El periodista Juan Rincón Vanegas le hizo seguimiento al juglar Lorenzo Morales y encontró que su última voluntad ya fue cumplida: sus restos reposan en el cementerio del pueblo que lo vio nacer el 19 de junio 1914.
Al juglar Lorenzo Miguel Morales Herrera le cumplieron su voluntad casi seis años después. Siempre que hablaba de la muerte o “cuando se le acabara la gasolina”, pedía que fuera llevado a su amado terruño Guacoche, corregimiento del norte de Valledupar, desde donde comenzó a escribir su propia historia, dejando su huella antes de poner el pie.
Moralito murió en Valledupar a las 6:20 de la mañana del viernes 26 de agosto de 2011, y fue sepultado en el cementerio central de la capital cesarense, pero siempre se tenía el propósito de trasladar sus restos mortales a la tierra que lo había visto nacer el 19 de junio de 1914.
Así se hizo en una sencilla y corta ceremonia donde sus familiares y paisanos volvieron a contar las hazañas de este juglar que montado en un burro y tocando su acordeón llevaba mensajes cantados por toda la provincia, y hasta la vez cuando se encontró en Urumita, La Guajira, con su compadre Emiliano Zuleta Baquero, naciendo en esa ocasión, año 1942, la canción ‘La gota fría’, el vallenato más escuchado en todos los tiempos.
El viejo Moralito, en sus 97 años de trajinar por el universo vallenato, marcó su propio camino, y como el mismo se calificó, era un errante, de esos que enamoraba tocando, cantando, verseando, y en algunas oportunidades cuando se le enredaba el anzuelo de la inspiración y no pescaba nada, sacaba de su prodigiosa memoria una aproximación a la locura del corazón.
Tengo que vivir errante en la vida
por tu amor que me ha causado demencia,
por eso es que el corazón me titila
yo sé que la criminal es la ausencia.
Esa mañana soleada, llegó en un vehículo el pequeño féretro con los restos de Moralito. El pueblo lo esperaba y le dieron una vuelta a la plaza y por la calle ancha se dirigió al campo santo donde hubo lágrimas, se juntaron las añoranzas y se le cantó al hombre que marcó su propia leyenda a través de las notas de su acordeón, de los cantos sencillos, la mayoría direccionados a las mujeres, con las cuales cosechó penas, alegrías, sentimientos bordados con gajos de amor y tuvo 37 hijos, de los cuales 17 los trajo al mundo Ana Romero, la mujer que lo acompañó durante 64 años, y que nunca sufrió de celos porque como indicaba, su gallo tarde o temprano regresaba a la casa.
Allí tomó la palabra Argemiro Quiroz Churio, presidente del Consejo Comunitario, quien hizo un recorrido por la vida y obra del juglar que llenó de orgullo a su tierra, esa misma que adornan tinajas, tunas y cardones.
El compositor Carlos Alfonso Rondón cantó a capela la canción de su autoría, ‘Bonitos cantares’.
Bonitos los cantares, tan bonitos
de Lorenzo Morales, Moralito
bonitos cantares y melodías
del hombre que inspiró ‘La gota fría’.
Después llegó el momento de dejarlo en su nueva morada llena de flores. El encargado de ubicar el féretro en la bóveda fue su hijo Rafael, quien con mucho llanto dijo: “Gracias papá, gracias papá. Fuiste el hombre que nunca nos abandonaste; fuiste una gloria del folclor vallenato y dejaste la huella antes de poner el pie. Nunca te olvidaremos”.
Llegaron los abrazos y en silencio se partió del cementerio donde reposará para siempre el hijo de Epimenio Herrera y Juana Morales.
Allá quedó Lorenzo Miguel, al que le dieron el recado grosero más famoso del mundo, el juglar que se ganó su propio espacio en el folclor vallenato donde no solamente cantaba y componía, sino que contaba cientos de anécdotas como la vez que escribió o como el mismo lo manifestó, “hizo sus garabatos”, de una canción y poco tiempo después con el ánimo de recibir el visto bueno se la dio a conocer a una paisana.
Ella, al tomar en sus manos la hoja de papel la leyó y le dijo: “Moralito, yo sé que tú no has estudiado mucho, pero aquí hay unas palabras mal escritas”, y se las enumeró. El legendario juglar, miró para todos lados, y entonces, en tono serio, le explicó una lección de esas que no tienen vuelta de hoja: “Vea amiga, el vallenato no tiene ortografía.
