La agonía de los ríos, como capítulo triste de la devastación ambiental por la que atraviesa el planeta, ha afectado en gran manera la creación poética en torno a la música vallenata, pues al secarse los ríos se rompe la conexión almática que con ellos han mantenido los compositores.
Por: Maríaruth Mosquera / EL PILÓN
Es profunda la pena de los poetas. Atónitos, han visto debilitarse los lazos que desde el principio de los tiempos han sujetado la conexión hombre/río, poesía/naturaleza, la cual soñaban indisoluble, sin siquiera sospechar que sería herida de muerte y que a ellos les tocaría vivir el doloroso trance de asistir a la agonía de la musa o inspiración, retoño nacido de esa relación.
La última vez que la vieron era un ente marchito y volátil que adherido a una lágrima se deslizaba en silencio y con dificultad por entre las piedras del río. Sus melodías milenarias eran casi imperceptibles al oído humano y ella, la musa, inasible para los poetas, que infructuosamente la siguen buscando en los playones del Maracas, en las rocas secas del San Francisco, en las lágrimas del Guatapurí, en las exiguas aguas del Badillo, en las turbias y contaminadas del Cesar o en los recovecos deshidratados de muchos otros ríos que han sucumbido a la devastación ambiental de estos tiempos.
“Eso alimentó tanto a nuestros compositores que cualquier cosa que afecte al río afecta también su comunión con el entorno natural y por lo tanto afecta su inspiración”, expresa el investigador y escritor guajiro, Abel Medina Sierra, quien afirma que el alimento espiritual y creativo de los compositores de música vallenata se los suministra el río como parte del entorno natural. “El río está ligado a sus mejores calendas desde niños. El regreso al pueblo era para bañarse en el río. El momento de retozo, la cita con la novia eran en el río; es decir, el río se volvió una parte muy propia de su identidad y de sus mejores recuerdos. Entonces ese material, ese sustrato alimentó sus canciones, por mucho que se fueron a las ciudades”, puntualiza.
“Los ríos, además de ser sitios de recreación, eran también puntos de reencuentros de amigos, donde muchas veces se contaban historias amorosas, aventuras de cualquier clase y, además de eso, dicho por Chente Munive, por Leandro Díaz, por Álvaro Molina y por mí: Los ríos llevan melodías en su rumor. Yo no sé cómo uno las capta y termina componiendo con esas melodías”, corrobora Rosendo Romero, ‘El Poeta de Villanueva’.
Y lo reafirma el compositor Roberto Calderón Cujia: “Siento que el río tiene una influencia directa en los compositores sanjuaneros. El río Cesar canta y esa melodía que canta el río los compositores la recogen y la transforman en melodías propias”. Los pájaros, los árboles, las frutas, los matices del amanecer o el anochecer y todos los elementos naturales entran a participar el ese proceso creativo, según coinciden. “Es como si el río le legara melodías a uno. Es una parte natural y mágica, pero la naturaleza es mágica y le da a uno esa oportunidad. La naturaleza te entrega a ti prácticamente la poesía hecha”, añade ‘El poeta de Villanueva’.
Conexión poeta-río
Pero ¿cómo se da esta conexión tan determinante en los procesos de creación poética? La respuesta la entrega el compositor Adrián Villamizar Zapata, cuya memoria está hidratada con las aguas del río Cesar, pero también de muchos otros hijos de la Sierra Nevada, que están entrelazados entre ellos, como el San francisco, al que describe: “Un río cómplice porque me fui a esconder varias veces para hacer travesuras, que no puedo decir y para esconder secretos amoríos también en ese río”.
