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Leer es nuestro cuento - 20 septiembre, 2023

Leer es nuestro cuento: ‘Con derecho a equivocarme’

Compartimos dos cuentos de estudiantes de la Institución Educativa Nacionalizada de El Paso, Cesar, concursantes a Leer es Nuestro Cuento de EL PILÓN.

¿Tiempo perdido o aprendido?  Esta es la historia de Rosita, una joven de 19 años de edad, chica muy especial, soñadora, pero también con muchos miedos. A continuación, te presento su historia.

Érase una vez Rosita, la mejor estudiante de su clase, nunca perdió un examen, siempre ocupó el primer puesto, todos la admiraban, era el orgullo de su familia. Un día normal en clase, la profesora Life les dice que ha llegado el momento de hacer el examen final, ganar el examen es el paso directo a una buena universidad, a las más prestigiosas de todas. Una, como la que siempre ha soñado Rosita. Pasan meses y Rosita seguía trabajando por conseguir ese sueño, pero en el curso también estaba Carlos, el típico estudiante relajado, irresponsable, que nunca se leyó un libro en toda su vida y que le encantaba ir a fiesta. Rosita, por el contrario, se cohibía de ir a ellas, no salía con amigos, pasaba horas y horas sumergidas en un océano de letras.

Rosita es apasionada por el deporte, incluso, practica el futbol desde muy niña, pero tuvo que dejarlo por prepararse para el examen, ella tiene muchos reconocimientos, pero nunca se autofelicitó por ninguno de ellos; al contrario, detrás de cada logro, solo buscaba que los demás la felicitaran y que le dijeran que bien lo hiciste. De solo pensarlo se emocionaba, luego, a tan solo dos semanas del examen, Rosita entró en pánico, sus ojos estaban llenos de miedos, solo podía pensar en qué diría su familia, amigos y maestro, si no lo lograba. Pasaron esas dos semanas, y llegó el día tan esperado por Rosita. La noche anterior, no logró conciliar el sueño, se sentía tan cansada, agotada de todo y de todos, la presión social que sentía era inexplicable, pero ella continuó mostrándose fuerte y segura, aparentemente. Por otra parte, Carlos estaba muy relajado, y durmió de maravilla la noche anterior.

Antes de Rosita salir de casa, su madre le da un brazo y un beso y le dice: “Si no lo logras, hija mía, no pasa nada, recuerda, tienes derecho a equivocarte”.  A Rosita se le salen las lágrimas, y procede a salir de casa. Eran las 7:30 de la mañana, todos estaban reunidos para entrar al examen, había muchos padres acompañando a sus hijos y, curiosamente, todos miraban a Rosita y decían: “De seguro lo gana, es la mejor estudiante”. Y sí, eso también esperaba Rosita, ganar el examen.

Finalmente, llegan los resultandos, no tan buenos para Rosita, pero buenísimos para Carlos, que obtuvo el mejor puntaje en el examen, mientras que Rosita en medio de su decepción y tristeza no lograba comprender qué le había sucedido, solo escuchaba a todos murmurar: “No era tan buena como pensábamos”. Pasaban  semanas y Rosita no salía de su cuarto, se acostaba preguntándose: “¿Por qué?”. Y así mismo se levantaba, con un inmenso dolor en su corazón. Pensaba: “Tanto esfuerzo y tiempo empleado, no sirvió para nada, quizás me faltó esforzarme más”. Este era su diario vivir desde ese entonces, parecía estar sumergida en un túnel oscuro y sin salida, pero ahí conoció a Osdi, quien con solo unas líneas, logró salvarla. Sí, salvarla. Osdi dijo: “Recuerda, a veces perder es ganar, muchos no te entenderán, y no están obligados a hacerlo, nunca es tiempo perdido, siempre es tiempo aprendido, aprender a felicitarte a ti misma, aún, cuando las cosas no salen tan bien, es el acto de amor propio más grande que pueda existir”.  Por fin, entendió Rosita.

