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Cultura - 15 diciembre, 2023

Lucho Bermúdez, el primero que interpretó el vallenato en bandas

Todo parece indicar que el proceso se inició hace 90 años y su protagonista fue el reconocido compositor, arreglista, director e intérprete de música tropical.

Al iniciar una nueva versión del Festival Vallenato en Bandas, la historia nos pone en la dirección de encontrar el inicio y los protagonistas de esta forma de interpretar la música originada con el acordeón, que hoy es representativa del país en el exterior. Todo parece indicar que el proceso se inició hace 90 años y su protagonista  fue el reconocido compositor, arreglista, director e intérprete de música tropical, Luis Eduardo Bermúdez Acosta  -o Lucho Bermúdez, como se le conoce-,  nacido en el Carmen de Bolívar, el 25 de enero de 1912, pero criado y formado musicalmente en Aracataca desde los nueve años.

Perteneciente a una familia de músicos y huérfano de padre, a los nueve años su familia materna se ubicó en Aracataca; allí, su tío Rafael Acosta Montes dirigía la banda ‘Armonía Santa Cecilia’, que serviría de escuela musical al pequeño, al tiempo que realizaba estudios primarios en una institución local; y concluidos estos, la familia se trasladó a Santa Marta, en donde inició el bachillerato en el Liceo Celedón, los cuales cursó hasta mitad del tercer año, pues los abandonó para vincularse a la banda militar del Batallón Córdova, invitado, tras realizar magistralmente un solo de clarinete ante el presidente de Colombia y autoridades nacionales, durante los actos conmemorativos del 4° centenario de la ciudad.

EL COMIENZO 

Durante su estadía como estudiante en Santa Marta, dadas sus capacidades y experiencia, para contribuir con el sostenimiento familiar simultáneamente participó como invitado en varias agrupaciones musicales.

La afortunada vinculación a la banda militar marcaría su vocación definitiva hacia la música, a la cual se dedicó por completo a tan temprana edad. En Aracataca había aprendido a tocar todos los instrumentos de viento de la banda, como el saxofón, el trombón, la trompeta, la tuba, la flauta piccolo y  el clarinete; y a perfeccionar los conocimientos de gramática musical para la lectoescritura del repertorio que interpretaban.

Además de las orientaciones de su tío, en la banda militar tuvo profesores que influyeron definitivamente en su formación musical. Del excelente clarinetista Juan Noguera, aprendió los secretos del instrumento que terminó abrazando como su favorito, y que dominó con maestría y superioridad poco lograda por otros en Colombia. A la par, aprovechó muy bien las enseñanzas de los maestros Manuel Duarte y Carlos Rodríguez, director de la banda; y las clases en la Academia del profesor Guillermo Rico, un maestro formado en Europa; con quien conoció el mundo del jazz, que encontró novedoso y fascinante; siendo permeado por los estilos de George Gershwin, Benny Goodman y Duke Ellington.

En octubre de 1929, con la caída estrepitosa de la bolsa de valores de Nueva York, conocida mundialmente como el Crac del 29, se inició en Estados Unidos la llamada Gran Depresión que rápidamente se extendió por todo el mundo, con efectos devastadores en la economía de casi todos los países, ricos o pobres, con expansión de la inseguridad y la miseria propagadas como una pandemia. El fenómeno generó caídas en las rentas nacionales, los ingresos fiscales, las ganancias de las empresas y los precios en el mercado, con  descensos entre el 50 y 60% en el comercio internacional e incremento del desempleo mundial. 

La Gran Depresión se extendió por el mundo a comienzos de 1930. Colombia no fue la excepción, ni estuvo al margen de la situación. El fenómeno afectó las finanzas del país y el gobierno recortó presupuesto de funcionamientos no esenciales a sus instituciones.

EL JOVEN MAESTRO

Entre los recortes oficiales, las fuerzas armadas debieron recomponer su organización y presupuestos. Como resultado, la Banda Militar del Batallón Córdova perdió piso financiero y fue liquidada, dejando a sus músicos a la deriva. En este momento ya el joven ‘Lucho’ tenía 18 años y había compuesto piezas musicales que respondían a formatos de música de salón, sobre todo, ritmos del interior del país como pasillos, bambucos, torbellinos y danzones. 

