Mujer de extraordinarios méritos, la Madre Laura ha dejado huella indeleble y ejemplar en la historia religiosa de nuestro país.
Mujer de extraordinarios méritos, la Madre Laura ha dejado huella indeleble y ejemplar en la historia religiosa de nuestro país. En la Serranía del Perijá, en el Cesar, existe un convento de la Congregación de las Hermanas Misioneras de la Virgen María Inmaculada y de Santa Catalina de Siena, de la cual Laura de Jesús Montoya Upegui, la monja colombiana que será canonizada, es su fundadora.
“Laura de Jesús Montoya Upegui es la fundadora de la Congregación de las Hermanas Misioneras de la Virgen María Inmaculada y de Santa Catalina de Siena”: Hermana Nancy
Mamá, ¿quién es ese señor por el cual nos haces rezar tanto todos los días? – Es el asesino de tu padre. Debemos amarlo, como Jesús nos manda amar a los enemigos, pidiendo por su conversión.
– ¡Pero mamá, los asesinos deben ir a la cárcel!
– Con la venganza no ganamos nada. Nuestra mayor satisfacción será la de verle arrepentido.
El mismo día de su nacimiento-un 26 de mayo de 1874 fue bautizada con el nombre de María Laura de Jesús, más conocida como la Madre Laura.
Cuando tenía dos años de edad, su padre Juan de la Cruz Montoya, quien era médico y comerciante fue asesinado en Jericó, en diciembre de 1876.
La muerte prematura y repentina de su padre sumió a la familia en la pobreza. Su madre Dolores Upegui, tuvo que arreglárselas, con ayuda de sus parientes, para criar a tres hijos: Carmelina, Juan de la Cruz y Laura.
La vida de la Madre Laura no fue fácil, en su infancia no todo era felicidad. Después de la muerte de su padre, sus abuelos-de mala gana-decidieron llevársela a vivir con ellos a su finca cerca de Amalfi, y allí, dentro de un ambiente un poco hostil, aprendió a gustar de su soledad.
Al poco tiempo, su abuelo enfermó y ella se encargó de cuidarlo hasta la muerte. La familia decidió, entonces, que Laura, de 16 años, debía estudiar y graduarse de maestra para ayudar al sustento de su madre y sus hermanos.
Laura se trasladó a Medellín y se alojó en un manicomio, donde antes trabajaba su tía, y asumió la dirección de la institución; esta fue ocasión para manifestar su entereza y su carácter emprendedor. Simultáneamente, consiguió una beca del gobierno y entró a estudiar al Instituto Normal.
En 1893 se graduó como maestra e inmediatamente empezó a trabajar en la Escuela Superior de Amalfi. En 1895 fue trasladada a la Escuela Superior de Fredonia, y al año siguiente, a Santo Domingo. En 1897 fue nombrada vicedirectora, encargada de la disciplina, en un colegio de niñas ricas en Medellín. El colegio se hizo famoso y Laura también.
A los 30 años, un sacerdote amigo le propuso fundar un colegio en Jardín, Antioquia. A1 principio ella se rehusó, pero luego se entusiasmó, cuando el mismo sacerdote le contó que cerca del pueblo vivían los indios de Guapa, a los que ella podría visitar y ayudar con educación, medicinas, telas y provisiones. Los indios fueron catequizados y bautizados, y Laura decidió dedicar el resto de su vida al apostolado.
Ahí comenzaron las oposiciones y enfrentamientos con la sociedad y las autoridades eclesiásticas. Nadie podía entender que una mujer se dedicara a ese tipo de labores. El arzobispo consideraba que Laura era un hervidero de ideas liberales y trató por todos los medios de impedir su empresa misionera con los indígenas de Antioquia.
En 1910, Laura recurrió al presidente Carlos E. Restrepo en busca de apoyo. Su padre había sido un gran defensor de los indígenas; ella le explicó las razones de su decisión y él prometió ayudarla. Preocupada por su ideal, acudió a varias comunidades religiosas tratando de persuadir a las superioras para que aceptaran misiones entre los indígenas.
Ante la negativa, escribió una larga carta al pontífice, en la que le exponía la situación de abandono y marginamiento social, político, económico e incluso religioso en que se encontraban los indígenas latinoamericanos.
La respuesta le llegó en la encíclica Lacrimabili statu, en la cual el Papa pedía a los obispos americanos que velasen por el bien material, moral y espiritual de sus indígenas. Inmediatamente, siguiendo el consejo del jesuita guatemalteco Luis Javier Muñoz, Laura se puso en contacto con monseñor Maximiliano Crespo Rivera, obispo de Antioquia, quien ofreció ayudarla en su misión con dineros de la diócesis, e incluso con recursos personales.
El 4 de mayo de 1914, después de vencer muchas dificultades, Laura emprendió, con 5 ayudantas, entre las que se encontraba su madre, un viaje a Dabeiba, Antioquia. Allí, además de soportar calor, hambre y trabajos pesados, enfrentó la oposición de los gamonales y caciques katíos, quienes no podían entender la real intención de su obra.
Más adelante, en reconocimiento a su labor, la gobernación le ofreció un salario a ella y a una de sus compañeras, como maestras de escuela de nativos; con estos ingresos mantuvieron la comunidad, ya constituida bajo el nombre Congregación de Misioneras de María Inmaculada y Santa Catalina de Siena.
