En la capital y otras ciudades del país, importantes grupos de intelectuales conformaron un maravilloso mundo alrededor de la bohemia clásica, en tanto que como habituales parroquianos departían en bares y cafés de gran renombre
La bohemia clásica la define la academia como un movimiento cultural en donde ciertos individuos se apartan de normas y convencionalismos sociales para desarrollar modelos de vida en donde se privilegia la vida misma, el arte y la cultura.
Traemos esta definición a colación porque en las décadas del 40 y 50 del siglo pasado las familias más representativas de la región enviaron a sus hijos a las universidades más prestigiosas del país en donde tuvieron la oportunidad de departir con condiscípulos que hacían parte de esa importante manifestación cultural, compañeros de estudios que más tarde ocuparían destacados cargos como presidentes de la república, ministros de Estado, embajadores, diplomáticos, o significativas posiciones políticas o administrativas en institutos descentralizados de gran relevancia nacional.
Para esa época en la capital y otras ciudades del país, importantes grupos de intelectuales conformaron un maravilloso mundo alrededor de la bohemia clásica, en tanto que como habituales parroquianos departían en bares y cafés de gran renombre, donde el arte, la literatura, la poesía y el ingenio picaresco, ambientados con espumosas cervezas, tragos de ron o de aguardiente, y aromáticas pipas de tabaco importado, inspiraban a los contertulios, quienes haciendo gala de su erudición y su talento se manifestaban, unos, tratando aspectos cotidianos relacionados con sus sentimientos, su intelectualidad, su espiritualidad, o los goces de su vida mundana, y otros, con el más fino humor sobre los distintos aconteceres de la vida nacional.
Dentro de ese selecto grupo hubo personajes muy representativos de la política y de la academia que se convirtieron en alma y nervio de esos círculos literarios y sociales, llegando a ser referentes para esa generación de estudiantes provincianos quienes acudían a esos sitios atraídos por el ambiente que giraba alrededor del arte y la cultura como modelo de vida, muchos de los cuales eran profesores y catedráticos que los dejaban impregnados de las distintas formas de percibir o exteriorizar sus aficiones literarias, las que fueron dejando huellas imborrables en su posterior devenir personal y profesional.
Esas manifestaciones culturales tuvieron protagonistas de talla nacional como Gilberto Álzate Avendaño, Tomás Carrasquilla Naranjo, Guillermo León Valencia, Alberto Lleras Camargo, Jorge Zalamea Borda, Juan Lozano y Lozano, José Umaña Bernal, Rafael Maya Ramírez, Belisario Betancur Cuartas, Abelardo Forero Benavides, Ramon de Zubiria Jiménez, Otto Morales Benítez, Jorge Robledo Ortiz, Alberto Ángel Montoya y Luis Vidales Jaramillo, entre otros, y en nuestro medio, personajes que se destacaron por ostentar una intelectualidad matizada con fulgurantes publicaciones de la bohemia más pura, que aunque menos trascendentes que los ya nombrados, también hacían evocar a los clásicos de la literatura universal y a los escritores y poetas más reconocidos del país, puesto que eran capaces de producir artículos y poemas de gran factura literaria amalgamados con inteligentes chispazos del humor propio de esa influyente corriente formativa.
Fueron muchos los estudiantes de esa época que quedaron atrapados por esa seductora expresión cultural, entre los que podemos destacar a Esteban Bendeck Olivella, Luis Gonzáles Urbina, Hugo Escobar Sierra, Rafael Valle Meza, Crispín Villazón de Armas, Jaime Araujo Noguera, Aníbal Martínez Zuleta, Jose Antonio Murgas Aponte, Armando Barros Baquero, Alcides Martínez Calderón, Rafael Villazón Baquero, Jose Manuel ‘Yin’ Daza Noguera, Alberto Gutiérrez Céspedes, Rodrigo Orozco Gámez y Guillermo Orozco Dangond, entre otros, quienes al regresar como profesionales a sus pueblos de origen, se reencontraban con amigos con los que habían compartido esas afinidades en sus años mozos, rememorando las mismas aficiones sobre el arte y la cultura que los habían estimulado para alcanzar un mundo distinto a las limitaciones impuestas por las precarias condiciones del entorno.