Tiene es canto y melodía”. Ella, para no pasar la pena ante la contundente respuesta, le pidió que se la cantara.
Moralito no quiso, sino ante el encanto de la mujer que tenía a su lado, decidió hacer una elocuente disertación. “Las mujeres son la esencia de la tierra y el alimento para el amor. El mundo sin mujeres hubiera sido un desastre”.
En el registro de su vida quedó la más completa entrega al folclor vallenato, las enseñanzas recibidas por su hermano Agustín Gutiérrez Morales para aprender a tocar el acordeón; ser el principal protagonista de la obra ‘La gota fría’ y de tener el récord imbatible de ser el participante con mayor edad en inscribirse para el concurso de la canción inédita vallenata. Tenía 95 años y presentó el paseo ‘La nevada y mi jardín’ en el 43º Festival de la Leyenda Vallenata, año 2010. Esa canción la había compuesto 40 años atrás.
De igual manera, producto de su chispa natural pudo a sus 96 años regalarle un piropo a una joven reportera de televisión de la capital del país. Después de la entrevista le dijo: “Déjame decirte que eres muy linda. Eres mucha vitamina. Lastima que a mi edad yo no me la pueda tomar”.
Ella sonrió y le estampó un beso en su frente para refrescarle la memoria al pequeño gigante de Guacoche, el rey de la calidad humana, del talento y quien nunca se cansó de entregar versos a la naturaleza, a las mujeres, al amor, a su querida tierra, a los amigos y a la propia vida.
Dejó tantas cosas, pero irremediablemente hay que quedarse sin pensarlo dos veces con este memorable pensamiento: “Moralito es pequeño de estatura, pero supo subirse a la escalera de la música vallenata, acompañado de una buena compañera, mi acordeón. Y esa si es buena compañera porque calla o suena cuando uno quiere”.
De esa dimensión era el juglar que dejó su huella en la tierra, para poner sus pies en el cielo.
Por Juan Rincón Vanegas
@juanrinconv
El periodista Juan Rincón Vanegas le hizo seguimiento al juglar Lorenzo Morales y encontró que su última voluntad ya fue cumplida: sus restos reposan en el cementerio del pueblo que lo vio nacer el 19 de junio 1914.
Al juglar Lorenzo Miguel Morales Herrera le cumplieron su voluntad casi seis años después. Siempre que hablaba de la muerte o “cuando se le acabara la gasolina”, pedía que fuera llevado a su amado terruño Guacoche, corregimiento del norte de Valledupar, desde donde comenzó a escribir su propia historia, dejando su huella antes de poner el pie.
Moralito murió en Valledupar a las 6:20 de la mañana del viernes 26 de agosto de 2011, y fue sepultado en el cementerio central de la capital cesarense, pero siempre se tenía el propósito de trasladar sus restos mortales a la tierra que lo había visto nacer el 19 de junio de 1914.
Así se hizo en una sencilla y corta ceremonia donde sus familiares y paisanos volvieron a contar las hazañas de este juglar que montado en un burro y tocando su acordeón llevaba mensajes cantados por toda la provincia, y hasta la vez cuando se encontró en Urumita, La Guajira, con su compadre Emiliano Zuleta Baquero, naciendo en esa ocasión, año 1942, la canción ‘La gota fría’, el vallenato más escuchado en todos los tiempos.
El viejo Moralito, en sus 97 años de trajinar por el universo vallenato, marcó su propio camino, y como el mismo se calificó, era un errante, de esos que enamoraba tocando, cantando, verseando, y en algunas oportunidades cuando se le enredaba el anzuelo de la inspiración y no pescaba nada, sacaba de su prodigiosa memoria una aproximación a la locura del corazón.
Tengo que vivir errante en la vida
por tu amor que me ha causado demencia,
por eso es que el corazón me titila
yo sé que la criminal es la ausencia.
