— y se inician con dos experimentos alentados en su momento por Sergio Jaramillo, que también conocedor de Lederach y habiendo liderado él mismo un proceso improbable como el de la Habana, tenía fundamentos suficientes para promover un ejercicio de la misma naturaleza en el país.
Nos arriesgamos a empezar por lo duro. Este es un departamento emblemático de lo que ha significado el conflicto armado para Colombia. La afectación de la vida y su territorio está suficientemente documentada. La presencia, duración y nivel de incidencia de los dos factores extremos opuestos de la violencia: la guerrilla y los paramilitares (Simón Trinidad y Jorge 40, lo que ustedes bien saben); la relación voluntaria o involuntaria de sectores políticos, económicos y sociales con ambos bandos; la división profunda del establecimiento local, su dirigencia y sus familias frente a las causas y efectos del conflicto; el involucramiento y oportunismo de agentes económicos con los actores violentos, etc. Por otra parte, el Cesar era y sigue siendo un bastión representativo —con liderazgos de incidencia nacional— de los sectores radicales de oposición al proceso de negociación y posterior acuerdo de paz con las Farc.
Una región de vocación rural y riquezas naturales, con fuerte presencia de las conflictividades presentes y futuras asociadas al ordenamiento y uso del territorio: minería, ganadería, conservación ambiental y de recursos naturales, presencia de comunidades étnicas, etc. Es decir, si aquí se lograba, se podría lograr contagiar a otras regiones del país. Después de haber vivido el proceso hasta ahora, y a pesar de la agenda pendiente, estoy convencido de que, si ayer fue un referente de la violencia, mañana el Cesar le puede dar clases de convivencia al resto del país.
Independientemente de si a la gente le guste o no el reciente proceso de paz y sus resultados, un aprendizaje necesario es que estos procesos requieren un trabajo importante de diseño y una arquitectura. Eso no es convocar y sentarse hablar, o lanzar condiciones al aire desde un despacho. Hay que estructurarlo, definir agenda, hay que establecer reglas, hay que saber para dónde se va. Muchos procesos en Colombia y en el mundo han fracasado por esa falta de método.
El proceso de Diálogos Improbables tiene también un diseño muy riguroso, tiene unos elementos metodológicos sólidos. Pero lo más rescatable es el ejercicio de construcción colectiva. No se trata de unos pasos y unos ejercicios presentados en un powerpoint por unos facilitadores. La gente acuerda la agenda y acuerda sus reglas. Se le apunta a construir confianza primero, que es un elemento escaso hoy en Colombia, y luego sí se abordan los temas difíciles para encontrar consensos, espacios comunes. No es un evento público, es un proceso confidencial, no es una foto de un abrazo para la prensa, es una película de encuentros y desencuentros que va avanzando con metas volantes.
Pues yo he visto que sí, y muchos de quienes están en el proceso lo dicen con valentía. Puedo hablar con más certeza de mi vida, y a mí sí que me ha transformado. Desde luego que no a todos los percibe uno con el mismo grado de cambio. El ámbito personal y político de cada cuál es complejo de juzgar. Un desafío grande que tenía este proceso era salir de la confidencialidad al ámbito público. Eso implica un reto inmenso de coherencia: sí estás pregonando convivencia tienes que ser ejemplo público de eso y no de lo contrario, cuidar el respeto a la diferencia y el lenguaje. Por otra parte, si quieres convocar a los cesarenses a un pacto de convivencia, tienes que pasar del deseo a la acción: “valorar lo que vale un querer”.
Hay temas que están trabajando ellos que pronto verán la luz y no quiero ser yo quien los anuncie. El grupo de diálogo del Cesar tiene una agenda por desarrollar muy interesante por la legitimidad que le da su improbabilidad, es decir, la diferencia entre sus miembros y las distintas tendencias que lo conforman. Podrían entrar a liderar un pacto amplio, no de un partido o de unos intereses en particular, sino un espacio donde deliberen todas las voces y se acuerden consensos básicos para el territorio, mientras se siguen debatiendo y manteniendo diferencias fuertes sobre otros, como es lo natural. Aquí ya se hizo una constituyente hace años.