Explica Adrián que “el setenta por ciento de nuestro cuerpo está hecho de agua y es una agua que no está quieta, que resuena y mueve, y cuando nuestra agua interna escucha el agua que murmura, que circula por el inmenso arenal; cuando uno escucha el golpeteo de esas aguas, esa tímbrica sonoridad entre la piedra y la rama, entre la piedra y la arena, esos pequeños cristales de sonido que van salpicando una corriente tenue, una corriente bravía, una cascada, un salto… cuando eso sucede, esos ríos están cantando una canción milenaria y esa canción entra por los poros de los niños que se van a bañar a ese río desde que son apenas lactantes, y ya de grandes siguen buscando en el río el momento de inspiración, de sonoridad, y esa mezcla entre brisa, ruido de árboles, río y pájaros hacen que haya un ‘Yeyo’ Núñez, por ejemplo, una persona de melodías inconmensurables, un Luis Aniceto Egurrola, una persona como José Amiro Bermúdez, como Amílcar Calderón, como Curry Carrascal, de melodías incomprensiblemente hermosas. Todos mis hermanos beben del agua del río. Todos han escuchado ese río cantar, por eso la música nuestra está amarrada eternamente al trasegar de nuestro querido río Cesar”.
“Yo suelo decirles a mis hijos que uno de las grandes bendiciones de mi vida es que Dios me puso a nacer en un paraíso. Ese paraíso no existe hoy. El rio Maracas (en Becerril-Cesar) fue uno de los más bellos y pródigos de la región, lleno de peces todo el año… hoy es un pobre arroyito moribundo que transcurre en medio de un desierto porque no hay un árbol en sus orillas, antes eran bosques espectaculares. Entonces, necesariamente de un lugar como ese tiene que salir gente ligada a la poesía. Por eso hubo acordeoneros, cantantes, compositores, en las riberas de ese hermoso río”, narra Tomás Darío Gutiérrez.
El río es leitmotiv
En este escenario, se encuentra que el río es amigo, rival, celestina, coequipero, castigador; es el poeta mismo y muchos otros roles que se pueden encontrar en canciones vallenatas, como evidencia indiscutible de esa relación. Lo dijo el poeta Luis Mizar (que en paz descanse): “Uno identifica que el poeta lírico transido de sentimiento le transfiere al río y a la naturaleza sus emociones, entonces, si padecen ausencia de amor el pajarito se pone triste, el río se seca, todo se contagia de su tristeza; la naturaleza acompaña en el padecimiento al poeta lírico y esa es una característica de la poesía lírica universal”.
Fascinante resulta encontrar, por ejemplo, la relación -unas veces antagónica y tras veces análoga- del poeta cantor Hernando Marín Lacouture con el río Cesar: “Se queda celoso el río Cesar/cuando sale la sanjuanerita/sus aguas se baten en la orilla/pero el barranco las priva de meterse hasta San Juan/Sabe que ella acepta mis caricias/sus aguas tiemblan de ira como mi sangre al amar”. Era tan bella la sanjuanerita, su belleza inspiraba al compositor de la misma forma que lo hacía “el agua cristalina que corre por el Cesar, que a veces se ve dormida, cuando la sanjuanerita no se quiere ir a bañar”. Conocía tan bien a ese torrente que lo encontraba en sus propias dinámicas emocionales: “Los ríos se desbordan por la creciente/y sus aguas corren desenfrenadas/y al verte yo no puedo detenerme soy como un loco que duerme y al momento despertara”.
