Lo que para unos es mal visto, para ellas significa el sacrificio de todo un año. Reconstruimos el sentir de las trabajadoras sexuales en Valledupar, incluyendo el fenómeno de la migración.
Diciembre significa familia, comer alrededor de una mesa, conversar con tus seres queridos, hacer compras, preparar la llegada del Niño Jesús y despedir juntos el año viejo, pero para un grupo de mujeres significa reemplazar horas familiares por horas ´laborales´ en compañía de hombres que apenas acaban de conocer.
En algunos casos después de ese primer contacto sexual se vuelven ‘amigos’ – clientes frecuentes- como lo describieron las tres mujeres que nos permitieron escuchar sus historias en ‘El Trébol’, una cantina en el sector del popular ‘Boliche’, zona de tolerancia del centro de Valledupar. Hablamos de las trabajadoras sexuales, por qué lo hacen y a dónde va el dinero que pagan los hombres por ellas.
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“Llámame ‘Amor, el cantinero amor’”, nos dice un hombre alto, como de 1.80 m, moreno, de sonrisa amable, y quien administra ‘El Trébol’ el sitio que expende bebidas alcohólicas, gaseosas, y ofrece a sus clientes, en su mayoría hombres, mujeres para satisfacer sus necesidades sexuales.
Dentro del sitio, que abre desde las 10 a.m., y cierra a las 8 p.m., entran y salen hombres a cualquier hora, quienes no solo llegan por un trago de alcohol, también lo hacen por ellas: Flor, Milano y Paola.
Recostado al mostrador del bar, con una caja de condones a la vista, nos cuenta el administrador: “Dentro de todos los sitios que están aquí alrededor del boliche, este es un sitio más prudente, porque aquí llega gente de todo tipo: campesinos, del pueblo, obreros, comerciantes, abogados, viajeros. Muy poco llega gente de mal aspecto, porque yo lo he ‘valorizado para que haya respeto a las muchachas. Aquí ellas inicialmente llegan con una necesidad de trabajo, más que todo por sus hijos que pasan necesidades, el marido que las maltrata y no quieren depender de las limosnas, y aquí les brindamos la oportunidad de ganarse el día a día bajo unas reglas en el negocio: no se aceptan robos, peleas entre ellas mismas por algún cliente. Yo les vendo aquí que somos una familia para que haya armonía”.
En Valledupar, por ‘un rato’, ellas cobran entre 25 mil y 30 mil pesos. ‘Amor’ tiene más de 4 años en el manejo de este negocio y explica: “Para competir con los demás establecimientos, que por lo general eso es lo que cobran todos. Aquí el tiempo se maneja por cliente 25 minutos, y en ese tiempo el cliente tiene derecho a disfrutar de su momento. Al acabarse el tiempo debe salir, y si quiere más tiempo lo negocia con la muchacha”. Algunas llegan a pasar el día en blanco, sin cliente, como también puede que gane en un mismo día más de 100 mil pesos.
Las mujeres que laboran en ‘El Trébol’ provienen de diferentes nacionalidades. “Tengo entre 10 a 12 muchachas acá, un 50 % venezolanas, y 50 % colombianas, las cuales se hacen sus chequeos médicos, por ley les exijo sus revisión médica todos los viernes, van a sanidad y si son aprobadas pueden laborar, o si deben tener algún tipo de tratamiento, al terminarlo ingresan nuevamente al negocio. Nada de VIH”, puntualizó el ‘cantinero amor’.
La realidad migratoria que atraviesa Colombia, y Valledupar como ciudad fronteriza con Venezuela, no escapa de la indocumentación. “Yo les exijo documentación, poseer el permiso que otorga migración”, explica ‘Amor’, con tono preocupado. Sin embargo, él mismo nos comenta que algunas mujeres han sido arrestadas y trasladas hasta la frontera. La Policía constantemente le da “asesorías” al respecto pero “ellos saben que se les escapa de las manos y se las llevan porque no tienen la documentación completa. Eso es un vaivén, ellos cogen y se las llevan, y ellas vuelven otra vez, y así sucesivamente”.