El pacto puede ser por la reactivación poscovid-19, por la convivencia y el respeto a la vida, por educar a su gente, o por temas concretos de la vida cotidiana de la gente. Los líderes cesarenses de todas las esquinas deben andar menos detrás de lo que pasa en las redes sociales con sus faros políticos y sus discusiones abstractas, y más con lo que se necesita en la región: el empleo, la seguridad, el desarrollo rural que un día tuvo y no ha vuelto. Hay muchos temas para mejorar entre ustedes y gozarse mejor la vida en esta tierra maravillosa.
En primer lugar, yo creo que las regiones no deben sentare a esperar la llegada del famoso diálogo nacional. Hay mucho en riesgo en los territorios. Ustedes mismos lo saben, y se corre el riesgo de que se los lleve la corriente. Los liderazgos locales diversos y opuestos deben de inmediato emprender sus propios procesos, ser capaces de establecer espacios y sus propios Diálogos Improbables sin las venias de Bogotá. Hay suficientes tensiones en los territorios como para no hacerles frente de manera autónoma y constructiva. A no ser que les guste el estado de cosas actual. Y lo que sí hay que hacer, es desde la sociedad civil, presionar para que los liderazgos políticos y la dirigencia nacional que incluye empresarios y sectores de poder con incidencia nacional, asuman por fin la responsabilidad de asumir la responsabilidad de sentarse a dialogar y a llegar a ciertos consensos. Con menos propaganda en redes, lejos de las cámaras y de juegos políticos pequeños y con más responsabilidad y grandeza. Soy menos optimista con esto último, pero no paro de dejar de pensar cómo puedo ayudar con eso.
Hay muchísima literatura internacional sobre eso: ‘La imaginación moral’ de John Paul Lederach es casi una biblia para aquellos interesados en ejercicios de construcción de paz, convivencia y reconciliación. Todas las publicaciones del profesor Lederach son valiosas. El Instituto para las transiciones, IFIT, tiene unas publicaciones muy interesantes de cómo se hizo el proceso en La Habana. Y desde la literatura, que a veces es más entretenida y de mayor calado, les recomendaría mucho una novela que se llama ‘Patria’ de Fernando Aramburu, que hace una narración íntima que recoge la profundidad de las heridas de guerra y la reconciliación a través de la historia de dos familias del país vasco al final de la era ETA.
Por Carlos César Silva.
El escritor Carlos César Silva habló con Diego Bautista, exasesor de la Oficina del Alto Comisionado para la Paz, sobre Diálogos Improbables-Capítulo Cesar.
En estos tiempos de polarización inquebrantable, Diego Bautista tiene claro que la paz de Colombia no se alcanzará desde la distancia y el olvido bogotano. Sabe que de poco ha servido insistir tanto en llevar el Estado a las regiones para contrarrestar la violencia y lograr las transformaciones sociales. Por eso plantea que el país debe reconstruirse en los territorios con sus propias instituciones, su gente y su diversidad. Aunque es consciente que esto demanda muchos esfuerzos económicos y logísticos, Diego se aferra a una herramienta milenaria para salir del atolladero: el lenguaje, un diálogo que no se reduzca al mezquino yo con yo.
Yo fui invitado por el entonces comisionado de Paz Sergio Jaramillo para trabajar en su propuesta de Paz Territorial cuando el proceso ya estaba en la etapa de negociación. Esta era una propuesta muy interesante para pensar en la paz más allá de la dejación de armas de un grupo, y hoy sigue vigente incluso mucho más allá de los textos de los acuerdos de paz que se firmaron. También trabajé en una propuesta de lo que debería haber sido un arreglo institucional más organizado para la implementación. Y finalmente, acompañé a la mesa de negociaciones en La Habana en aportes técnicos para el punto 1, el de la aún hoy pendiente Reforma Rural, particularmente en el al diseño de lo que hoy conocemos todos como los Programas de Desarrollo con Enfoque Territorial, los PDET. Recuerdo que esto se planteó y se acordó como una alternativa más incluyente a la propuesta que tenían las FARC en la mesa, de la instalación de unas colonias agrícolas.
Es un concepto simple y poderoso a la vez. Recoge el estribillo eterno de “más presencia del Estado en el territorio”, pero a diferencia de “llevar el Estado al territorio” como se ha hecho siempre y se sigue insistiendo desde Bogotá, lo que se propone es “reconstruir el Estado desde el territorio” y se subraya el “desde”: con sus instituciones y su gente, en su diversidad y diferencias, pero asumiendo responsabilidades. Eso siempre estuvo en el centro de los Acuerdos, planteado como la oportunidad para que una vez cerrado ese doloroso y estorboso conflicto, ya en una fase de construcción de paz, todos aquí y ya no un grupito de gente en La Habana, nos arremangáramos desde las regiones para construir las instituciones que garantizarían los derechos de la gente en cualquier parte del territorio. Era la oportunidad planteada para una etapa de construcción de paz que nunca comenzó.