A fin de cuenta, Muchos hemos sido Rosita en algún momento de nuestras vidas, en el colegio, universidad o en el trabajo, y siempre encontraremos Carlos en nuestro camino, que consiguen las cosas sin mínimo de esfuerzo. Carlos ganó, pero Rosita aprendió; aprendió que nada fue en vano, que esa es la esencia de la vida, y que en vez de aferrarnos a lo que fue, quizás sea mejor abrirnos a lo que vendrá, las nuevas experiencias y oportunidades que nos esperan puede llegar a ser tan gratificantes o incluso más que las que dejamos atrás. 

Recuerda: aprende a vivir sin los aplausos, puede que en algún momento te falten.

AUTOR: MARÍA JOSÉ DE LA ROSA MENDOZA (11B)

INSTITUCIÓN EDUCATIVA NACIONALIZADA DE EL PASO-CESAR

Leer es nuestro cuento: ¿Dónde están Juan y José?

Juan era un niño de bajos recursos (en su casa a veces no había para comer), tenía una hermosa sonrisa, un lindo brillo en sus ojos y una hermosa inocencia. Tenía 5 años y vivía con su madre, la cual trabajaba en casas de familia. Cuando la madre de Juan salía a trabajar en las tardes, a Juan le gustaba salir a jugar fútbol con sus amigos de la cuadra hasta la noche que llegara su mamá del trabajo.

En una de esas ocasiones, Juan le pidió permiso a su mamá para salir a jugar con sus amigos, cuando de pronto, una camioneta, se detuvo en medio de la carretera.  Por la ventana del vehículo se asomó un hombre de mediana edad, acompañado de 2 hombres más.

El hombre de forma amable les ofrece dulces a los niños para que accedan subir al vehículo. Juan y su amigo José de 8 años acceden a montarse en la camioneta mientras los demás niños observan sin hacer nada al respecto.

El hombre conduce a toda velocidad. Lugo de un tiempo finalmente llegan a una casa. El hombre les ordena a los niños con un tono de voz brusco que se bajen del vehículo y que entren a la enorme casa la cual estaba llena de habitaciones. Al llegar a la habitación se encuentran con un montón de niños y niñas de 3 a 11 años de edad de los cuales algunos se encontraban al borde del llanto, ya que ya conocían su triste destino.

De repente entran 3 hombres. Uno de ellos señala a una de las niñas. La niña llamada Elizabeth, le suplicaba a los hombres que no se la lleven otra vez, pero uno de ellos la golpea y a causa de esto Elizabeth pierde la conciencia y los otros dos se la llevan a una de las habitaciones y el otro se va detrás de ellos.

Juan horrorizado por lo que acaba de ver empezó a llorar por la escena tan fuerte que presenció. De repente siente que alguien le tapa la boca, pero rápidamente se da cuenta de que era su amigo José el cual le cuenta a Juan que uno de los hombres le había dicho que si lloraban o se resistían a ser llevados a las habitaciones les pasaría lo mismo que a Elizabeth o talvez les iría peor que a ella, así que era mejor mantener la calma si no querían ser castigados por los hombres.

Juan le pregunto a José que era lo que esos hombres pensaban hacerle a Elizabeth; José le contestó que él tampoco sabía pero que no se preocupara por ella, porque a lo mejor iba a estar bien.

No paso ni media hora cuando llegaron otros 2 hombres, uno de ellos con una apariencia y un notable acento extranjero y el otro hombre parecía ser su empleado. El extranjero les echó un vistazo a los niños y casi sin pensarlo escogió a José de inmediato, le pasó un enorme fajo de billetes al jefe, el cual recibía el dinero de los compradores de sus asquerosos servicios con los niños del lugar.

José no opuso resistencia alguna porque ya sabía lo que le pasaría si lo llegaba a hacer, así que aceptó a ir con los 2 hombres y Juan solo pudo ver como se llevaban a su amigo ya que tenía miedo a ser castigado.

Luego de un par de horas los 2 hombres se fueron y no paraban de mofarse de la situación del pobre niño.

Pasaron 15 minutos y de la habitación número tres sale un adolorido José, el cual casi no podía caminar y tenía una quemadura de cigarrillo en la cara, pero no corría ni una sola lágrima por su mejilla.

Juan inmediatamente fue a ayudar a su amigo y José rompió en llanto al ver a Juan.

—Quiero irme a mi casa con mi mamá —le decía José llorando en voz baja a Juan.

