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Opinión - 14 abril, 2025

Lirio Rojo

La familia Ochoa acompañó a su esposo al matrimonio y a la celebración. Mientras los Ochoa bailaban y festejaban con alegría por la unión de la pareja, los Mestre Gómez lloraban por la pérdida de su hija de apenas 15 años. No lo podían aceptar y jamás lo aceptarían.

Calixto Ochoa en sus años mozos. FOTO/CORTESÍA.
Calixto Ochoa en sus años mozos. FOTO/CORTESÍA.
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Para la barranquera Ofelia Gómez Solano, no era fácil perdonar la ofensa que le hizo aquel negrito que un día cualquiera se presentó a Pueblo Bello con una recua de burros comprando naranjas, y ahora tenía que verlo saliendo de la iglesia La Concepción, en Valledupar, agarrando a su hija de la mano, vestida de novia y en una actitud desafiante, como si quisiera decirle con esa acción: “Ahora no me la puedes quitar, ya es mía, Dios me la entregó“.

Por eso se le adelantó a la pareja desposada y, mirando fijamente al novio, le dijo: “Te la llevas, no te burlaste de mí, te hice casar, pero no la gozas”. Después, dirigiéndose a su hija, también la increpó: “Y tú, elegiste tu destino. Serás la burla de la familia. Todos te dirán ‘mosca en leche’”. Giró sobre sus talones y se retiró de la iglesia.

En la fiesta de celebración del matrimonio, Carmen Lucila no se sentía bien. Por un lado, se encontraba feliz por estar al lado del hombre que amaba, pero por otro le incomodaban las palabras de su madre. El solo hecho de que no asistiera ningún miembro de su familia a la boda la atormentaba y, a veces, a escondidas de su esposo, irrumpía en llanto.

La familia Ochoa acompañó a su esposo al matrimonio y a la celebración. Mientras los Ochoa bailaban y festejaban con alegría por la unión de la pareja, los Mestre Gómez lloraban por la pérdida de su hija de apenas 15 años. No lo podían aceptar y jamás lo aceptarían.

Carmen era una hermosa rubia de apenas 15 años de edad, de grácil figura, ojos verdes, cabello lacio, copioso y de finos modales, mientras que Calixto era negro, humilde y no poseía fortuna alguna. Don Francisco Mestre Pumarejo se daba golpes en el pecho y se repetía para sí mismo una y otra vez: “Dios mío, ¿qué he hecho para recibir este castigo? Mi muchachita casada con un negro”. 

Después de hacer casar a Calixto con su hija para subsanar la afrenta del rapto, se retiró a su finca en Mariangola hasta que pasaran los comentarios contraproducentes de su familia y de los amigos allegados. Muchos años después regresó a Aguas Blancas a recoger a su hija abandonada.

Esa noche, en la fiesta, mientras Calixto tocaba muy animadamente su acordeón para complacer a su familia y a los pocos invitados, ella hacía remembranzas de la primera vez que lo vio en su pueblo. Recordó que estaba ese día con su prima Elisa Villazón Mestre. Las dos eran muy hermosas, pero él fijó su mirada en ella y empezó a cortejarla con versos y piropos. En cada viaje que hacía, le traía algún presente. Su madre fue informada de lo que estaba pasando y puso al tanto a su esposo Francisco, así que ese año no la matricularon en la escuela. Se fueron para la finca de Mariangola para alejarla de aquel hombre que no era del agrado de la familia.

Pero esto no amilanó al intrépido negrito, quien se ingenió la forma de mantener el contacto valiéndose de un trabajador que sabía escribir. Papeles iban y papeles venían. De este modo, el amor fue tomando fuerzas, hasta que un día su abuela Elisa Pumarejo se enfermó y toda la familia regresó al pueblo. 