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Para proteger la identidad de quienes aceptaron conversar con EL PILÓN se cambiaron dos de los tres nombres reales; las llamamos Paola y Milano. Emilianny Ortega aceptó decir su nombre real.
En el bar hay tres habitaciones que miden aproximadamente 2.50×2.50, en una de ellas se llevaron a cabo las conversaciones, sentadas sobre una cama individual y que por el momento no la ocupaba un cliente.
Paola es una colombiana de 43 años, con 5 hijos, quien a través del trabajo sexual ha logrado sacar adelante a cada de ellos. Hace 12 años comenzó: “Trabajé 6 años, me retiré y volví”, ¿por qué lo hizo?: “Para darle educación a mis hijos. Es más rápido, y aquí en Valledupar no hay fuente de trabajo y no terminé el bachillerato…” justificó.
Paola llegó a trabajar en servicios generales, incluso llegó a vender periódicos. Sobre esto, relató: “No me daba para mantener a mis hijos. Ya tengo uno graduado de ingeniero ambiental sanitario, otro estudia contaduría pública, a punto de graduarse también”. Todos salvo el menor estudian, su quinto hijo es autista. “Ellos no me juzgan, saben que yo he sido papá y mamá para ellos”.
Esta Navidad para flor no ha sido buena, ella alega que las cosas se han puesto difícil refiriéndose a la región: “Ya para esta fecha yo le tenía comprada las cosas a mis hijos. Ya esto no es lo mismo”.
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En relación al modo de trabajo confesó atender más de seis clientes por día… “Y nunca falta quien quiera pisotear a uno pero el administrador no los deja”. Sin embargo recordó que años atrás, en otro lugar, un hombre quiso estar más tiempo con ella por el mismo precio; ella no quiso… “Y me corrió con un cuchillo a matarme. Esta vida es difícil, bastante dura”. Para esta mujer de 43 años la vida como trabajadora sexual tendrá su expiración en dos años cuando termine de educar a sus hijos.
Milano es una joven venezolana de 32 años, al interior del vecino país. En su país natal trabajó en fábrica de pañales y en una venta de peluches, hace un año y seis meses reside en Valledupar. Su estatus es de indocumentada, y alega que eso le perjudicó para conseguir empleo a los sitios donde buscó obtenerlo. “Hablé con el gordo (el administrador) y el me trató bien. No tengo queja. Y desde que llegué sigo trabajando con él”.
Esta mujer tiene tres hijos (11, 16 y 17 años) todos en Venezuela, al igual que su esposo, quien no sabe el trabajo que ella realiza. Sobre el tema de la distancia “uno se pone mal, porque te hacen falta tus hijos, tu familia, todo. Pero ahí vamos en la lucha”. Durante la conversación explica que su familia en Venezuela no sabe a qué se dedica: “No me gustaría que se enteraran. A veces me siento mal”, pero su elección a este trabajo fue hecho a conciencia; sin embargo, ella mantiene comunicación con su gente y para esta Navidad piensa viajar a visitarlos.
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Emilianny Ortega es de Maracaibo, Venezuela, tiene 28 años, se vino a Valledupar hace tres años. “Me vine con mi hijo menor que tenía dos meses de nacido, y al mes y medio traje al mayor que tenía casi cuatro años. Ahora uno tiene tres y el otro seis años. Aquí (en El Trébol) tengo trabajando un año”.
Mientras vivió en Venezuela, Emilianny no trabajaba, se dedicaba a ser ama de casa, y su esposo era quien laboraba en oficios varios. Luego de llegar a Valledupar se separaron. Esta joven expresa que el dinero que recibe le da para mantenerse, pero no alcanza para enviar a su familia en el vecino país. Para esta Navidad ella estará aquí en Valledupar con sus dos hijos; en enero visitará a su familia.
En todos los casos, las mujeres que ejercen este servicio sexual son cabeza de familia, sin importar su nacionalidad la necesidad es la misma: Una vida mejor para sus hijos. Y a qué costo.