Hombre, eso da para un libro. Pero en lo personal “nadie me quita lo bailao”. Más allá de haber estado algunas veces en La Habana en el apoyo técnico y en la experiencia de estar presenciando en vivo la dinámica de la negociación, lo más enriquecedor fue el recorrido que hice aquí en Colombia, en los lugares donde con mayor intensidad se había dado el conflicto: de Arauca a Tumaco, del Catatumbo al Caquetá, de los Montes de María al Chocó, Guaviare, Putumayo, Barranca, Meta, Caucasia, aquí mismo en el Cesar, y así. Un largo etcétera que me da pena no citar pero que está bien acomodado en mi vida.
Hablar con su gente, escuchar sus temores, sus historias de vida y sus esperanzas, ver esos liderazgos valientes que habían insistido en la paz mucho antes de que ese proceso existiera y a pesar de las épocas violentas y con el viento en contra. Pero entender también a esas sociedades locales atrapadas en esas dinámicas de temor y violencia, a comerciantes, empresarios, comunidades enfrentadas, ver directamente a los ojos el temor y al mismo tiempo el entusiasmo por dejar la violencia atrás. No se merece toda la gente en las regiones y sus hijos la irresponsabilidad que hoy exhiben y promueven los liderazgos políticos y la dirigencia nacional. Es una vergüenza histórica.
Desde esos recorridos, durante el proceso, se podía ver ya una fragmentación. Era imposible hacer que concurrieran a un espacio de diálogo los líderes de empresarios, organizaciones sociales e institucionalidad. A mí me tocaba reunirme con cada uno por separado porque había desconfianza, temores, resentimientos. Y desde luego, la amenaza permanente. Ahí se generó una inquietud. Los Diálogos Improbables se emprenden inspirados en las enseñanzas del profesor John Paul Lederach —de quien proviene ese sugestivo nombre— y se inician con dos experimentos alentados en su momento por Sergio Jaramillo, que también conocedor de Lederach y habiendo liderado él mismo un proceso improbable como el de la Habana, tenía fundamentos suficientes para promover un ejercicio de la misma naturaleza en el país.
Nos arriesgamos a empezar por lo duro. Este es un departamento emblemático de lo que ha significado el conflicto armado para Colombia. La afectación de la vida y su territorio está suficientemente documentada. La presencia, duración y nivel de incidencia de los dos factores extremos opuestos de la violencia: la guerrilla y los paramilitares (Simón Trinidad y Jorge 40, lo que ustedes bien saben); la relación voluntaria o involuntaria de sectores políticos, económicos y sociales con ambos bandos; la división profunda del establecimiento local, su dirigencia y sus familias frente a las causas y efectos del conflicto; el involucramiento y oportunismo de agentes económicos con los actores violentos, etc. Por otra parte, el Cesar era y sigue siendo un bastión representativo —con liderazgos de incidencia nacional— de los sectores radicales de oposición al proceso de negociación y posterior acuerdo de paz con las Farc.
Una región de vocación rural y riquezas naturales, con fuerte presencia de las conflictividades presentes y futuras asociadas al ordenamiento y uso del territorio: minería, ganadería, conservación ambiental y de recursos naturales, presencia de comunidades étnicas, etc. Es decir, si aquí se lograba, se podría lograr contagiar a otras regiones del país. Después de haber vivido el proceso hasta ahora, y a pesar de la agenda pendiente, estoy convencido de que, si ayer fue un referente de la violencia, mañana el Cesar le puede dar clases de convivencia al resto del país.
Independientemente de si a la gente le guste o no el reciente proceso de paz y sus resultados, un aprendizaje necesario es que estos procesos requieren un trabajo importante de diseño y una arquitectura. Eso no es convocar y sentarse hablar, o lanzar condiciones al aire desde un despacho. Hay que estructurarlo, definir agenda, hay que establecer reglas, hay que saber para dónde se va. Muchos procesos en Colombia y en el mundo han fracasado por esa falta de método.
