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Crónica - 29 junio, 2020

Las bodas de plata de Luis Enrique con Rosalbina

Luis Enrique, un bebedor incontrolable y sin fin, procuró atender sobrio y como si la fiesta apenas comenzara a los que llegaron a su casa a celebrar las bodas de plata durante la semana. Ella, por su parte, no fue ajena a la organización, en oportunidades se le vio preparando comidas distintas que brindaban a todos.

El 8 de abril de 1972, la pareja compuesta por el acordeonista Luis Enrique Martínez y Rosalbina Serrano De Oro, celebraron en El Copey los veinticinco años de casados. Este invitó a la fiesta a sus amigos músicos, ganaderos, políticos, empresarios, comerciante de distintos lugares del Caribe colombiano y a todos los copeyanos.

Este, además de oferente, fue el organizador de la celebración, delegando en su familia algunas actividades. Ordenó la construcción de una enramada, de casi doscientos metros de largo, en el patio común de su casa y de su madre Anatividad Argote, para que los invitados permanecieran en ese lugar mientras esperaban  la ceremonia religiosa que se realizó en la iglesia de El Copey.

Él se encargó de tres asuntos, columna vertebral de las festividades, el ron, la comida y la música. Los aportantes del ron fueron sus amigos Andrés Pérez, químico de la industria licorera del Magdalena, quien le donó varios toneles de ron Centenario, y Eduardo Dávila. Fue tanto el trago que se sirvió y bebió en esa fiesta que Rosalbina asegura que corrían ríos de ron. Las reses para la comida fueron donadas por Tito y Tobías Pumarejo, Sinforiano Restrepo y Toño Andrade. 

La música estuvo a cargo de los hermanos Luis Enrique y Chema Martinez, del sobrino de estos, el negrito Villa, de Andrés Landero, Juancho Polo Valencia, Abel Antonio Villa, Alejandro y Nafer Duran, Colacho Mendoza, Pacho, Pachito y Alberto Rada y los hermanos López, entre los conocidos. También estuvieron algunos compositores, entre ellos: Fredy Molina, Adolfo Pacheco y Armando Zabaleta, quien en el marco de la celebración compuso la canción Las Bodas de Plata, que cantó a los esposos, la que grabaron los hermanos López con la voz de Jorge Oñate.

En la ceremonia religiosa Luis Enrique lució un vestido entero gris y ella un traje ceñido al cuerpo que le habían confeccionado para la ocasión, y parte de las alhajas de oro que su esposo acostumbraba a regalarle. Después de la misa sonaron voladores y otros juegos artificiales dispuestos para esta fecha.

Tras la ceremonia religiosa los invitados y parte de los habitantes de El Copey se reunieron en la caseta central para escuchar y bailar al son de todos los conjuntos vallenatos que amenizaron la fiesta. Festejo que se extendió hasta la cinco de la mañana cuando la mayoría de los presentes abandonaron ese lugar, entre ellos el médico Rodrigo Vives Echeverria. Sin embargo, eso no significó que la celebración terminara, continuó por el resto del día y de la semana en el patio de la casa de la pareja.

La música interpretada por Landero, los Rada, los Martínez, Abel Antonio, Juancho Polo, entre otros, los hermanos Lopéz, sirvió para amenizar la parranda en la que también participaron personas que llegaron de distintos lugares del Cesar, La Guajira, Bolívar y Magdalena, Bogotá. Semana en  la que unos se iban y otros llegaban .

Luis Enrique, un bebedor incontrolable y sin fin, procuró atender sobrio y como si la fiesta apenas comenzara a los que llegaron a su casa a celebrar las bodas de plata durante la semana. Ella, por su parte, no fue ajena a la organización, en oportunidades se le vio preparando comidas distintas que brindaban a todos, para atender, de manera especial, a algunos participantes en la parranda.

El génesis de esa celebración estuvo en el lejano 1947 cuando Luis Enrique conoció a quien, después, fue su esposa en El Copey. Ella tenía 20 años y él 25. Nacida en Nerviti, Bolívar, pequeña población ubicada a orillas del río Magdalena, se marchó para El Copey a temprana edad con su padre después de la muerte de su madre. La decisión de mudarse para este lugar la tomó su padre apoyado en la permanencia en ese lugar de su hija Ana, y de las posibilidades de acceder a un pedazo de tierra donde sembrar semillas de pancoger.

