Publicidad
Categorías
Categorías
Crónica - 20 abril, 2022

La muerte de ‘Juancho’ Rois, y algunos recuerdos de ‘La Flotica’

“Diomedes salió a alcanzarlos con tanta emoción, como en el súbito encuentro de tres grandes amigos, después de tantos años”

´Juancho’ Rois, el día que encontraron un cóndor herido.
´Juancho’ Rois, el día que encontraron un cóndor herido.

No había terminado de arribar la vieja renoleta12, cuando Diomedes salió a alcanzarlos con tanta emoción, como en el súbito encuentro de tres grandes amigos, después de tantos años. Luego de socializar algunos conceptos musicales en la residencia de Luis Manuel Hinojosa, cuya tertulia convocó a algunos connotados folcloristas de la región, el hijo de ‘Mama Vila’ se precipitó a ‘Pático’ Gámez: “Ajá, compadre, y usted… ¿Qué piensa de esta unión?” Como excelso pronóstico, y con la chispa peculiar del sanjuanero, se despachó el aludido: “Vea Cacique, si ustedes graban, serán el copito del vallenato”, emitiendo sonora carcajada, al tiempo de estrecharlo en un fuerte abrazo, respondió Diomedes: “Que así sea, compadre” Y así fue. Hoy sabe la historia que las profecías de ‘Pático’ Gámez, como la de otros versados del género, no solo se cumplieron, sino que ocurrieron en proporciones tan formidables, como jamás volvería a ocurrir en el universo vallenato.   

LA JUVENTUD DE ‘JUANCHO’

Miguel Gámez, es un afable comerciante con quien ‘Juancho’ Rois compartió profusamente instantes de juventud. Su condición de hombre franco y receptivo, promueve un diálogo fácil y reposado que permite al suscrito regodearse en sus líricas pesquisas. Así, escudriñando sus vagas memorias, entre trago y trago, comienza a relatarme fascinantes anécdotas. Cuenta que en épocas colegiales la mayoría de los amigos de ‘La Flotica’ coincidían en el quiosco de don Mauricio, ubicado a un costado del parque Santander.

 Era entonces una especie de centro de acopio que congregaba a personas de diversos oficios, estratos y rubros, credos y religiones, quienes acudían a tomar un refresco, una cerveza, a cotejar algún asunto de cifras y negocios o, simplemente, a solazarse en el desquiciado relato de algún charlatán. 

Ellos, los de ‘La Flotica’, llevaban sus propias historias, códigos y secretos. Se reñía sobre el alcance de promisorios cantantes locales, entre los que se destacaban los hermanos Rafael Alcides y Juan Bautista Daza, Miromel Mendoza y el ‘Curita’ Vega; se hablaba de las aventuras de ‘Chorrobalín’ y las soeces profecías de ‘La Carpa’ mediante la baraja española; se tiraban piropos y versos a las bellezas nativas que entonces sólo pudieran compararse con la espectacular figura de Marilyn Monroe, conocida a través del modesto televisor a blanco y negro que veían con exclusividad en casa de ‘Albertico’ Gómez.      

‘Juancho’ Rois, Sandro Zuchini, Javier Brieva, unos de los más acomodados del barrio, acostumbraban degustar donde Mauricio un exquisito y rebosante batido de milo. Dado que era inaccesible para algunos en el grupo, un día concibieron la fórmula del “trillo”, recurso convenido con el dueño del estadero que implicaba exceder la medida estándar del vaso para distribuirlo luego entre los ávidos compañeros que no tenían como sufragar los míseros cinco pesos del placer. 

SOLIDARIDAD DE GRUPO

La lógica de aquella invención fue desde entonces entre ellos un método recurrente en diversos aspectos de su vida cotidiana, de manera que las dificultades particulares siempre pudieron subsanarse gracias a la mutua solidaridad y al esfuerzo colectivo. “Si todos aplicáramos esta fórmula—sugerían algunos— acabarían todos los males del mundo” 

´Juancho’ Rois en uno de sus momentos con Diomedes Díaz.

