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Crónica - 27 febrero, 2021

Juancho Polo, y la lucha agraria

Juancho y yo nacimos a orillas de la ciénaga de Cerro de San Antonio, en lugares distintos pero que comparten, además de sus aguas, el que no sean conocidos por sus nombres, al de él lo identifican como Caimán, al mío, Charanga.

Manuel Cantillo, conocido como Juancho Polo.

FOTO/CORTESÍA.
Manuel Cantillo, conocido como Juancho Polo. FOTO/CORTESÍA.
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Cuando los italianos de “la camorra” se enteraron de que me estaba muriendo, mandaron a hacer una cruz con dos troncos largos y gruesos de carreto, una de las maderas más pesadas, para el día de mi sepelio arrastrarla, con un tractor, por las calles de este pueblo. Para, según ellos, simbolizar que, como muerto, era la que cargaba mientras caminaba rumbo a los confines del infierno.

Pero, hasta ahora, esa lucha también se las estoy ganando, aquí estoy cumpliendo noventa y un años, con achaques normales de mi edad, y pensando que son muchos más los que voy a vivir. Aunque a veces me acuerdo de la muerte, entonces tarareo unos versos de Juancho Polo Valencia: “La muerte es la que puede/ Caramba ocuparse de esta vida. Es la muerte la que puede/ Caramba ocuparse de nosotros”.

Ellos tienen razón para no olvidarse de mí, los golpee en lo que más les dolía: su orgullo, su poder económico y político. Yo tampoco los he olvidado, lo digo sin ningún sentimiento revanchista, porque solo el vencedor prepotente puede tener esa inquietud en contra del vencido. Además, yo no solo gané, también lo hicieron ochenta y nueve personas más, logramos que Incora nos parcelara la isla Santa Ana, una de las tantas del río Magdalena. Se la disputamos aprovechando que ellos se apoderaron de ella sin tener ningún título de propiedad.

Los italianos no siempre me vieron como su enemigo, al principio, cuando comencé a liderar la subdirectiva de un sindicato al que los luchadores de la isla se habían afiliado, se rieron y dijeron que cómo alguien con el apodo de un acordeonista irresponsable, Juancho Polo, iba a enfrentarse y ganarle la tenencia de esta isla. Para entonces eran terratenientes con influencia política en el partido Conservador.

Retrato de ‘Juancho Polo’.

Me subestimaron, como ha sucedido con el acordeonista Juancho Polo Valencia, de quien muchos se refieren solo para decir que era un borracho que andaba tirado en los pisos. Pero, contrario a lo que dicen, es de los pocos viejos intérpretes de la música vallenata que no pasan de moda. Además, su nombre está incluido en el listado de los acordeonistas que han hecho historia en el vallenato.

Él sabía que eso iba a suceder, por eso cantó: “Su cariño nacional es para todos/ Y tiene versos que pueden entrar a la historia”.

Fue el tanto escuchar y cantar la música de este acordeonista que me apodaron Juancho Polo. Aún recuerdo la primera canción interpretada por él que escuché en un picó, ‘El pájaro carpintero’. Enseguida me gustó porque habla de la naturaleza, del campo, con los que siempre he estado relacionado. Me interesé por el resto de su música y comencé a cantarla en las parrandas, más que las rancheras, los tangos y los boleros que me sabía.

Por eso no me resultó difícil encontrar, entre algunas de sus canciones, versos con los que apoyarnos para seguir adelante en nuestra lucha agraria. Por eso era usual que me escucharan cantar o silbar por los caminos hacia la isla Santa Ana, estrofas de algunas canciones como esa que dice: “Que lo digan los provincianos/ Que yo sí soy el respeto del Magdalena”.

Eso quise, eso logré, con mi lucha, que me respetaran como líder agrario, no solo en mi pueblo, también en Colombia, tanto que fui invitado permanente a asambleas sindicales en varios lugares del país, y pertenecí, por varios años, a la directiva de Utral en Barranquilla. Después me convertí en un viejo manso, aparentemente indiferente frente a tantas injusticias sociales que hay en este país, pero eso fue lo que me salvó cuando aquella gente llegó sacando personas de sus casas para matarlos.