POR: DANIELA MINORTA / EL PILÓN
[email protected]
Lo que para unos es mal visto, para ellas significa el sacrificio de todo un año. Reconstruimos el sentir de las trabajadoras sexuales en Valledupar, incluyendo el fenómeno de la migración.
Diciembre significa familia, comer alrededor de una mesa, conversar con tus seres queridos, hacer compras, preparar la llegada del Niño Jesús y despedir juntos el año viejo, pero para un grupo de mujeres significa reemplazar horas familiares por horas ´laborales´ en compañía de hombres que apenas acaban de conocer.
En algunos casos después de ese primer contacto sexual se vuelven ‘amigos’ – clientes frecuentes- como lo describieron las tres mujeres que nos permitieron escuchar sus historias en ‘El Trébol’, una cantina en el sector del popular ‘Boliche’, zona de tolerancia del centro de Valledupar. Hablamos de las trabajadoras sexuales, por qué lo hacen y a dónde va el dinero que pagan los hombres por ellas.
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“Llámame ‘Amor, el cantinero amor’”, nos dice un hombre alto, como de 1.80 m, moreno, de sonrisa amable, y quien administra ‘El Trébol’ el sitio que expende bebidas alcohólicas, gaseosas, y ofrece a sus clientes, en su mayoría hombres, mujeres para satisfacer sus necesidades sexuales.
Dentro del sitio, que abre desde las 10 a.m., y cierra a las 8 p.m., entran y salen hombres a cualquier hora, quienes no solo llegan por un trago de alcohol, también lo hacen por ellas: Flor, Milano y Paola.
Recostado al mostrador del bar, con una caja de condones a la vista, nos cuenta el administrador: “Dentro de todos los sitios que están aquí alrededor del boliche, este es un sitio más prudente, porque aquí llega gente de todo tipo: campesinos, del pueblo, obreros, comerciantes, abogados, viajeros. Muy poco llega gente de mal aspecto, porque yo lo he ‘valorizado para que haya respeto a las muchachas. Aquí ellas inicialmente llegan con una necesidad de trabajo, más que todo por sus hijos que pasan necesidades, el marido que las maltrata y no quieren depender de las limosnas, y aquí les brindamos la oportunidad de ganarse el día a día bajo unas reglas en el negocio: no se aceptan robos, peleas entre ellas mismas por algún cliente. Yo les vendo aquí que somos una familia para que haya armonía”.
En Valledupar, por ‘un rato’, ellas cobran entre 25 mil y 30 mil pesos. ‘Amor’ tiene más de 4 años en el manejo de este negocio y explica: “Para competir con los demás establecimientos, que por lo general eso es lo que cobran todos. Aquí el tiempo se maneja por cliente 25 minutos, y en ese tiempo el cliente tiene derecho a disfrutar de su momento. Al acabarse el tiempo debe salir, y si quiere más tiempo lo negocia con la muchacha”. Algunas llegan a pasar el día en blanco, sin cliente, como también puede que gane en un mismo día más de 100 mil pesos.
Las mujeres que laboran en ‘El Trébol’ provienen de diferentes nacionalidades. “Tengo entre 10 a 12 muchachas acá, un 50 % venezolanas, y 50 % colombianas, las cuales se hacen sus chequeos médicos, por ley les exijo sus revisión médica todos los viernes, van a sanidad y si son aprobadas pueden laborar, o si deben tener algún tipo de tratamiento, al terminarlo ingresan nuevamente al negocio. Nada de VIH”, puntualizó el ‘cantinero amor’.
La realidad migratoria que atraviesa Colombia, y Valledupar como ciudad fronteriza con Venezuela, no escapa de la indocumentación. “Yo les exijo documentación, poseer el permiso que otorga migración”, explica ‘Amor’, con tono preocupado. Sin embargo, él mismo nos comenta que algunas mujeres han sido arrestadas y trasladas hasta la frontera. La Policía constantemente le da “asesorías” al respecto pero “ellos saben que se les escapa de las manos y se las llevan porque no tienen la documentación completa. Eso es un vaivén, ellos cogen y se las llevan, y ellas vuelven otra vez, y así sucesivamente”.