TESTIMONIOS DEL TRIPLE A

Álvaro Álvarez, un egregio de la cultura vallenata, fue uno de los personajes más influyentes en la vida artística de ‘Juancho’ Rois. Gracias a su espontaneidad y facultades naturales en la locución y el periodismo, ha sido un vocero y concejero excepcional en el desarrollo profesional de muchas promesas de la nueva generación. 

En la puerta de Cardenal Stereo, en el interludio de su programa ‘Solo Vallenato’, lo abordo en función de recabar algunos datos para esta crónica. “Con mucho gusto, sobrino”, despliega amablemente al requerirlo. 

De inmediato, destaca las calidades humanas de Juancho. “Ser amiguero era su mayor virtud”, apunta con fervoroso acento. Y procede a relatar aquellos días en que, estando en Barranquilla, en el apartamento del artista, se reunieran con varios jugadores del Junior, con Valderrama, ‘Pachequito’, Valenciano y otras estrellas del legendario equipo. Como buen sanjuanero–comenta Álvaro…’Juancho’ asumía con tal entrega su papel de anfitrión que él mismo se disponía a preparar y servir auténticas recetas, sin esperar nada más que la feliz aprobación de sus huéspedes. 

En aquellos memorables convites, ajenos a las banalidades de las clásicas francachelas europeas, se rendía un verdadero culto a la amistad y a la franca convivencia, mientras iban fluyendo estupendos relatos de provincia, leyendas y chistes de ingenioso sarcasmo, auspiciados por ‘Lencho de las Mercedes’ y Rony Laitano, que fueran los más versados humoristas de la época.     

VISITA AL CEMENTERIO

Hoy, casi treinta años después, tras las reminiscencias del juglar, llego al cementerio. Sólo entonces espero que vibren los sauces y hablen las tumbas en esta desolada región en donde no existe el oprobio, ni la vanidad ni el encanto. Al recorrer la comarca, oigo voces soterradas cuyos nombres ha borrado el tiempo; veo las viejas coronas apolilladas, las guirnaldas rotas y las espigas en celo bajo la yedra inclemente, y presiento los pasos de un alma en pena que arrepentida torna al sepulcro. Sigo caminando, entre rumores y sombras, hasta encontrarme frente al mausoleo cuya cruz se erige al cielo, como la precursora infalible de todas las muertes, en este infame territorio, ya olvidado por los vivos. Sobre la nostálgica cerámica, en suspirantes letricas góticas, yace el nombre de la gloria: “Juan Humberto Rois Zúñiga”. Es una tumba como las demás, blanca y soñolienta, con un florero vacío y un bostezo de cansada eternidad. Turbado por la simplicidad de la muerte y buscando una excusa para magnificar el instante, contemplo entonces la mariposa amarilla que entre los altos pinos juguetea, besa el acordeón tallado sobre el mármol y luego huye despavorida, con sus locas liviandades hacia ninguna parte. 

Cuando pienso que es una absurda ilusión semántica, me asalta una lírica conciencia: en la tumba de enfrente, sobre la fría lámina de estaño, despunta con sórdida premura el nombre de Hernando Marín Lacouture, y, a un costado, la efigie de una guitarra sobre árido sepulcro señala el destino final de Saúl Hinojosa Fernández, padre de la distinguida Sanjuanerita, esa musa tan ‘blanca como las aguas, como la arena de mi Provincia’, de cuya pastoril belleza tuvieran celos las corrientes cristalinas del río Cesar. 

Hoy, casi tres décadas después, buscando disipar la bruma en mis febriles memorias, vine al camposanto. En lugar de una rosa y una oración, traje este inútil breviario en cuyas vehementes páginas desmaya la pluma que escribe quimeras y llanto, pero que no puede explicarle al mundo lo que siente un poeta que, abatido y sin rumbo, medita frente a un panteón, en este espantoso refugio que, salvo dos pájaros negros sobre una cruz y este sensible caminante, nadie visita en esta hora.