LEER A GAITÁN

Los italianos, también, dijeron que tanto el acordeonista como yo no teníamos ningún grado de escuela. Fue una de las tantas afirmaciones en la que se equivocaron, porque ambos fuimos a la escuela donde aprendimos a leer y a escribir. El haberlo aprendido le permitió a Juan Manuel Polo Cervantes conocer y admirar al poeta Guillermo Valencia, a mí las ideas de Jorge Eliécer Gaitán. A mi abuelo, que era analfabeta, le mandaban a diario el periódico ‘Jornada’, el que yo le leía, todas las noches apoyado en la claridad de un mechón, a los gaitanistas del pueblo.

Por Gaitán conocí las ideas liberales, socialistas, supe que había que luchar por el bienestar social, por la igualdad. Juancho Polo, a través de la poesía y la lectura de otro tipo de literatura, compuso y cantó canciones que según los que lo estudian son propias de alguien influenciado por una corriente filosófica. No en balde canta: “Yo nací para aprender/ Sobre de la ciencia pura”.

Juancho y yo nacimos a orillas de la ciénaga de Cerro de San Antonio, en lugares distintos pero que comparten, además de sus aguas, el que no sean conocidos por sus nombres, al de él lo identifican como Caimán, al mío, Charanga.  Ambos lugares se caracterizan por la pobreza, la desesperanza, la misma que me hizo ir para Venezuela a trabajar en una matera (hacienda), después de que López Michelsen lanzara su movimiento político, el MRL, y terminara aliado con los que decía combatir. El verdadero Juancho y yo fuimos liberales Lopistas, y mientras él le compuso y cantó dos canciones, yo encabezaba el grupo de los seguidores de su causa que salíamos con carbón en las manos para pintar, en las paredes de las casas del pueblo, el lema del MRL, salud, techo y educación.

SINDICATO

A pesar de que al pertenecer a este movimiento político éramos contrarios al frente nacional, fue en uno de esos gobiernos, el del liberal Lleras Restrepo, donde inició la lucha por la isla Santa Ana. La comenzaron, porque para entonces yo estaba en Venezuela, impulsados por un cachaco que vino de Bogotá, que era de Fanal. El que, además de organizarlos, les habló de los derechos que tenían sobre las tierras de la nación, que estas eran del que la trabajaba y, además, que las islas eran de la Unión.

 Yo me enteré del sindicato porque hasta la hacienda donde trabajaba me mandaron una carta donde decían que me habían incluido entre los fundadores. Lo hicieron porque sabían que era socialista, revolucionario.

En Venezuela me atacó esa melancolía que menciona Juancho Polo en la canción ‘Sueño en Venezuela’. Empaqué mis cosas y me vine para Colombia, a los pocos días de estar acá convocó la asamblea  general a una reunión del sindicato y me eligieron como fiscal. Fue cuando supe que mis paisanos habían sembrado yuca y maíz en parte de la isla, pero que los italianos no les permitían recoger los frutos. Además, que estaban corriendo las cercas hacia las playas que dejaba el río al bajar.

Yo fui entusiasta parrandero, de esos que amanecían en los picó, de los que decían ahí está tomando Juancho Polo porque está sonando la música de Polo Valencia. Pero no solo era escucharla, era también ir a las fiestas patronales de las localidades cercanas a la mía, donde estaba tocando, para divertirme con el sonido de su acordeón, con su voz. Fue una vez que vino al pueblo y que amanecimos tomando ron caña donde lo escuché cantar: “El gallo que más cantare/ Que no me cante con tanta bulla/ Le recuerdo que en la calle/ Está un gallo de punta aguda”.

 Me aprendí tanto ese verso que lo cantaba, lo silbaba y hasta me basé en él para, en una reunión, decirles a los compañeros de lucha que frente a los ataques de los italianos fuéramos como el gallo de punta fina.  Entonces, los enfrentamos agresivamente como esta ave lo hace con su oponente, arrancamos las cercas, que habían tendido en torno a la isla, sin cortar el alambre. Después, evadiendo a la policía que estaba apoyándolos, recogimos la mayor parte de lo cultivado. Además, saboteamos el ordeño del ganado de propiedad de ellos, y sacamos, sin violencia, el que tenían en la isla. También lanzamos al agua la hierba que querían sembrar en la isla.