A mediados de 1930, la familia regresó a Aracataca, en donde el ‘Tío Rafael’ recupera su puesto en la Armonía Santa Cecilia y ‘Lucho’ hacía esporádicos toques. Pero la situación económica de la zona se hizo insostenible, agravada con la masacre de trabajadores bananeros de 1928. 

SU CONEXIÓN CON EL CESAR

A mediados de agosto de 1930 ya contando con 19 años no cumplidos aún, ‘Lucho’ decide emprender viaje hacia el interior del país en busca de mejor suerte laboral. Simultáneo a estos planes, fue invitado a vincularse en la banda ‘Ocho de Septiembre’, de Chiriguaná, el puerto más importante sobre el río Cesar, en su época navegable, que movía el comercio desde y hacia los actuales departamentos del Cesar y La Guajira y el interior del país; con una dinámica comercial y económica de gran importancia regional. 

Decidido a probar suerte y tras la acogida de los músicos de Chiriguaná, el joven artista se integró y entró en acción como director musical de la banda, conformada por músicos jóvenes y coetáneo suyos; entre ellos el joven acordeonero Miguel Uldarico Sierra, oriundo de La Jagua de Ibirico, quien no encontró acogida en la banda para su acordeón, instrumento que tan solo empezaba a abrirse espacio en la región; por eso se dedicó a otros instrumentos de viento de la banda y a la gramática musical, sin abandonar el acordeón. 

Conocedor del talento del joven Miguel, tras su partida el ‘Maestro Lucho’ lo dejó encargado a Máximo Cuadro, trompetista y el más aventajado de los músicos de la banda, quien termina su labor formativa en gramática musical, solfeo y el dominio de la trompeta.

En el grupo, encontró ‘Lucho’ un entusiasmo vital y contagioso por la música, que creció con su llegada. Rápidamente su presencia se reflejó en cambios sustanciales en la agrupación. Con gran disciplina los ensayos se hicieron cotidianos, igual los entrenamientos y prácticas individuales por turnos, las lecciones de gramática musical y solfeo y las presentaciones con fines pecuniarios empezaron a ser más frecuentes. A pesar de su juventud, no tardó el grupo y la sociedad en darle el reconocimiento de Maestro, categoría que hasta ese momento solo le reconocían a Miguel Cuadro, como director general de la banda. 

El joven maestro asumió el rol de director artístico de la banda, que a partir de su llegada adoptó un formato más profesional. Por eso, tuvo mucho de realidad lo que le confesó en entrevista a Heriberto Fiorillo: “puedo decir que, en Chiriguaná, me convertí en el maestro Lucho”. Un maestro muy joven, investido con ese carácter a la precaria edad de veinte años. 

UN NUEVO PROCESO MUSICAL

Dadas las condiciones financieras de los músicos, que hacían esta labor casi como un pasatiempo; y debido a su experiencia en Aracataca y Santa Marta, ‘Lucho’ empezó a buscar oportunidades de ingresos, para lo cual creó la academia, amenizaban fiestas patronales, matrimonios y festejos privados; inicialmente en poblados cercanos, como Curumaní, Rinconhondo, La Jagua de Ibirico y El Paso. Y pronto empezaron a llamarlos de Chimichagua, El Banco, Codazzi, Fundación, Mompox y otras poblaciones de la región. 

La experiencia con la música de salón, interpretando bambucos, pasillos, torbellinos y valses, no era la apropiada para esta región, con un ánimo más popular. En Chiriguaná, debido a la necesidad de música fiestera de carácter popular, el ‘Maestro Lucho’ empezó a perfilarse como compositor de música movida del Caribe; y arreglista que adaptó ritmos tradicionales colombianos como gaitas, cumbias, mapalés y porros; los cuales, alternaban según la ocasión, con valses, polkas, mazurcas, fox-trot y marchas, demostrando su versatilidad para incorporar los diferentes aires autóctonos en ritmos modernos que se convertirían en referentes de identidad musical nacional. 

Así fue como los aires musicales del vallenato, empezaron a incorporarse al repertorio de la banda y por primera vez a una banda de música. Concretamente, de los ritmos vallenatos que ya empezaban a definirse, ‘Lucho’ Bermúdez incorporó al repertorio de la banda, paseos y puyas. De esa temporada se recuerdan especialmente en ritmo de puya ‘La Tina’, de creación colectiva, compuesta a una de las bailadoras de la Academia, conocida como ‘La Tina’ Perea y el paseo de Máximo Cuadro ‘Quisiera tomarme un trago’; canciones que, si bien no tuvieron éxito discográfico, porque en ese momento esta industria no existía en el país, si tuvieron vida en el repertorio de la banda y son el antecedente más remoto conocido, de la interpretación del vallenato en bandas; cuyas partituras lastimosamente, tras la disolución de la banda y la muerte de Máximo Cuadro, el principal notario y guardián de sus pentagramas, ese patrimonio pasó  al baúl del olvido, víctima de las llamas a las cuales los enviaron sus allegados, desconociendo su valor histórico y cultural. 

