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Crónica - 10 julio, 2020

Las muertes de Abel Antonio

En la música vallenata morirse es vivir más, la frase es del periodista Ernesto McCausland, que desde hacía mucho tiempo conocía Abel Antonio Villa, con la diferencia de que el primero la puso en contexto mediante una publicación escrita, mientras que el otro lo hizo cantando.

Boton Wpp

La primera muerte de Abel Antonio, fechada en El Banco, Magdalena en 1943, se constituyó en un hecho importante de su carrera musical y en uno de los más significativos en su vida. A esa muerte le compuso una canción que llamó ‘La Muerte de Abel Antonio’ o ‘Cinco Noches de Velorio’, que fue la que más cantó y una de las que más ha sido grabada por él y por otros grupos musicales. Fue Guillermo Buitrago, quien, por primera vez, hizo de esta canción un éxito musical en la Costa Caribe colombiana.

En la música vallenata morirse es vivir más, la frase es del periodista Ernesto McCausland, que desde hacía mucho tiempo conocía Abel Antonio Villa, con la diferencia de que el primero la puso en contexto mediante una publicación escrita, mientras que el otro lo hizo cantando. El acordeonista hizo celebre su supuesta muerte a través de esta canción que ha trascendido el umbral del tiempo para inmortalizarse dentro de la música de acordeón, hoy llamada vallenata.

Todo hecho que se cuenta para evitar ser olvidado, se convierte en historia, y fue lo que hizo Abel Antonio, al lograr que su aparente asesinato en El Banco, no fuera solo un suceso importante para su familia, para sus amigos y para los residentes en Piedras de Moler, donde había nacido, que para entonces quizá no eran más de 200 personas; sino un hecho que trascendiera y de lo y se convirtiera en un asunto de interés nacional.

Gabriel García Márquez, afirma en una de sus famosas columnas denominadas La Jirafa, publicada en El Heraldo por los años cincuenta, que no hay una sola letra en el vallenato que no corresponda a un episodio cierto de la vida real, a una experiencia del actor. Sentencia que encontramos, incluso, en antiguos versos cantados en Piedras de Moler y la ciénaga de Zapayán, a raíz de lo que le sucedió a Luis Lozano, quien se salvó de morir en la explosión de las calderas del vapor Goenaga, por los años treinta, del siglo pasado, en una revuelta del río Magdalena cercana a Tenerife, Magdalena:

Arriba de Tenerife
El Goenaga se quemó
De chiripa se salvó
El viejito Luis Lozano

Abel Antonio no se salvó de morir como su paisano Lozano, lo dieron por muerto y a raíz de tal episodio de la vida real optó por componer e interpretar una canción en la que habla de las circunstancias que rodearon tal hecho. Era su primera muerte y la vida le daba la posibilidad de cantarle a ella. Pero, no solo se dedicó a cantar, a lo largo de su existencia narró, de manera emocionante, todo lo que tenía que ver con la noticia de su asesinato.
“Que caso lastimoso
el que me ha pasado a mí,
para que no le pase a otro,
yo te lo vengo a decir.”

La humanidad desde los albores de su existencia le ha cantado y ha escrito sobre la muerte. Las leyendas más antiguas hablan de esta no para consolarnos sino para destacar que es inexcusable, que es por siempre inminente. La música en el Caribe colombiano no es ajena a esta práctica, pues encontramos en la multiplicidad de aires que componen nuestra identidad musical canciones que se encargan de narrar hechos ciertos o no relacionados con la muerte.

Un verso cantado a principios de siglo pasado dice de la muerte:

“Si quereí que otro te quiera

Deja que yo me muera

Que después de mis nueve noches

Tiempo, tiempo te queda.”

El cronista Alberto Salcedo Ramos dice que cantarle a la muerte es un recurso engañoso consistente en sobrellevar el miedo a ella disfrazándolo de fiestas. Otra cosa señala Epicuro, dice que no hay que temerle a la muerte porque nunca coexistimos con ella, debido a que mientras estamos se encuentra ausente y cuando llega nosotros dejamos de estar.

Abelito, como algunos llamaban al acordeonista Villa, después de haber sido dado por muerto, se dedicó a cantarle a la parca, a interpretar el acordeón y hablar de ella para aplazar por un tiempo su llegada. Incluso, hasta se atrevió retarla: “Oiga lo que es esto se acaba entre los dos, me lleva la muerte o me la llevo yo”.

Después de su primera muerte se le escuchó decir, en distintas oportunidades, que estaba preparado para esperarla porque no le temía, eso sí, haciendo la salvedad que no la buscaba. Aferrado a la vida, que simboliza el bien, dejó en manos de Dios la hora de su muerte, al hacerlo busco que el todopoderoso le garantizara que su final material en la tierra se produjera cuando este lo necesitara, no antes de ese momento. La fe en el salvador lo llevó a cantar que si la muerte lo buscaba quedaría burlada porque el que andaba con Dios no le pasaba nada.

Aunque seguro de lo que pregonaba con su fe, no dejó de pedirle al altísimo que el momento de necesitarlo no fuera pronto porque él pensaba durar un largo tiempo con vida: “Digan lo que digan, Yo te voy a decir. Abel Antonio Villa, No se quiere morir”. Incluso, en lo profundo de su pensar sobre la muerte coincidía con Woody Allen, quien al referirse a ella decía: “No es que tenga miedo a morir, simplemente no quiero estar ahí cuando ocurra.

Abel Antonio también se aferró a su acordeón para garantizar su existencia material, incluso después de su muerte. Sabía que este instrumento le ayudaba a construir su inmortalidad, que le iba a permitir ser recordado como intérprete de una expresión folclórica que acostumbraba a llamar música de acordeón.