INFLUENCIA DIVINA

También ideamos otras maneras de confrontarlos, sin concurrir a la fuerza, las que nos permitieron ganar la pelea. Obtuvimos el reconocimiento legal como sindicato, del que fui presidente, y nos aliamos con dos sacerdotes y un obispo que fueron esenciales en nuestra lucha. El primero en hacerlo fue el padre Arévalo, quien era comunista y defensor de las luchas agrarias. Pero no fue por mucho tiempo porque los italianos movieron sus influencias con el obispo de Cartagena, quien se comunicó con el de Santa Marta, Forero y García, y lo trasladaron de Cerro de San Antonio para otra parroquia.

El padre antes de irse me mandó llamar y me dijo: “Juancho no se dejen humillar, porque ustedes van a ganarse esas tierras. Y tú no te dejes vencer por los italianos, y si te toca echarles plomo hágalo, porque el que mata con razón no comete delito. Pero yo nunca porté un arma de fuego, lo mío eran las ideas”.

Ciénaga de Cerro de San Antonio. FOTO/CORTESÍA.

En esa misma reunión me presentó al nuevo sacerdote, Rafael Pérez Epalza, quien nos informó cuáles habían sido los argumentos que los italianos usaron para lograr el traslado de Arévalo y, de paso, la prevención del prelado en contra nuestra.

 Le dijeron que ellos nos habían entregado media isla y nosotros la queríamos completa. El compromiso social y político de este sacerdote con la lucha agraria era mayor que el del trasladado, por lo que lo consideré el ideal para obtener una cita con el obispo, quien nos las concedió. Fuimos el sacerdote y yo, y entre lo que le dije al prelado era que la isla carecía de títulos de propiedad y ellos, los italianos, querían apropiarse totalmente de ella.

Aproveché y lo invité al pueblo, vino y, además de confirmar un numeroso grupo de niños, en una reunión con todos los miembros del sindicato se comprometió a hacer diligencias a favor nuestro ante Incora en Bogotá. Como yo era decimero, el día de la visita del obispo me inspiré y canté:

Puerto Niño con sus penas/ Corre con las consecuencias/ Toda isla por herencia son hijas del Magdalena/ De Puerto Niño es el tema/ Siempre hay bastante vituallas, yuca, caña y papaya/ Conservadores y liberales, las islas son nacionales/ Los italianos no tienen playas.

Fue un cercado, con madera y alambre púa, que quitamos, que nuevamente habían tendido, lo que llevó al juzgado de Cerro de San Antonio a ordenar la captura de 37 miembros del sindicato, capturaron 36, yo era el 37. No me detuvieron porque me buscaban con el nombre de Juancho Polo y yo me llamo Manuel Cantillo. Orden de captura que coincidió con el apoyo que Incora, a través de varios abogados, comenzó a brindarnos, tanto que fueron quienes lograron la libertad de los detenidos. Esto fue producto de las influencias del obispo en Bogotá.

Incora repartió la isla, de cuatrocientas hectáreas, entre las noventa personas que emprendimos la lucha agraria. Yo les entregué un playón, que era de los italianos, a agricultores de su pueblo, lo que me causó problemas con algunos compañeros de lucha, incluso, esa fue una de las razones por las que el sindicato se acabó. Aunque yo seguí mi vida como dirigente sindical y político, siempre al lado del liberalismo.

Tengo muchos años que no tomo ron, que no bailo ni canto son de pajarito, baile de negro, vallenato, ranchera, tangos y bolero; pero aún me entusiasma la música. Canciones como ‘Flores de María’, ‘El sombrero blanco’, ‘Alicia adorada’, de Juancho Polo, me llenan de mucha nostalgia o de alegría.

Volviendo al tema de la cruz, a pesar de que me enfermé hace algunos años, ella debe existir, imagínese esa madera que parece hierro y que es tan duradera. Y si los italianos aún continúan con la idea de pasearla por las calles el día que yo muera, les toca esperar para hacerlo. Ellos no saben que cuando estaba al borde de morir me encontré con la parca en el camino que lleva a donde nos espera a todo, y me dijo: “Vaya tranquilo que todavía no es su momento. Y mientras tanto yo digo como Juancho Polo Valencia: ‘Yo estoy vivo todavía para que mi vida goce’”.

POR: ALVARO ROJANO.

Por Álvaro Rojano.