LA PUYA EN BANDA

En uno de sus ensayos, en son de broma y para congraciar a la bailadoras de ‘La Academia’, conocida popularmente como ‘La Tina’, empezaron con la música de su clarinete a componer lo que esa misma semana quedaría perfeccionada en ritmo de puya con el título de ‘La Tina’:

La Tina dice que baila caramba

Y no baila ná

La Tina dice que puya señores,

Y no puya ná

Ay puya puyará, ay puya puyará…

Y en cuanto al paseo, de la autoría de uno de los músicos más talentosos, pero también el más aficionado a los gustos etílicos, su primera estrofa decía:

Quisiera tomarme un trago

Pero no tengo billete, 

Pidámoselo a Magalo

Que es el dueño e los toretes…

No tengo…

Todito se me ha acabado

No tengo…

Por ese maldito trago…

II

Al dejar Chiriguaná en 1933, ‘Lucho’ regresó brevemente a Aracataca. Su familia se había ido a Cartagena, en donde su hermano Cristóbal tocaba trompeta en la Banda Departamental. Con la experiencia de Chiriguaná como director artístico, se integró a esta organización como arreglista; y pronto pasó a la dirección  artística de una de las orquestas más populares de ese momento y de la historia musical de Cartagena, ‘La A Número Uno’,  del maestro ‘Pepe’ Pianeta Pitalúa; y en 1939 creó su propia agrupación, ‘La Orquesta del Caribe’. En este periodo se consolida como arreglista, director y compositor de ritmos tropicales, entre ellos paseos y puyas, que tendrían vigencia en su repertorio total.

La Banda Ocho de Septiembre’, tuvo continuidad por casi dos décadas más, hasta su disolución a finales de los años cuarenta, manteniendo el formato estructurado por ‘Lucho’ Bermúdez; y tras desaparecer, dejó una estela de experiencias musicales que aún hoy siguen teniendo impacto positivos en la región. Siendo su labor más encomiable, tal vez la cumplida por el discípulo Miguel Sierra, quien mejor asimiló los conocimientos de gramática musical y tal vez quien más incidió para que las bandas de la región, incluyeran  ritmos vallenatos en su repertorio.

LA EVOLUCIÓN MUSICAL EN LA JAGUA

Hacia 1936, esta semilla musical, en manos de Miguel Sierra, empezó a fructificar en La Jagua de Ibirico. Al ser aislado como acordeonero en la banda, bajo la tutela pedagógica de Bermúdez Acosta, Sierra se empeñó en aprender todos los instrumentos y los fundamentos de la gramática musical, con su notación en partituras, para su interpretación con los instrumentos de las bandas que interpretan la música popular en el Caribe; y con esta base se proyectó; primero, como miembro eventual de ‘La Banda 8 de Septiembre’ y después, en La Jagua, continuó con la interpretación del acordeón en sus formas cromática y diatónica. Con esta experiencia y su disciplina autoformativa se proyectó como gran arreglista.

A mediados de los años cuarenta, Miguel Sierra emigró a Villanueva, y en su reencuentro con Escolástico Romero lo ayudó a perfeccionar su toque del acordeón. También se integró como trompetista de la banda de Reyes Torres; asumió además la dirección artística, la transcripción y los arreglos musicales del repertorio –que ya incluía pasos y sones de la época– y enseñaba gramática musical a los integrantes de la agrupación. En este periodo también asesoró musicalmente la banda del maestro ‘Juancho’ Gil, en Villanueva, y la banda ‘San Francisco’, dirigida por Manito Johnson, en La Paz, especialmente orientándolos musicalmente, haciéndoles arreglos orquestales y escribiendo la partitura de gran parte de sus repertorios.

Hacia 1953 regresó a La Jagua y organizó su propia agrupación a la cual da el nombre de ‘Conjunto San Miguel’, en el cual el acordeón era el instrumento base, a cuyo alrededor giraban los demás instrumentos propios de una banda, como la trompeta, el clarinete, el bombo, los platillos y el redoblante; su repertorio incluía los vallenatos que ya se estaban grabando desde la década anterior. 