“Cuando yo me siento con el acordeón

No le tengo miedo a la muerte

Siento que no me voy a morir

Sé que canto y vivo.”

Inmortalidad que le garantizaba su obra musical compuesta por sus trabajos musicales y el ser considerado el padre del acordeón por haber sido el primero en grabar comercialmente haciéndose acompañar de este instrumento.

La otra inmortalidad, la de duración indefinida como ser humano sabía que no existía, tanto que le había cantado señalando: si la vida se comprara adquiriría un pedacito de ella; sin embargo, resignado aceptaba que no la vendían ni en la tierra ni en el cielo. De poderse comprar sucedería lo que dice Nietzsche de la inmortalidad: Bastaría que hubiese un solo hombre que fuera inmortal para provocar a su alrededor tal hastío, que generaría una verdadera epidemia suicida. Inmortalidad que rechaza Jorge Luis Borges al llamarla baladí, añadiendo sobre ella que lo divino, lo terrible, lo incomprensible, es saberse inmortal.

José Domingo Pino, es un hombre mirada tranquila, su caminar es pausado igual que su conversación. Al hablar con él a veces luce distante, distraído; sin embargo, sus respuestas, frente a cualquier interrogante son oportunas y cordiales. De regular estatura, macizo, pecoso, hace gala de su mente evocando recuerdos puntuales del tiempo en que perteneció como intérprete de la tumbadora del conjunto musical de viejo Abel, como suele llamar a Abel Antonio Villa.

Aunque nacido en Santa Lucía, Atlántico, como buen hijo del Bajo Magdalena, vive en Barranquilla. En su casa conserva un equipo de sonido de un modelo antiguo y una pequeña colección de Lp entre los que se incluyen algunos de Abel Antonio y otros de la Banda 20 de Julio de Repelón a la que perteneció como cantante de éxitos musicales como como El Perro Negro, El Costero.

-Yo acompañé al viejo Abelito, dice José Domingo, por varios años hasta que Daudet Cantillo me llamó para que hiciera parte de la Banda 20 de Julio de Repelón. Yo estaba en Santa Lucía y desde allí le mande un telegrama al viejo, que estaba en Pivijay, diciéndole que no continuaba con él. Fueron como cinco años que estuve con él, imagínate en todo ese tiempo cuantas veces escuché el disco La Muerte de Abel Antonio, cantado por su compositor. Resulta que en ese tiempo que estuve con él, en los años 60, en las parrandas no se bailaba y el acordeonista acostumbraba a explicar el origen de la canción que iba a tocar cuando era su compositor- Ponte a pensar cuantas veces escuché al viejo hablar de lo que lo llevó componer ese éxito musical-

Le pido a José Domingo que me entregue su versión de los hechos que llevaron a la darle origen a la canción, la que construyó escuchando al acordeonista narrarla en tantas oportunidades. Tras oírlo encuentro que su versión difiere en algunos aspectos de las que sobre ese tema tenía el presunto muerto. Las diferencias en lo narrado entre uno y otro sobre el mismo hecho no es algo excepcional, pues a lo largo de la investigación sobre la primera muerte de Abel Antonio he encontrado que el mismo autor en distintas entrevistas modifica las circunstancias que rodearon su presunto asesinato en El Banco, Magdalena.

Lo que no solo sucede con Pino, pues encuentro al hablar con personas cercanas a Abel Antonio, por factores de familiaridad o trabajo, la existencia de varias versiones sobre el mismo hecho. Lo que me lleva a concluir, parafraseando al escritor mexicano Paco Ignacio Taibo II, que la veracidad de una historia no depende de las veces que la repitan, lo que hace es que ella, simplemente, se convierte en la más repetida.

En el 2004, el acordeonista Abel Antonio dijo en una entrevista para la revista Semana que, tras la noticia de su muerte, su papá, junto a sus hermanos, organizaron la búsqueda suya tanto por agua como por tierra, a lo largo del río Magdalena, por los sitios donde decían haberlo visto. Señaló, además, que su papá se enteró, cuando ya habían transcurrido tres días del velorio que hacían por su muerte, que lo habían visto tocando acordeón en Magangué. Esta última información condujo a su progenitor a buscarlo por la Sabana de Bolívar hasta encontrarlo en San Juan Nepomuceno, donde se quedaron varios días parrandeando.

En otra entrevista, esta vez publicada en El Espectador en el 2018, le dice a Félix Carrillo Hinojoza que salido del ejército nacional se fue a hacer una correduría por varios pueblos, tocando acordeón y fue en El Banco donde se enteró que el alcalde de su Municipio, Tenerife, Magdalena, había enviado un marconigrama preguntando si el muerto era Abel Antonio. Noticia que una vez fue confirmada llevó a su familia a hacerle el velorio que interrumpió al quinto día cuando llegó a su pueblo donde encontró a su familia cerrada de luto. La tristeza fue cambiada por alegría y tras varios días de parranda surgió la canción Cinco Noches de Velorio.

En una tertulia musical en Confamiliar, en Barranquilla, señaló que se fue para El Banco invitado por unos amigos, compañeros de armas, entre ellos Ramón Meriño y Arguelles, en fin, eran como cinco amigos. -Llegué con el morral de soldado, el acordeoncito metido en la mochila de fique, lo saqué y me puse a tocar unas piezas ahí en la garita del río Magdalena. En eso me mandó a llamar un distinguido señor para que le hiciera el favor de tocar, y era nada menos que el alcalde de El Banco en 1943, Carlos Bermúdez. Después de tocarle al burgomaestre se fue por seis días para Saloa, donde permaneció por catorce días y tras disponer regresar a Moler, se encontró en el barco, Capitán de Caro, con Nicolás Segrega.