Esa mañana soleada, llegó en un vehículo el pequeño féretro con los restos de Moralito. El pueblo lo esperaba y le dieron una vuelta a la plaza y por la calle ancha se dirigió al campo santo donde hubo lágrimas, se juntaron las añoranzas y se le cantó al hombre que marcó su propia leyenda a través de las notas de su acordeón, de los cantos sencillos, la mayoría direccionados a las mujeres, con las cuales cosechó penas, alegrías, sentimientos bordados con gajos de amor y tuvo 37 hijos, de los cuales 17 los trajo al mundo Ana Romero, la mujer que lo acompañó durante 64 años, y que nunca sufrió de celos porque como indicaba, su gallo tarde o temprano regresaba a la casa.
Allí tomó la palabra Argemiro Quiroz Churio, presidente del Consejo Comunitario, quien hizo un recorrido por la vida y obra del juglar que llenó de orgullo a su tierra, esa misma que adornan tinajas, tunas y cardones.
El compositor Carlos Alfonso Rondón cantó a capela la canción de su autoría, ‘Bonitos cantares’.
Bonitos los cantares, tan bonitos
de Lorenzo Morales, Moralito
bonitos cantares y melodías
del hombre que inspiró ‘La gota fría’.
Después llegó el momento de dejarlo en su nueva morada llena de flores. El encargado de ubicar el féretro en la bóveda fue su hijo Rafael, quien con mucho llanto dijo: “Gracias papá, gracias papá. Fuiste el hombre que nunca nos abandonaste; fuiste una gloria del folclor vallenato y dejaste la huella antes de poner el pie. Nunca te olvidaremos”.
Llegaron los abrazos y en silencio se partió del cementerio donde reposará para siempre el hijo de Epimenio Herrera y Juana Morales.
Allá quedó Lorenzo Miguel, al que le dieron el recado grosero más famoso del mundo, el juglar que se ganó su propio espacio en el folclor vallenato donde no solamente cantaba y componía, sino que contaba cientos de anécdotas como la vez que escribió o como el mismo lo manifestó, “hizo sus garabatos”, de una canción y poco tiempo después con el ánimo de recibir el visto bueno se la dio a conocer a una paisana.
Ella, al tomar en sus manos la hoja de papel la leyó y le dijo: “Moralito, yo sé que tú no has estudiado mucho, pero aquí hay unas palabras mal escritas”, y se las enumeró. El legendario juglar, miró para todos lados, y entonces, en tono serio, le explicó una lección de esas que no tienen vuelta de hoja: “Vea amiga, el vallenato no tiene ortografía.
Tiene es canto y melodía”. Ella, para no pasar la pena ante la contundente respuesta, le pidió que se la cantara.
Moralito no quiso, sino ante el encanto de la mujer que tenía a su lado, decidió hacer una elocuente disertación. “Las mujeres son la esencia de la tierra y el alimento para el amor. El mundo sin mujeres hubiera sido un desastre”.
En el registro de su vida quedó la más completa entrega al folclor vallenato, las enseñanzas recibidas por su hermano Agustín Gutiérrez Morales para aprender a tocar el acordeón; ser el principal protagonista de la obra ‘La gota fría’ y de tener el récord imbatible de ser el participante con mayor edad en inscribirse para el concurso de la canción inédita vallenata. Tenía 95 años y presentó el paseo ‘La nevada y mi jardín’ en el 43º Festival de la Leyenda Vallenata, año 2010. Esa canción la había compuesto 40 años atrás.
De igual manera, producto de su chispa natural pudo a sus 96 años regalarle un piropo a una joven reportera de televisión de la capital del país. Después de la entrevista le dijo: “Déjame decirte que eres muy linda. Eres mucha vitamina. Lastima que a mi edad yo no me la pueda tomar”.
Ella sonrió y le estampó un beso en su frente para refrescarle la memoria al pequeño gigante de Guacoche, el rey de la calidad humana, del talento y quien nunca se cansó de entregar versos a la naturaleza, a las mujeres, al amor, a su querida tierra, a los amigos y a la propia vida.
Dejó tantas cosas, pero irremediablemente hay que quedarse sin pensarlo dos veces con este memorable pensamiento: “Moralito es pequeño de estatura, pero supo subirse a la escalera de la música vallenata, acompañado de una buena compañera, mi acordeón. Y esa si es buena compañera porque calla o suena cuando uno quiere”.
De esa dimensión era el juglar que dejó su huella en la tierra, para poner sus pies en el cielo.
Por Juan Rincón Vanegas
@juanrinconv