OTRA AGRUPACIÓN, NACEN LOS ‘CUMBANCHEROS DEL RITMO’

Finalizada la década de los cincuenta y dada la acogida del ‘Conjunto San Miguel’, Sierra convocó músicos de Chiriguaná, Villanueva, La Jagua del Pilar y Codazzi, e integró nuevos instrumentos a la agrupación, que en 1960 empezó a llamarse ‘Banda San Miguel de La Jagua’, y hacia 1963 tomó el nombre de ‘Orquesta Los legendarios Cumbancheros del Ritmo’, que, según las circunstancias y necesidades, adoptaban el formato de banda u orquesta; por ejemplo, en fiestas patronales, los actos religiosos, misa, retreta y procesión actuaban con formato de banda y para casetas o baile en la plaza, se revestían de orquesta. 

De ‘Los Cumbancheros’, dada la aparición de nuevas figuras, en 1967 surgió la agrupación, ‘Orquesta Casinos del Cesar’ –ambas dirigidas y asesoradas musicalmente por el maestro Sierra-,  la cual, después de una rápida figuración fulgurante,  volvió a fusionarse con ‘Los Cumbancheros’; que hasta hoy, siguen siendo un referente inexorable de la memoria musical, bandística y orquestal de la región, manteniendo el rasgo de una identidad, interpretando los aires vallenatos y ritmos tropicales propios de la región Caribe.

La organización ‘Cumbancheros del Ritmo’ ha sido una agrupación-escuela consolidada hoy como la organización orquestal más antigua del Cesar; por la cual han pasado músicos de muchas partes, que han llevado repertorios de música vallenata a las bandas de regiones, como Bucaramanga, Santa Marta, Ocaña y Barranquilla. Y no se olvide que la incorporación de aires vallenatos al repertorio de las bandas de las Sabanas del Viejo Bolívar, ha sido una práctica común desde los años setenta, siguiendo el modelo cumbanchero.

POR SIMÓN MARTÍNEZ UBÁRNEZ/ESPECIAL PARA EL PILÓN.

Cultura
15 diciembre, 2023

Lucho Bermúdez, el primero que interpretó el vallenato en bandas

Todo parece indicar que el proceso se inició hace 90 años y su protagonista fue el reconocido compositor, arreglista, director e intérprete de música tropical.


Al iniciar una nueva versión del Festival Vallenato en Bandas, la historia nos pone en la dirección de encontrar el inicio y los protagonistas de esta forma de interpretar la música originada con el acordeón, que hoy es representativa del país en el exterior. Todo parece indicar que el proceso se inició hace 90 años y su protagonista  fue el reconocido compositor, arreglista, director e intérprete de música tropical, Luis Eduardo Bermúdez Acosta  -o Lucho Bermúdez, como se le conoce-,  nacido en el Carmen de Bolívar, el 25 de enero de 1912, pero criado y formado musicalmente en Aracataca desde los nueve años.

Perteneciente a una familia de músicos y huérfano de padre, a los nueve años su familia materna se ubicó en Aracataca; allí, su tío Rafael Acosta Montes dirigía la banda ‘Armonía Santa Cecilia’, que serviría de escuela musical al pequeño, al tiempo que realizaba estudios primarios en una institución local; y concluidos estos, la familia se trasladó a Santa Marta, en donde inició el bachillerato en el Liceo Celedón, los cuales cursó hasta mitad del tercer año, pues los abandonó para vincularse a la banda militar del Batallón Córdova, invitado, tras realizar magistralmente un solo de clarinete ante el presidente de Colombia y autoridades nacionales, durante los actos conmemorativos del 4° centenario de la ciudad.

EL COMIENZO 

Durante su estadía como estudiante en Santa Marta, dadas sus capacidades y experiencia, para contribuir con el sostenimiento familiar simultáneamente participó como invitado en varias agrupaciones musicales.

La afortunada vinculación a la banda militar marcaría su vocación definitiva hacia la música, a la cual se dedicó por completo a tan temprana edad. En Aracataca había aprendido a tocar todos los instrumentos de viento de la banda, como el saxofón, el trombón, la trompeta, la tuba, la flauta piccolo y  el clarinete; y a perfeccionar los conocimientos de gramática musical para la lectoescritura del repertorio que interpretaban.