Pero el río es, por encima de todos los roles, cómplice. Una muestra es la confabulación que existió entre Octavio Daza Daza y el río Badillo para convencer a una muchacha y con hídrico romanticismo lograr que apaciblemente dijera que sí. El río Badillo fue testigo, celestino, pero sobretodo amigo: “Con su canto te convenció y tu accediste sensiblemente a quedarte allí, esa es la noche que más recuerdo y venero yo porque apacible fuiste conmigo al decir que sí”. El Badillo no sólo convenció a la fémina con su canto, sino que en el preámbulo de ese momento ya la había manipulado: “Oye las aguas del río están haciendo coros para divertirte, porque ellas se han dado cuenta que yo sufro mucho cuando tú estás triste”, y había pronosticado cómo terminaría la noche: “Entonan las aguas su bella canción, dicen que esta noche llena de encantos convida el amor”. El afluente estaba tan presente en las canciones de Daza Daza que lo llamaron ‘El cantor del río’. “Nace en la nevada, donde muere el sol, el lecho del río que baña mi pueblo, se ven sus aguas bajar corriendo/vienen descalzas y no van sufriendo porque van alegre pa’ la tierra mía. Alegre llegué yo, como esas aguas de la serranía, a mi terruño que tanto quiero, donde dejé la novia mía”. Y narra con versos, después de buscarla por todas partes: “La encontré en el río, muy entretenida, dibujando en la arena figuras de amor” y que “un remolino formado en las aguas la acariciaba mansamente”…
También patillalero, el compositor Freddy Molina, provisto de los artificios del amor, se hizo de poderes especiales para calmar las aguas crecidas del río Guatapurí: “Cuando el Guatapurí se crece, al sentir mi pasión se calma. Es un río que nace en la Nevada, que en todo el Cesar fuerte se siente, pero mi gran pasión la iguala el ímpetu de su torrente”. Muchos kilómetros al suroccidente, un mediodía que estaba pensando en la mujer que lo hacía soñar, a Leandro Díaz las aguas claras del río Tocaimo le dieron fuerzas para cantar y le regalaron, así de pronto, una bella melodía.
Rafael Escalona conocía tan bien ‘la personalidad’ del río Cesar que mantenía un plan B para llegar a su destino amoroso, porque sabía que cuando estaba “lloviendo en la Nevada, arriba de Valledupar, apuesto que el rio Cesar crece por la madrugada. Maye, no le tengas miedo, a la creciente del Cesar, que yo lo voy a cruzar, es por el puente Salguero. Y si el río se lleva el puente, busco otro modo de verte, porque pa’l cariño mío, nada importa un río crecido”
De esta manera, podrían llenarse enciclopedias infinitas mostrando ejemplos de cuando el cantautor Diomedes Díaz se describió a sí mismo como “el río que nace en la Sierra y se secó en el verano”; cuando Tomás Darío Gutiérrez Hinojosa dijo: “Yo fui el cantor de los cerros, del río y del sol”; Adrián Villamizar habló de sus andanzas “por el río Magdalena, viví en la gaita de un Chimila, en la península guajira, fui trepando el Ranchería hasta llegar al Valle”; mismo Ranchería del que, a través de Carlos Huertas, el mundo supo que cuando se rinden honores al santo patrono San Agustín, en Fonseca, su rumor “es más duce y sabe a fiesta”…
Sin río, no hay canción
Pero el río, entendido como el Cesar, el Badillo, el Guatapurí, el Ariguaní, el Magdalena y todos, está agonizando; incluso, algunos, han muerto ya, sin que los logre revivir ni siquiera los torrenciales aguaceros que tan sentimental ponen al compositor Gustavo Gutiérrez Cabello, al ver los arroyitos que se forman y le traen “recuerdos de infancia, de tiempos mejores”, cuando iba a la finca con Evaristo, su padre, y “regresa a caballo cantando y a mi lado mi padre también, casi siempre caía un aguacero, arroyitos crecían por doquier”.
Con la agonía del río, desencadenada por el cambio climático, desviaciones y derivaciones, contaminación, sedimentación, deforestación de las riberas y las zonas de nacimiento, exceso de basuras en el caudal y una larga lista de afectaciones causadas por cuenta de la humanidad, se debilitan cada vez más los lazos que sostienen esa conexión milenaria poeta-rio y, por consiguiente, se quedan sin su ‘mitad poética’ los compositores vallenatos y se detiene la documentación cantada de la memoria ambiental y social de estos pueblos. “Ya no se ven los pastos por el agua, está inundada toda la región, ya no acompaño más con mi guitarra a las aves silvestre del playón”, cantó hace tiempo ya Adriano Salas, cuando comenzaba esa devastación absurda contra el ecosistema; en esa ocasión, derribaron los árboles de la orilla de Caño Lindo y las aves emigraron porque se quedaron sin nido.
