Un nuevo trío surgido en la costa Atlántica colombiana, lleva el sonido del jazz desde Norteamérica y Europa hasta Valledupar.
Si bien es cierto que al mencionar la palabra “jazz” muchos piensan en contextos lejanos de Europa o Estados Unidos, evocando imágenes de películas antiguas o épocas distantes, esto no es lo que piensan Hansel Castro, Juan Kamilo González y Cristian Villarreal. Estos tres jóvenes músicos debutaron el 26 de septiembre en la tarima del Restobar Guacaó con su conversatorio-concierto “La influencia del jazz en la música latinoamericana”.
Hansel Castro, un jazzista nacido en Ciénaga, Magdalena, estudia para ser maestro de música en la Universidad Popular del Cesar. Comenzó su carrera musical como cualquier niño que explora sus pasiones, y pronto descubrió que tocar la guitarra era más que una simple intuición. Entre 2014 y 2015, ganó el Festival Guillermo de Jesús Buitrago de Trío de Guitarras y el Festival de Vallenato en Guitarra de Codazzi.
“Me empieza a interesar mucho el tema de la música académica y la música caribeña, pero luego me dije, como uno dice aquí coloquialmente, me pica el animalito, el bichito del jazz. Empiezo a incursionar en esos sonidos y encuentro que la música latinoamericana, sobre todo géneros más caribeños, han bebido muchísimo de eso como la salsa”, recuerda Hansel.
Así como Valledupar es reconocida mundialmente como la Capital del Vallenato, Nueva Orleans se destaca en Estados Unidos como el epicentro del jazz. “Gracias a la confluencia de individuos de diversos lugares de África, Europa y América, se gestó en la ciudad de Nueva Orleans un tipo de música sustancialmente diferente a todas las que habían existido antes”, señala un estudio de Rafael Oliver del repositorio de la Pontificia Universidad Javeriana. Además, menciona que el jazz se consolidó gracias a los músicos que viajaron de puerto a puerto por el río Mississippi, popularizando el género en el proceso.
Antes del auge del vallenato, el jazz ya resonaba en las sociedades de élite en Barranquilla y Cartagena, donde se escuchaba como una forma de exaltar la cultura de países desarrollados. Con el tiempo, “surgieron brotes de jazz bands en otros lugares como Ciénaga, Zambrano, Mompox, Sincelejo, Corozal, Valledupar, la región del Sinú, Medellín, Cali y Bogotá”, ayudados por el río Magdalena, según relata el estudio de Oliver.
La agrupación que Castro dirigía a sus amigos con gestos y miradas, no llegó de ningún puerto, pero sí estuvo inspirado en esos músicos que recorrieron el río Magdalena alegrando con jazz colombianizado los puertos. Sonreía ocasionalmente al escuchar algún acorde; cada canción y cada improvisación llevaban consigo gotas de sudor que evidenciaban la dificultad de lo que estaban tocando.
“Es difícil interpretar estas obras y sobrevivir en el intento”, dice Hansel mientras se toca el corazón. Acababa de mencionar la influencia del jazz en Cuba con canciones como “Lágrimas Negras” de Compay Segundo y “¡Ay mamá!” de Eliseo Grenet. Esta última, como explicó Castro, “música con tumbao, es decir, que tiene una melodía que sugiere una armonía con un ritmo cubano”.
Del público alguien grita que la música sonaba “deliciosa”, como si se tratara de un mango con sal y pimienta. “El son (cubano) es el espermatozoide de la salsa”, menciona pícaramente el guitarrista.
El jazz latinoamericano cautivó a las 40 personas presentes, quienes movían inconscientemente los dedos contra las mesas y asentían con la cabeza. Era como un virus macondiano, pero todo se debía al poder del piano de Cristián Villarreal, quien tocaba música cubana heredada de sus recuerdos más profundos ligados a su familia.
“Una de las similitudes más grandes entre la música latinoamericana y el jazz es la improvisación colectiva. Es esa conversación donde una frase responde a la otra”, explica Hansel. Al igual que en una puya vallenata, donde el acordeón, la caja y la guacharaca parecen entablar un diálogo lleno de disputas y argumentos, el público se deleita y celebra al que mejor improvise.
“Cada interpretación jazzística genera una situación musical particular e irrepetible”, redactó el historiador Rafael Oliver, especialmente en el uso de congos y tambores.
En este contexto, Juan Kamilo, el percusionista del grupo, afirma: “Ellos han hablado del jazz en términos melódicos, pero el aspecto percutido también presenta su propia complejidad. El ritmo del viaje es complicado; sin embargo, nos mantenemos fieles a la forma latinoamericana. Por ejemplo, voy a tocar unos son cubanos en el bongó, pero lo haré conservando la esencia del son”.
Los cuarenta entusiastas del jazz latinoamericano inundaron de aplausos al naciente trío, que viajó intelectualmente desde tan lejos para demostrar que el jazz siempre ha estado presente, aunque no siempre lo hayamos llamado así.