Además de las orientaciones de su tío, en la banda militar tuvo profesores que influyeron definitivamente en su formación musical. Del excelente clarinetista Juan Noguera, aprendió los secretos del instrumento que terminó abrazando como su favorito, y que dominó con maestría y superioridad poco lograda por otros en Colombia. A la par, aprovechó muy bien las enseñanzas de los maestros Manuel Duarte y Carlos Rodríguez, director de la banda; y las clases en la Academia del profesor Guillermo Rico, un maestro formado en Europa; con quien conoció el mundo del jazz, que encontró novedoso y fascinante; siendo permeado por los estilos de George Gershwin, Benny Goodman y Duke Ellington.

En octubre de 1929, con la caída estrepitosa de la bolsa de valores de Nueva York, conocida mundialmente como el Crac del 29, se inició en Estados Unidos la llamada Gran Depresión que rápidamente se extendió por todo el mundo, con efectos devastadores en la economía de casi todos los países, ricos o pobres, con expansión de la inseguridad y la miseria propagadas como una pandemia. El fenómeno generó caídas en las rentas nacionales, los ingresos fiscales, las ganancias de las empresas y los precios en el mercado, con  descensos entre el 50 y 60% en el comercio internacional e incremento del desempleo mundial. 

La Gran Depresión se extendió por el mundo a comienzos de 1930. Colombia no fue la excepción, ni estuvo al margen de la situación. El fenómeno afectó las finanzas del país y el gobierno recortó presupuesto de funcionamientos no esenciales a sus instituciones.

EL JOVEN MAESTRO

Entre los recortes oficiales, las fuerzas armadas debieron recomponer su organización y presupuestos. Como resultado, la Banda Militar del Batallón Córdova perdió piso financiero y fue liquidada, dejando a sus músicos a la deriva. En este momento ya el joven ‘Lucho’ tenía 18 años y había compuesto piezas musicales que respondían a formatos de música de salón, sobre todo, ritmos del interior del país como pasillos, bambucos, torbellinos y danzones. 

A mediados de 1930, la familia regresó a Aracataca, en donde el ‘Tío Rafael’ recupera su puesto en la Armonía Santa Cecilia y ‘Lucho’ hacía esporádicos toques. Pero la situación económica de la zona se hizo insostenible, agravada con la masacre de trabajadores bananeros de 1928. 

SU CONEXIÓN CON EL CESAR

A mediados de agosto de 1930 ya contando con 19 años no cumplidos aún, ‘Lucho’ decide emprender viaje hacia el interior del país en busca de mejor suerte laboral. Simultáneo a estos planes, fue invitado a vincularse en la banda ‘Ocho de Septiembre’, de Chiriguaná, el puerto más importante sobre el río Cesar, en su época navegable, que movía el comercio desde y hacia los actuales departamentos del Cesar y La Guajira y el interior del país; con una dinámica comercial y económica de gran importancia regional. 

Decidido a probar suerte y tras la acogida de los músicos de Chiriguaná, el joven artista se integró y entró en acción como director musical de la banda, conformada por músicos jóvenes y coetáneo suyos; entre ellos el joven acordeonero Miguel Uldarico Sierra, oriundo de La Jagua de Ibirico, quien no encontró acogida en la banda para su acordeón, instrumento que tan solo empezaba a abrirse espacio en la región; por eso se dedicó a otros instrumentos de viento de la banda y a la gramática musical, sin abandonar el acordeón. 

Conocedor del talento del joven Miguel, tras su partida el ‘Maestro Lucho’ lo dejó encargado a Máximo Cuadro, trompetista y el más aventajado de los músicos de la banda, quien termina su labor formativa en gramática musical, solfeo y el dominio de la trompeta.

En el grupo, encontró ‘Lucho’ un entusiasmo vital y contagioso por la música, que creció con su llegada. Rápidamente su presencia se reflejó en cambios sustanciales en la agrupación. Con gran disciplina los ensayos se hicieron cotidianos, igual los entrenamientos y prácticas individuales por turnos, las lecciones de gramática musical y solfeo y las presentaciones con fines pecuniarios empezaron a ser más frecuentes. A pesar de su juventud, no tardó el grupo y la sociedad en darle el reconocimiento de Maestro, categoría que hasta ese momento solo le reconocían a Miguel Cuadro, como director general de la banda. 

