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Crónica - 18 abril, 2019

“¡Hoy sale la sirena de Hurtado!”

La estatua rinde homenaje a una historia que por décadas se ha repetido entre distintas generaciones y que aflora con su misticismo durante la época de Semana Santa, cuando se supone que ocurrió el encanto que convirtió a una niña en ninfa.

La imponente imagen de la sirena, obra del escultor Jorge Maestre, vigila con celo al río Guatapurí a la altura del balneario Hurtado.  

Foto: Joaquín Ramírez.
La imponente imagen de la sirena, obra del escultor Jorge Maestre, vigila con celo al río Guatapurí a la altura del balneario Hurtado. Foto: Joaquín Ramírez.
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“Ay yo me convertí en un pescado, eso fue porque desobedecí a mi mamá, mi mamá me dijo que no fuera a bañarme en el río y yo la desobedecí, yo le pido perdón a Dios y ahora cómo hago, cómo me quitaré esta cola”. Así recuerdan hoy los ancianos de Valledupar, que eran los gritos que se escuchaban en el río Guatapurí el día que Rosario (como la han llamado tradicionalmente) se convirtió en sirena.

En Valledupar existen diferentes lugares y estatuas emblemáticas que cuentan la historia de esta tierra, enmarcada en el folclor y la magia. Una de estas imágenes que se ha convertido en un imprescindible de la cotidianidad de quienes habitan esta capital y en un paso obligado de los visitantes es la Sirena de Hurtado.

Bañada en dorado, con una expresión firme y vigilante de su pueblo, se encuentra esta imagen que durante años ha representado el mito más arraigado de nuestra cultura y que se cuenta siempre en el marco de la Semana Santa.

Como recuerda Ruth Ariza, antropóloga e historiadora regional, antiguamente el Viernes Santo para los católicos era un día verdaderamente sagrado porque en el se recordaba la muerte de Jesús. “Para nosotros es un día muy grande porque es el día de la muerte de Jesús, que murió por nosotros en la cruz para que Dios, su padre, nos perdonara los pecados. En esa muerte Cristo lavó las almas de la humanidad entera, las hizo volver a vivir, dejar su viejas vestiduras y ponerse un vestido nuevo; el vestido de la gracia, del perdón. El borrón de los pecados y cuenta nueva”, explica.

Tanto era el arraigo que existía que las personas antiguamente preferían no lavar, no planchar, dejar la comida ya preparada el miércoles o Jueves Santos si era posible para que ese día no hubiera oficio y se pudieran dedicar a la oración, meditación, reflexión, sacrificio, recogimiento, ayuno y oración.

Entonces, enfatiza Ariza, a las hijas menores de 10 o 14 años, cuando estaban pendientes de los enamorados en esa época, se les prohibía que fueran al río durante ese día. Entonces se les decía a las niñas “Hoy es Viernes Santos, es un día muy sagrado, hay que estar lo más quieto que se pueda, no andar corriendo y con risotadas y persiguiéndose el uno al otro, no señor. Es un día de oración, de meditación, sobre todo las niñas mayorcitas ya deben de irse recogiendo y aprendiendo de los mayores las buenas costumbres, las costumbres de recogimiento”, narra Ariza.

Precisamente de allí viene la historia de Rosario, a quienes muchos han llamado así por la Virgen del Rosario y en homenaje a quien casi todas las madres de la época le ponían a las niñas María del Rosario.

Entonces, relata Ariza, había un matrimonio que tenía a una hijita llamada Rosario quien tenía entre 14 y 15 años. “Estaba en la edad del amor, floreciendo su espíritu, gustándole los muchachitos, simpatías, cosas inocentes porque en esa época no se permitía que la niña sin saber si ese muchacho iba a ser su esposo y menos si era jovencita; diera besos o abrazos”, asegura Ariza.

Sin embargo, al parecer Rosario tenía un novio llamado Gregorio, de su misma edad y los dos se fueron para el río a escondidas donde según lo que se cuenta se dieron algunos besos. Parece ser que eso provocó como un irrespeto a la religión católica, al hogar de ella, por la desobediencia y lo que todos creen es que hubo un castigo divino.

De acuerdo con la historia contada por Ariza, Rosario se sumergió en el agua, se zambulló junto con su novio y después él salió rápido. Tras de él, cuando la niña quiso salir ya no podía porque sintió algo pesado en la cadera que se lo impedía y se preguntaba entonces: “¿Qué es lo que tengo? ¿Por qué no podía salir? y gritaba “Gregorio, no puedo salir, yo peso mucho, no sé qué me ha pasado”.