Crónica
27 febrero, 2021

Juancho Polo, y la lucha agraria

Juancho y yo nacimos a orillas de la ciénaga de Cerro de San Antonio, en lugares distintos pero que comparten, además de sus aguas, el que no sean conocidos por sus nombres, al de él lo identifican como Caimán, al mío, Charanga.


Manuel Cantillo, conocido como Juancho Polo.

FOTO/CORTESÍA.
Manuel Cantillo, conocido como Juancho Polo. FOTO/CORTESÍA.
Boton Wpp

Cuando los italianos de “la camorra” se enteraron de que me estaba muriendo, mandaron a hacer una cruz con dos troncos largos y gruesos de carreto, una de las maderas más pesadas, para el día de mi sepelio arrastrarla, con un tractor, por las calles de este pueblo. Para, según ellos, simbolizar que, como muerto, era la que cargaba mientras caminaba rumbo a los confines del infierno.

Pero, hasta ahora, esa lucha también se las estoy ganando, aquí estoy cumpliendo noventa y un años, con achaques normales de mi edad, y pensando que son muchos más los que voy a vivir. Aunque a veces me acuerdo de la muerte, entonces tarareo unos versos de Juancho Polo Valencia: “La muerte es la que puede/ Caramba ocuparse de esta vida. Es la muerte la que puede/ Caramba ocuparse de nosotros”.

Ellos tienen razón para no olvidarse de mí, los golpee en lo que más les dolía: su orgullo, su poder económico y político. Yo tampoco los he olvidado, lo digo sin ningún sentimiento revanchista, porque solo el vencedor prepotente puede tener esa inquietud en contra del vencido. Además, yo no solo gané, también lo hicieron ochenta y nueve personas más, logramos que Incora nos parcelara la isla Santa Ana, una de las tantas del río Magdalena. Se la disputamos aprovechando que ellos se apoderaron de ella sin tener ningún título de propiedad.

Los italianos no siempre me vieron como su enemigo, al principio, cuando comencé a liderar la subdirectiva de un sindicato al que los luchadores de la isla se habían afiliado, se rieron y dijeron que cómo alguien con el apodo de un acordeonista irresponsable, Juancho Polo, iba a enfrentarse y ganarle la tenencia de esta isla. Para entonces eran terratenientes con influencia política en el partido Conservador.

Retrato de ‘Juancho Polo’.

Me subestimaron, como ha sucedido con el acordeonista Juancho Polo Valencia, de quien muchos se refieren solo para decir que era un borracho que andaba tirado en los pisos. Pero, contrario a lo que dicen, es de los pocos viejos intérpretes de la música vallenata que no pasan de moda. Además, su nombre está incluido en el listado de los acordeonistas que han hecho historia en el vallenato.

Él sabía que eso iba a suceder, por eso cantó: “Su cariño nacional es para todos/ Y tiene versos que pueden entrar a la historia”.

Fue el tanto escuchar y cantar la música de este acordeonista que me apodaron Juancho Polo. Aún recuerdo la primera canción interpretada por él que escuché en un picó, ‘El pájaro carpintero’. Enseguida me gustó porque habla de la naturaleza, del campo, con los que siempre he estado relacionado. Me interesé por el resto de su música y comencé a cantarla en las parrandas, más que las rancheras, los tangos y los boleros que me sabía.

Por eso no me resultó difícil encontrar, entre algunas de sus canciones, versos con los que apoyarnos para seguir adelante en nuestra lucha agraria. Por eso era usual que me escucharan cantar o silbar por los caminos hacia la isla Santa Ana, estrofas de algunas canciones como esa que dice: “Que lo digan los provincianos/ Que yo sí soy el respeto del Magdalena”.

Eso quise, eso logré, con mi lucha, que me respetaran como líder agrario, no solo en mi pueblo, también en Colombia, tanto que fui invitado permanente a asambleas sindicales en varios lugares del país, y pertenecí, por varios años, a la directiva de Utral en Barranquilla. Después me convertí en un viejo manso, aparentemente indiferente frente a tantas injusticias sociales que hay en este país, pero eso fue lo que me salvó cuando aquella gente llegó sacando personas de sus casas para matarlos.