Con éste se fue para El Guamo, San Juan Nepomuceno, Bolívar, y continuaron para María La Baja. A los ocho días de estar en esa población recibió un telegrama de su papá, enviado desde El Guamo, donde le decía de la muerte de Abel Antonio. Era, según el acordeonista, que habían matado a Abel Antonio Sierra, un torero de Barranca Nueva. Señala, además, que ya su papá había mandado gente en mulo para el campo, para El Banco, y él salió a buscarlo por el río. En Heredia le dijeron que estaba vivió porque cinco o seis días antes pasó por ahí y lo habían visto descender del barco en la Bodega de Buenavista.

-Salí de María la Baja en un mulo que me puso Nicolás Segrera. Me encontré con mi papá y enseguida se me tiró llorando, preguntando que me sucedía y me abracé con mi papá. El papá del doctor Abel Ávila y Lizardo Guzmán y Lucho, me dijeron: “no, señor usted no se puede ir, usted tiene que acompañarnos para hacer una parranda”. Me quedé con ellos, pero el papá del doctor Abel Ávila y Lizardo Guzmán me dijeron, “usted tiene que hacer un paseo que nombre su muerte”. Ahí nace ‘¡la muerte de Abel Antonio¡

En otra conversación afirmó que todo fue producto de una confusión surgida a raíz de que, habían matado a un hombre llamado Abel Antonio Sierra, de Barranca Nueva, Bolívar mientras que en El Banco asesinaron a otra persona con el mismo nombre. Las muertes de estas dos personas llevaron al alcalde de Tenerife a enviar un telegrama a Piedras de Moler anunciando la muerte de Abel Antonio Villa. Abel Antonio Sierra, aunque originario de las antiguas sabanas de Bolívar, vivía en Barranca Vieja, donde murió en los años setenta, donde se dedicaba a ser mantero en esa localidad y en las poblaciones circunvecinas.

El hermano del Padre del Acordeón, Simón Villa, quien tiene 81 años de edad, cuenta su versión de los hechos que rodearon la supuesta muerte de éste, aunque admite que por ser menor 10 años que él, algunas cosas no las recuerda con precisión.

-A él lo dieron por muerto en una correduría. Él salía siempre para El Guamo, Bolívar, donde tenía una novia. En El Banco mataron a un Abel Antonio y de hecho fue una lancha expresa a avisar que lo habían matado, enseguida pusieron el velorio en Moler. Mi papá y Fabián, otro hermano, el mayor de nosotros, llegaron a Robles, Bolívar donde unos primos hermanos, hijos de un hermano de mi mamá casado ahí en ese pueblo. Llegaron y le preguntaron a mi tío si habían visto a Abel Antonio, porque había llegado la noticia de que era muerto. Mi tío les dijo que estuvieron juntos el día antes y se lo llevaron unos ricos para Lata; pero mi papá dijo: ¡No, él es muerto! –

-Yo estaba con él en El Guamo, respondió mi tío. Entonces le mandaron a decir a Abel Antonio que lo andaban buscando y él les respondió que lo esperaran a las doce de la noche en El Guamo. Ellos estuvieron donde la novia en ese pueblo y les dijo que él estaba vivo. En el pueblo de nosotros le hicieron cinco noches de velorio. Al quinto días se presentó Abel Antonio a Moler en horas de la madrugada, llegó como a las cuatro y cuando abrió el acordeón hasta los perros aullaron- -Yo estaba pelaito cuando eso, pero me acuerdo que cuando sonó el acordeón se levantó todo el pueblo. Fue fiesta que hicieron, enseguida levantaron la mesa-

Cada vez que evocamos un recuerdo lo podemos modificar, cambio que depositamos en la memoria y al evocarlo después ya no es el hecho que vivimos sino lo último que recordamos. Eso sucede con los recuerdos del hecho en que se vio involucrado el acordeonista, los que dicen conocer de esa circunstancia han ido construyendo su propia imagen de lo acontecido.

El juglar no solo modificó la historia de los hechos que llevó a un grupo de personas a creerlo muerto, también se encargó de agregar detalles para hacerlo más interesante. Echó mano de la imaginación y agregó detalles a la historia que sabía le darían mayor connotación y fuerza narrativa y, entonces, con su espíritu pregonero y su teatralidad natural, salió a contarla sin importarle que cada vez que lo hacía agregaba detalles.

Rodeó a la historia de cierto halo de misterio, dijo que llegó a las doce noches a su pueblo, hora considerada “mala” por cuanto, según antiguas creencias, es el tiempo en que se hacen visibles espantos y endriagos. Vestido de blanco en medio de la oscuridad y acompañado de los aullidos de los perros, tocando acordeón se transformó en un espanto que caminaba por la calle de “alante” de Piedras de Moler.

Lo de decir que llegó a las doce de la noche no es un cometario casual, es la manera de construir la imagen de que era alguien que llegaba del más allá para recorrer las calles de su pueblo. El sonido del llanto de María del Tránsito, su madre, y de las demás mujeres de la familia que acompañaban a los Villa Villa en el velorio, al escuchar el instrumento musical, aumentó la certeza entre sus paisanos que era el fantasma de Abelito el que merodeaba a la población.

Además, fue la manera de construir la imagen de que volvía de las redes de la muerte, era un resucitado y que hora mejor de hacerlo que las doce de la noche y tocando acordeón. Venía a ver quién lo había llorado en vida y después de muerto, como dice unos viejos versos del folclor costeño. Se declaró resucitado junto con la plenitud de su ser y personalidad, sin haber muerto. Revivido como Jesús, Lázaro, la hija de Jairo, el niño que resucitó el profeta Eliseo y el propio profeta, al tenor de la historia contada por la Biblia. “Ahora de nuevo resucité y sigo siendo el mismo Abel Antonio”.