En ese momento, Gregorio se asomó para verla y abrió los ojos sorprendido al descubrir que Rosario se había convertido de la cadera para abajo en una sirena puesto que tenía cola de pescado.

A pesar de que alcanzaron a avisarle a los padres de Rosario lo que le sucedía y atónitos ante lo que ella misma les explicaba entre sollozos, intentaron con la bendición de un sacerdote que se pudiera revertir lo que le había pasado a la joven, pero fue imposible y el peso de la larga cola le impedía salir del río, como recuerda Ariza que cuenta este mito.
Ya una vez resignada a verse así, la joven Rosario parece que decidió quedarse en el río según cuentan las ancianas, quienes al relatar la historia a sus nietos aseguran que la sirena se había ido por todo el río Guatapurí abajo hasta donde el Guatapurí desemboca en el Cesar, para luego llegar hasta el río Magdalena; en la Ciénega de Zapatosa. Tras esto, se dice que tomó el río Magdalena hacia abajo, donde desemboca en el océano Atlántico y así Rosario, la sirena, llegó al mar. Dicen los ancianos que cuando vienen los Viernes Santos ella regresa y que algunos la oyen cantar a media noche”, indica la antropóloga.

Para Tomás Darío Gutiérrez, historiador y actual secretario de Cultura del municipio, recuerda estas eran historias que los ancianos les enseñaban a las nuevas generaciones y que toda la gente creía en esto abnegadamente hasta el punto en que iban todos los Jueves Santos al río para ver a la sirena.

“Eso era en Semana Santa, los jueves, hasta los años 60 quizás principio de los 70, la gente tradicional del barrio La Guajira, barrio Cañahuate, La Garita. La gente decía que la veía, que es lo más simpático, regresaban diciendo que la veían”, sostiene Gutiérrez.

Incluso, dice, que alcanzó cuando niño a escuchar a diciendo que habían visto a la sirena y reitera además que el río estaba lleno de mitos, un lugar que se distinguía porque las personas del viejo Valledupar decían que veían cosas, caballos, cien pies monumentales, innumerables mitos que generaban emoción a la niñez en esa época.

Sobre la historia de la sirena, coincide en que como antes durante estos días santos “no se bañaba la gente ni cocinaban, la comida se guardaba, no se podía encender el fogón y entonces ella desobedeció”, lo cual fue la razón para que terminara convertida en este mítico ser. Con relación al nombre, cree el mito es más antiguo que la memoria y cualquier nombre puede haber sido invención de la gente.

En cuanto a la razón de que estos mitos se hayan ido perdiendo con el paso del tiempo no titubea para expresar: “La sociedad se ha modernizado y la gente no cree ya sino en los celulares, antes uno creía en el diablo, en las brujas, en el silbonsito, tantas cosas que eran bonitas para uno”.

QUIENES CREEN EN LA MAGIA:

Yesid Échavez, bombero línea fuego y buzo del Cuerpo de Bomberos Voluntarios de Valledupar, duda sobre si efectivamente en el río Guatapurí existe algo más allá de lo que las personas pueden ver que esté relacionado con hechos que suceden en este afluente. Como él mismo reconoce, para los bomberos se ha hecho particular que lo que identifican como Isla del Amor, siempre se ahoguen personas y que coincidan cada año en encontrar personas que fallecen por dicha causa en el mismo pozo.

Para él tiene mucho impacto una situación que vivió un día que desarrollaba su labor. Como explica, antes de hacer su primera inmersión revisó que su tanque cumpliera con todas las condiciones que requieren en estas ocasiones, junto con esto abrió la válvula e hizo medio giro para que no quedara toda abierta como manejan según el protocolo. “No sé en qué momento cuando descendimos llegué a quedarme sin aire, estando en un pozo y traté de salir del agua por mi propio medio, cuando llegué arriba fui a inflar el chaleco y tampoco infló”, dice.

Después de unos minutos de angustia en lo que trató de conservar la calma, logró emerger se dio cuenta que no había salido aire del tanque, tras lo cual quedó con muchas dudas sobre el porqué se le había cerrado la válvula. “No sé si fue una piedra, si fue un encanto, fueron tantas las preguntas que me hice y cuando salí, revisé el tanque, me percaté que tenía la válvula cerrada”, revela Échavez.

En su caso, considera que puede que suceda algo en el río que provoque estas situaciones. A pesar de ello y con el misterio que pueda encarnar este reconocido lugar que baña la región, entre las personas que creen en esta clase de historia y aquellos que se muestras más escépticos, resulta inevitable ceder a los encantos de las cristalinas y frías aguas que aportan su verdadera magia a los escenarios naturales del Valle del Cacique Upar.