Calixto, por su complicidad con el trabajador de la finca, estaba al tanto de todo lo que pasaba alrededor de Carmen. Se fue para Pueblo Bello y la buscó. De nuevo estuvieron juntos; la rodeó de besos y caricias, aprovechando que toda la familia se encontraba donde la abuela Elisa, enferma. Ese día le dijo: “Reina, sé que tu tío Rafael Mestre Pumarejo tiene un acordeón que le compró a un indio. Dile que me la venda”. 

Ella le hizo gustosa la vuelta: era un acordeón que tenía el fuelle remendado con esparadrapo por todas partes. Calixto pagó por ella 25 pesos.

Otro día se encontraron en El Plan de Salas. Ella estaba de visita en la finca de Andrés Araujo y su esposa Francia Mestre. Él le suplicó que se escaparan, que no lograba vivir sin ella, pero el miedo y respeto que sentía por sus padres impidieron que se fugara con su amado.

Con el restablecimiento de su abuela, toda la familia regresó de nuevo a la finca de Mariangola, donde también se renovaron los mensajes en complicidad con el trabajador.

Algo sucedió para mal de la familia. Fue también un momento de dicha para ellos. Doña Ofelia cayó enferma y tuvo que irse a Aguas Blancas, donde Don Francisco tenía una casa. Calixto se enteró de la llegada de Carmen a través de Vitalia, una amiga de su entera confianza. Esta lo buscó y le dijo: “Aquí está la mona de tus sueños.”

Esa misma noche se vieron y planearon el escape. Se fueron de Aguas Blancas a Valencia a pie por el monte, eludiendo la carretera para no ser vistos por nadie. Llegaron muy tarde en la noche, donde los padres de Calixto, don César Ochoa y doña María Campos, los atendieron muy bien. Sin embargo, al día siguiente, su padre lo despertó muy temprano y le dijo que tenía que irse: la madre de Carmen Lucila andaba como loca buscándolos con la policía y lo había denunciado por rapto de menores.

De la casa de sus padres, Calixto se llevó a Carmen Lucila para la finca de su hermano Juan, con tan mala suerte que allá también llegó la policía. Pese a las súplicas de su amada y las explicaciones del caso, donde les decía que se había ido libremente, sin presión alguna, lo capturaron.

Después del matrimonio se establecieron en Aguas Blancas, donde vivieron pobremente pero muy felices. Calixto consentía a su reina con mimos y regalos que estaban a su alcance. Todo marchaba bien, se podía decir que era una pareja feliz.

En una ocasión, Nola Maestre, un reconocido músico que interpretaba música tropical en guitarras, se presentó donde Calixto con el propósito de que le entregara alguna de sus canciones. Este le tocó y cantó varias. Nola se quedó tan deslumbrado que le sugirió a Calixto que se fuera con él a una gira por la costa Atlántica, como así fue.

La gira duró algo más de tres meses. Carmen Lucila lo esperó en su casa, contenta y feliz. Pero las giras se hicieron más continuas y más demorado el regreso, hasta que su padre, enterado de esta situación, recogió a su hija y de nuevo la llevó al seno familiar.

Desde ese día no volvieron a verse más. Cuando regresó, al no encontrarla, pensó que lo había abandonado. Solo y sin acompañamiento alguno empezó a cantar la canción que inmortalizó aquel gran amor:

 “Yo tenía mi lirio rojo, / bien adornado / con una rosita blanca / muy aparente 

Pero se metió el verano / y lo ha marchitado / por eso vivo llorando / mi mala suerte.

Se marchó mi lirio rojo / y fue por culpa del verano / por eso estoy desconsolado / al ver que me dejó tan solo”…

Mientras tanto, Carmen Lucila, allá en su natal Pueblo Bello, lloraba desconsolada, sintiéndose abandonada por el hombre que amó con toda su alma. Entonces, recordó las palabras de su madre en el pasillo de la iglesia y pensó que era una maldición: “No te burlaste de mí, te hice casar, te la llevas, pero no la gozas”.

Por: Arnoldo ‘Nondo’ Mestre.