Rosita, como su esposo acostumbró a llamarla, es una mujer de 95 años de edad, como consta en la cédula de ciudadanía, aunque, según su edad biológica, es menor tres años. Vive en Santa Marta para donde se mudaron después de 1972, tiempo en el que también vivieron en Bogotá. Ella recuerda cómo iniciaron las relaciones sentimentales con el juglar de la música vallenata.

“Nos conocimos la noche del matrimonio de mi hermana Ana y nos enamoramos. Él estuvo como invitado en la fiesta por el esposo de ella, Bernabel Gómez. Él desde que me vio me echó a perder, ja ja ja ja, me echó el ojo. Esa noche bailamos, me echó el cuento y nos hicimos novios, eso fue rápido. A los pocos días me visitó en mi casa. Al único que le gustó esas relaciones fue a mi papá, estaba alegre. Es que Luis Enrique ya había tenido mujer y era padre de dos hijos. Después de unos días de novios él me sacó, decidimos irnos a vivir juntos, me llevó para la finca donde vivía con su mamá y su padrastro”.

La decisión de irse a vivir como parejas le trajo consecuencias judiciales a Luis Enrique debido a que la novia era menor de edad, por lo que fue detenido en la cárcel del pueblo. Para entonces el matrimonio era una de las salidas a la situación jurídica que enfrentaba, las otras eran huir o una condena penal y la cárcel. Él prefirió la primera.

“Mientras él estuvo preso, yo vivía donde unas amigas, para donde me llevaron,  él salía todas las noches de la cárcel y me visitaba. Hasta que nos casamos en Caracolicito (Cesar). Fue una ceremonia sencilla, yo usé un traje blanco que él me compró, y después de la iglesia nos fuimos para la finca donde vivíamos”.

La sencillez de aquel acto contrastó con la celebración de los 25 años de casados. En aquella oportunidad no hubo ni boda ni festejo el día del matrimonio. La boda era una fiesta que tenía lugar el día antes del matrimonio, con la que se buscaba despedir a los solteros.

Para entonces Luis Enrique era aserrador de madera y por ratos interpretaba el acordeón, actividad última a la que se dedicó por entero después del matrimonio. 

Después que nos casamos él comenzó a salir, a salir, a salir como acordeonero. Unos meses después de casarnos yo salí embarazada. El me dejó cogiendo barriga y salió a tocar y cuando regresó ya el niño caminaba, fue cuando conoció a Moisés”, recuerda Rosalbina con voz amorosa.

“Luis Enrique se volvió mujeriego a morir con eso de la música, pero nunca me abandonó ni fue irresponsable con su hogar. Nunca vivió con otras mujeres, pero para donde agarraba tenía una. Yo sabía eso porque los compañeros me lo decían, pero yo en ese tiempo no sabía pelear ni nada de eso. Figúrese, como sería yo que, Luis Enrique se sacó a una muchacha en Bálsamo, Magdalena, Lucha Movilla se llamaba, y la trajo para donde su mamá, que vivía al lado de nosotros.  Ella se aburrió de esperarlo y se quiso ir para su pueblo, yo la acompañé a Fundación para que se fuera”.

Agrega: “Yo en ese tiempo era muy tranquila, era conforme que viniera o no viniera. Yo nunca lo celé y  lo veía cuando se enamoraba. Las mujeres apenas él les hacía un hijo, me lo llevaban. Yo al que me llevaban lo cogía y lo criaba. Yo era tan tranquila que a mí me decían: tú por qué eres así, no tienes alma. Cuando me encontraba por la calle con una mujer de esas, avispadas, me decían cosas de él, yo se las comentaba y me respondía: ¡No le pares bola, Rosita! Lo mismo me decía su mamá cuando le comentaba lo que me decían por la calle”.

Luis Enrique fue mujeriego pero que nunca le conocí una querida”, afirma Sebastián, Chan, Martínez, su sobrino y miembro de su conjunto musical  por muchos años.

