La trilogía de mujer, madre y educadora, enaltece su condición humana.
La vida de la profesora Ruth Ariza Cotes de Ramírez es una epopeya en la interminable búsqueda del conocimiento a través de la pedagogía, la historia, la literatura y demás ciencias sociales. Sus padres Enrique Manuel Ariza Oñate y Josefa Cotes Ovalle, ambos eran personas ilustradas, amantes de la lectura. Ella fue educada en Medellín con sus hermanas Berta y Rosa Cotes Ovalle. Enrique fue maestro de escuela y contador juramentado, con afinidad por la poesía y la música, tocaba la guitarra, el violín y recitaba poemas.
En la década del cuarenta, los esposos Ariza Cotes con sus ocho hijos viajan de Valledupar a Barranquilla en búsqueda de oportunidades, calidad de vida y educación para los hijos. En ese tiempo Rosa Cotes Ovalle era profesora en el corregimiento de Los Venados (Valledupar), y en uno de sus viajes a Barranquilla decide traerse a su sobrina Ruth Ariza Cotes, hija menor de su hermana Josefa.
Es de imaginar a Ruth Ariza, en su niñez, cuando se iba con la tía Rosa Cotes para la Escuela en Los Venados; su deleite al mirar y otear el perfume rosado de los racimos de cerezas y el juguetear del colibrí en los hilos del viento para dejar su canto en los labios de la rosa. Ruth, a pesar de las atenciones y el cariño de su tía, añoraba estar con sus padres y hermanos… En Barranquilla termina sus estudios de primaria en la Anexa de La Normal Superior y desarrolla su vocación por la lectura; empieza a destacarse en la declamación y es aplicada en todas las asignaturas, lo cual la hizo merecedora de matrícula de honor durante seis años de estudios; y es elegida declamadora oficial del colegio. Recibe el título de Maestra Superior en 1956.
En 1957 inicia en Barranquilla su experiencia docente; pero su sueño académico era la Universidad. Al año siguiente viaja a Bogotá, es nombrada docente en básica primaria (1958-1960) y comienza estudios de derecho en la Universidad Libre. De sus profesores, recuerda en la asignatura de psicopatología del derecho al médico, psiquiatra y escritor de Valledupar, José Francisco Socarrás Colina (1906 -1995). El maestro Socarrás, destacado humanista y uno de los gestores de la creación de la Escuela Normal Superior, y rector (1937 – 1945). En Bogotá hay un colegio distrital con su nombre, pero aquí lo hemos ignorado.
Uno de sus compañeros de estudio, Fabio Ramírez Alonso, la conquista con los cortejos del amor y pronto se casan. Ruth interrumpe los estudios por el trabajo y la responsabilidad de los quehaceres del hogar. Su esposo termina derecho y es nombrado juez en Málaga (Santander); ella es nombrada coordinadora de prácticas pedagógicas en la Normal de esa ciudad (1963-1964).
A Fabio lo trasladan a Bogotá y un año después a Valledupar, como magistrado auxiliar de la Sala Penal. Ruth fue docente de español en el Colegio Loperena (1965). En 1966 funda y dirige el Colegio Liceo Campestre Disneylandia, en Valledupar, que funciona hasta 1978. Entre 1978 y 2002 trabaja como supervisora del departamento del Cesar, asignada a la zona indígena de la Sierra Nevada, y lidera la elaboración y evaluación de un currículo que involucra lo étnico. Coordina la formación de maestros indígenas. Directora de la Casa de Asuntos Indígenas de Valledupar, entre 2002 y 2004.
Su hoja de vida registra: estudios de psicología en la Universidad Pedagógica de Bogotá, y antropóloga en la Universidad Nacional de Bogotá (2006). Hizo una especialización en historia regional en la Universidad Popular del Cesar (2007), y ha participado en seminarios, simposios, foros, talleres, congresos y encuentros. Es investigadora y autora de las placas que ilustran la memoria de las casas del centro histórico de Valledupar. Fundadora del primer grupo de guías turísticas del Cesar. Cofundadora y columnista del Diario Vallenato. Miembro fundador del Club de Leones Monarca de Valledupar. Miembro fundador de la Academia de Historia del Cesar y primera secretaria de la misma. Miembro del grupo de poetas ‘Los Garrapatas’.