LEER A GAITÁN

Los italianos, también, dijeron que tanto el acordeonista como yo no teníamos ningún grado de escuela. Fue una de las tantas afirmaciones en la que se equivocaron, porque ambos fuimos a la escuela donde aprendimos a leer y a escribir. El haberlo aprendido le permitió a Juan Manuel Polo Cervantes conocer y admirar al poeta Guillermo Valencia, a mí las ideas de Jorge Eliécer Gaitán. A mi abuelo, que era analfabeta, le mandaban a diario el periódico ‘Jornada’, el que yo le leía, todas las noches apoyado en la claridad de un mechón, a los gaitanistas del pueblo.

Por Gaitán conocí las ideas liberales, socialistas, supe que había que luchar por el bienestar social, por la igualdad. Juancho Polo, a través de la poesía y la lectura de otro tipo de literatura, compuso y cantó canciones que según los que lo estudian son propias de alguien influenciado por una corriente filosófica. No en balde canta: “Yo nací para aprender/ Sobre de la ciencia pura”.

Juancho y yo nacimos a orillas de la ciénaga de Cerro de San Antonio, en lugares distintos pero que comparten, además de sus aguas, el que no sean conocidos por sus nombres, al de él lo identifican como Caimán, al mío, Charanga.  Ambos lugares se caracterizan por la pobreza, la desesperanza, la misma que me hizo ir para Venezuela a trabajar en una matera (hacienda), después de que López Michelsen lanzara su movimiento político, el MRL, y terminara aliado con los que decía combatir. El verdadero Juancho y yo fuimos liberales Lopistas, y mientras él le compuso y cantó dos canciones, yo encabezaba el grupo de los seguidores de su causa que salíamos con carbón en las manos para pintar, en las paredes de las casas del pueblo, el lema del MRL, salud, techo y educación.

SINDICATO

A pesar de que al pertenecer a este movimiento político éramos contrarios al frente nacional, fue en uno de esos gobiernos, el del liberal Lleras Restrepo, donde inició la lucha por la isla Santa Ana. La comenzaron, porque para entonces yo estaba en Venezuela, impulsados por un cachaco que vino de Bogotá, que era de Fanal. El que, además de organizarlos, les habló de los derechos que tenían sobre las tierras de la nación, que estas eran del que la trabajaba y, además, que las islas eran de la Unión.

 Yo me enteré del sindicato porque hasta la hacienda donde trabajaba me mandaron una carta donde decían que me habían incluido entre los fundadores. Lo hicieron porque sabían que era socialista, revolucionario.

En Venezuela me atacó esa melancolía que menciona Juancho Polo en la canción ‘Sueño en Venezuela’. Empaqué mis cosas y me vine para Colombia, a los pocos días de estar acá convocó la asamblea  general a una reunión del sindicato y me eligieron como fiscal. Fue cuando supe que mis paisanos habían sembrado yuca y maíz en parte de la isla, pero que los italianos no les permitían recoger los frutos. Además, que estaban corriendo las cercas hacia las playas que dejaba el río al bajar.

Yo fui entusiasta parrandero, de esos que amanecían en los picó, de los que decían ahí está tomando Juancho Polo porque está sonando la música de Polo Valencia. Pero no solo era escucharla, era también ir a las fiestas patronales de las localidades cercanas a la mía, donde estaba tocando, para divertirme con el sonido de su acordeón, con su voz. Fue una vez que vino al pueblo y que amanecimos tomando ron caña donde lo escuché cantar: “El gallo que más cantare/ Que no me cante con tanta bulla/ Le recuerdo que en la calle/ Está un gallo de punta aguda”.

 Me aprendí tanto ese verso que lo cantaba, lo silbaba y hasta me basé en él para, en una reunión, decirles a los compañeros de lucha que frente a los ataques de los italianos fuéramos como el gallo de punta fina.  Entonces, los enfrentamos agresivamente como esta ave lo hace con su oponente, arrancamos las cercas, que habían tendido en torno a la isla, sin cortar el alambre. Después, evadiendo a la policía que estaba apoyándolos, recogimos la mayor parte de lo cultivado. Además, saboteamos el ordeño del ganado de propiedad de ellos, y sacamos, sin violencia, el que tenían en la isla. También lanzamos al agua la hierba que querían sembrar en la isla.