Por: Daniela Rincones Julio / EL PILÓN
[email protected]

Crónica
18 abril, 2019

“¡Hoy sale la sirena de Hurtado!”

La estatua rinde homenaje a una historia que por décadas se ha repetido entre distintas generaciones y que aflora con su misticismo durante la época de Semana Santa, cuando se supone que ocurrió el encanto que convirtió a una niña en ninfa.


La imponente imagen de la sirena, obra del escultor Jorge Maestre, vigila con celo al río Guatapurí a la altura del balneario Hurtado.  

Foto: Joaquín Ramírez.
La imponente imagen de la sirena, obra del escultor Jorge Maestre, vigila con celo al río Guatapurí a la altura del balneario Hurtado. Foto: Joaquín Ramírez.
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“Ay yo me convertí en un pescado, eso fue porque desobedecí a mi mamá, mi mamá me dijo que no fuera a bañarme en el río y yo la desobedecí, yo le pido perdón a Dios y ahora cómo hago, cómo me quitaré esta cola”. Así recuerdan hoy los ancianos de Valledupar, que eran los gritos que se escuchaban en el río Guatapurí el día que Rosario (como la han llamado tradicionalmente) se convirtió en sirena.

En Valledupar existen diferentes lugares y estatuas emblemáticas que cuentan la historia de esta tierra, enmarcada en el folclor y la magia. Una de estas imágenes que se ha convertido en un imprescindible de la cotidianidad de quienes habitan esta capital y en un paso obligado de los visitantes es la Sirena de Hurtado.

Bañada en dorado, con una expresión firme y vigilante de su pueblo, se encuentra esta imagen que durante años ha representado el mito más arraigado de nuestra cultura y que se cuenta siempre en el marco de la Semana Santa.

Como recuerda Ruth Ariza, antropóloga e historiadora regional, antiguamente el Viernes Santo para los católicos era un día verdaderamente sagrado porque en el se recordaba la muerte de Jesús. “Para nosotros es un día muy grande porque es el día de la muerte de Jesús, que murió por nosotros en la cruz para que Dios, su padre, nos perdonara los pecados. En esa muerte Cristo lavó las almas de la humanidad entera, las hizo volver a vivir, dejar su viejas vestiduras y ponerse un vestido nuevo; el vestido de la gracia, del perdón. El borrón de los pecados y cuenta nueva”, explica.

Tanto era el arraigo que existía que las personas antiguamente preferían no lavar, no planchar, dejar la comida ya preparada el miércoles o Jueves Santos si era posible para que ese día no hubiera oficio y se pudieran dedicar a la oración, meditación, reflexión, sacrificio, recogimiento, ayuno y oración.

Entonces, enfatiza Ariza, a las hijas menores de 10 o 14 años, cuando estaban pendientes de los enamorados en esa época, se les prohibía que fueran al río durante ese día. Entonces se les decía a las niñas “Hoy es Viernes Santos, es un día muy sagrado, hay que estar lo más quieto que se pueda, no andar corriendo y con risotadas y persiguiéndose el uno al otro, no señor. Es un día de oración, de meditación, sobre todo las niñas mayorcitas ya deben de irse recogiendo y aprendiendo de los mayores las buenas costumbres, las costumbres de recogimiento”, narra Ariza.

Precisamente de allí viene la historia de Rosario, a quienes muchos han llamado así por la Virgen del Rosario y en homenaje a quien casi todas las madres de la época le ponían a las niñas María del Rosario.

Entonces, relata Ariza, había un matrimonio que tenía a una hijita llamada Rosario quien tenía entre 14 y 15 años. “Estaba en la edad del amor, floreciendo su espíritu, gustándole los muchachitos, simpatías, cosas inocentes porque en esa época no se permitía que la niña sin saber si ese muchacho iba a ser su esposo y menos si era jovencita; diera besos o abrazos”, asegura Ariza.

Sin embargo, al parecer Rosario tenía un novio llamado Gregorio, de su misma edad y los dos se fueron para el río a escondidas donde según lo que se cuenta se dieron algunos besos. Parece ser que eso provocó como un irrespeto a la religión católica, al hogar de ella, por la desobediencia y lo que todos creen es que hubo un castigo divino.

De acuerdo con la historia contada por Ariza, Rosario se sumergió en el agua, se zambulló junto con su novio y después él salió rápido. Tras de él, cuando la niña quiso salir ya no podía porque sintió algo pesado en la cadera que se lo impedía y se preguntaba entonces: “¿Qué es lo que tengo? ¿Por qué no podía salir? y gritaba “Gregorio, no puedo salir, yo peso mucho, no sé qué me ha pasado”.