El joven maestro asumió el rol de director artístico de la banda, que a partir de su llegada adoptó un formato más profesional. Por eso, tuvo mucho de realidad lo que le confesó en entrevista a Heriberto Fiorillo: “puedo decir que, en Chiriguaná, me convertí en el maestro Lucho”. Un maestro muy joven, investido con ese carácter a la precaria edad de veinte años. 

UN NUEVO PROCESO MUSICAL

Dadas las condiciones financieras de los músicos, que hacían esta labor casi como un pasatiempo; y debido a su experiencia en Aracataca y Santa Marta, ‘Lucho’ empezó a buscar oportunidades de ingresos, para lo cual creó la academia, amenizaban fiestas patronales, matrimonios y festejos privados; inicialmente en poblados cercanos, como Curumaní, Rinconhondo, La Jagua de Ibirico y El Paso. Y pronto empezaron a llamarlos de Chimichagua, El Banco, Codazzi, Fundación, Mompox y otras poblaciones de la región. 

La experiencia con la música de salón, interpretando bambucos, pasillos, torbellinos y valses, no era la apropiada para esta región, con un ánimo más popular. En Chiriguaná, debido a la necesidad de música fiestera de carácter popular, el ‘Maestro Lucho’ empezó a perfilarse como compositor de música movida del Caribe; y arreglista que adaptó ritmos tradicionales colombianos como gaitas, cumbias, mapalés y porros; los cuales, alternaban según la ocasión, con valses, polkas, mazurcas, fox-trot y marchas, demostrando su versatilidad para incorporar los diferentes aires autóctonos en ritmos modernos que se convertirían en referentes de identidad musical nacional. 

Así fue como los aires musicales del vallenato, empezaron a incorporarse al repertorio de la banda y por primera vez a una banda de música. Concretamente, de los ritmos vallenatos que ya empezaban a definirse, ‘Lucho’ Bermúdez incorporó al repertorio de la banda, paseos y puyas. De esa temporada se recuerdan especialmente en ritmo de puya ‘La Tina’, de creación colectiva, compuesta a una de las bailadoras de la Academia, conocida como ‘La Tina’ Perea y el paseo de Máximo Cuadro ‘Quisiera tomarme un trago’; canciones que, si bien no tuvieron éxito discográfico, porque en ese momento esta industria no existía en el país, si tuvieron vida en el repertorio de la banda y son el antecedente más remoto conocido, de la interpretación del vallenato en bandas; cuyas partituras lastimosamente, tras la disolución de la banda y la muerte de Máximo Cuadro, el principal notario y guardián de sus pentagramas, ese patrimonio pasó  al baúl del olvido, víctima de las llamas a las cuales los enviaron sus allegados, desconociendo su valor histórico y cultural. 

LA PUYA EN BANDA

En uno de sus ensayos, en son de broma y para congraciar a la bailadoras de ‘La Academia’, conocida popularmente como ‘La Tina’, empezaron con la música de su clarinete a componer lo que esa misma semana quedaría perfeccionada en ritmo de puya con el título de ‘La Tina’:

La Tina dice que baila caramba

Y no baila ná

La Tina dice que puya señores,

Y no puya ná

Ay puya puyará, ay puya puyará…

Y en cuanto al paseo, de la autoría de uno de los músicos más talentosos, pero también el más aficionado a los gustos etílicos, su primera estrofa decía:

Quisiera tomarme un trago

Pero no tengo billete, 

Pidámoselo a Magalo

Que es el dueño e los toretes…

No tengo…

Todito se me ha acabado

No tengo…

Por ese maldito trago…

II

Al dejar Chiriguaná en 1933, ‘Lucho’ regresó brevemente a Aracataca. Su familia se había ido a Cartagena, en donde su hermano Cristóbal tocaba trompeta en la Banda Departamental. Con la experiencia de Chiriguaná como director artístico, se integró a esta organización como arreglista; y pronto pasó a la dirección  artística de una de las orquestas más populares de ese momento y de la historia musical de Cartagena, ‘La A Número Uno’,  del maestro ‘Pepe’ Pianeta Pitalúa; y en 1939 creó su propia agrupación, ‘La Orquesta del Caribe’. En este periodo se consolida como arreglista, director y compositor de ritmos tropicales, entre ellos paseos y puyas, que tendrían vigencia en su repertorio total.