Opinión
14 abril, 2025

Lirio Rojo

La familia Ochoa acompañó a su esposo al matrimonio y a la celebración. Mientras los Ochoa bailaban y festejaban con alegría por la unión de la pareja, los Mestre Gómez lloraban por la pérdida de su hija de apenas 15 años. No lo podían aceptar y jamás lo aceptarían.


Calixto Ochoa en sus años mozos. FOTO/CORTESÍA.
Calixto Ochoa en sus años mozos. FOTO/CORTESÍA.
Boton Wpp

Para la barranquera Ofelia Gómez Solano, no era fácil perdonar la ofensa que le hizo aquel negrito que un día cualquiera se presentó a Pueblo Bello con una recua de burros comprando naranjas, y ahora tenía que verlo saliendo de la iglesia La Concepción, en Valledupar, agarrando a su hija de la mano, vestida de novia y en una actitud desafiante, como si quisiera decirle con esa acción: “Ahora no me la puedes quitar, ya es mía, Dios me la entregó“.

Por eso se le adelantó a la pareja desposada y, mirando fijamente al novio, le dijo: “Te la llevas, no te burlaste de mí, te hice casar, pero no la gozas”. Después, dirigiéndose a su hija, también la increpó: “Y tú, elegiste tu destino. Serás la burla de la familia. Todos te dirán ‘mosca en leche’”. Giró sobre sus talones y se retiró de la iglesia.

En la fiesta de celebración del matrimonio, Carmen Lucila no se sentía bien. Por un lado, se encontraba feliz por estar al lado del hombre que amaba, pero por otro le incomodaban las palabras de su madre. El solo hecho de que no asistiera ningún miembro de su familia a la boda la atormentaba y, a veces, a escondidas de su esposo, irrumpía en llanto.

La familia Ochoa acompañó a su esposo al matrimonio y a la celebración. Mientras los Ochoa bailaban y festejaban con alegría por la unión de la pareja, los Mestre Gómez lloraban por la pérdida de su hija de apenas 15 años. No lo podían aceptar y jamás lo aceptarían.

Carmen era una hermosa rubia de apenas 15 años de edad, de grácil figura, ojos verdes, cabello lacio, copioso y de finos modales, mientras que Calixto era negro, humilde y no poseía fortuna alguna. Don Francisco Mestre Pumarejo se daba golpes en el pecho y se repetía para sí mismo una y otra vez: “Dios mío, ¿qué he hecho para recibir este castigo? Mi muchachita casada con un negro”. 

Después de hacer casar a Calixto con su hija para subsanar la afrenta del rapto, se retiró a su finca en Mariangola hasta que pasaran los comentarios contraproducentes de su familia y de los amigos allegados. Muchos años después regresó a Aguas Blancas a recoger a su hija abandonada.

Esa noche, en la fiesta, mientras Calixto tocaba muy animadamente su acordeón para complacer a su familia y a los pocos invitados, ella hacía remembranzas de la primera vez que lo vio en su pueblo. Recordó que estaba ese día con su prima Elisa Villazón Mestre. Las dos eran muy hermosas, pero él fijó su mirada en ella y empezó a cortejarla con versos y piropos. En cada viaje que hacía, le traía algún presente. Su madre fue informada de lo que estaba pasando y puso al tanto a su esposo Francisco, así que ese año no la matricularon en la escuela. Se fueron para la finca de Mariangola para alejarla de aquel hombre que no era del agrado de la familia.

Pero esto no amilanó al intrépido negrito, quien se ingenió la forma de mantener el contacto valiéndose de un trabajador que sabía escribir. Papeles iban y papeles venían. De este modo, el amor fue tomando fuerzas, hasta que un día su abuela Elisa Pumarejo se enfermó y toda la familia regresó al pueblo. 