“Los ríos han sido fuente de inspiración desde siempre y la depresión que han padecido, el retroceso debido al maltrato de nuestra ecología, de nuestros bosques, influye necesariamente en la inspiración”, afirma Tomás Darío Gutiérrez, y ante la pregunta, ¿qué va a pasar?, confiesa: “Esa es una preocupación tan grande para mí que prefiero no hablar de ella, porque cuando se habla de qué hacer para restaurar nuestra música, a veces pienso pesimistamente que si no es imposible, por lo menos es muy difícil. Sin naturaleza no hay inspiración, sin naturaleza no hay cultura tradicional y los mejores elementos de nuestra naturaleza ya no están con nosotros. Ese caso es más agudo para el departamento del Cesar que para cualquier otra región; nuestros campesinos ya no están, no tenemos vida rural y si no está el campesino, no tenemos la sabiduría que portaban esos seres humanos originarios de la pura ruralidad”.
Para Abel Medina, quien hace énfasis en que el vallenato es una cultura ribereña, “parte de la crisis del vallenato tiene que ver también con que el río comenzó a secarse en la inspiración de los compositores”. Se seca porque comenzaron a faltar aquellos elementos “que le permiten inconscientemente al poeta encontrar ese momento de confort entre la naturaleza, su mente y su alma para que esos sonidos de la naturaleza se transformen en melodía, en inspiración. Es decir, en la medida en que los elementos de la naturaleza se vayan deteriorando, se vayan corrompiendo, también va a pasar lo mismo con la creatividad de la música”, sentencia Adrián Villamizar, y remata Rosendo Romero: “Si se mueren los ríos se acaban las canciones. Eso afecta todo la floresta, la fauna y al ser humano; es que el agua es la vida. No te olvides de eso”.
La agonía de los ríos, como capítulo triste de la devastación ambiental por la que atraviesa el planeta, ha afectado en gran manera la creación poética en torno a la música vallenata, pues al secarse los ríos se rompe la conexión almática que con ellos han mantenido los compositores.
Por: Maríaruth Mosquera / EL PILÓN
Es profunda la pena de los poetas. Atónitos, han visto debilitarse los lazos que desde el principio de los tiempos han sujetado la conexión hombre/río, poesía/naturaleza, la cual soñaban indisoluble, sin siquiera sospechar que sería herida de muerte y que a ellos les tocaría vivir el doloroso trance de asistir a la agonía de la musa o inspiración, retoño nacido de esa relación.
La última vez que la vieron era un ente marchito y volátil que adherido a una lágrima se deslizaba en silencio y con dificultad por entre las piedras del río. Sus melodías milenarias eran casi imperceptibles al oído humano y ella, la musa, inasible para los poetas, que infructuosamente la siguen buscando en los playones del Maracas, en las rocas secas del San Francisco, en las lágrimas del Guatapurí, en las exiguas aguas del Badillo, en las turbias y contaminadas del Cesar o en los recovecos deshidratados de muchos otros ríos que han sucumbido a la devastación ambiental de estos tiempos.
“Eso alimentó tanto a nuestros compositores que cualquier cosa que afecte al río afecta también su comunión con el entorno natural y por lo tanto afecta su inspiración”, expresa el investigador y escritor guajiro, Abel Medina Sierra, quien afirma que el alimento espiritual y creativo de los compositores de música vallenata se los suministra el río como parte del entorno natural. “El río está ligado a sus mejores calendas desde niños. El regreso al pueblo era para bañarse en el río. El momento de retozo, la cita con la novia eran en el río; es decir, el río se volvió una parte muy propia de su identidad y de sus mejores recuerdos. Entonces ese material, ese sustrato alimentó sus canciones, por mucho que se fueron a las ciudades”, puntualiza.