Toda esta remembranza tiene como finalidad resaltar a un personaje llamado Rodrigo Orozco Gámez, oriundo de Villanueva, quien en ocasiones alternaba con los mencionados intelectuales en los mismos espacios de cultura y de bohemia cuando estudiaba Derecho en Bogotá, pues al igual que otros miembros de su familia también cultivó la prosa y la poesía, siendo además un gran declamador de las obras más trascendentes de la poesía latinoamericana, las que con gran versatilidad e histrionismo afloraban en él cuando luego de escanciar las primeras cervezas en memorables ratos llenos de humor y de bohemia, tomaba la palabra para hablar con gran propiedad de los hechos políticos y literarios de la actualidad, o para cautivar a la audiencia al declamar alguna inspiración de los más representativos autores de la poesía española o latinoamericana, siendo Anarkos y Los Camellos del maestro Guillermo León Valencia, donde más se patentizaban sus conmovedoras interpretaciones, pues no solo era lo que representaba su privilegiada memoria para recordar tan extensos poemas, sino como la entonación de sus palabras las hacia acompañar con las más apropiadas expresiones en su rostro, la postura de su erguido cuerpo siempre alineado con la más perfecta modulación de su voz, los gestos de sus manos en sintonía con finos y sutiles movimientos corporales que parecieran que no fuera una simulación del intérprete, sino que las magistrales obras del autor hubiesen sido concebidas para que solo él las pudiera declamar.
Era un verdadero espectáculo escuchar la entonación y la perfecta dicción del hombre culto en cada una de estas interpretaciones, lo que lo llevó a ser considerado como uno de los más notables y apetecidos bohemios para querer compartir con él, en cada una de las festividades de la región.
También fue un destacado escritor y poeta, y como testimonio de ello hacemos rememoración de un soneto de su autoría cuando en medio de las tan comunes dificultades económicas por las que atravesaban los estudiantes de provincia en Bogotá, que con tal de no tener que contribuir con la proporción de la cuenta que les correspondía por las cervezas que habitualmente consumían, apostaban a quedar exonerados del pago proporcional a quien compusiera el mejor soneto sobre un tema específico. En una ocasión el soneto había que hacérselo a la cerveza, donde resultó ganador Rodrigo Orozco Gámez con el siguiente poema:
A la cerveza.
I.
Todo en ti me seduce y me embelesa,
Eres vida feliz para mi vida,
Todo a cantarte en mi interior convida,
Cuando tú espuma mi garganta besa.
II.
Más que Sancho el poder de Barataria,
Anhelamos nosotros la cerveza,
Y sentimos singular tristeza,
Cuando vemos que falta la Bavaria.
III.
Y al haber ingerido cuatro o cinco,
El apacible andar se trueca en brincos,
Y olvidamos pesares y amarguras.
IV.
Es que tienes el don maravilloso,
De cambiar la tristeza por el gozo,
Que al beberte tú solo nos procuras.
R.O.G. Bogotá, 1948.
Por: Jaime J. Orozco O.
En la capital y otras ciudades del país, importantes grupos de intelectuales conformaron un maravilloso mundo alrededor de la bohemia clásica, en tanto que como habituales parroquianos departían en bares y cafés de gran renombre
La bohemia clásica la define la academia como un movimiento cultural en donde ciertos individuos se apartan de normas y convencionalismos sociales para desarrollar modelos de vida en donde se privilegia la vida misma, el arte y la cultura.
Traemos esta definición a colación porque en las décadas del 40 y 50 del siglo pasado las familias más representativas de la región enviaron a sus hijos a las universidades más prestigiosas del país en donde tuvieron la oportunidad de departir con condiscípulos que hacían parte de esa importante manifestación cultural, compañeros de estudios que más tarde ocuparían destacados cargos como presidentes de la república, ministros de Estado, embajadores, diplomáticos, o significativas posiciones políticas o administrativas en institutos descentralizados de gran relevancia nacional.
Para esa época en la capital y otras ciudades del país, importantes grupos de intelectuales conformaron un maravilloso mundo alrededor de la bohemia clásica, en tanto que como habituales parroquianos departían en bares y cafés de gran renombre, donde el arte, la literatura, la poesía y el ingenio picaresco, ambientados con espumosas cervezas, tragos de ron o de aguardiente, y aromáticas pipas de tabaco importado, inspiraban a los contertulios, quienes haciendo gala de su erudición y su talento se manifestaban, unos, tratando aspectos cotidianos relacionados con sus sentimientos, su intelectualidad, su espiritualidad, o los goces de su vida mundana, y otros, con el más fino humor sobre los distintos aconteceres de la vida nacional.
Dentro de ese selecto grupo hubo personajes muy representativos de la política y de la academia que se convirtieron en alma y nervio de esos círculos literarios y sociales, llegando a ser referentes para esa generación de estudiantes provincianos quienes acudían a esos sitios atraídos por el ambiente que giraba alrededor del arte y la cultura como modelo de vida, muchos de los cuales eran profesores y catedráticos que los dejaban impregnados de las distintas formas de percibir o exteriorizar sus aficiones literarias, las que fueron dejando huellas imborrables en su posterior devenir personal y profesional.