Calixto, por su complicidad con el trabajador de la finca, estaba al tanto de todo lo que pasaba alrededor de Carmen. Se fue para Pueblo Bello y la buscó. De nuevo estuvieron juntos; la rodeó de besos y caricias, aprovechando que toda la familia se encontraba donde la abuela Elisa, enferma. Ese día le dijo: “Reina, sé que tu tío Rafael Mestre Pumarejo tiene un acordeón que le compró a un indio. Dile que me la venda”. 

Ella le hizo gustosa la vuelta: era un acordeón que tenía el fuelle remendado con esparadrapo por todas partes. Calixto pagó por ella 25 pesos.

Otro día se encontraron en El Plan de Salas. Ella estaba de visita en la finca de Andrés Araujo y su esposa Francia Mestre. Él le suplicó que se escaparan, que no lograba vivir sin ella, pero el miedo y respeto que sentía por sus padres impidieron que se fugara con su amado.

Con el restablecimiento de su abuela, toda la familia regresó de nuevo a la finca de Mariangola, donde también se renovaron los mensajes en complicidad con el trabajador.

Algo sucedió para mal de la familia. Fue también un momento de dicha para ellos. Doña Ofelia cayó enferma y tuvo que irse a Aguas Blancas, donde Don Francisco tenía una casa. Calixto se enteró de la llegada de Carmen a través de Vitalia, una amiga de su entera confianza. Esta lo buscó y le dijo: “Aquí está la mona de tus sueños.”

Esa misma noche se vieron y planearon el escape. Se fueron de Aguas Blancas a Valencia a pie por el monte, eludiendo la carretera para no ser vistos por nadie. Llegaron muy tarde en la noche, donde los padres de Calixto, don César Ochoa y doña María Campos, los atendieron muy bien. Sin embargo, al día siguiente, su padre lo despertó muy temprano y le dijo que tenía que irse: la madre de Carmen Lucila andaba como loca buscándolos con la policía y lo había denunciado por rapto de menores.

De la casa de sus padres, Calixto se llevó a Carmen Lucila para la finca de su hermano Juan, con tan mala suerte que allá también llegó la policía. Pese a las súplicas de su amada y las explicaciones del caso, donde les decía que se había ido libremente, sin presión alguna, lo capturaron.

Después del matrimonio se establecieron en Aguas Blancas, donde vivieron pobremente pero muy felices. Calixto consentía a su reina con mimos y regalos que estaban a su alcance. Todo marchaba bien, se podía decir que era una pareja feliz.

En una ocasión, Nola Maestre, un reconocido músico que interpretaba música tropical en guitarras, se presentó donde Calixto con el propósito de que le entregara alguna de sus canciones. Este le tocó y cantó varias. Nola se quedó tan deslumbrado que le sugirió a Calixto que se fuera con él a una gira por la costa Atlántica, como así fue.

La gira duró algo más de tres meses. Carmen Lucila lo esperó en su casa, contenta y feliz. Pero las giras se hicieron más continuas y más demorado el regreso, hasta que su padre, enterado de esta situación, recogió a su hija y de nuevo la llevó al seno familiar.

Desde ese día no volvieron a verse más. Cuando regresó, al no encontrarla, pensó que lo había abandonado. Solo y sin acompañamiento alguno empezó a cantar la canción que inmortalizó aquel gran amor:

 “Yo tenía mi lirio rojo, / bien adornado / con una rosita blanca / muy aparente 

Pero se metió el verano / y lo ha marchitado / por eso vivo llorando / mi mala suerte.

Se marchó mi lirio rojo / y fue por culpa del verano / por eso estoy desconsolado / al ver que me dejó tan solo”…

Mientras tanto, Carmen Lucila, allá en su natal Pueblo Bello, lloraba desconsolada, sintiéndose abandonada por el hombre que amó con toda su alma. Entonces, recordó las palabras de su madre en el pasillo de la iglesia y pensó que era una maldición: “No te burlaste de mí, te hice casar, te la llevas, pero no la gozas”.

Por: Arnoldo ‘Nondo’ Mestre.