Han pasado 20 años desde aquel 30 de agosto de 1996 cuando los habitantes del municipio El Paso, en el centro del departamento de Cesar, vivieron una toma guerrillera que sería el inicio de una cruenta época de violencia.
“Levántate pueblo cobarde”, esa frase quedó grabada en mi mente aquella noche. Provenía de una mujer, pero a mi corta edad no alcanzaba a comprender lo que sucedía. De repente mi padre atemorizado trataba de cubrirme con su cuerpo y al fondo se escuchaban los estallidos que confundí con los juegos pirotécnicos tradicionalmente sonaban cuando había festividad en el pueblo.
Los nervios se apoderaron de mi abuela que caminaba de la sala al cuarto, hasta que mi padre pegó un grito: “siéntese que esa es la guerrilla”. Entonces entendí que no eran voladores, si no ráfagas de fusil las que se escuchaban y el temor era que alguna bala pudiera atravesar las paredes de aquella vivienda de bahareque y así esperamos por casi dos horas a que todo volviera a la normalidad, mientras el techo se estremecía.
De repente el silencio se apoderó de la población y minutos más tardes se empezaron a escuchar los pasos de la gente que buscaba conocer lo que había sucedido. Todo era confuso en ese momento, la tensión reinaba en aquellas calles polvorientas y poco a poco llegó la información de que la Estación de Policía había sido destruida por hombres del frente 41 de las Farc.
De inmediato los curiosos y los familiares de las personas que vivían alrededor, se acercaron a la estación ubicada casi a la entrada del pueblo, en la calle principal. Allí solo encontraron los escombros de aquella construcción, una persona muerta y varios heridos.
“Yo desde temprano sentí un ambiente pesado pues cerca a la Estación de Policía había una cantina y había mucho movimiento de personas extrañas. Sin embargo me acosté y al poco tiempo escuché la primera explosión, me levanté y cogí a mis dos hijos con ganas de correr, pero cuando me asomo veo que eso estaba lleno de gente, pero la vibración hizo que la puerta se abriera. En eso me desmayé”, así recuerda Idania Mojica Montes, quien vivía frente del objetivo del ataque guerrillero.
Los niños salieron corriendo en busca de ayuda, mientras la mujer reaccionaba, sin embargo esta fue retenida por una guerrillera, mientras habitantes del pueblo se acercaban y le gritaban que no le hicieran nada, que ella no tenía nada que ver con la Policía.
Fue una de las noches más largas para los habitantes del municipio de El Paso, que anteriormente vivía en completa tranquilidad. Las personas solo querían que amaneciera, pues creían que con el día la zozobra iba a terminar, pero llegó la mañana y la tensión continuaba.
Entre los escombros había algunas granadas que seguían detonando y poco a poco al pueblo fueron llegando las autoridades que buscaban información sobre lo ocurrido la noche anterior.
“Fue una noche de miedo. Cuando inició todo yo pensé que sería lo último que viviríamos. A través de una hendija de la puerta podía ver a los guerrilleros que hablaban entre ellos sobre el destino de los policías que estaban de guardia y tiempo después gritaron: -chao pueblo, por acá volvemos-. En ese momento salí corriendo a la casa de mis padres para saber cómo estaban, teniendo en cuenta que vivían cerca de la estación. Cuando voy llegando veo en el suelo a un policía muerto y todo destruido”, contó Reginaldo Daza Rivera.
Un agente muerto, otros diez heridos y la destrucción total de la Estación de la Policía, fue el saldo que dejó la toma de unos 150 guerrilleros, quienes con anterioridad habían hecho inteligencia en el pueblo para lograr su cometido.
A El Paso tiempo antes había llegado un subversivo haciéndose pasar por comerciante, al igual que una mujer que se ganó la confianza de los policías para sacarles información.
Estas dos personas permanecieron en el pueblo con el fin de planear el ataque que se perpetuó el 30 de agosto de 1996, a las 11:00 de la noche. Este fue el inicio de una de las épocas más duras que hayan soportado los habitantes de este municipio ubicado en el Cesar, porque la toma de la guerrilla le abrió paso a la incursión paramilitar que cobró varias vidas.