“Su primera mujer fue Natalí, era de Fundación, con la que tuvo dos hijas. Él solo tuvo cinco hijos por la calle, porque los demás fueron con la comadre Rosa. Mi comadre ayudó a criar a algunos de esos hijos, las mamás se los llevaron y ella los recibió  tranquila y los crió. Uno de ellos era hijo de una muchacha de Chiriguaná y otro de El Difícil. Una vez fuimos a tocar a las fiestas de Fonseca y estuvo durante ese tiempo con una india, ella salió embarazada y después que parió fue a conocer la niña y se la trajo para donde mi comadre Rosa y ahí estuvo un poco de tiempo”.

Su mamá me tenía como una hija, ella me daba todo, estaba pendiente de mí, cuando Luis Enrique estaba por fuera de la casa. Ella fiaba, prestaba, hasta cuando él regresara”, dice Rosalbina con su voz lenta. “Cuando regresaba de sus corredurías me traía prendas de oro, ropa, zapatos, chancletas. Una vez me trajo un pote lleno de cadenas, aretes, pulseras de oro, que me robó una bandida, que dizque arreglaba prendas de oro, que era mujer de él”.

Luis Enrique le compuso algunas canciones a su esposa: ‘No sufras, Morenita’, ‘La Carta’, ‘Los caprichos de Rosa’, ‘Noticias negras’, ‘Mi negra querida’, de las que ella asegura las hizo cuando descubría que estaba enamorado de otra mujer. También le cantó a otras mujeres, Marta Elena, Maricela, entre otras, de las que dice Chan Martínez, lo inspiraron por el solo hecho de conocerlas.

La primera era una mujer a la que conoció en Las Palmas, Bolívar, mientras que a Maricela en una parranda que tenía con Lucky Cotes en Riohacha, ella era de Chiriguaná y trabajaba en un almacén en Maicao. “El hacía canciones amorosas cuando una mujer le caía en gracia, o cuando un amigo se lo pedía, no necesariamente estaba enamorado, porque creo que de la mujer que siempre lo estuvo fue de mi comadre Rosa”, advierte Chan.

Le indagué a ella si le mandaba cartas a Luis Enrique, como él lo dice en la canción ‘La Carta’, me respondió: “Él me escribía, me mandaba papelitos, yo le respondía.  A veces me mandaba a buscar a un pueblo, nos veíamos y yo me regresaba. Él  me sacaba, me llevaba para Nerviti donde una hermana y allá duraba bastante tiempo, esperándolo, hasta que regresaba y nos íbamos para El Copey.  También me llevaba para donde algún compadre o comadre y  les decía: ‘Ahí les dejo a Rosita para que la cuiden, yo regreso la otra semana’, y volvía a los tres meses por mí. Él era muy tranquilo”.

Luis Enrique consiente de sus largas ausencias cantó:

No sufras en mi ausencia que yo no me he quedado

Rosita de mi alma no esperes eso de mí

Yo te ofrecí un amor matrimonial

Y por eso tengo que venir.

Lo que pasa es que Luis Enrique era como esa novela y que ‘El Águila Solitaria’, así era él”, asegura su sobrino Sebastián. “Él salía de su casa y no se preocupaba por volver. De lo que si se preocupaba era de mandar plata, de llamar a mi comadre a un pueblo cercano, la veía y él pa adelante. Para regresar a su casa era trabajoso, le gustaba era andar de pueblo en pueblo, de fiesta en fiesta”. 

Yo desde que él se murió he estado de duelo, me hace mucha falta”, dice su esposa, pensado en su ausencia definitiva, en el dolor que dejó en su corazón su partida final. Sabe que no hay esperanza de que vuelva, como lo hacía tras sus largas ausencias. Está consciente de que ya no volverá a entrar por la puerta de su casa con la tranquilidad del que sabe que en ella habitaba una mujer conforme, dispuesta a esperarlo, que lo amaba.

 Ella, recordándolo, debe tararear esa canción que le compuso, con la que quizá se consuela: “Me mandó a decir Rosita, que ella siempre está de duelo, pero le mandé una carta escrita, pa que le sirva de consuelo. Deja esa tristeza, Rosita no llores…”.