La fibra de la ternura de espíritu es el talante que embellece su palabra y pensamiento. La trilogía de mujer, madre y educadora, enaltece su condición humana. La alegría es un espejo radiante en su mirada de mujer caribe: sangurutea su pollera al ritmo del guararé y otros ritmos tropicales. Se detiene al escuchar gaitas y la magia de los carrizos que los indígenas le ofrendan a su apacible nostalgia; y parece levitar al son del palmoteo de tambores que agitan las cantadoras de palenques.
Ella es en esencia, mujer sabia. Su memoria es un arco iris en la supremacía de saberes. Ama y defiende la diversidad étnica, las tradiciones, los ritos, la historia, el paisaje, el ecosistema; incansable vigía de los ríos y los árboles, de la libertad de la palabra y la dignidad humana. Conoce la narrativa y la lírica de las canciones vallenatas, y admira la liturgia romántica del poeta soñador que promete amar más allá de la muerte.
Otras especialidades suyas, son la arqueología, la paleontología y los árboles genealógicos; por esos lares pudo comprobar que su ascendencia materna está emparentada con Tranquilina Iguarán Cotes, la abuela materna del escritor Gabriel García Márquez. En su hogar ha liderado la formación ética, académica y profesional de sus hijos: Piedad, es antropóloga y magíster en ‘Resolución de conflictos’; Luisa Fernanda es médica; Luis Carlos, abogado; Gustavo Adolfo, abogado y magíster en ‘Derechos humanos’; Rosa María, filósofa; Fabio, administrador público.
Son cincuenta los años dedicados a la docencia, gran parte de su tiempo fue un peregrinar por aulas escolares, por pueblos indígenas de La Nevada, por bibliotecas, colegios, universidades, notarías, archivos históricos, talleres, museos y encuentros de diversos saberes; que no le quitaron tiempo a su fascinación por la poesía, la música y la amistad. Ya retirada de la responsabilidad de jornadas laborales, mantiene su vínculo con la investigación y la escritura; con frecuencia la vemos participando en eventos académicos y en publicaciones de la serie ‘Mujeres ilustres de Valledupar’ por el diario El Pilón.
POR JOSÉ ATUESTA MINDIOLA/ESPECIAL PARA EL PILÓN
La trilogía de mujer, madre y educadora, enaltece su condición humana.
La vida de la profesora Ruth Ariza Cotes de Ramírez es una epopeya en la interminable búsqueda del conocimiento a través de la pedagogía, la historia, la literatura y demás ciencias sociales. Sus padres Enrique Manuel Ariza Oñate y Josefa Cotes Ovalle, ambos eran personas ilustradas, amantes de la lectura. Ella fue educada en Medellín con sus hermanas Berta y Rosa Cotes Ovalle. Enrique fue maestro de escuela y contador juramentado, con afinidad por la poesía y la música, tocaba la guitarra, el violín y recitaba poemas.
En la década del cuarenta, los esposos Ariza Cotes con sus ocho hijos viajan de Valledupar a Barranquilla en búsqueda de oportunidades, calidad de vida y educación para los hijos. En ese tiempo Rosa Cotes Ovalle era profesora en el corregimiento de Los Venados (Valledupar), y en uno de sus viajes a Barranquilla decide traerse a su sobrina Ruth Ariza Cotes, hija menor de su hermana Josefa.
Es de imaginar a Ruth Ariza, en su niñez, cuando se iba con la tía Rosa Cotes para la Escuela en Los Venados; su deleite al mirar y otear el perfume rosado de los racimos de cerezas y el juguetear del colibrí en los hilos del viento para dejar su canto en los labios de la rosa. Ruth, a pesar de las atenciones y el cariño de su tía, añoraba estar con sus padres y hermanos… En Barranquilla termina sus estudios de primaria en la Anexa de La Normal Superior y desarrolla su vocación por la lectura; empieza a destacarse en la declamación y es aplicada en todas las asignaturas, lo cual la hizo merecedora de matrícula de honor durante seis años de estudios; y es elegida declamadora oficial del colegio. Recibe el título de Maestra Superior en 1956.