Por Katlin Navarro Luna / El Pilón
Un nuevo trío surgido en la costa Atlántica colombiana, lleva el sonido del jazz desde Norteamérica y Europa hasta Valledupar.
Si bien es cierto que al mencionar la palabra “jazz” muchos piensan en contextos lejanos de Europa o Estados Unidos, evocando imágenes de películas antiguas o épocas distantes, esto no es lo que piensan Hansel Castro, Juan Kamilo González y Cristian Villarreal. Estos tres jóvenes músicos debutaron el 26 de septiembre en la tarima del Restobar Guacaó con su conversatorio-concierto “La influencia del jazz en la música latinoamericana”.
Hansel Castro, un jazzista nacido en Ciénaga, Magdalena, estudia para ser maestro de música en la Universidad Popular del Cesar. Comenzó su carrera musical como cualquier niño que explora sus pasiones, y pronto descubrió que tocar la guitarra era más que una simple intuición. Entre 2014 y 2015, ganó el Festival Guillermo de Jesús Buitrago de Trío de Guitarras y el Festival de Vallenato en Guitarra de Codazzi.
“Me empieza a interesar mucho el tema de la música académica y la música caribeña, pero luego me dije, como uno dice aquí coloquialmente, me pica el animalito, el bichito del jazz. Empiezo a incursionar en esos sonidos y encuentro que la música latinoamericana, sobre todo géneros más caribeños, han bebido muchísimo de eso como la salsa”, recuerda Hansel.
Así como Valledupar es reconocida mundialmente como la Capital del Vallenato, Nueva Orleans se destaca en Estados Unidos como el epicentro del jazz. “Gracias a la confluencia de individuos de diversos lugares de África, Europa y América, se gestó en la ciudad de Nueva Orleans un tipo de música sustancialmente diferente a todas las que habían existido antes”, señala un estudio de Rafael Oliver del repositorio de la Pontificia Universidad Javeriana. Además, menciona que el jazz se consolidó gracias a los músicos que viajaron de puerto a puerto por el río Mississippi, popularizando el género en el proceso.
Antes del auge del vallenato, el jazz ya resonaba en las sociedades de élite en Barranquilla y Cartagena, donde se escuchaba como una forma de exaltar la cultura de países desarrollados. Con el tiempo, “surgieron brotes de jazz bands en otros lugares como Ciénaga, Zambrano, Mompox, Sincelejo, Corozal, Valledupar, la región del Sinú, Medellín, Cali y Bogotá”, ayudados por el río Magdalena, según relata el estudio de Oliver.
La agrupación que Castro dirigía a sus amigos con gestos y miradas, no llegó de ningún puerto, pero sí estuvo inspirado en esos músicos que recorrieron el río Magdalena alegrando con jazz colombianizado los puertos. Sonreía ocasionalmente al escuchar algún acorde; cada canción y cada improvisación llevaban consigo gotas de sudor que evidenciaban la dificultad de lo que estaban tocando.
“Es difícil interpretar estas obras y sobrevivir en el intento”, dice Hansel mientras se toca el corazón. Acababa de mencionar la influencia del jazz en Cuba con canciones como “Lágrimas Negras” de Compay Segundo y “¡Ay mamá!” de Eliseo Grenet. Esta última, como explicó Castro, “música con tumbao, es decir, que tiene una melodía que sugiere una armonía con un ritmo cubano”.
Del público alguien grita que la música sonaba “deliciosa”, como si se tratara de un mango con sal y pimienta. “El son (cubano) es el espermatozoide de la salsa”, menciona pícaramente el guitarrista.
El jazz latinoamericano cautivó a las 40 personas presentes, quienes movían inconscientemente los dedos contra las mesas y asentían con la cabeza. Era como un virus macondiano, pero todo se debía al poder del piano de Cristián Villarreal, quien tocaba música cubana heredada de sus recuerdos más profundos ligados a su familia.
“Una de las similitudes más grandes entre la música latinoamericana y el jazz es la improvisación colectiva. Es esa conversación donde una frase responde a la otra”, explica Hansel. Al igual que en una puya vallenata, donde el acordeón, la caja y la guacharaca parecen entablar un diálogo lleno de disputas y argumentos, el público se deleita y celebra al que mejor improvise.
“Cada interpretación jazzística genera una situación musical particular e irrepetible”, redactó el historiador Rafael Oliver, especialmente en el uso de congos y tambores.
En este contexto, Juan Kamilo, el percusionista del grupo, afirma: “Ellos han hablado del jazz en términos melódicos, pero el aspecto percutido también presenta su propia complejidad. El ritmo del viaje es complicado; sin embargo, nos mantenemos fieles a la forma latinoamericana. Por ejemplo, voy a tocar unos son cubanos en el bongó, pero lo haré conservando la esencia del son”.
Los cuarenta entusiastas del jazz latinoamericano inundaron de aplausos al naciente trío, que viajó intelectualmente desde tan lejos para demostrar que el jazz siempre ha estado presente, aunque no siempre lo hayamos llamado así.
Por Katlin Navarro Luna / El Pilón