Las voces del acordeón, del canto que traía las brisas de Zapayán fueron parteras del llanto, de la risa, de las carcajadas de los miembros de la familia Villa, a la saber que era Abelito el que con el acordeón terciado en su pecho tocaba y cantaba:

“La quiero conseguir

Pá ponerle una querella

La muerte me busca a mí

Y yo le tengo miedo.”

Entonces apagaron las velas que estaban en la mesa que hacía de altar, quitaron la sábana blanca que estaba al fondo del altar, y esperaron que amaneciera para devolver el cristo crucificado a la iglesia. Los taburetes dejaron de estar en torno a la sala para ser ubicados en la puerta de la vivienda de los Villa, donde Abelito y Toño Villa, cantaron versos festejando que el primero había resucitado.

-A Abel Antonio no le hicieron falta cuatro noches, le faltaron seis porque en Moler no son nueve sino las 10 noches de velorio- afirma el docente Robert Calanche, refiriéndose a las tradiciones mortuorias de esa población.

La canción titulada ‘Las cinco noches de velorio’ o ‘La muerte de Abel Antonio’, resulta ser la primera en ser grabada, en la música conocida hoy como vallenata, entre aquellas cuyo texto se traduce en una experiencia autobiográfica relacionada con la muerte. Con ella sucedió el mismo fenómeno que con ‘Alicia Adorada’, interpretadas por sus autores no fueron exitosas como si lo serían por otras personas. El mayor éxito de ‘Alicia Adorada’ se dio cuando fue grabada por Alejandro Duran, cuando lo hizo su autor Juancho Polo Valencia, no alcanzó la popularidad de la primera

Abel Antonio grabó por primera vez esta canción y no tuvo mayor trascendencia, mientras que interpretada por Guillermo de Jesús Buitrago, con el nombre de ‘Cinco Noches de Velorio’, se convirtió en todo un suceso musical. El coleccionista de música Julio Oñate Martínez tiene una explicación sobre el éxito de la canción cantada por Buitrago. Señala que Abel Antonio la grabó para un sello argentino que procesó pocos discos debido a que no sabía en qué consistía eso de música interpretada con acordeón. – El disco no se consigue porque tan solo mandaron pocos discos debido a que no sabían que se iban a vender. Los pocos que llegaron los repartieron en las emisoras-

Por otro lado -Buitrago era el gran publicista de los años cuarenta y tras grabar la canción la convirtió en todo un éxito. Él era el Carlos Vives de ese momento porque internacionalizó la música vallenata con guitarra. Él fue quien llevó la música vallenata al interior del país- dice Oñate.

El acordeonista Villa, grabó en varias oportunidades la señalada canción: 1968, 1979, 1985, 1995, constituyéndose en uno de los mayores éxitos en su vida musical. Esta canción fue llevada a las grabaciones por los conjuntos vallenatos de Alfredo Gutiérrez, El Binomio de Oro, Carlos Vives y en el estilo de música tropical por los Melódicos de Renato Capriles.

El juglar con su capacidad creativa le introdujo al disco unos nuevos versos que al cantarlos modificaba la estructura musical tradicional de la canción, la que retomaba cuando volvía a interpretar los versos originales. El encargado de grabar los nuevos versos fue Diomedes Díaz a los que le dio el título de Cuando Muera. Son unos versos en los que menciona que cuando muera entierren su cuerpo pero que dejaran su nombre y su fama afuera de la tumba.

La segunda muerte de Abel Antonio se produjo sesenta y tres años después de la primera noticia de su fallecimiento. Al morir era un hombre de 82 años a quien quebrantos de salud lo obligó, seis años antes de fallecer, a retirarse de la actividad musical. Afectado por una enfermedad reclamaba que ya no lo tenían en cuenta para grabarle sus canciones cuando disponía de varios temas inéditos dispuestos para quienes les interesara. Lo angustiaba sentirse porque sabía que de esa forma se comienza a morir, tal y como lo dice el poeta José Ramón Mercado, solo la muerte es definitiva.

Necesitaba de la vida para mantener viva su fama, porque estaba seguro que tras su muerte ella iba a desaparecer.

“Como yo he sido buen gallo
Y he peleado en todas las galleras
Mi fama no se ha acabado
Se acaba es cuando me muera
.”

Abel Antonio siendo aún un mozalbete interpretó versos de ‘Amor Amor’ con un acordeón de dos teclados y parte de ellos los convirtió en un disco comercial al que llamó Rosita. En esa canción le pidió a esa joven hermosa, de la que decía que era una flor que para él había nacido, que si algún llegaba a escuchar que él había muerto rezara por él tres padres nuestros, aunque no lo viera morir.

Al componer e interpretar el tema musical ‘Soy Abel Antonio’, dice que al morir sus amigos le guardaran luto, también menciona que sus padres lo lloraran cuando vean que lo van a enterrar, y le advierte a quien será culpable de su fallecimiento que lo tiene que llorar.

En otra canción le pidió a su esposa, Devora Caña, “Doya”, que tras su muerte no le guardara luto, que no vistiera de negro porque al hacerlo de esta forma no iba a revivir al difunto. Además, pidió que en su velorio no lo lloraran ni prendieran velas, porque al hacerlo no lo iban a revivir.

Adiós esposa querida
Te recomiendo a mis hijos
Se muere Abel Antonio Villa
Para el otro mundo se despide
.”

Tras su fallecimiento en Barranquilla, el 10 de julio de 2006, sus mortales fueron trasladados a Pivijay para ser sepultados en una tumba en el cementerio San Fernando de Pivijay. Mientras sus restos yacen en esa población, en Piedras de Moler el compositor Pedro Pablo Bermúdez Barrios, le canta orgulloso al hijo ausente de ese pueblo: “Le sepultaron el cuerpo, pero su fama quedó afuera”.