Por: Álvaro Rojano

Crónica
29 junio, 2020

Las bodas de plata de Luis Enrique con Rosalbina

Luis Enrique, un bebedor incontrolable y sin fin, procuró atender sobrio y como si la fiesta apenas comenzara a los que llegaron a su casa a celebrar las bodas de plata durante la semana. Ella, por su parte, no fue ajena a la organización, en oportunidades se le vio preparando comidas distintas que brindaban a todos.


El 8 de abril de 1972, la pareja compuesta por el acordeonista Luis Enrique Martínez y Rosalbina Serrano De Oro, celebraron en El Copey los veinticinco años de casados. Este invitó a la fiesta a sus amigos músicos, ganaderos, políticos, empresarios, comerciante de distintos lugares del Caribe colombiano y a todos los copeyanos.

Este, además de oferente, fue el organizador de la celebración, delegando en su familia algunas actividades. Ordenó la construcción de una enramada, de casi doscientos metros de largo, en el patio común de su casa y de su madre Anatividad Argote, para que los invitados permanecieran en ese lugar mientras esperaban  la ceremonia religiosa que se realizó en la iglesia de El Copey.

Él se encargó de tres asuntos, columna vertebral de las festividades, el ron, la comida y la música. Los aportantes del ron fueron sus amigos Andrés Pérez, químico de la industria licorera del Magdalena, quien le donó varios toneles de ron Centenario, y Eduardo Dávila. Fue tanto el trago que se sirvió y bebió en esa fiesta que Rosalbina asegura que corrían ríos de ron. Las reses para la comida fueron donadas por Tito y Tobías Pumarejo, Sinforiano Restrepo y Toño Andrade. 

La música estuvo a cargo de los hermanos Luis Enrique y Chema Martinez, del sobrino de estos, el negrito Villa, de Andrés Landero, Juancho Polo Valencia, Abel Antonio Villa, Alejandro y Nafer Duran, Colacho Mendoza, Pacho, Pachito y Alberto Rada y los hermanos López, entre los conocidos. También estuvieron algunos compositores, entre ellos: Fredy Molina, Adolfo Pacheco y Armando Zabaleta, quien en el marco de la celebración compuso la canción Las Bodas de Plata, que cantó a los esposos, la que grabaron los hermanos López con la voz de Jorge Oñate.

En la ceremonia religiosa Luis Enrique lució un vestido entero gris y ella un traje ceñido al cuerpo que le habían confeccionado para la ocasión, y parte de las alhajas de oro que su esposo acostumbraba a regalarle. Después de la misa sonaron voladores y otros juegos artificiales dispuestos para esta fecha.

Tras la ceremonia religiosa los invitados y parte de los habitantes de El Copey se reunieron en la caseta central para escuchar y bailar al son de todos los conjuntos vallenatos que amenizaron la fiesta. Festejo que se extendió hasta la cinco de la mañana cuando la mayoría de los presentes abandonaron ese lugar, entre ellos el médico Rodrigo Vives Echeverria. Sin embargo, eso no significó que la celebración terminara, continuó por el resto del día y de la semana en el patio de la casa de la pareja.

La música interpretada por Landero, los Rada, los Martínez, Abel Antonio, Juancho Polo, entre otros, los hermanos Lopéz, sirvió para amenizar la parranda en la que también participaron personas que llegaron de distintos lugares del Cesar, La Guajira, Bolívar y Magdalena, Bogotá. Semana en  la que unos se iban y otros llegaban .

Luis Enrique, un bebedor incontrolable y sin fin, procuró atender sobrio y como si la fiesta apenas comenzara a los que llegaron a su casa a celebrar las bodas de plata durante la semana. Ella, por su parte, no fue ajena a la organización, en oportunidades se le vio preparando comidas distintas que brindaban a todos, para atender, de manera especial, a algunos participantes en la parranda.

El génesis de esa celebración estuvo en el lejano 1947 cuando Luis Enrique conoció a quien, después, fue su esposa en El Copey. Ella tenía 20 años y él 25. Nacida en Nerviti, Bolívar, pequeña población ubicada a orillas del río Magdalena, se marchó para El Copey a temprana edad con su padre después de la muerte de su madre. La decisión de mudarse para este lugar la tomó su padre apoyado en la permanencia en ese lugar de su hija Ana, y de las posibilidades de acceder a un pedazo de tierra donde sembrar semillas de pancoger.