POR FERNANDO DAZA /ESPECIAL PARA EL PILÓN

Crónica
20 abril, 2022

La muerte de ‘Juancho’ Rois, y algunos recuerdos de ‘La Flotica’

“Diomedes salió a alcanzarlos con tanta emoción, como en el súbito encuentro de tres grandes amigos, después de tantos años”


´Juancho’ Rois, el día que encontraron un cóndor herido.
´Juancho’ Rois, el día que encontraron un cóndor herido.

No había terminado de arribar la vieja renoleta12, cuando Diomedes salió a alcanzarlos con tanta emoción, como en el súbito encuentro de tres grandes amigos, después de tantos años. Luego de socializar algunos conceptos musicales en la residencia de Luis Manuel Hinojosa, cuya tertulia convocó a algunos connotados folcloristas de la región, el hijo de ‘Mama Vila’ se precipitó a ‘Pático’ Gámez: “Ajá, compadre, y usted… ¿Qué piensa de esta unión?” Como excelso pronóstico, y con la chispa peculiar del sanjuanero, se despachó el aludido: “Vea Cacique, si ustedes graban, serán el copito del vallenato”, emitiendo sonora carcajada, al tiempo de estrecharlo en un fuerte abrazo, respondió Diomedes: “Que así sea, compadre” Y así fue. Hoy sabe la historia que las profecías de ‘Pático’ Gámez, como la de otros versados del género, no solo se cumplieron, sino que ocurrieron en proporciones tan formidables, como jamás volvería a ocurrir en el universo vallenato.   

LA JUVENTUD DE ‘JUANCHO’

Miguel Gámez, es un afable comerciante con quien ‘Juancho’ Rois compartió profusamente instantes de juventud. Su condición de hombre franco y receptivo, promueve un diálogo fácil y reposado que permite al suscrito regodearse en sus líricas pesquisas. Así, escudriñando sus vagas memorias, entre trago y trago, comienza a relatarme fascinantes anécdotas. Cuenta que en épocas colegiales la mayoría de los amigos de ‘La Flotica’ coincidían en el quiosco de don Mauricio, ubicado a un costado del parque Santander.

 Era entonces una especie de centro de acopio que congregaba a personas de diversos oficios, estratos y rubros, credos y religiones, quienes acudían a tomar un refresco, una cerveza, a cotejar algún asunto de cifras y negocios o, simplemente, a solazarse en el desquiciado relato de algún charlatán. 

Ellos, los de ‘La Flotica’, llevaban sus propias historias, códigos y secretos. Se reñía sobre el alcance de promisorios cantantes locales, entre los que se destacaban los hermanos Rafael Alcides y Juan Bautista Daza, Miromel Mendoza y el ‘Curita’ Vega; se hablaba de las aventuras de ‘Chorrobalín’ y las soeces profecías de ‘La Carpa’ mediante la baraja española; se tiraban piropos y versos a las bellezas nativas que entonces sólo pudieran compararse con la espectacular figura de Marilyn Monroe, conocida a través del modesto televisor a blanco y negro que veían con exclusividad en casa de ‘Albertico’ Gómez.      

‘Juancho’ Rois, Sandro Zuchini, Javier Brieva, unos de los más acomodados del barrio, acostumbraban degustar donde Mauricio un exquisito y rebosante batido de milo. Dado que era inaccesible para algunos en el grupo, un día concibieron la fórmula del “trillo”, recurso convenido con el dueño del estadero que implicaba exceder la medida estándar del vaso para distribuirlo luego entre los ávidos compañeros que no tenían como sufragar los míseros cinco pesos del placer. 

SOLIDARIDAD DE GRUPO

La lógica de aquella invención fue desde entonces entre ellos un método recurrente en diversos aspectos de su vida cotidiana, de manera que las dificultades particulares siempre pudieron subsanarse gracias a la mutua solidaridad y al esfuerzo colectivo. “Si todos aplicáramos esta fórmula—sugerían algunos— acabarían todos los males del mundo” 

´Juancho’ Rois en uno de sus momentos con Diomedes Díaz.