La guerrilla había llegado un mes antes a pintar las paredes de varias viviendas. “Esa noche se escuchaban los ladridos de los perros y unos pitos con los que los guerrilleros se mandaban señal. Uno comenzó a sentirse mal y se escuchaba que permanecían a la orilla del río”, recordó Álvaro Banderas.
Las Farc quisieron hacerse sentir con este ataque y lo lograron. “Fue una experiencia horrible para una comunidad sana porque El Paso nos ha dado muestra en el pasado que no tenía antecedentes de violencia. Y eso nos dio otro dolor de cabeza pues el 19 de octubre del mismo año se da la incursión de paramilitarismo con el asesinato de dos jóvenes, a quienes acusaban de ser colaboradores de la guerrilla”, expresó Fabio Mendoza Noble, quien fue alcalde en esa época.
Belkis Peña Daza y Elkin Rincón Montero fueron las primeras víctimas de los paramilitares en El Paso, municipio que después de la toma guerrillera demoró varios años sin presencia permanente de la Policía.
“Yo compré una casa para la Estación, pero la Policía quería una más central y hasta que no se consiguió el lote donde funcionan hoy en la población no había autoridad. A veces llegaban de otros municipios a hacer rondas y se iban”, acotó el exalcalde.
Por mucho tiempo El Paso se convirtió en la tierra de nadie y hoy, 20 años después de aquella noche tenebrosa, es poco lo que ha cambiado.
“Los pueblos como El Paso que han recibido el mal llamado nombre de rico porque tienen carbón, pero que en nada lo ha beneficiado. Con ese remoquete los alcaldes se han dedicado a salir ricos y a hacer pavimentos porque es lo que más plata deja, pero se olvidan de lo social y problemas básicos como alcantarillado y agua no se solucionan”, concluyó Mendoza.
Aunque la violencia se retiró, sus habitantes siguen padeciendo por los mismos problemas sociales de antaño y aunque han pasado varias administraciones con muchas promesas todavía no cuentan un servicio de agua apta para beber.
Andreina Bandera / EL PILÓN
[email protected]
Han pasado 20 años desde aquel 30 de agosto de 1996 cuando los habitantes del municipio El Paso, en el centro del departamento de Cesar, vivieron una toma guerrillera que sería el inicio de una cruenta época de violencia.
“Levántate pueblo cobarde”, esa frase quedó grabada en mi mente aquella noche. Provenía de una mujer, pero a mi corta edad no alcanzaba a comprender lo que sucedía. De repente mi padre atemorizado trataba de cubrirme con su cuerpo y al fondo se escuchaban los estallidos que confundí con los juegos pirotécnicos tradicionalmente sonaban cuando había festividad en el pueblo.
Los nervios se apoderaron de mi abuela que caminaba de la sala al cuarto, hasta que mi padre pegó un grito: “siéntese que esa es la guerrilla”. Entonces entendí que no eran voladores, si no ráfagas de fusil las que se escuchaban y el temor era que alguna bala pudiera atravesar las paredes de aquella vivienda de bahareque y así esperamos por casi dos horas a que todo volviera a la normalidad, mientras el techo se estremecía.
De repente el silencio se apoderó de la población y minutos más tardes se empezaron a escuchar los pasos de la gente que buscaba conocer lo que había sucedido. Todo era confuso en ese momento, la tensión reinaba en aquellas calles polvorientas y poco a poco llegó la información de que la Estación de Policía había sido destruida por hombres del frente 41 de las Farc.
De inmediato los curiosos y los familiares de las personas que vivían alrededor, se acercaron a la estación ubicada casi a la entrada del pueblo, en la calle principal. Allí solo encontraron los escombros de aquella construcción, una persona muerta y varios heridos.
“Yo desde temprano sentí un ambiente pesado pues cerca a la Estación de Policía había una cantina y había mucho movimiento de personas extrañas. Sin embargo me acosté y al poco tiempo escuché la primera explosión, me levanté y cogí a mis dos hijos con ganas de correr, pero cuando me asomo veo que eso estaba lleno de gente, pero la vibración hizo que la puerta se abriera. En eso me desmayé”, así recuerda Idania Mojica Montes, quien vivía frente del objetivo del ataque guerrillero.