Por Álvaro Rojano/EL PILÓN

Crónica
10 julio, 2020

Las muertes de Abel Antonio

En la música vallenata morirse es vivir más, la frase es del periodista Ernesto McCausland, que desde hacía mucho tiempo conocía Abel Antonio Villa, con la diferencia de que el primero la puso en contexto mediante una publicación escrita, mientras que el otro lo hizo cantando.


Boton Wpp

La primera muerte de Abel Antonio, fechada en El Banco, Magdalena en 1943, se constituyó en un hecho importante de su carrera musical y en uno de los más significativos en su vida. A esa muerte le compuso una canción que llamó ‘La Muerte de Abel Antonio’ o ‘Cinco Noches de Velorio’, que fue la que más cantó y una de las que más ha sido grabada por él y por otros grupos musicales. Fue Guillermo Buitrago, quien, por primera vez, hizo de esta canción un éxito musical en la Costa Caribe colombiana.

En la música vallenata morirse es vivir más, la frase es del periodista Ernesto McCausland, que desde hacía mucho tiempo conocía Abel Antonio Villa, con la diferencia de que el primero la puso en contexto mediante una publicación escrita, mientras que el otro lo hizo cantando. El acordeonista hizo celebre su supuesta muerte a través de esta canción que ha trascendido el umbral del tiempo para inmortalizarse dentro de la música de acordeón, hoy llamada vallenata.

Todo hecho que se cuenta para evitar ser olvidado, se convierte en historia, y fue lo que hizo Abel Antonio, al lograr que su aparente asesinato en El Banco, no fuera solo un suceso importante para su familia, para sus amigos y para los residentes en Piedras de Moler, donde había nacido, que para entonces quizá no eran más de 200 personas; sino un hecho que trascendiera y de lo y se convirtiera en un asunto de interés nacional.

Gabriel García Márquez, afirma en una de sus famosas columnas denominadas La Jirafa, publicada en El Heraldo por los años cincuenta, que no hay una sola letra en el vallenato que no corresponda a un episodio cierto de la vida real, a una experiencia del actor. Sentencia que encontramos, incluso, en antiguos versos cantados en Piedras de Moler y la ciénaga de Zapayán, a raíz de lo que le sucedió a Luis Lozano, quien se salvó de morir en la explosión de las calderas del vapor Goenaga, por los años treinta, del siglo pasado, en una revuelta del río Magdalena cercana a Tenerife, Magdalena:

Arriba de Tenerife
El Goenaga se quemó
De chiripa se salvó
El viejito Luis Lozano

Abel Antonio no se salvó de morir como su paisano Lozano, lo dieron por muerto y a raíz de tal episodio de la vida real optó por componer e interpretar una canción en la que habla de las circunstancias que rodearon tal hecho. Era su primera muerte y la vida le daba la posibilidad de cantarle a ella. Pero, no solo se dedicó a cantar, a lo largo de su existencia narró, de manera emocionante, todo lo que tenía que ver con la noticia de su asesinato.
“Que caso lastimoso
el que me ha pasado a mí,
para que no le pase a otro,
yo te lo vengo a decir.”

La humanidad desde los albores de su existencia le ha cantado y ha escrito sobre la muerte. Las leyendas más antiguas hablan de esta no para consolarnos sino para destacar que es inexcusable, que es por siempre inminente. La música en el Caribe colombiano no es ajena a esta práctica, pues encontramos en la multiplicidad de aires que componen nuestra identidad musical canciones que se encargan de narrar hechos ciertos o no relacionados con la muerte.

Un verso cantado a principios de siglo pasado dice de la muerte:

“Si quereí que otro te quiera

Deja que yo me muera

Que después de mis nueve noches

Tiempo, tiempo te queda.”

El cronista Alberto Salcedo Ramos dice que cantarle a la muerte es un recurso engañoso consistente en sobrellevar el miedo a ella disfrazándolo de fiestas. Otra cosa señala Epicuro, dice que no hay que temerle a la muerte porque nunca coexistimos con ella, debido a que mientras estamos se encuentra ausente y cuando llega nosotros dejamos de estar.

Abelito, como algunos llamaban al acordeonista Villa, después de haber sido dado por muerto, se dedicó a cantarle a la parca, a interpretar el acordeón y hablar de ella para aplazar por un tiempo su llegada. Incluso, hasta se atrevió retarla: “Oiga lo que es esto se acaba entre los dos, me lleva la muerte o me la llevo yo”.

Después de su primera muerte se le escuchó decir, en distintas oportunidades, que estaba preparado para esperarla porque no le temía, eso sí, haciendo la salvedad que no la buscaba. Aferrado a la vida, que simboliza el bien, dejó en manos de Dios la hora de su muerte, al hacerlo busco que el todopoderoso le garantizara que su final material en la tierra se produjera cuando este lo necesitara, no antes de ese momento. La fe en el salvador lo llevó a cantar que si la muerte lo buscaba quedaría burlada porque el que andaba con Dios no le pasaba nada.

Aunque seguro de lo que pregonaba con su fe, no dejó de pedirle al altísimo que el momento de necesitarlo no fuera pronto porque él pensaba durar un largo tiempo con vida: “Digan lo que digan, Yo te voy a decir. Abel Antonio Villa, No se quiere morir”. Incluso, en lo profundo de su pensar sobre la muerte coincidía con Woody Allen, quien al referirse a ella decía: “No es que tenga miedo a morir, simplemente no quiero estar ahí cuando ocurra.

Abel Antonio también se aferró a su acordeón para garantizar su existencia material, incluso después de su muerte. Sabía que este instrumento le ayudaba a construir su inmortalidad, que le iba a permitir ser recordado como intérprete de una expresión folclórica que acostumbraba a llamar música de acordeón.