Rosita, como su esposo acostumbró a llamarla, es una mujer de 95 años de edad, como consta en la cédula de ciudadanía, aunque, según su edad biológica, es menor tres años. Vive en Santa Marta para donde se mudaron después de 1972, tiempo en el que también vivieron en Bogotá. Ella recuerda cómo iniciaron las relaciones sentimentales con el juglar de la música vallenata.

“Nos conocimos la noche del matrimonio de mi hermana Ana y nos enamoramos. Él estuvo como invitado en la fiesta por el esposo de ella, Bernabel Gómez. Él desde que me vio me echó a perder, ja ja ja ja, me echó el ojo. Esa noche bailamos, me echó el cuento y nos hicimos novios, eso fue rápido. A los pocos días me visitó en mi casa. Al único que le gustó esas relaciones fue a mi papá, estaba alegre. Es que Luis Enrique ya había tenido mujer y era padre de dos hijos. Después de unos días de novios él me sacó, decidimos irnos a vivir juntos, me llevó para la finca donde vivía con su mamá y su padrastro”.

La decisión de irse a vivir como parejas le trajo consecuencias judiciales a Luis Enrique debido a que la novia era menor de edad, por lo que fue detenido en la cárcel del pueblo. Para entonces el matrimonio era una de las salidas a la situación jurídica que enfrentaba, las otras eran huir o una condena penal y la cárcel. Él prefirió la primera.

“Mientras él estuvo preso, yo vivía donde unas amigas, para donde me llevaron,  él salía todas las noches de la cárcel y me visitaba. Hasta que nos casamos en Caracolicito (Cesar). Fue una ceremonia sencilla, yo usé un traje blanco que él me compró, y después de la iglesia nos fuimos para la finca donde vivíamos”.

La sencillez de aquel acto contrastó con la celebración de los 25 años de casados. En aquella oportunidad no hubo ni boda ni festejo el día del matrimonio. La boda era una fiesta que tenía lugar el día antes del matrimonio, con la que se buscaba despedir a los solteros.

Para entonces Luis Enrique era aserrador de madera y por ratos interpretaba el acordeón, actividad última a la que se dedicó por entero después del matrimonio. 

Después que nos casamos él comenzó a salir, a salir, a salir como acordeonero. Unos meses después de casarnos yo salí embarazada. El me dejó cogiendo barriga y salió a tocar y cuando regresó ya el niño caminaba, fue cuando conoció a Moisés”, recuerda Rosalbina con voz amorosa.

“Luis Enrique se volvió mujeriego a morir con eso de la música, pero nunca me abandonó ni fue irresponsable con su hogar. Nunca vivió con otras mujeres, pero para donde agarraba tenía una. Yo sabía eso porque los compañeros me lo decían, pero yo en ese tiempo no sabía pelear ni nada de eso. Figúrese, como sería yo que, Luis Enrique se sacó a una muchacha en Bálsamo, Magdalena, Lucha Movilla se llamaba, y la trajo para donde su mamá, que vivía al lado de nosotros.  Ella se aburrió de esperarlo y se quiso ir para su pueblo, yo la acompañé a Fundación para que se fuera”.

Agrega: “Yo en ese tiempo era muy tranquila, era conforme que viniera o no viniera. Yo nunca lo celé y  lo veía cuando se enamoraba. Las mujeres apenas él les hacía un hijo, me lo llevaban. Yo al que me llevaban lo cogía y lo criaba. Yo era tan tranquila que a mí me decían: tú por qué eres así, no tienes alma. Cuando me encontraba por la calle con una mujer de esas, avispadas, me decían cosas de él, yo se las comentaba y me respondía: ¡No le pares bola, Rosita! Lo mismo me decía su mamá cuando le comentaba lo que me decían por la calle”.

Luis Enrique fue mujeriego pero que nunca le conocí una querida”, afirma Sebastián, Chan, Martínez, su sobrino y miembro de su conjunto musical  por muchos años.