“Los ríos, además de ser sitios de recreación, eran también puntos de reencuentros de amigos, donde muchas veces se contaban historias amorosas, aventuras de cualquier clase y, además de eso, dicho por Chente Munive, por Leandro Díaz, por Álvaro Molina y por mí: Los ríos llevan melodías en su rumor. Yo no sé cómo uno las capta y termina componiendo con esas melodías”, corrobora Rosendo Romero, ‘El Poeta de Villanueva’.
Y lo reafirma el compositor Roberto Calderón Cujia: “Siento que el río tiene una influencia directa en los compositores sanjuaneros. El río Cesar canta y esa melodía que canta el río los compositores la recogen y la transforman en melodías propias”. Los pájaros, los árboles, las frutas, los matices del amanecer o el anochecer y todos los elementos naturales entran a participar el ese proceso creativo, según coinciden. “Es como si el río le legara melodías a uno. Es una parte natural y mágica, pero la naturaleza es mágica y le da a uno esa oportunidad. La naturaleza te entrega a ti prácticamente la poesía hecha”, añade ‘El poeta de Villanueva’.
Conexión poeta-río
Pero ¿cómo se da esta conexión tan determinante en los procesos de creación poética? La respuesta la entrega el compositor Adrián Villamizar Zapata, cuya memoria está hidratada con las aguas del río Cesar, pero también de muchos otros hijos de la Sierra Nevada, que están entrelazados entre ellos, como el San francisco, al que describe: “Un río cómplice porque me fui a esconder varias veces para hacer travesuras, que no puedo decir y para esconder secretos amoríos también en ese río”.
Explica Adrián que “el setenta por ciento de nuestro cuerpo está hecho de agua y es una agua que no está quieta, que resuena y mueve, y cuando nuestra agua interna escucha el agua que murmura, que circula por el inmenso arenal; cuando uno escucha el golpeteo de esas aguas, esa tímbrica sonoridad entre la piedra y la rama, entre la piedra y la arena, esos pequeños cristales de sonido que van salpicando una corriente tenue, una corriente bravía, una cascada, un salto… cuando eso sucede, esos ríos están cantando una canción milenaria y esa canción entra por los poros de los niños que se van a bañar a ese río desde que son apenas lactantes, y ya de grandes siguen buscando en el río el momento de inspiración, de sonoridad, y esa mezcla entre brisa, ruido de árboles, río y pájaros hacen que haya un ‘Yeyo’ Núñez, por ejemplo, una persona de melodías inconmensurables, un Luis Aniceto Egurrola, una persona como José Amiro Bermúdez, como Amílcar Calderón, como Curry Carrascal, de melodías incomprensiblemente hermosas. Todos mis hermanos beben del agua del río. Todos han escuchado ese río cantar, por eso la música nuestra está amarrada eternamente al trasegar de nuestro querido río Cesar”.
“Yo suelo decirles a mis hijos que uno de las grandes bendiciones de mi vida es que Dios me puso a nacer en un paraíso. Ese paraíso no existe hoy. El rio Maracas (en Becerril-Cesar) fue uno de los más bellos y pródigos de la región, lleno de peces todo el año… hoy es un pobre arroyito moribundo que transcurre en medio de un desierto porque no hay un árbol en sus orillas, antes eran bosques espectaculares. Entonces, necesariamente de un lugar como ese tiene que salir gente ligada a la poesía. Por eso hubo acordeoneros, cantantes, compositores, en las riberas de ese hermoso río”, narra Tomás Darío Gutiérrez.
El río es leitmotiv
En este escenario, se encuentra que el río es amigo, rival, celestina, coequipero, castigador; es el poeta mismo y muchos otros roles que se pueden encontrar en canciones vallenatas, como evidencia indiscutible de esa relación. Lo dijo el poeta Luis Mizar (que en paz descanse): “Uno identifica que el poeta lírico transido de sentimiento le transfiere al río y a la naturaleza sus emociones, entonces, si padecen ausencia de amor el pajarito se pone triste, el río se seca, todo se contagia de su tristeza; la naturaleza acompaña en el padecimiento al poeta lírico y esa es una característica de la poesía lírica universal”.