“Cuando yo me siento con el acordeón

No le tengo miedo a la muerte

Siento que no me voy a morir

Sé que canto y vivo.”

Inmortalidad que le garantizaba su obra musical compuesta por sus trabajos musicales y el ser considerado el padre del acordeón por haber sido el primero en grabar comercialmente haciéndose acompañar de este instrumento.

La otra inmortalidad, la de duración indefinida como ser humano sabía que no existía, tanto que le había cantado señalando: si la vida se comprara adquiriría un pedacito de ella; sin embargo, resignado aceptaba que no la vendían ni en la tierra ni en el cielo. De poderse comprar sucedería lo que dice Nietzsche de la inmortalidad: Bastaría que hubiese un solo hombre que fuera inmortal para provocar a su alrededor tal hastío, que generaría una verdadera epidemia suicida. Inmortalidad que rechaza Jorge Luis Borges al llamarla baladí, añadiendo sobre ella que lo divino, lo terrible, lo incomprensible, es saberse inmortal.

José Domingo Pino, es un hombre mirada tranquila, su caminar es pausado igual que su conversación. Al hablar con él a veces luce distante, distraído; sin embargo, sus respuestas, frente a cualquier interrogante son oportunas y cordiales. De regular estatura, macizo, pecoso, hace gala de su mente evocando recuerdos puntuales del tiempo en que perteneció como intérprete de la tumbadora del conjunto musical de viejo Abel, como suele llamar a Abel Antonio Villa.

Aunque nacido en Santa Lucía, Atlántico, como buen hijo del Bajo Magdalena, vive en Barranquilla. En su casa conserva un equipo de sonido de un modelo antiguo y una pequeña colección de Lp entre los que se incluyen algunos de Abel Antonio y otros de la Banda 20 de Julio de Repelón a la que perteneció como cantante de éxitos musicales como como El Perro Negro, El Costero.

-Yo acompañé al viejo Abelito, dice José Domingo, por varios años hasta que Daudet Cantillo me llamó para que hiciera parte de la Banda 20 de Julio de Repelón. Yo estaba en Santa Lucía y desde allí le mande un telegrama al viejo, que estaba en Pivijay, diciéndole que no continuaba con él. Fueron como cinco años que estuve con él, imagínate en todo ese tiempo cuantas veces escuché el disco La Muerte de Abel Antonio, cantado por su compositor. Resulta que en ese tiempo que estuve con él, en los años 60, en las parrandas no se bailaba y el acordeonista acostumbraba a explicar el origen de la canción que iba a tocar cuando era su compositor- Ponte a pensar cuantas veces escuché al viejo hablar de lo que lo llevó componer ese éxito musical-

Le pido a José Domingo que me entregue su versión de los hechos que llevaron a la darle origen a la canción, la que construyó escuchando al acordeonista narrarla en tantas oportunidades. Tras oírlo encuentro que su versión difiere en algunos aspectos de las que sobre ese tema tenía el presunto muerto. Las diferencias en lo narrado entre uno y otro sobre el mismo hecho no es algo excepcional, pues a lo largo de la investigación sobre la primera muerte de Abel Antonio he encontrado que el mismo autor en distintas entrevistas modifica las circunstancias que rodearon su presunto asesinato en El Banco, Magdalena.

Lo que no solo sucede con Pino, pues encuentro al hablar con personas cercanas a Abel Antonio, por factores de familiaridad o trabajo, la existencia de varias versiones sobre el mismo hecho. Lo que me lleva a concluir, parafraseando al escritor mexicano Paco Ignacio Taibo II, que la veracidad de una historia no depende de las veces que la repitan, lo que hace es que ella, simplemente, se convierte en la más repetida.

En el 2004, el acordeonista Abel Antonio dijo en una entrevista para la revista Semana que, tras la noticia de su muerte, su papá, junto a sus hermanos, organizaron la búsqueda suya tanto por agua como por tierra, a lo largo del río Magdalena, por los sitios donde decían haberlo visto. Señaló, además, que su papá se enteró, cuando ya habían transcurrido tres días del velorio que hacían por su muerte, que lo habían visto tocando acordeón en Magangué. Esta última información condujo a su progenitor a buscarlo por la Sabana de Bolívar hasta encontrarlo en San Juan Nepomuceno, donde se quedaron varios días parrandeando.

En otra entrevista, esta vez publicada en El Espectador en el 2018, le dice a Félix Carrillo Hinojoza que salido del ejército nacional se fue a hacer una correduría por varios pueblos, tocando acordeón y fue en El Banco donde se enteró que el alcalde de su Municipio, Tenerife, Magdalena, había enviado un marconigrama preguntando si el muerto era Abel Antonio. Noticia que una vez fue confirmada llevó a su familia a hacerle el velorio que interrumpió al quinto día cuando llegó a su pueblo donde encontró a su familia cerrada de luto. La tristeza fue cambiada por alegría y tras varios días de parranda surgió la canción Cinco Noches de Velorio.

En una tertulia musical en Confamiliar, en Barranquilla, señaló que se fue para El Banco invitado por unos amigos, compañeros de armas, entre ellos Ramón Meriño y Arguelles, en fin, eran como cinco amigos. -Llegué con el morral de soldado, el acordeoncito metido en la mochila de fique, lo saqué y me puse a tocar unas piezas ahí en la garita del río Magdalena. En eso me mandó a llamar un distinguido señor para que le hiciera el favor de tocar, y era nada menos que el alcalde de El Banco en 1943, Carlos Bermúdez. Después de tocarle al burgomaestre se fue por seis días para Saloa, donde permaneció por catorce días y tras disponer regresar a Moler, se encontró en el barco, Capitán de Caro, con Nicolás Segrega.