Mujer de extraordinarios méritos, la Madre Laura ha dejado huella indeleble y ejemplar en la historia religiosa de nuestro país.
Mujer de extraordinarios méritos, la Madre Laura ha dejado huella indeleble y ejemplar en la historia religiosa de nuestro país. En la Serranía del Perijá, en el Cesar, existe un convento de la Congregación de las Hermanas Misioneras de la Virgen María Inmaculada y de Santa Catalina de Siena, de la cual Laura de Jesús Montoya Upegui, la monja colombiana que será canonizada, es su fundadora.
“Laura de Jesús Montoya Upegui es la fundadora de la Congregación de las Hermanas Misioneras de la Virgen María Inmaculada y de Santa Catalina de Siena”: Hermana Nancy
Mamá, ¿quién es ese señor por el cual nos haces rezar tanto todos los días? – Es el asesino de tu padre. Debemos amarlo, como Jesús nos manda amar a los enemigos, pidiendo por su conversión.
– ¡Pero mamá, los asesinos deben ir a la cárcel!
– Con la venganza no ganamos nada. Nuestra mayor satisfacción será la de verle arrepentido.
El mismo día de su nacimiento-un 26 de mayo de 1874 fue bautizada con el nombre de María Laura de Jesús, más conocida como la Madre Laura.
Cuando tenía dos años de edad, su padre Juan de la Cruz Montoya, quien era médico y comerciante fue asesinado en Jericó, en diciembre de 1876.
La muerte prematura y repentina de su padre sumió a la familia en la pobreza. Su madre Dolores Upegui, tuvo que arreglárselas, con ayuda de sus parientes, para criar a tres hijos: Carmelina, Juan de la Cruz y Laura.
La vida de la Madre Laura no fue fácil, en su infancia no todo era felicidad. Después de la muerte de su padre, sus abuelos-de mala gana-decidieron llevársela a vivir con ellos a su finca cerca de Amalfi, y allí, dentro de un ambiente un poco hostil, aprendió a gustar de su soledad.
Al poco tiempo, su abuelo enfermó y ella se encargó de cuidarlo hasta la muerte. La familia decidió, entonces, que Laura, de 16 años, debía estudiar y graduarse de maestra para ayudar al sustento de su madre y sus hermanos.
Laura se trasladó a Medellín y se alojó en un manicomio, donde antes trabajaba su tía, y asumió la dirección de la institución; esta fue ocasión para manifestar su entereza y su carácter emprendedor. Simultáneamente, consiguió una beca del gobierno y entró a estudiar al Instituto Normal.
En 1893 se graduó como maestra e inmediatamente empezó a trabajar en la Escuela Superior de Amalfi. En 1895 fue trasladada a la Escuela Superior de Fredonia, y al año siguiente, a Santo Domingo. En 1897 fue nombrada vicedirectora, encargada de la disciplina, en un colegio de niñas ricas en Medellín. El colegio se hizo famoso y Laura también.
A los 30 años, un sacerdote amigo le propuso fundar un colegio en Jardín, Antioquia. A1 principio ella se rehusó, pero luego se entusiasmó, cuando el mismo sacerdote le contó que cerca del pueblo vivían los indios de Guapa, a los que ella podría visitar y ayudar con educación, medicinas, telas y provisiones. Los indios fueron catequizados y bautizados, y Laura decidió dedicar el resto de su vida al apostolado.
Ahí comenzaron las oposiciones y enfrentamientos con la sociedad y las autoridades eclesiásticas. Nadie podía entender que una mujer se dedicara a ese tipo de labores. El arzobispo consideraba que Laura era un hervidero de ideas liberales y trató por todos los medios de impedir su empresa misionera con los indígenas de Antioquia.
En 1910, Laura recurrió al presidente Carlos E. Restrepo en busca de apoyo. Su padre había sido un gran defensor de los indígenas; ella le explicó las razones de su decisión y él prometió ayudarla. Preocupada por su ideal, acudió a varias comunidades religiosas tratando de persuadir a las superioras para que aceptaran misiones entre los indígenas.
Ante la negativa, escribió una larga carta al pontífice, en la que le exponía la situación de abandono y marginamiento social, político, económico e incluso religioso en que se encontraban los indígenas latinoamericanos.
La respuesta le llegó en la encíclica Lacrimabili statu, en la cual el Papa pedía a los obispos americanos que velasen por el bien material, moral y espiritual de sus indígenas. Inmediatamente, siguiendo el consejo del jesuita guatemalteco Luis Javier Muñoz, Laura se puso en contacto con monseñor Maximiliano Crespo Rivera, obispo de Antioquia, quien ofreció ayudarla en su misión con dineros de la diócesis, e incluso con recursos personales.
El 4 de mayo de 1914, después de vencer muchas dificultades, Laura emprendió, con 5 ayudantas, entre las que se encontraba su madre, un viaje a Dabeiba, Antioquia. Allí, además de soportar calor, hambre y trabajos pesados, enfrentó la oposición de los gamonales y caciques katíos, quienes no podían entender la real intención de su obra.
Más adelante, en reconocimiento a su labor, la gobernación le ofreció un salario a ella y a una de sus compañeras, como maestras de escuela de nativos; con estos ingresos mantuvieron la comunidad, ya constituida bajo el nombre Congregación de Misioneras de María Inmaculada y Santa Catalina de Siena.