Un cronista narra, al interior de ese mundo que será una novela, la búsqueda que otros personajes hicieron de él para que escribiera una crónica. Además de escribir la crónica, alterna su voz escribiendo la manera como recopila la información, los hallazgos que lo conducen por fuera del objetivo inicial y la reflexión sobre su […]
Un cronista narra, al interior de ese mundo que será una novela, la búsqueda que otros personajes hicieron de él para que escribiera una crónica. Además de escribir la crónica, alterna su voz escribiendo la manera como recopila la información, los hallazgos que lo conducen por fuera del objetivo inicial y la reflexión sobre su escritura y su deber, amén de la reflexión continua sobre el lugar y las gentes en el mismo tiempo en que escribe. Parece un trabalenguas, pero no, es la estructura de la nueva novela de J.J. Junieles, titulada El hombre que hablaba de Marlon Brando, de editorial Planeta, para contarnos, con la voz principal de Santiago Barón Llorente, lo que pasó en Cartagena cuando se filmaba Quemada, la película protagonizada por Brando que ocasionó en la ciudad en el año de 1968 una mareta hasta ahora no cesa.
Todo el asunto allí tratado resulta fascinante, porque el enigma policial, tal como diría Antonio Muñoz Molina: “es una forma narrativa perfecta, tan cerrada sobre sí misma como un soneto, o como una sonata clásica de piano, tan reiterativa y tan flexible como el blues” Junieles ha atendido a una tradición que tiene grandes exponentes haciendo gala de una mezcla sin tachadura, en la cual lo policiaco viene de una voz de un periodista-abogado, un hombre de letras, capaz de desplegar el mundo de esta novela de cuatrocientas páginas de manera verosímil, táctil, con una tensión que no disminuye, amarrada no ya a los hechos, sino también al carácter de los personajes que son el muelle en donde todo confluye, con la poesía como ancla.
La poesía ha elevado esta historia a un buen lugar en la narrativa actual. Se compadece con el mundo creado, lo hace aprehensible, hace que nos toque en lo elemental y en lo extraordinario, flexibiliza lo que podría, sin ella, ser un simple cálculo de tiempos o de coincidencias. Me asomo con Junieles a esta tradición de lo policiaco y pienso, por ejemplo, en Paul Auster, en el personaje de Ciudad de Cristal, Daniel Quinn, que de detective deviene escritor y esa voz poética contundente se fragua ahí hasta hacernos saber que la historia por auténtica y buena no podría ser sino por ese lenguaje, por los momentos en que incluso se abandona el curso de los hechos para regresar a la intimidad de la imagen, para registrar la hondura que en el espíritu tienen los acontecimientos. La poesía, y recordemos que Junieles es primero poeta, es principio que agita el interior, tal como ha sucedido acá.
¿Qué de qué va la novela? ¡Ah! De Cartagena, de los amigos de Brando cuando se rodó la película, de Tomassi, el italiano asistente de Brando que lo seguía a todas partes para que todo saliera perfecto para el actor, el mismo que regresa a Cartagena cuarenta años después para buscar a un cronista que escriba sobre la época del rodaje; de Alsino Bitar el legendario extra de películas, de la muerte de la cantante Evangelina Saumeth cuya belleza a todos hechizaba, del montón de extras negros a los que les daban cualquier comida y que Brando puso a su lado pidiendo igualdad de trato o de lo contrario se retiraba de la cinta; del sacerdote que se enamoró de Evangelina a los catorce años de manera irredenta, de los amigos y la ciudad de ese año y todo lo bueno que lo pasaron. Como en una película está lo que se edita, cuadro a cuadro, pero en el back, también hay un cuadro a cuadro que en esta ocasión el cronista y su poesía arman y al final se superpone: la del descubrimiento de la asesina de Evangelina Saumeth, la del policía Sablaza y todos sus entuertos, la de la enorme pobreza de Cartagena ayer como ahora, la del clasismo galopante de una sociedad que no se ha aceptado, ni se ha entendido y que sigue respondiendo a un papel que le dieron para protagonizar desde las élites del Corralito y de Bocagrande una imagen de gran tarima; la de las niñas prostituidas porque no hay más chance, la de una clase política y una corrupción que no ha permitido crear nada bueno para la mayoría, la de las dificultades de la educación; la de las historias tapadas y los amantes negados, que como diría mi ausente amigo Oscar Collazos, explicarían el color café con leche de montones de hijos de matrimonios blancos y de empleadas del servicio doméstico. La Cartagena que es, que amamos y que nos duele.
Con toda esta exposición Junieles logra también ser un escritor de su tiempo, presente para contar las verdades, flaneur de las calles y de las almas, honestamente inmerso en los asuntos que conoce; pero sobre todo, un oidor de cuentos de esos que no deja pasar detalle y busca y rebusca para saciar la curiosidad que lo lleva hasta la ficción, con esa paleta de colores que marca el gran horizonte de los narradores auténticos de caribe.