Los niños salieron corriendo en busca de ayuda, mientras la mujer reaccionaba, sin embargo esta fue retenida por una guerrillera, mientras habitantes del pueblo se acercaban y le gritaban que no le hicieran nada, que ella no tenía nada que ver con la Policía.
Fue una de las noches más largas para los habitantes del municipio de El Paso, que anteriormente vivía en completa tranquilidad. Las personas solo querían que amaneciera, pues creían que con el día la zozobra iba a terminar, pero llegó la mañana y la tensión continuaba.
Entre los escombros había algunas granadas que seguían detonando y poco a poco al pueblo fueron llegando las autoridades que buscaban información sobre lo ocurrido la noche anterior.
“Fue una noche de miedo. Cuando inició todo yo pensé que sería lo último que viviríamos. A través de una hendija de la puerta podía ver a los guerrilleros que hablaban entre ellos sobre el destino de los policías que estaban de guardia y tiempo después gritaron: -chao pueblo, por acá volvemos-. En ese momento salí corriendo a la casa de mis padres para saber cómo estaban, teniendo en cuenta que vivían cerca de la estación. Cuando voy llegando veo en el suelo a un policía muerto y todo destruido”, contó Reginaldo Daza Rivera.
Un agente muerto, otros diez heridos y la destrucción total de la Estación de la Policía, fue el saldo que dejó la toma de unos 150 guerrilleros, quienes con anterioridad habían hecho inteligencia en el pueblo para lograr su cometido.
A El Paso tiempo antes había llegado un subversivo haciéndose pasar por comerciante, al igual que una mujer que se ganó la confianza de los policías para sacarles información.
Estas dos personas permanecieron en el pueblo con el fin de planear el ataque que se perpetuó el 30 de agosto de 1996, a las 11:00 de la noche. Este fue el inicio de una de las épocas más duras que hayan soportado los habitantes de este municipio ubicado en el Cesar, porque la toma de la guerrilla le abrió paso a la incursión paramilitar que cobró varias vidas.
La guerrilla había llegado un mes antes a pintar las paredes de varias viviendas. “Esa noche se escuchaban los ladridos de los perros y unos pitos con los que los guerrilleros se mandaban señal. Uno comenzó a sentirse mal y se escuchaba que permanecían a la orilla del río”, recordó Álvaro Banderas.
Las Farc quisieron hacerse sentir con este ataque y lo lograron. “Fue una experiencia horrible para una comunidad sana porque El Paso nos ha dado muestra en el pasado que no tenía antecedentes de violencia. Y eso nos dio otro dolor de cabeza pues el 19 de octubre del mismo año se da la incursión de paramilitarismo con el asesinato de dos jóvenes, a quienes acusaban de ser colaboradores de la guerrilla”, expresó Fabio Mendoza Noble, quien fue alcalde en esa época.
Belkis Peña Daza y Elkin Rincón Montero fueron las primeras víctimas de los paramilitares en El Paso, municipio que después de la toma guerrillera demoró varios años sin presencia permanente de la Policía.
“Yo compré una casa para la Estación, pero la Policía quería una más central y hasta que no se consiguió el lote donde funcionan hoy en la población no había autoridad. A veces llegaban de otros municipios a hacer rondas y se iban”, acotó el exalcalde.
Por mucho tiempo El Paso se convirtió en la tierra de nadie y hoy, 20 años después de aquella noche tenebrosa, es poco lo que ha cambiado.
“Los pueblos como El Paso que han recibido el mal llamado nombre de rico porque tienen carbón, pero que en nada lo ha beneficiado. Con ese remoquete los alcaldes se han dedicado a salir ricos y a hacer pavimentos porque es lo que más plata deja, pero se olvidan de lo social y problemas básicos como alcantarillado y agua no se solucionan”, concluyó Mendoza.
Aunque la violencia se retiró, sus habitantes siguen padeciendo por los mismos problemas sociales de antaño y aunque han pasado varias administraciones con muchas promesas todavía no cuentan un servicio de agua apta para beber.
Andreina Bandera / EL PILÓN
[email protected]