“Su primera mujer fue Natalí, era de Fundación, con la que tuvo dos hijas. Él solo tuvo cinco hijos por la calle, porque los demás fueron con la comadre Rosa. Mi comadre ayudó a criar a algunos de esos hijos, las mamás se los llevaron y ella los recibió  tranquila y los crió. Uno de ellos era hijo de una muchacha de Chiriguaná y otro de El Difícil. Una vez fuimos a tocar a las fiestas de Fonseca y estuvo durante ese tiempo con una india, ella salió embarazada y después que parió fue a conocer la niña y se la trajo para donde mi comadre Rosa y ahí estuvo un poco de tiempo”.

Su mamá me tenía como una hija, ella me daba todo, estaba pendiente de mí, cuando Luis Enrique estaba por fuera de la casa. Ella fiaba, prestaba, hasta cuando él regresara”, dice Rosalbina con su voz lenta. “Cuando regresaba de sus corredurías me traía prendas de oro, ropa, zapatos, chancletas. Una vez me trajo un pote lleno de cadenas, aretes, pulseras de oro, que me robó una bandida, que dizque arreglaba prendas de oro, que era mujer de él”.

Luis Enrique le compuso algunas canciones a su esposa: ‘No sufras, Morenita’, ‘La Carta’, ‘Los caprichos de Rosa’, ‘Noticias negras’, ‘Mi negra querida’, de las que ella asegura las hizo cuando descubría que estaba enamorado de otra mujer. También le cantó a otras mujeres, Marta Elena, Maricela, entre otras, de las que dice Chan Martínez, lo inspiraron por el solo hecho de conocerlas.

La primera era una mujer a la que conoció en Las Palmas, Bolívar, mientras que a Maricela en una parranda que tenía con Lucky Cotes en Riohacha, ella era de Chiriguaná y trabajaba en un almacén en Maicao. “El hacía canciones amorosas cuando una mujer le caía en gracia, o cuando un amigo se lo pedía, no necesariamente estaba enamorado, porque creo que de la mujer que siempre lo estuvo fue de mi comadre Rosa”, advierte Chan.

Le indagué a ella si le mandaba cartas a Luis Enrique, como él lo dice en la canción ‘La Carta’, me respondió: “Él me escribía, me mandaba papelitos, yo le respondía.  A veces me mandaba a buscar a un pueblo, nos veíamos y yo me regresaba. Él  me sacaba, me llevaba para Nerviti donde una hermana y allá duraba bastante tiempo, esperándolo, hasta que regresaba y nos íbamos para El Copey.  También me llevaba para donde algún compadre o comadre y  les decía: ‘Ahí les dejo a Rosita para que la cuiden, yo regreso la otra semana’, y volvía a los tres meses por mí. Él era muy tranquilo”.

Luis Enrique consiente de sus largas ausencias cantó:

No sufras en mi ausencia que yo no me he quedado

Rosita de mi alma no esperes eso de mí

Yo te ofrecí un amor matrimonial

Y por eso tengo que venir.

Lo que pasa es que Luis Enrique era como esa novela y que ‘El Águila Solitaria’, así era él”, asegura su sobrino Sebastián. “Él salía de su casa y no se preocupaba por volver. De lo que si se preocupaba era de mandar plata, de llamar a mi comadre a un pueblo cercano, la veía y él pa adelante. Para regresar a su casa era trabajoso, le gustaba era andar de pueblo en pueblo, de fiesta en fiesta”. 

Yo desde que él se murió he estado de duelo, me hace mucha falta”, dice su esposa, pensado en su ausencia definitiva, en el dolor que dejó en su corazón su partida final. Sabe que no hay esperanza de que vuelva, como lo hacía tras sus largas ausencias. Está consciente de que ya no volverá a entrar por la puerta de su casa con la tranquilidad del que sabe que en ella habitaba una mujer conforme, dispuesta a esperarlo, que lo amaba.

 Ella, recordándolo, debe tararear esa canción que le compuso, con la que quizá se consuela: “Me mandó a decir Rosita, que ella siempre está de duelo, pero le mandé una carta escrita, pa que le sirva de consuelo. Deja esa tristeza, Rosita no llores…”.

Por: Álvaro Rojano