—No llores, nos van a castigar —le decía Juan a su moribundo amigo.

—No me importa —respondió José desesperado y cansado—. Solo me quiero morir.

—No lo hagas, yo te necesito —repuso Juan —No me dejes aquí solo.

—Tranquilo no lo haré —respondió José—. Solo me duele mucho, no te preocupes… 

Estaré bien.

A eso de las 8 p. m. Juan empezó a llorar de manera extremadamente irritante.  José intentó calmarlo para evitar que Juan fuera castigado pero sus intentos fueron en vano, ya que el hombre encargado de la seguridad del lugar se dio cuenta de su llanto y decidió llevárselo al Jefe.

El hombre llevó a Juan al despacho del jefe.

Juan nunca había sentido tanto miedo en toda su vida hasta ese momento.

—Jefe le traigo carne fresca —dijo el hombre.

—Edad —preguntó el Jefe.

—5 o 6 —respondió el hombre.

—Acércate —le dijo el Jefe a Juan.

—Ju, Ju, Juan, señor —respondió asustado.

              —Ven conmigo —dijo el Jefe— no tengas miedo, no te haré daño.

Juan asustado le dio la mano al Jefe, él lo miró fijamente a los ojos y le sonrió morbosamente.  A Juan se le puso la piel de gallina…

Esa fue la primera vez que alguien se aprovechó de esa pequeña criatura indefensa e inocente. Desde ese día, Juan no volvió a ser el mismo.  Perdió su hermosa sonrisa, su brillo en los ojos y su linda inocencia…

Juan estaría en séptimo, tendría 12 años y tendría una vida feliz…

José estaría en décimo, tendría 16 años y sería feliz…

Elizabeth estaría en octavo, tendría 14 años y seguiría en su casa con su familia…

En los últimos años, el tráfico infantil ha aumentado demasiado, incluso superando al tráfico de armas. Esto no es ficción, es la cruda realidad que afecta a todas las familias.

Autor: Alena Díaz Guerra, 11 años

GRADO 7ª, CONALPA, EL PASO CESAR.

Leer es nuestro cuento
20 septiembre, 2023

Leer es nuestro cuento: ‘Con derecho a equivocarme’

Compartimos dos cuentos de estudiantes de la Institución Educativa Nacionalizada de El Paso, Cesar, concursantes a Leer es Nuestro Cuento de EL PILÓN.


¿Tiempo perdido o aprendido?  Esta es la historia de Rosita, una joven de 19 años de edad, chica muy especial, soñadora, pero también con muchos miedos. A continuación, te presento su historia.

Érase una vez Rosita, la mejor estudiante de su clase, nunca perdió un examen, siempre ocupó el primer puesto, todos la admiraban, era el orgullo de su familia. Un día normal en clase, la profesora Life les dice que ha llegado el momento de hacer el examen final, ganar el examen es el paso directo a una buena universidad, a las más prestigiosas de todas. Una, como la que siempre ha soñado Rosita. Pasan meses y Rosita seguía trabajando por conseguir ese sueño, pero en el curso también estaba Carlos, el típico estudiante relajado, irresponsable, que nunca se leyó un libro en toda su vida y que le encantaba ir a fiesta. Rosita, por el contrario, se cohibía de ir a ellas, no salía con amigos, pasaba horas y horas sumergidas en un océano de letras.

Rosita es apasionada por el deporte, incluso, practica el futbol desde muy niña, pero tuvo que dejarlo por prepararse para el examen, ella tiene muchos reconocimientos, pero nunca se autofelicitó por ninguno de ellos; al contrario, detrás de cada logro, solo buscaba que los demás la felicitaran y que le dijeran que bien lo hiciste. De solo pensarlo se emocionaba, luego, a tan solo dos semanas del examen, Rosita entró en pánico, sus ojos estaban llenos de miedos, solo podía pensar en qué diría su familia, amigos y maestro, si no lo lograba. Pasaron esas dos semanas, y llegó el día tan esperado por Rosita. La noche anterior, no logró conciliar el sueño, se sentía tan cansada, agotada de todo y de todos, la presión social que sentía era inexplicable, pero ella continuó mostrándose fuerte y segura, aparentemente. Por otra parte, Carlos estaba muy relajado, y durmió de maravilla la noche anterior.

