-->
Publicidad
Categorías
Categorías
Opinión - 3 abril, 2025

Mariangola tiene sed y Valledupar calor

En una edición reciente de EL PILÓN me enteré de dos hechos que aportan a la evidencia de que la tierra está en incesante proceso de calentamiento: uno, la asociación de jugadores profesionales de fútbol solicita que los partidos que se jueguen en Valledupar, contra Alianza, se programen para horas nocturnas, porque a las 3:30 p.m. la temperatura ronda los 40 grados.

Boton Wpp

En una edición reciente de EL PILÓN me enteré de dos hechos que aportan a la evidencia de que la tierra está en incesante proceso de calentamiento: uno, la asociación de jugadores profesionales de fútbol solicita que los partidos que se jueguen en Valledupar, contra Alianza, se programen para horas nocturnas, porque a las 3:30 p.m. la temperatura ronda los 40 grados. Dos, el río que surte de agua al acueducto de Mariangola se secó, hoy sólo deja ver un rastro de arena y piedras –cual paisaje lunar–. Los mariangoleros recuerdan que la última vez que vieron el río sin agua fue en el verano de 2016.

¿Cuántas evidencias más se necesitan para demostrar que el calentamiento global de la tierra no es un cuento chino? Necio sería llamar ‘profetas de desastres’ a quienes intentan advertir a tiempo sobre lo catastrófico que sería ver a media humanidad haciendo cola para conseguir un cántaro de agua. A su lado, el covid-19 no pasaría de ser una severa, pero transitoria gripa.

Desde mi condición de educador –hoy en retiro– he dicho que la misión para la salvación de la humanidad está en las manos de los niños y adolescentes, bajo el liderazgo de docentes debidamente sensibilizados para asumir el reto de una educación ambiental en donde el agua y los árboles sean tan importantes como el lenguaje para la comunicación y la matemática para las cuentas. Los niños y adolescentes tienen la virtud de captar con rapidez nuevos aprendizajes. Es fácil imaginarse las brigadas de estudiantes, acompañados de sus maestros, sembrando árboles por las márgenes de los ríos y quebradas.

Me permito compartir una experiencia, que bien podría ser una fábula. Siendo aún niño, entre el cincuenta y sesenta del siglo pasado, solía acompañar a un amigo que tenía una puntería letal con la honda. Ya en el monte, por la ribera del río, empezaba la faena de cacería y cualquier cosa que se moviera fungía de presa: pájaro, conejo, lagartija y hasta culebras. Esa compañía terminó la mañana en que mi amigo le tiró a un cucarachero en un palo de guácimo. Dio en el blanco, pero el pájaro no cayó, quedó colgado de la uña, prendido de una rama; la pareja del pájaro muerto bajó hasta esa rama y se arrimó como para darle aliento… De nuevo tiró mi amigo, y los dos pájaros cayeron al suelo.

Ya docente, en el INEM Francisco José de Caldas de Popayán, fui testigo, hará diez años, de la siguiente escena: el jardinero hacía la poda de arbustos en la zona verde, sin darse cuenta trozó la rama donde había un nido de tórtolas; dos niños de 7° grado que vieron lo ocurrido, salieron disparados del salón, sin siquiera pedir permiso, recogieron el nido con los pichoncitos y lo acomodaron en otra rama. Confieso que la escena me arrancó una furtiva lágrima, por los cucaracheros muertos.

No sé qué pensarán los lectores, pero a mí me dejó muy pensativo esa experiencia. Quise inferir que esos niños habían sido sensibilizados en la escuela para actuar de una manera en que ya no eran cazadores, sino cuidadores del hábitat natural. Moraleja: la salvación de la humanidad está en los espacios educativos. 

Por: Donaldo Mendoza.

Opinión
3 abril, 2025

Mariangola tiene sed y Valledupar calor

En una edición reciente de EL PILÓN me enteré de dos hechos que aportan a la evidencia de que la tierra está en incesante proceso de calentamiento: uno, la asociación de jugadores profesionales de fútbol solicita que los partidos que se jueguen en Valledupar, contra Alianza, se programen para horas nocturnas, porque a las 3:30 p.m. la temperatura ronda los 40 grados.


Boton Wpp

En una edición reciente de EL PILÓN me enteré de dos hechos que aportan a la evidencia de que la tierra está en incesante proceso de calentamiento: uno, la asociación de jugadores profesionales de fútbol solicita que los partidos que se jueguen en Valledupar, contra Alianza, se programen para horas nocturnas, porque a las 3:30 p.m. la temperatura ronda los 40 grados. Dos, el río que surte de agua al acueducto de Mariangola se secó, hoy sólo deja ver un rastro de arena y piedras –cual paisaje lunar–. Los mariangoleros recuerdan que la última vez que vieron el río sin agua fue en el verano de 2016.

¿Cuántas evidencias más se necesitan para demostrar que el calentamiento global de la tierra no es un cuento chino? Necio sería llamar ‘profetas de desastres’ a quienes intentan advertir a tiempo sobre lo catastrófico que sería ver a media humanidad haciendo cola para conseguir un cántaro de agua. A su lado, el covid-19 no pasaría de ser una severa, pero transitoria gripa.

Desde mi condición de educador –hoy en retiro– he dicho que la misión para la salvación de la humanidad está en las manos de los niños y adolescentes, bajo el liderazgo de docentes debidamente sensibilizados para asumir el reto de una educación ambiental en donde el agua y los árboles sean tan importantes como el lenguaje para la comunicación y la matemática para las cuentas. Los niños y adolescentes tienen la virtud de captar con rapidez nuevos aprendizajes. Es fácil imaginarse las brigadas de estudiantes, acompañados de sus maestros, sembrando árboles por las márgenes de los ríos y quebradas.

Me permito compartir una experiencia, que bien podría ser una fábula. Siendo aún niño, entre el cincuenta y sesenta del siglo pasado, solía acompañar a un amigo que tenía una puntería letal con la honda. Ya en el monte, por la ribera del río, empezaba la faena de cacería y cualquier cosa que se moviera fungía de presa: pájaro, conejo, lagartija y hasta culebras. Esa compañía terminó la mañana en que mi amigo le tiró a un cucarachero en un palo de guácimo. Dio en el blanco, pero el pájaro no cayó, quedó colgado de la uña, prendido de una rama; la pareja del pájaro muerto bajó hasta esa rama y se arrimó como para darle aliento… De nuevo tiró mi amigo, y los dos pájaros cayeron al suelo.

Ya docente, en el INEM Francisco José de Caldas de Popayán, fui testigo, hará diez años, de la siguiente escena: el jardinero hacía la poda de arbustos en la zona verde, sin darse cuenta trozó la rama donde había un nido de tórtolas; dos niños de 7° grado que vieron lo ocurrido, salieron disparados del salón, sin siquiera pedir permiso, recogieron el nido con los pichoncitos y lo acomodaron en otra rama. Confieso que la escena me arrancó una furtiva lágrima, por los cucaracheros muertos.

No sé qué pensarán los lectores, pero a mí me dejó muy pensativo esa experiencia. Quise inferir que esos niños habían sido sensibilizados en la escuela para actuar de una manera en que ya no eran cazadores, sino cuidadores del hábitat natural. Moraleja: la salvación de la humanidad está en los espacios educativos. 

Por: Donaldo Mendoza.