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Para proteger la identidad de quienes aceptaron conversar con EL PILÓN se cambiaron dos de los tres nombres reales; las llamamos Paola y Milano. Emilianny Ortega aceptó decir su nombre real.
En el bar hay tres habitaciones que miden aproximadamente 2.50×2.50, en una de ellas se llevaron a cabo las conversaciones, sentadas sobre una cama individual y que por el momento no la ocupaba un cliente.
Paola es una colombiana de 43 años, con 5 hijos, quien a través del trabajo sexual ha logrado sacar adelante a cada de ellos. Hace 12 años comenzó: “Trabajé 6 años, me retiré y volví”, ¿por qué lo hizo?: “Para darle educación a mis hijos. Es más rápido, y aquí en Valledupar no hay fuente de trabajo y no terminé el bachillerato…” justificó.
Paola llegó a trabajar en servicios generales, incluso llegó a vender periódicos. Sobre esto, relató: “No me daba para mantener a mis hijos. Ya tengo uno graduado de ingeniero ambiental sanitario, otro estudia contaduría pública, a punto de graduarse también”. Todos salvo el menor estudian, su quinto hijo es autista. “Ellos no me juzgan, saben que yo he sido papá y mamá para ellos”.
Esta Navidad para flor no ha sido buena, ella alega que las cosas se han puesto difícil refiriéndose a la región: “Ya para esta fecha yo le tenía comprada las cosas a mis hijos. Ya esto no es lo mismo”.
Lee también: Estos son los exalcaldes prófugos de la justicia en el Cesar
En relación al modo de trabajo confesó atender más de seis clientes por día… “Y nunca falta quien quiera pisotear a uno pero el administrador no los deja”. Sin embargo recordó que años atrás, en otro lugar, un hombre quiso estar más tiempo con ella por el mismo precio; ella no quiso… “Y me corrió con un cuchillo a matarme. Esta vida es difícil, bastante dura”. Para esta mujer de 43 años la vida como trabajadora sexual tendrá su expiración en dos años cuando termine de educar a sus hijos.
Milano es una joven venezolana de 32 años, al interior del vecino país. En su país natal trabajó en fábrica de pañales y en una venta de peluches, hace un año y seis meses reside en Valledupar. Su estatus es de indocumentada, y alega que eso le perjudicó para conseguir empleo a los sitios donde buscó obtenerlo. “Hablé con el gordo (el administrador) y el me trató bien. No tengo queja. Y desde que llegué sigo trabajando con él”.
Esta mujer tiene tres hijos (11, 16 y 17 años) todos en Venezuela, al igual que su esposo, quien no sabe el trabajo que ella realiza. Sobre el tema de la distancia “uno se pone mal, porque te hacen falta tus hijos, tu familia, todo. Pero ahí vamos en la lucha”. Durante la conversación explica que su familia en Venezuela no sabe a qué se dedica: “No me gustaría que se enteraran. A veces me siento mal”, pero su elección a este trabajo fue hecho a conciencia; sin embargo, ella mantiene comunicación con su gente y para esta Navidad piensa viajar a visitarlos.
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Emilianny Ortega es de Maracaibo, Venezuela, tiene 28 años, se vino a Valledupar hace tres años. “Me vine con mi hijo menor que tenía dos meses de nacido, y al mes y medio traje al mayor que tenía casi cuatro años. Ahora uno tiene tres y el otro seis años. Aquí (en El Trébol) tengo trabajando un año”.
Mientras vivió en Venezuela, Emilianny no trabajaba, se dedicaba a ser ama de casa, y su esposo era quien laboraba en oficios varios. Luego de llegar a Valledupar se separaron. Esta joven expresa que el dinero que recibe le da para mantenerse, pero no alcanza para enviar a su familia en el vecino país. Para esta Navidad ella estará aquí en Valledupar con sus dos hijos; en enero visitará a su familia.
En todos los casos, las mujeres que ejercen este servicio sexual son cabeza de familia, sin importar su nacionalidad la necesidad es la misma: Una vida mejor para sus hijos. Y a qué costo.
POR: DANIELA MINORTA / EL PILÓN
[email protected]