Con éste se fue para El Guamo, San Juan Nepomuceno, Bolívar, y continuaron para María La Baja. A los ocho días de estar en esa población recibió un telegrama de su papá, enviado desde El Guamo, donde le decía de la muerte de Abel Antonio. Era, según el acordeonista, que habían matado a Abel Antonio Sierra, un torero de Barranca Nueva. Señala, además, que ya su papá había mandado gente en mulo para el campo, para El Banco, y él salió a buscarlo por el río. En Heredia le dijeron que estaba vivió porque cinco o seis días antes pasó por ahí y lo habían visto descender del barco en la Bodega de Buenavista.

-Salí de María la Baja en un mulo que me puso Nicolás Segrera. Me encontré con mi papá y enseguida se me tiró llorando, preguntando que me sucedía y me abracé con mi papá. El papá del doctor Abel Ávila y Lizardo Guzmán y Lucho, me dijeron: “no, señor usted no se puede ir, usted tiene que acompañarnos para hacer una parranda”. Me quedé con ellos, pero el papá del doctor Abel Ávila y Lizardo Guzmán me dijeron, “usted tiene que hacer un paseo que nombre su muerte”. Ahí nace ‘¡la muerte de Abel Antonio¡

En otra conversación afirmó que todo fue producto de una confusión surgida a raíz de que, habían matado a un hombre llamado Abel Antonio Sierra, de Barranca Nueva, Bolívar mientras que en El Banco asesinaron a otra persona con el mismo nombre. Las muertes de estas dos personas llevaron al alcalde de Tenerife a enviar un telegrama a Piedras de Moler anunciando la muerte de Abel Antonio Villa. Abel Antonio Sierra, aunque originario de las antiguas sabanas de Bolívar, vivía en Barranca Vieja, donde murió en los años setenta, donde se dedicaba a ser mantero en esa localidad y en las poblaciones circunvecinas.

El hermano del Padre del Acordeón, Simón Villa, quien tiene 81 años de edad, cuenta su versión de los hechos que rodearon la supuesta muerte de éste, aunque admite que por ser menor 10 años que él, algunas cosas no las recuerda con precisión.

-A él lo dieron por muerto en una correduría. Él salía siempre para El Guamo, Bolívar, donde tenía una novia. En El Banco mataron a un Abel Antonio y de hecho fue una lancha expresa a avisar que lo habían matado, enseguida pusieron el velorio en Moler. Mi papá y Fabián, otro hermano, el mayor de nosotros, llegaron a Robles, Bolívar donde unos primos hermanos, hijos de un hermano de mi mamá casado ahí en ese pueblo. Llegaron y le preguntaron a mi tío si habían visto a Abel Antonio, porque había llegado la noticia de que era muerto. Mi tío les dijo que estuvieron juntos el día antes y se lo llevaron unos ricos para Lata; pero mi papá dijo: ¡No, él es muerto! –

-Yo estaba con él en El Guamo, respondió mi tío. Entonces le mandaron a decir a Abel Antonio que lo andaban buscando y él les respondió que lo esperaran a las doce de la noche en El Guamo. Ellos estuvieron donde la novia en ese pueblo y les dijo que él estaba vivo. En el pueblo de nosotros le hicieron cinco noches de velorio. Al quinto días se presentó Abel Antonio a Moler en horas de la madrugada, llegó como a las cuatro y cuando abrió el acordeón hasta los perros aullaron- -Yo estaba pelaito cuando eso, pero me acuerdo que cuando sonó el acordeón se levantó todo el pueblo. Fue fiesta que hicieron, enseguida levantaron la mesa-

Cada vez que evocamos un recuerdo lo podemos modificar, cambio que depositamos en la memoria y al evocarlo después ya no es el hecho que vivimos sino lo último que recordamos. Eso sucede con los recuerdos del hecho en que se vio involucrado el acordeonista, los que dicen conocer de esa circunstancia han ido construyendo su propia imagen de lo acontecido.

El juglar no solo modificó la historia de los hechos que llevó a un grupo de personas a creerlo muerto, también se encargó de agregar detalles para hacerlo más interesante. Echó mano de la imaginación y agregó detalles a la historia que sabía le darían mayor connotación y fuerza narrativa y, entonces, con su espíritu pregonero y su teatralidad natural, salió a contarla sin importarle que cada vez que lo hacía agregaba detalles.

Rodeó a la historia de cierto halo de misterio, dijo que llegó a las doce noches a su pueblo, hora considerada “mala” por cuanto, según antiguas creencias, es el tiempo en que se hacen visibles espantos y endriagos. Vestido de blanco en medio de la oscuridad y acompañado de los aullidos de los perros, tocando acordeón se transformó en un espanto que caminaba por la calle de “alante” de Piedras de Moler.

Lo de decir que llegó a las doce de la noche no es un cometario casual, es la manera de construir la imagen de que era alguien que llegaba del más allá para recorrer las calles de su pueblo. El sonido del llanto de María del Tránsito, su madre, y de las demás mujeres de la familia que acompañaban a los Villa Villa en el velorio, al escuchar el instrumento musical, aumentó la certeza entre sus paisanos que era el fantasma de Abelito el que merodeaba a la población.

Además, fue la manera de construir la imagen de que volvía de las redes de la muerte, era un resucitado y que hora mejor de hacerlo que las doce de la noche y tocando acordeón. Venía a ver quién lo había llorado en vida y después de muerto, como dice unos viejos versos del folclor costeño. Se declaró resucitado junto con la plenitud de su ser y personalidad, sin haber muerto. Revivido como Jesús, Lázaro, la hija de Jairo, el niño que resucitó el profeta Eliseo y el propio profeta, al tenor de la historia contada por la Biblia. “Ahora de nuevo resucité y sigo siendo el mismo Abel Antonio”.