INFLUENCIA DIVINA

También ideamos otras maneras de confrontarlos, sin concurrir a la fuerza, las que nos permitieron ganar la pelea. Obtuvimos el reconocimiento legal como sindicato, del que fui presidente, y nos aliamos con dos sacerdotes y un obispo que fueron esenciales en nuestra lucha. El primero en hacerlo fue el padre Arévalo, quien era comunista y defensor de las luchas agrarias. Pero no fue por mucho tiempo porque los italianos movieron sus influencias con el obispo de Cartagena, quien se comunicó con el de Santa Marta, Forero y García, y lo trasladaron de Cerro de San Antonio para otra parroquia.

El padre antes de irse me mandó llamar y me dijo: “Juancho no se dejen humillar, porque ustedes van a ganarse esas tierras. Y tú no te dejes vencer por los italianos, y si te toca echarles plomo hágalo, porque el que mata con razón no comete delito. Pero yo nunca porté un arma de fuego, lo mío eran las ideas”.

Ciénaga de Cerro de San Antonio. FOTO/CORTESÍA.

En esa misma reunión me presentó al nuevo sacerdote, Rafael Pérez Epalza, quien nos informó cuáles habían sido los argumentos que los italianos usaron para lograr el traslado de Arévalo y, de paso, la prevención del prelado en contra nuestra.

 Le dijeron que ellos nos habían entregado media isla y nosotros la queríamos completa. El compromiso social y político de este sacerdote con la lucha agraria era mayor que el del trasladado, por lo que lo consideré el ideal para obtener una cita con el obispo, quien nos las concedió. Fuimos el sacerdote y yo, y entre lo que le dije al prelado era que la isla carecía de títulos de propiedad y ellos, los italianos, querían apropiarse totalmente de ella.

Aproveché y lo invité al pueblo, vino y, además de confirmar un numeroso grupo de niños, en una reunión con todos los miembros del sindicato se comprometió a hacer diligencias a favor nuestro ante Incora en Bogotá. Como yo era decimero, el día de la visita del obispo me inspiré y canté:

Puerto Niño con sus penas/ Corre con las consecuencias/ Toda isla por herencia son hijas del Magdalena/ De Puerto Niño es el tema/ Siempre hay bastante vituallas, yuca, caña y papaya/ Conservadores y liberales, las islas son nacionales/ Los italianos no tienen playas.

Fue un cercado, con madera y alambre púa, que quitamos, que nuevamente habían tendido, lo que llevó al juzgado de Cerro de San Antonio a ordenar la captura de 37 miembros del sindicato, capturaron 36, yo era el 37. No me detuvieron porque me buscaban con el nombre de Juancho Polo y yo me llamo Manuel Cantillo. Orden de captura que coincidió con el apoyo que Incora, a través de varios abogados, comenzó a brindarnos, tanto que fueron quienes lograron la libertad de los detenidos. Esto fue producto de las influencias del obispo en Bogotá.

Incora repartió la isla, de cuatrocientas hectáreas, entre las noventa personas que emprendimos la lucha agraria. Yo les entregué un playón, que era de los italianos, a agricultores de su pueblo, lo que me causó problemas con algunos compañeros de lucha, incluso, esa fue una de las razones por las que el sindicato se acabó. Aunque yo seguí mi vida como dirigente sindical y político, siempre al lado del liberalismo.

Tengo muchos años que no tomo ron, que no bailo ni canto son de pajarito, baile de negro, vallenato, ranchera, tangos y bolero; pero aún me entusiasma la música. Canciones como ‘Flores de María’, ‘El sombrero blanco’, ‘Alicia adorada’, de Juancho Polo, me llenan de mucha nostalgia o de alegría.

Volviendo al tema de la cruz, a pesar de que me enfermé hace algunos años, ella debe existir, imagínese esa madera que parece hierro y que es tan duradera. Y si los italianos aún continúan con la idea de pasearla por las calles el día que yo muera, les toca esperar para hacerlo. Ellos no saben que cuando estaba al borde de morir me encontré con la parca en el camino que lleva a donde nos espera a todo, y me dijo: “Vaya tranquilo que todavía no es su momento. Y mientras tanto yo digo como Juancho Polo Valencia: ‘Yo estoy vivo todavía para que mi vida goce’”.

POR: ALVARO ROJANO.

Por Álvaro Rojano.