En ese momento, Gregorio se asomó para verla y abrió los ojos sorprendido al descubrir que Rosario se había convertido de la cadera para abajo en una sirena puesto que tenía cola de pescado.

A pesar de que alcanzaron a avisarle a los padres de Rosario lo que le sucedía y atónitos ante lo que ella misma les explicaba entre sollozos, intentaron con la bendición de un sacerdote que se pudiera revertir lo que le había pasado a la joven, pero fue imposible y el peso de la larga cola le impedía salir del río, como recuerda Ariza que cuenta este mito.
Ya una vez resignada a verse así, la joven Rosario parece que decidió quedarse en el río según cuentan las ancianas, quienes al relatar la historia a sus nietos aseguran que la sirena se había ido por todo el río Guatapurí abajo hasta donde el Guatapurí desemboca en el Cesar, para luego llegar hasta el río Magdalena; en la Ciénega de Zapatosa. Tras esto, se dice que tomó el río Magdalena hacia abajo, donde desemboca en el océano Atlántico y así Rosario, la sirena, llegó al mar. Dicen los ancianos que cuando vienen los Viernes Santos ella regresa y que algunos la oyen cantar a media noche”, indica la antropóloga.

Para Tomás Darío Gutiérrez, historiador y actual secretario de Cultura del municipio, recuerda estas eran historias que los ancianos les enseñaban a las nuevas generaciones y que toda la gente creía en esto abnegadamente hasta el punto en que iban todos los Jueves Santos al río para ver a la sirena.

“Eso era en Semana Santa, los jueves, hasta los años 60 quizás principio de los 70, la gente tradicional del barrio La Guajira, barrio Cañahuate, La Garita. La gente decía que la veía, que es lo más simpático, regresaban diciendo que la veían”, sostiene Gutiérrez.

Incluso, dice, que alcanzó cuando niño a escuchar a diciendo que habían visto a la sirena y reitera además que el río estaba lleno de mitos, un lugar que se distinguía porque las personas del viejo Valledupar decían que veían cosas, caballos, cien pies monumentales, innumerables mitos que generaban emoción a la niñez en esa época.

Sobre la historia de la sirena, coincide en que como antes durante estos días santos “no se bañaba la gente ni cocinaban, la comida se guardaba, no se podía encender el fogón y entonces ella desobedeció”, lo cual fue la razón para que terminara convertida en este mítico ser. Con relación al nombre, cree el mito es más antiguo que la memoria y cualquier nombre puede haber sido invención de la gente.

En cuanto a la razón de que estos mitos se hayan ido perdiendo con el paso del tiempo no titubea para expresar: “La sociedad se ha modernizado y la gente no cree ya sino en los celulares, antes uno creía en el diablo, en las brujas, en el silbonsito, tantas cosas que eran bonitas para uno”.

QUIENES CREEN EN LA MAGIA:

Yesid Échavez, bombero línea fuego y buzo del Cuerpo de Bomberos Voluntarios de Valledupar, duda sobre si efectivamente en el río Guatapurí existe algo más allá de lo que las personas pueden ver que esté relacionado con hechos que suceden en este afluente. Como él mismo reconoce, para los bomberos se ha hecho particular que lo que identifican como Isla del Amor, siempre se ahoguen personas y que coincidan cada año en encontrar personas que fallecen por dicha causa en el mismo pozo.

Para él tiene mucho impacto una situación que vivió un día que desarrollaba su labor. Como explica, antes de hacer su primera inmersión revisó que su tanque cumpliera con todas las condiciones que requieren en estas ocasiones, junto con esto abrió la válvula e hizo medio giro para que no quedara toda abierta como manejan según el protocolo. “No sé en qué momento cuando descendimos llegué a quedarme sin aire, estando en un pozo y traté de salir del agua por mi propio medio, cuando llegué arriba fui a inflar el chaleco y tampoco infló”, dice.

Después de unos minutos de angustia en lo que trató de conservar la calma, logró emerger se dio cuenta que no había salido aire del tanque, tras lo cual quedó con muchas dudas sobre el porqué se le había cerrado la válvula. “No sé si fue una piedra, si fue un encanto, fueron tantas las preguntas que me hice y cuando salí, revisé el tanque, me percaté que tenía la válvula cerrada”, revela Échavez.

En su caso, considera que puede que suceda algo en el río que provoque estas situaciones. A pesar de ello y con el misterio que pueda encarnar este reconocido lugar que baña la región, entre las personas que creen en esta clase de historia y aquellos que se muestras más escépticos, resulta inevitable ceder a los encantos de las cristalinas y frías aguas que aportan su verdadera magia a los escenarios naturales del Valle del Cacique Upar.

Por: Daniela Rincones Julio / EL PILÓN
[email protected]