Las voces del acordeón, del canto que traía las brisas de Zapayán fueron parteras del llanto, de la risa, de las carcajadas de los miembros de la familia Villa, a la saber que era Abelito el que con el acordeón terciado en su pecho tocaba y cantaba:

“La quiero conseguir

Pá ponerle una querella

La muerte me busca a mí

Y yo le tengo miedo.”

Entonces apagaron las velas que estaban en la mesa que hacía de altar, quitaron la sábana blanca que estaba al fondo del altar, y esperaron que amaneciera para devolver el cristo crucificado a la iglesia. Los taburetes dejaron de estar en torno a la sala para ser ubicados en la puerta de la vivienda de los Villa, donde Abelito y Toño Villa, cantaron versos festejando que el primero había resucitado.

-A Abel Antonio no le hicieron falta cuatro noches, le faltaron seis porque en Moler no son nueve sino las 10 noches de velorio- afirma el docente Robert Calanche, refiriéndose a las tradiciones mortuorias de esa población.

La canción titulada ‘Las cinco noches de velorio’ o ‘La muerte de Abel Antonio’, resulta ser la primera en ser grabada, en la música conocida hoy como vallenata, entre aquellas cuyo texto se traduce en una experiencia autobiográfica relacionada con la muerte. Con ella sucedió el mismo fenómeno que con ‘Alicia Adorada’, interpretadas por sus autores no fueron exitosas como si lo serían por otras personas. El mayor éxito de ‘Alicia Adorada’ se dio cuando fue grabada por Alejandro Duran, cuando lo hizo su autor Juancho Polo Valencia, no alcanzó la popularidad de la primera

Abel Antonio grabó por primera vez esta canción y no tuvo mayor trascendencia, mientras que interpretada por Guillermo de Jesús Buitrago, con el nombre de ‘Cinco Noches de Velorio’, se convirtió en todo un suceso musical. El coleccionista de música Julio Oñate Martínez tiene una explicación sobre el éxito de la canción cantada por Buitrago. Señala que Abel Antonio la grabó para un sello argentino que procesó pocos discos debido a que no sabía en qué consistía eso de música interpretada con acordeón. – El disco no se consigue porque tan solo mandaron pocos discos debido a que no sabían que se iban a vender. Los pocos que llegaron los repartieron en las emisoras-

Por otro lado -Buitrago era el gran publicista de los años cuarenta y tras grabar la canción la convirtió en todo un éxito. Él era el Carlos Vives de ese momento porque internacionalizó la música vallenata con guitarra. Él fue quien llevó la música vallenata al interior del país- dice Oñate.

El acordeonista Villa, grabó en varias oportunidades la señalada canción: 1968, 1979, 1985, 1995, constituyéndose en uno de los mayores éxitos en su vida musical. Esta canción fue llevada a las grabaciones por los conjuntos vallenatos de Alfredo Gutiérrez, El Binomio de Oro, Carlos Vives y en el estilo de música tropical por los Melódicos de Renato Capriles.

El juglar con su capacidad creativa le introdujo al disco unos nuevos versos que al cantarlos modificaba la estructura musical tradicional de la canción, la que retomaba cuando volvía a interpretar los versos originales. El encargado de grabar los nuevos versos fue Diomedes Díaz a los que le dio el título de Cuando Muera. Son unos versos en los que menciona que cuando muera entierren su cuerpo pero que dejaran su nombre y su fama afuera de la tumba.

La segunda muerte de Abel Antonio se produjo sesenta y tres años después de la primera noticia de su fallecimiento. Al morir era un hombre de 82 años a quien quebrantos de salud lo obligó, seis años antes de fallecer, a retirarse de la actividad musical. Afectado por una enfermedad reclamaba que ya no lo tenían en cuenta para grabarle sus canciones cuando disponía de varios temas inéditos dispuestos para quienes les interesara. Lo angustiaba sentirse porque sabía que de esa forma se comienza a morir, tal y como lo dice el poeta José Ramón Mercado, solo la muerte es definitiva.

Necesitaba de la vida para mantener viva su fama, porque estaba seguro que tras su muerte ella iba a desaparecer.

“Como yo he sido buen gallo
Y he peleado en todas las galleras
Mi fama no se ha acabado
Se acaba es cuando me muera
.”

Abel Antonio siendo aún un mozalbete interpretó versos de ‘Amor Amor’ con un acordeón de dos teclados y parte de ellos los convirtió en un disco comercial al que llamó Rosita. En esa canción le pidió a esa joven hermosa, de la que decía que era una flor que para él había nacido, que si algún llegaba a escuchar que él había muerto rezara por él tres padres nuestros, aunque no lo viera morir.

Al componer e interpretar el tema musical ‘Soy Abel Antonio’, dice que al morir sus amigos le guardaran luto, también menciona que sus padres lo lloraran cuando vean que lo van a enterrar, y le advierte a quien será culpable de su fallecimiento que lo tiene que llorar.

En otra canción le pidió a su esposa, Devora Caña, “Doya”, que tras su muerte no le guardara luto, que no vistiera de negro porque al hacerlo de esta forma no iba a revivir al difunto. Además, pidió que en su velorio no lo lloraran ni prendieran velas, porque al hacerlo no lo iban a revivir.

Adiós esposa querida
Te recomiendo a mis hijos
Se muere Abel Antonio Villa
Para el otro mundo se despide
.”

Tras su fallecimiento en Barranquilla, el 10 de julio de 2006, sus mortales fueron trasladados a Pivijay para ser sepultados en una tumba en el cementerio San Fernando de Pivijay. Mientras sus restos yacen en esa población, en Piedras de Moler el compositor Pedro Pablo Bermúdez Barrios, le canta orgulloso al hijo ausente de ese pueblo: “Le sepultaron el cuerpo, pero su fama quedó afuera”.

Por Álvaro Rojano/EL PILÓN