En 1957 inicia en Barranquilla su experiencia docente; pero su sueño académico era la Universidad. Al año siguiente viaja a Bogotá, es nombrada docente en básica primaria (1958-1960) y comienza estudios de derecho en la Universidad Libre. De sus profesores, recuerda en la asignatura de psicopatología del derecho al médico, psiquiatra y escritor de Valledupar, José Francisco Socarrás Colina (1906 -1995). El maestro Socarrás, destacado humanista y uno de los gestores de la creación de la Escuela Normal Superior, y rector (1937 – 1945). En Bogotá hay un colegio distrital con su nombre, pero aquí lo hemos ignorado.
Uno de sus compañeros de estudio, Fabio Ramírez Alonso, la conquista con los cortejos del amor y pronto se casan. Ruth interrumpe los estudios por el trabajo y la responsabilidad de los quehaceres del hogar. Su esposo termina derecho y es nombrado juez en Málaga (Santander); ella es nombrada coordinadora de prácticas pedagógicas en la Normal de esa ciudad (1963-1964).
A Fabio lo trasladan a Bogotá y un año después a Valledupar, como magistrado auxiliar de la Sala Penal. Ruth fue docente de español en el Colegio Loperena (1965). En 1966 funda y dirige el Colegio Liceo Campestre Disneylandia, en Valledupar, que funciona hasta 1978. Entre 1978 y 2002 trabaja como supervisora del departamento del Cesar, asignada a la zona indígena de la Sierra Nevada, y lidera la elaboración y evaluación de un currículo que involucra lo étnico. Coordina la formación de maestros indígenas. Directora de la Casa de Asuntos Indígenas de Valledupar, entre 2002 y 2004.
Su hoja de vida registra: estudios de psicología en la Universidad Pedagógica de Bogotá, y antropóloga en la Universidad Nacional de Bogotá (2006). Hizo una especialización en historia regional en la Universidad Popular del Cesar (2007), y ha participado en seminarios, simposios, foros, talleres, congresos y encuentros. Es investigadora y autora de las placas que ilustran la memoria de las casas del centro histórico de Valledupar. Fundadora del primer grupo de guías turísticas del Cesar. Cofundadora y columnista del Diario Vallenato. Miembro fundador del Club de Leones Monarca de Valledupar. Miembro fundador de la Academia de Historia del Cesar y primera secretaria de la misma. Miembro del grupo de poetas ‘Los Garrapatas’.
La fibra de la ternura de espíritu es el talante que embellece su palabra y pensamiento. La trilogía de mujer, madre y educadora, enaltece su condición humana. La alegría es un espejo radiante en su mirada de mujer caribe: sangurutea su pollera al ritmo del guararé y otros ritmos tropicales. Se detiene al escuchar gaitas y la magia de los carrizos que los indígenas le ofrendan a su apacible nostalgia; y parece levitar al son del palmoteo de tambores que agitan las cantadoras de palenques.
Ella es en esencia, mujer sabia. Su memoria es un arco iris en la supremacía de saberes. Ama y defiende la diversidad étnica, las tradiciones, los ritos, la historia, el paisaje, el ecosistema; incansable vigía de los ríos y los árboles, de la libertad de la palabra y la dignidad humana. Conoce la narrativa y la lírica de las canciones vallenatas, y admira la liturgia romántica del poeta soñador que promete amar más allá de la muerte.
Otras especialidades suyas, son la arqueología, la paleontología y los árboles genealógicos; por esos lares pudo comprobar que su ascendencia materna está emparentada con Tranquilina Iguarán Cotes, la abuela materna del escritor Gabriel García Márquez. En su hogar ha liderado la formación ética, académica y profesional de sus hijos: Piedad, es antropóloga y magíster en ‘Resolución de conflictos’; Luisa Fernanda es médica; Luis Carlos, abogado; Gustavo Adolfo, abogado y magíster en ‘Derechos humanos’; Rosa María, filósofa; Fabio, administrador público.
Son cincuenta los años dedicados a la docencia, gran parte de su tiempo fue un peregrinar por aulas escolares, por pueblos indígenas de La Nevada, por bibliotecas, colegios, universidades, notarías, archivos históricos, talleres, museos y encuentros de diversos saberes; que no le quitaron tiempo a su fascinación por la poesía, la música y la amistad. Ya retirada de la responsabilidad de jornadas laborales, mantiene su vínculo con la investigación y la escritura; con frecuencia la vemos participando en eventos académicos y en publicaciones de la serie ‘Mujeres ilustres de Valledupar’ por el diario El Pilón.
POR JOSÉ ATUESTA MINDIOLA/ESPECIAL PARA EL PILÓN