Fascinante resulta encontrar, por ejemplo, la relación -unas veces antagónica y tras veces análoga- del poeta cantor Hernando Marín Lacouture con el río Cesar: “Se queda celoso el río Cesar/cuando sale la sanjuanerita/sus aguas se baten en la orilla/pero el barranco las priva de meterse hasta San Juan/Sabe que ella acepta mis caricias/sus aguas tiemblan de ira como mi sangre al amar”. Era tan bella la sanjuanerita, su belleza inspiraba al compositor de la misma forma que lo hacía “el agua cristalina que corre por el Cesar, que a veces se ve dormida, cuando la sanjuanerita no se quiere ir a bañar”. Conocía tan bien a ese torrente que lo encontraba en sus propias dinámicas emocionales: “Los ríos se desbordan por la creciente/y sus aguas corren desenfrenadas/y al verte yo no puedo detenerme soy como un loco que duerme y al momento despertara”.
Pero el río es, por encima de todos los roles, cómplice. Una muestra es la confabulación que existió entre Octavio Daza Daza y el río Badillo para convencer a una muchacha y con hídrico romanticismo lograr que apaciblemente dijera que sí. El río Badillo fue testigo, celestino, pero sobretodo amigo: “Con su canto te convenció y tu accediste sensiblemente a quedarte allí, esa es la noche que más recuerdo y venero yo porque apacible fuiste conmigo al decir que sí”. El Badillo no sólo convenció a la fémina con su canto, sino que en el preámbulo de ese momento ya la había manipulado: “Oye las aguas del río están haciendo coros para divertirte, porque ellas se han dado cuenta que yo sufro mucho cuando tú estás triste”, y había pronosticado cómo terminaría la noche: “Entonan las aguas su bella canción, dicen que esta noche llena de encantos convida el amor”. El afluente estaba tan presente en las canciones de Daza Daza que lo llamaron ‘El cantor del río’. “Nace en la nevada, donde muere el sol, el lecho del río que baña mi pueblo, se ven sus aguas bajar corriendo/vienen descalzas y no van sufriendo porque van alegre pa’ la tierra mía. Alegre llegué yo, como esas aguas de la serranía, a mi terruño que tanto quiero, donde dejé la novia mía”. Y narra con versos, después de buscarla por todas partes: “La encontré en el río, muy entretenida, dibujando en la arena figuras de amor” y que “un remolino formado en las aguas la acariciaba mansamente”…
También patillalero, el compositor Freddy Molina, provisto de los artificios del amor, se hizo de poderes especiales para calmar las aguas crecidas del río Guatapurí: “Cuando el Guatapurí se crece, al sentir mi pasión se calma. Es un río que nace en la Nevada, que en todo el Cesar fuerte se siente, pero mi gran pasión la iguala el ímpetu de su torrente”. Muchos kilómetros al suroccidente, un mediodía que estaba pensando en la mujer que lo hacía soñar, a Leandro Díaz las aguas claras del río Tocaimo le dieron fuerzas para cantar y le regalaron, así de pronto, una bella melodía.