El proceso de Diálogos Improbables tiene también un diseño muy riguroso, tiene unos elementos metodológicos sólidos. Pero lo más rescatable es el ejercicio de construcción colectiva. No se trata de unos pasos y unos ejercicios presentados en un powerpoint por unos facilitadores. La gente acuerda la agenda y acuerda sus reglas. Se le apunta a construir confianza primero, que es un elemento escaso hoy en Colombia, y luego sí se abordan los temas difíciles para encontrar consensos, espacios comunes. No es un evento público, es un proceso confidencial, no es una foto de un abrazo para la prensa, es una película de encuentros y desencuentros que va avanzando con metas volantes.
Pues yo he visto que sí, y muchos de quienes están en el proceso lo dicen con valentía. Puedo hablar con más certeza de mi vida, y a mí sí que me ha transformado. Desde luego que no a todos los percibe uno con el mismo grado de cambio. El ámbito personal y político de cada cuál es complejo de juzgar. Un desafío grande que tenía este proceso era salir de la confidencialidad al ámbito público. Eso implica un reto inmenso de coherencia: sí estás pregonando convivencia tienes que ser ejemplo público de eso y no de lo contrario, cuidar el respeto a la diferencia y el lenguaje. Por otra parte, si quieres convocar a los cesarenses a un pacto de convivencia, tienes que pasar del deseo a la acción: “valorar lo que vale un querer”.
Hay temas que están trabajando ellos que pronto verán la luz y no quiero ser yo quien los anuncie. El grupo de diálogo del Cesar tiene una agenda por desarrollar muy interesante por la legitimidad que le da su improbabilidad, es decir, la diferencia entre sus miembros y las distintas tendencias que lo conforman. Podrían entrar a liderar un pacto amplio, no de un partido o de unos intereses en particular, sino un espacio donde deliberen todas las voces y se acuerden consensos básicos para el territorio, mientras se siguen debatiendo y manteniendo diferencias fuertes sobre otros, como es lo natural. Aquí ya se hizo una constituyente hace años.
El pacto puede ser por la reactivación poscovid-19, por la convivencia y el respeto a la vida, por educar a su gente, o por temas concretos de la vida cotidiana de la gente. Los líderes cesarenses de todas las esquinas deben andar menos detrás de lo que pasa en las redes sociales con sus faros políticos y sus discusiones abstractas, y más con lo que se necesita en la región: el empleo, la seguridad, el desarrollo rural que un día tuvo y no ha vuelto. Hay muchos temas para mejorar entre ustedes y gozarse mejor la vida en esta tierra maravillosa.
En primer lugar, yo creo que las regiones no deben sentare a esperar la llegada del famoso diálogo nacional. Hay mucho en riesgo en los territorios. Ustedes mismos lo saben, y se corre el riesgo de que se los lleve la corriente. Los liderazgos locales diversos y opuestos deben de inmediato emprender sus propios procesos, ser capaces de establecer espacios y sus propios Diálogos Improbables sin las venias de Bogotá. Hay suficientes tensiones en los territorios como para no hacerles frente de manera autónoma y constructiva. A no ser que les guste el estado de cosas actual. Y lo que sí hay que hacer, es desde la sociedad civil, presionar para que los liderazgos políticos y la dirigencia nacional que incluye empresarios y sectores de poder con incidencia nacional, asuman por fin la responsabilidad de asumir la responsabilidad de sentarse a dialogar y a llegar a ciertos consensos. Con menos propaganda en redes, lejos de las cámaras y de juegos políticos pequeños y con más responsabilidad y grandeza. Soy menos optimista con esto último, pero no paro de dejar de pensar cómo puedo ayudar con eso.
Hay muchísima literatura internacional sobre eso: ‘La imaginación moral’ de John Paul Lederach es casi una biblia para aquellos interesados en ejercicios de construcción de paz, convivencia y reconciliación. Todas las publicaciones del profesor Lederach son valiosas. El Instituto para las transiciones, IFIT, tiene unas publicaciones muy interesantes de cómo se hizo el proceso en La Habana. Y desde la literatura, que a veces es más entretenida y de mayor calado, les recomendaría mucho una novela que se llama ‘Patria’ de Fernando Aramburu, que hace una narración íntima que recoge la profundidad de las heridas de guerra y la reconciliación a través de la historia de dos familias del país vasco al final de la era ETA.
Por Carlos César Silva.