Antes de Rosita salir de casa, su madre le da un brazo y un beso y le dice: “Si no lo logras, hija mía, no pasa nada, recuerda, tienes derecho a equivocarte”.  A Rosita se le salen las lágrimas, y procede a salir de casa. Eran las 7:30 de la mañana, todos estaban reunidos para entrar al examen, había muchos padres acompañando a sus hijos y, curiosamente, todos miraban a Rosita y decían: “De seguro lo gana, es la mejor estudiante”. Y sí, eso también esperaba Rosita, ganar el examen.

Finalmente, llegan los resultandos, no tan buenos para Rosita, pero buenísimos para Carlos, que obtuvo el mejor puntaje en el examen, mientras que Rosita en medio de su decepción y tristeza no lograba comprender qué le había sucedido, solo escuchaba a todos murmurar: “No era tan buena como pensábamos”. Pasaban  semanas y Rosita no salía de su cuarto, se acostaba preguntándose: “¿Por qué?”. Y así mismo se levantaba, con un inmenso dolor en su corazón. Pensaba: “Tanto esfuerzo y tiempo empleado, no sirvió para nada, quizás me faltó esforzarme más”. Este era su diario vivir desde ese entonces, parecía estar sumergida en un túnel oscuro y sin salida, pero ahí conoció a Osdi, quien con solo unas líneas, logró salvarla. Sí, salvarla. Osdi dijo: “Recuerda, a veces perder es ganar, muchos no te entenderán, y no están obligados a hacerlo, nunca es tiempo perdido, siempre es tiempo aprendido, aprender a felicitarte a ti misma, aún, cuando las cosas no salen tan bien, es el acto de amor propio más grande que pueda existir”.  Por fin, entendió Rosita.

A fin de cuenta, Muchos hemos sido Rosita en algún momento de nuestras vidas, en el colegio, universidad o en el trabajo, y siempre encontraremos Carlos en nuestro camino, que consiguen las cosas sin mínimo de esfuerzo. Carlos ganó, pero Rosita aprendió; aprendió que nada fue en vano, que esa es la esencia de la vida, y que en vez de aferrarnos a lo que fue, quizás sea mejor abrirnos a lo que vendrá, las nuevas experiencias y oportunidades que nos esperan puede llegar a ser tan gratificantes o incluso más que las que dejamos atrás. 

Recuerda: aprende a vivir sin los aplausos, puede que en algún momento te falten.

AUTOR: MARÍA JOSÉ DE LA ROSA MENDOZA (11B)

INSTITUCIÓN EDUCATIVA NACIONALIZADA DE EL PASO-CESAR

Leer es nuestro cuento: ¿Dónde están Juan y José?

Juan era un niño de bajos recursos (en su casa a veces no había para comer), tenía una hermosa sonrisa, un lindo brillo en sus ojos y una hermosa inocencia. Tenía 5 años y vivía con su madre, la cual trabajaba en casas de familia. Cuando la madre de Juan salía a trabajar en las tardes, a Juan le gustaba salir a jugar fútbol con sus amigos de la cuadra hasta la noche que llegara su mamá del trabajo.

En una de esas ocasiones, Juan le pidió permiso a su mamá para salir a jugar con sus amigos, cuando de pronto, una camioneta, se detuvo en medio de la carretera.  Por la ventana del vehículo se asomó un hombre de mediana edad, acompañado de 2 hombres más.

El hombre de forma amable les ofrece dulces a los niños para que accedan subir al vehículo. Juan y su amigo José de 8 años acceden a montarse en la camioneta mientras los demás niños observan sin hacer nada al respecto.

El hombre conduce a toda velocidad. Lugo de un tiempo finalmente llegan a una casa. El hombre les ordena a los niños con un tono de voz brusco que se bajen del vehículo y que entren a la enorme casa la cual estaba llena de habitaciones. Al llegar a la habitación se encuentran con un montón de niños y niñas de 3 a 11 años de edad de los cuales algunos se encontraban al borde del llanto, ya que ya conocían su triste destino.