Rafael Escalona conocía tan bien ‘la personalidad’ del río Cesar que mantenía un plan B para llegar a su destino amoroso, porque sabía que cuando estaba “lloviendo en la Nevada, arriba de Valledupar, apuesto que el rio Cesar crece por la madrugada. Maye, no le tengas miedo, a la creciente del Cesar, que yo lo voy a cruzar, es por el puente Salguero. Y si el río se lleva el puente, busco otro modo de verte, porque pa’l cariño mío, nada importa un río crecido”
De esta manera, podrían llenarse enciclopedias infinitas mostrando ejemplos de cuando el cantautor Diomedes Díaz se describió a sí mismo como “el río que nace en la Sierra y se secó en el verano”; cuando Tomás Darío Gutiérrez Hinojosa dijo: “Yo fui el cantor de los cerros, del río y del sol”; Adrián Villamizar habló de sus andanzas “por el río Magdalena, viví en la gaita de un Chimila, en la península guajira, fui trepando el Ranchería hasta llegar al Valle”; mismo Ranchería del que, a través de Carlos Huertas, el mundo supo que cuando se rinden honores al santo patrono San Agustín, en Fonseca, su rumor “es más duce y sabe a fiesta”…
Sin río, no hay canción
Pero el río, entendido como el Cesar, el Badillo, el Guatapurí, el Ariguaní, el Magdalena y todos, está agonizando; incluso, algunos, han muerto ya, sin que los logre revivir ni siquiera los torrenciales aguaceros que tan sentimental ponen al compositor Gustavo Gutiérrez Cabello, al ver los arroyitos que se forman y le traen “recuerdos de infancia, de tiempos mejores”, cuando iba a la finca con Evaristo, su padre, y “regresa a caballo cantando y a mi lado mi padre también, casi siempre caía un aguacero, arroyitos crecían por doquier”.
Con la agonía del río, desencadenada por el cambio climático, desviaciones y derivaciones, contaminación, sedimentación, deforestación de las riberas y las zonas de nacimiento, exceso de basuras en el caudal y una larga lista de afectaciones causadas por cuenta de la humanidad, se debilitan cada vez más los lazos que sostienen esa conexión milenaria poeta-rio y, por consiguiente, se quedan sin su ‘mitad poética’ los compositores vallenatos y se detiene la documentación cantada de la memoria ambiental y social de estos pueblos. “Ya no se ven los pastos por el agua, está inundada toda la región, ya no acompaño más con mi guitarra a las aves silvestre del playón”, cantó hace tiempo ya Adriano Salas, cuando comenzaba esa devastación absurda contra el ecosistema; en esa ocasión, derribaron los árboles de la orilla de Caño Lindo y las aves emigraron porque se quedaron sin nido.
“Los ríos han sido fuente de inspiración desde siempre y la depresión que han padecido, el retroceso debido al maltrato de nuestra ecología, de nuestros bosques, influye necesariamente en la inspiración”, afirma Tomás Darío Gutiérrez, y ante la pregunta, ¿qué va a pasar?, confiesa: “Esa es una preocupación tan grande para mí que prefiero no hablar de ella, porque cuando se habla de qué hacer para restaurar nuestra música, a veces pienso pesimistamente que si no es imposible, por lo menos es muy difícil. Sin naturaleza no hay inspiración, sin naturaleza no hay cultura tradicional y los mejores elementos de nuestra naturaleza ya no están con nosotros. Ese caso es más agudo para el departamento del Cesar que para cualquier otra región; nuestros campesinos ya no están, no tenemos vida rural y si no está el campesino, no tenemos la sabiduría que portaban esos seres humanos originarios de la pura ruralidad”.
Para Abel Medina, quien hace énfasis en que el vallenato es una cultura ribereña, “parte de la crisis del vallenato tiene que ver también con que el río comenzó a secarse en la inspiración de los compositores”. Se seca porque comenzaron a faltar aquellos elementos “que le permiten inconscientemente al poeta encontrar ese momento de confort entre la naturaleza, su mente y su alma para que esos sonidos de la naturaleza se transformen en melodía, en inspiración. Es decir, en la medida en que los elementos de la naturaleza se vayan deteriorando, se vayan corrompiendo, también va a pasar lo mismo con la creatividad de la música”, sentencia Adrián Villamizar, y remata Rosendo Romero: “Si se mueren los ríos se acaban las canciones. Eso afecta todo la floresta, la fauna y al ser humano; es que el agua es la vida. No te olvides de eso”.