TESTIMONIOS DEL TRIPLE A

Álvaro Álvarez, un egregio de la cultura vallenata, fue uno de los personajes más influyentes en la vida artística de ‘Juancho’ Rois. Gracias a su espontaneidad y facultades naturales en la locución y el periodismo, ha sido un vocero y concejero excepcional en el desarrollo profesional de muchas promesas de la nueva generación. 

En la puerta de Cardenal Stereo, en el interludio de su programa ‘Solo Vallenato’, lo abordo en función de recabar algunos datos para esta crónica. “Con mucho gusto, sobrino”, despliega amablemente al requerirlo. 

De inmediato, destaca las calidades humanas de Juancho. “Ser amiguero era su mayor virtud”, apunta con fervoroso acento. Y procede a relatar aquellos días en que, estando en Barranquilla, en el apartamento del artista, se reunieran con varios jugadores del Junior, con Valderrama, ‘Pachequito’, Valenciano y otras estrellas del legendario equipo. Como buen sanjuanero–comenta Álvaro…’Juancho’ asumía con tal entrega su papel de anfitrión que él mismo se disponía a preparar y servir auténticas recetas, sin esperar nada más que la feliz aprobación de sus huéspedes. 

En aquellos memorables convites, ajenos a las banalidades de las clásicas francachelas europeas, se rendía un verdadero culto a la amistad y a la franca convivencia, mientras iban fluyendo estupendos relatos de provincia, leyendas y chistes de ingenioso sarcasmo, auspiciados por ‘Lencho de las Mercedes’ y Rony Laitano, que fueran los más versados humoristas de la época.     

VISITA AL CEMENTERIO

Hoy, casi treinta años después, tras las reminiscencias del juglar, llego al cementerio. Sólo entonces espero que vibren los sauces y hablen las tumbas en esta desolada región en donde no existe el oprobio, ni la vanidad ni el encanto. Al recorrer la comarca, oigo voces soterradas cuyos nombres ha borrado el tiempo; veo las viejas coronas apolilladas, las guirnaldas rotas y las espigas en celo bajo la yedra inclemente, y presiento los pasos de un alma en pena que arrepentida torna al sepulcro. Sigo caminando, entre rumores y sombras, hasta encontrarme frente al mausoleo cuya cruz se erige al cielo, como la precursora infalible de todas las muertes, en este infame territorio, ya olvidado por los vivos. Sobre la nostálgica cerámica, en suspirantes letricas góticas, yace el nombre de la gloria: “Juan Humberto Rois Zúñiga”. Es una tumba como las demás, blanca y soñolienta, con un florero vacío y un bostezo de cansada eternidad. Turbado por la simplicidad de la muerte y buscando una excusa para magnificar el instante, contemplo entonces la mariposa amarilla que entre los altos pinos juguetea, besa el acordeón tallado sobre el mármol y luego huye despavorida, con sus locas liviandades hacia ninguna parte. 

Cuando pienso que es una absurda ilusión semántica, me asalta una lírica conciencia: en la tumba de enfrente, sobre la fría lámina de estaño, despunta con sórdida premura el nombre de Hernando Marín Lacouture, y, a un costado, la efigie de una guitarra sobre árido sepulcro señala el destino final de Saúl Hinojosa Fernández, padre de la distinguida Sanjuanerita, esa musa tan ‘blanca como las aguas, como la arena de mi Provincia’, de cuya pastoril belleza tuvieran celos las corrientes cristalinas del río Cesar. 

Hoy, casi tres décadas después, buscando disipar la bruma en mis febriles memorias, vine al camposanto. En lugar de una rosa y una oración, traje este inútil breviario en cuyas vehementes páginas desmaya la pluma que escribe quimeras y llanto, pero que no puede explicarle al mundo lo que siente un poeta que, abatido y sin rumbo, medita frente a un panteón, en este espantoso refugio que, salvo dos pájaros negros sobre una cruz y este sensible caminante, nadie visita en esta hora.

POR FERNANDO DAZA /ESPECIAL PARA EL PILÓN