De repente entran 3 hombres. Uno de ellos señala a una de las niñas. La niña llamada Elizabeth, le suplicaba a los hombres que no se la lleven otra vez, pero uno de ellos la golpea y a causa de esto Elizabeth pierde la conciencia y los otros dos se la llevan a una de las habitaciones y el otro se va detrás de ellos.

Juan horrorizado por lo que acaba de ver empezó a llorar por la escena tan fuerte que presenció. De repente siente que alguien le tapa la boca, pero rápidamente se da cuenta de que era su amigo José el cual le cuenta a Juan que uno de los hombres le había dicho que si lloraban o se resistían a ser llevados a las habitaciones les pasaría lo mismo que a Elizabeth o talvez les iría peor que a ella, así que era mejor mantener la calma si no querían ser castigados por los hombres.

Juan le pregunto a José que era lo que esos hombres pensaban hacerle a Elizabeth; José le contestó que él tampoco sabía pero que no se preocupara por ella, porque a lo mejor iba a estar bien.

No paso ni media hora cuando llegaron otros 2 hombres, uno de ellos con una apariencia y un notable acento extranjero y el otro hombre parecía ser su empleado. El extranjero les echó un vistazo a los niños y casi sin pensarlo escogió a José de inmediato, le pasó un enorme fajo de billetes al jefe, el cual recibía el dinero de los compradores de sus asquerosos servicios con los niños del lugar.

José no opuso resistencia alguna porque ya sabía lo que le pasaría si lo llegaba a hacer, así que aceptó a ir con los 2 hombres y Juan solo pudo ver como se llevaban a su amigo ya que tenía miedo a ser castigado.

Luego de un par de horas los 2 hombres se fueron y no paraban de mofarse de la situación del pobre niño.

Pasaron 15 minutos y de la habitación número tres sale un adolorido José, el cual casi no podía caminar y tenía una quemadura de cigarrillo en la cara, pero no corría ni una sola lágrima por su mejilla.

Juan inmediatamente fue a ayudar a su amigo y José rompió en llanto al ver a Juan.

—Quiero irme a mi casa con mi mamá —le decía José llorando en voz baja a Juan.

—No llores, nos van a castigar —le decía Juan a su moribundo amigo.

—No me importa —respondió José desesperado y cansado—. Solo me quiero morir.

—No lo hagas, yo te necesito —repuso Juan —No me dejes aquí solo.

—Tranquilo no lo haré —respondió José—. Solo me duele mucho, no te preocupes… 

Estaré bien.

A eso de las 8 p. m. Juan empezó a llorar de manera extremadamente irritante.  José intentó calmarlo para evitar que Juan fuera castigado pero sus intentos fueron en vano, ya que el hombre encargado de la seguridad del lugar se dio cuenta de su llanto y decidió llevárselo al Jefe.

El hombre llevó a Juan al despacho del jefe.

Juan nunca había sentido tanto miedo en toda su vida hasta ese momento.

—Jefe le traigo carne fresca —dijo el hombre.

—Edad —preguntó el Jefe.

—5 o 6 —respondió el hombre.

—Acércate —le dijo el Jefe a Juan.

—Ju, Ju, Juan, señor —respondió asustado.

              —Ven conmigo —dijo el Jefe— no tengas miedo, no te haré daño.

Juan asustado le dio la mano al Jefe, él lo miró fijamente a los ojos y le sonrió morbosamente.  A Juan se le puso la piel de gallina…

Esa fue la primera vez que alguien se aprovechó de esa pequeña criatura indefensa e inocente. Desde ese día, Juan no volvió a ser el mismo.  Perdió su hermosa sonrisa, su brillo en los ojos y su linda inocencia…

Juan estaría en séptimo, tendría 12 años y tendría una vida feliz…

José estaría en décimo, tendría 16 años y sería feliz…

Elizabeth estaría en octavo, tendría 14 años y seguiría en su casa con su familia…

En los últimos años, el tráfico infantil ha aumentado demasiado, incluso superando al tráfico de armas. Esto no es ficción, es la cruda realidad que afecta a todas las familias.

Autor: Alena Díaz Guerra, 11 años

GRADO 7ª, CONALPA, EL PASO CESAR.