Esas manifestaciones culturales tuvieron protagonistas de talla nacional como Gilberto Álzate Avendaño, Tomás Carrasquilla Naranjo, Guillermo León Valencia, Alberto Lleras Camargo, Jorge Zalamea Borda, Juan Lozano y Lozano, José Umaña Bernal, Rafael Maya Ramírez, Belisario Betancur Cuartas, Abelardo Forero Benavides, Ramon de Zubiria Jiménez, Otto Morales Benítez, Jorge Robledo Ortiz, Alberto Ángel Montoya y Luis Vidales Jaramillo, entre otros, y en nuestro medio, personajes que se destacaron por ostentar una intelectualidad matizada con fulgurantes publicaciones de la bohemia más pura, que aunque menos trascendentes que los ya nombrados, también hacían evocar a los clásicos de la literatura universal y a los escritores y poetas más reconocidos del país, puesto que eran capaces de producir artículos y poemas de gran factura literaria amalgamados con inteligentes chispazos del humor propio de esa influyente corriente formativa.
Fueron muchos los estudiantes de esa época que quedaron atrapados por esa seductora expresión cultural, entre los que podemos destacar a Esteban Bendeck Olivella, Luis Gonzáles Urbina, Hugo Escobar Sierra, Rafael Valle Meza, Crispín Villazón de Armas, Jaime Araujo Noguera, Aníbal Martínez Zuleta, Jose Antonio Murgas Aponte, Armando Barros Baquero, Alcides Martínez Calderón, Rafael Villazón Baquero, Jose Manuel ‘Yin’ Daza Noguera, Alberto Gutiérrez Céspedes, Rodrigo Orozco Gámez y Guillermo Orozco Dangond, entre otros, quienes al regresar como profesionales a sus pueblos de origen, se reencontraban con amigos con los que habían compartido esas afinidades en sus años mozos, rememorando las mismas aficiones sobre el arte y la cultura que los habían estimulado para alcanzar un mundo distinto a las limitaciones impuestas por las precarias condiciones del entorno.
Toda esta remembranza tiene como finalidad resaltar a un personaje llamado Rodrigo Orozco Gámez, oriundo de Villanueva, quien en ocasiones alternaba con los mencionados intelectuales en los mismos espacios de cultura y de bohemia cuando estudiaba Derecho en Bogotá, pues al igual que otros miembros de su familia también cultivó la prosa y la poesía, siendo además un gran declamador de las obras más trascendentes de la poesía latinoamericana, las que con gran versatilidad e histrionismo afloraban en él cuando luego de escanciar las primeras cervezas en memorables ratos llenos de humor y de bohemia, tomaba la palabra para hablar con gran propiedad de los hechos políticos y literarios de la actualidad, o para cautivar a la audiencia al declamar alguna inspiración de los más representativos autores de la poesía española o latinoamericana, siendo Anarkos y Los Camellos del maestro Guillermo León Valencia, donde más se patentizaban sus conmovedoras interpretaciones, pues no solo era lo que representaba su privilegiada memoria para recordar tan extensos poemas, sino como la entonación de sus palabras las hacia acompañar con las más apropiadas expresiones en su rostro, la postura de su erguido cuerpo siempre alineado con la más perfecta modulación de su voz, los gestos de sus manos en sintonía con finos y sutiles movimientos corporales que parecieran que no fuera una simulación del intérprete, sino que las magistrales obras del autor hubiesen sido concebidas para que solo él las pudiera declamar.
Era un verdadero espectáculo escuchar la entonación y la perfecta dicción del hombre culto en cada una de estas interpretaciones, lo que lo llevó a ser considerado como uno de los más notables y apetecidos bohemios para querer compartir con él, en cada una de las festividades de la región.
También fue un destacado escritor y poeta, y como testimonio de ello hacemos rememoración de un soneto de su autoría cuando en medio de las tan comunes dificultades económicas por las que atravesaban los estudiantes de provincia en Bogotá, que con tal de no tener que contribuir con la proporción de la cuenta que les correspondía por las cervezas que habitualmente consumían, apostaban a quedar exonerados del pago proporcional a quien compusiera el mejor soneto sobre un tema específico. En una ocasión el soneto había que hacérselo a la cerveza, donde resultó ganador Rodrigo Orozco Gámez con el siguiente poema:
A la cerveza.
I.
Todo en ti me seduce y me embelesa,
Eres vida feliz para mi vida,
Todo a cantarte en mi interior convida,
Cuando tú espuma mi garganta besa.
II.
Más que Sancho el poder de Barataria,
Anhelamos nosotros la cerveza,
Y sentimos singular tristeza,
Cuando vemos que falta la Bavaria.
III.
Y al haber ingerido cuatro o cinco,
El apacible andar se trueca en brincos,
Y olvidamos pesares y amarguras.
IV.
Es que tienes el don maravilloso,
De cambiar la tristeza por el gozo,
Que al beberte tú solo nos procuras.
R.O.G. Bogotá, 1948.
Por: Jaime J. Orozco O.