POR: María Angélica Pumarejo
Un cronista narra, al interior de ese mundo que será una novela, la búsqueda que otros personajes hicieron de él para que escribiera una crónica. Además de escribir la crónica, alterna su voz escribiendo la manera como recopila la información, los hallazgos que lo conducen por fuera del objetivo inicial y la reflexión sobre su […]
Un cronista narra, al interior de ese mundo que será una novela, la búsqueda que otros personajes hicieron de él para que escribiera una crónica. Además de escribir la crónica, alterna su voz escribiendo la manera como recopila la información, los hallazgos que lo conducen por fuera del objetivo inicial y la reflexión sobre su escritura y su deber, amén de la reflexión continua sobre el lugar y las gentes en el mismo tiempo en que escribe. Parece un trabalenguas, pero no, es la estructura de la nueva novela de J.J. Junieles, titulada El hombre que hablaba de Marlon Brando, de editorial Planeta, para contarnos, con la voz principal de Santiago Barón Llorente, lo que pasó en Cartagena cuando se filmaba Quemada, la película protagonizada por Brando que ocasionó en la ciudad en el año de 1968 una mareta hasta ahora no cesa.
Todo el asunto allí tratado resulta fascinante, porque el enigma policial, tal como diría Antonio Muñoz Molina: “es una forma narrativa perfecta, tan cerrada sobre sí misma como un soneto, o como una sonata clásica de piano, tan reiterativa y tan flexible como el blues” Junieles ha atendido a una tradición que tiene grandes exponentes haciendo gala de una mezcla sin tachadura, en la cual lo policiaco viene de una voz de un periodista-abogado, un hombre de letras, capaz de desplegar el mundo de esta novela de cuatrocientas páginas de manera verosímil, táctil, con una tensión que no disminuye, amarrada no ya a los hechos, sino también al carácter de los personajes que son el muelle en donde todo confluye, con la poesía como ancla.
La poesía ha elevado esta historia a un buen lugar en la narrativa actual. Se compadece con el mundo creado, lo hace aprehensible, hace que nos toque en lo elemental y en lo extraordinario, flexibiliza lo que podría, sin ella, ser un simple cálculo de tiempos o de coincidencias. Me asomo con Junieles a esta tradición de lo policiaco y pienso, por ejemplo, en Paul Auster, en el personaje de Ciudad de Cristal, Daniel Quinn, que de detective deviene escritor y esa voz poética contundente se fragua ahí hasta hacernos saber que la historia por auténtica y buena no podría ser sino por ese lenguaje, por los momentos en que incluso se abandona el curso de los hechos para regresar a la intimidad de la imagen, para registrar la hondura que en el espíritu tienen los acontecimientos. La poesía, y recordemos que Junieles es primero poeta, es principio que agita el interior, tal como ha sucedido acá.
¿Qué de qué va la novela? ¡Ah! De Cartagena, de los amigos de Brando cuando se rodó la película, de Tomassi, el italiano asistente de Brando que lo seguía a todas partes para que todo saliera perfecto para el actor, el mismo que regresa a Cartagena cuarenta años después para buscar a un cronista que escriba sobre la época del rodaje; de Alsino Bitar el legendario extra de películas, de la muerte de la cantante Evangelina Saumeth cuya belleza a todos hechizaba, del montón de extras negros a los que les daban cualquier comida y que Brando puso a su lado pidiendo igualdad de trato o de lo contrario se retiraba de la cinta; del sacerdote que se enamoró de Evangelina a los catorce años de manera irredenta, de los amigos y la ciudad de ese año y todo lo bueno que lo pasaron. Como en una película está lo que se edita, cuadro a cuadro, pero en el back, también hay un cuadro a cuadro que en esta ocasión el cronista y su poesía arman y al final se superpone: la del descubrimiento de la asesina de Evangelina Saumeth, la del policía Sablaza y todos sus entuertos, la de la enorme pobreza de Cartagena ayer como ahora, la del clasismo galopante de una sociedad que no se ha aceptado, ni se ha entendido y que sigue respondiendo a un papel que le dieron para protagonizar desde las élites del Corralito y de Bocagrande una imagen de gran tarima; la de las niñas prostituidas porque no hay más chance, la de una clase política y una corrupción que no ha permitido crear nada bueno para la mayoría, la de las dificultades de la educación; la de las historias tapadas y los amantes negados, que como diría mi ausente amigo Oscar Collazos, explicarían el color café con leche de montones de hijos de matrimonios blancos y de empleadas del servicio doméstico. La Cartagena que es, que amamos y que nos duele.
Con toda esta exposición Junieles logra también ser un escritor de su tiempo, presente para contar las verdades, flaneur de las calles y de las almas, honestamente inmerso en los asuntos que conoce; pero sobre todo, un oidor de cuentos de esos que no deja pasar detalle y busca y rebusca para saciar la curiosidad que lo lleva hasta la ficción, con esa paleta de colores que marca el gran horizonte de los narradores auténticos de caribe.
POR: María Angélica Pumarejo