La Banda Ocho de Septiembre’, tuvo continuidad por casi dos décadas más, hasta su disolución a finales de los años cuarenta, manteniendo el formato estructurado por ‘Lucho’ Bermúdez; y tras desaparecer, dejó una estela de experiencias musicales que aún hoy siguen teniendo impacto positivos en la región. Siendo su labor más encomiable, tal vez la cumplida por el discípulo Miguel Sierra, quien mejor asimiló los conocimientos de gramática musical y tal vez quien más incidió para que las bandas de la región, incluyeran  ritmos vallenatos en su repertorio.

LA EVOLUCIÓN MUSICAL EN LA JAGUA

Hacia 1936, esta semilla musical, en manos de Miguel Sierra, empezó a fructificar en La Jagua de Ibirico. Al ser aislado como acordeonero en la banda, bajo la tutela pedagógica de Bermúdez Acosta, Sierra se empeñó en aprender todos los instrumentos y los fundamentos de la gramática musical, con su notación en partituras, para su interpretación con los instrumentos de las bandas que interpretan la música popular en el Caribe; y con esta base se proyectó; primero, como miembro eventual de ‘La Banda 8 de Septiembre’ y después, en La Jagua, continuó con la interpretación del acordeón en sus formas cromática y diatónica. Con esta experiencia y su disciplina autoformativa se proyectó como gran arreglista.

A mediados de los años cuarenta, Miguel Sierra emigró a Villanueva, y en su reencuentro con Escolástico Romero lo ayudó a perfeccionar su toque del acordeón. También se integró como trompetista de la banda de Reyes Torres; asumió además la dirección artística, la transcripción y los arreglos musicales del repertorio –que ya incluía pasos y sones de la época– y enseñaba gramática musical a los integrantes de la agrupación. En este periodo también asesoró musicalmente la banda del maestro ‘Juancho’ Gil, en Villanueva, y la banda ‘San Francisco’, dirigida por Manito Johnson, en La Paz, especialmente orientándolos musicalmente, haciéndoles arreglos orquestales y escribiendo la partitura de gran parte de sus repertorios.

Hacia 1953 regresó a La Jagua y organizó su propia agrupación a la cual da el nombre de ‘Conjunto San Miguel’, en el cual el acordeón era el instrumento base, a cuyo alrededor giraban los demás instrumentos propios de una banda, como la trompeta, el clarinete, el bombo, los platillos y el redoblante; su repertorio incluía los vallenatos que ya se estaban grabando desde la década anterior. 

OTRA AGRUPACIÓN, NACEN LOS ‘CUMBANCHEROS DEL RITMO’

Finalizada la década de los cincuenta y dada la acogida del ‘Conjunto San Miguel’, Sierra convocó músicos de Chiriguaná, Villanueva, La Jagua del Pilar y Codazzi, e integró nuevos instrumentos a la agrupación, que en 1960 empezó a llamarse ‘Banda San Miguel de La Jagua’, y hacia 1963 tomó el nombre de ‘Orquesta Los legendarios Cumbancheros del Ritmo’, que, según las circunstancias y necesidades, adoptaban el formato de banda u orquesta; por ejemplo, en fiestas patronales, los actos religiosos, misa, retreta y procesión actuaban con formato de banda y para casetas o baile en la plaza, se revestían de orquesta. 

De ‘Los Cumbancheros’, dada la aparición de nuevas figuras, en 1967 surgió la agrupación, ‘Orquesta Casinos del Cesar’ –ambas dirigidas y asesoradas musicalmente por el maestro Sierra-,  la cual, después de una rápida figuración fulgurante,  volvió a fusionarse con ‘Los Cumbancheros’; que hasta hoy, siguen siendo un referente inexorable de la memoria musical, bandística y orquestal de la región, manteniendo el rasgo de una identidad, interpretando los aires vallenatos y ritmos tropicales propios de la región Caribe.

La organización ‘Cumbancheros del Ritmo’ ha sido una agrupación-escuela consolidada hoy como la organización orquestal más antigua del Cesar; por la cual han pasado músicos de muchas partes, que han llevado repertorios de música vallenata a las bandas de regiones, como Bucaramanga, Santa Marta, Ocaña y Barranquilla. Y no se olvide que la incorporación de aires vallenatos al repertorio de las bandas de las Sabanas del Viejo Bolívar, ha sido una práctica común desde los años setenta, siguiendo el modelo cumbanchero.

POR SIMÓN MARTÍNEZ UBÁRNEZ/ESPECIAL PARA EL PILÓN.