El creador de este clásico falleció solitario, el 3 de marzo de 1976, en una calle de Medellín, donde vivió sus últimos días en la más absoluta pobreza y olvido.
La despedida del año viejo es una celebración milenaria que se festeja cada 31 de diciembre. El adiós al año, algunos lo hacen con nostalgia, otros con mucha alegría, sentimientos encontrados, dependiendo como les haya ido a las personas o familias durante el año, económica y emocionalmente.
Es el caso del compositor campesino colombiano Crescencio Salcedo, autor de la afamada canción ‘El año viejo’, relata las bondades que le dejó el año viejo:
“Ay yo no olvido el año viejo
porque me ha dejado cosas muy buenas,
me dejó una chiva, burra negra,
una yegua blanca y una buena suegra”.
Crescencio Salcedo Monroy fue conocido como ‘el compae mochila’, porque usaba una mochila terciada a su pecho, allí guardaba sus flautas, que vendía por las calles de Medellín, a donde fue a vivir.
Fue un campesino indígena, iletrado, pero de una gran sabiduría, nació el 27 de agosto de 1913, en Palomino, Bolívar, en un hogar campesino; sus padres, Lucas Crescencio Salcedo y Leonor Monroy, eran dueños de pequeño hato ganadero y de agricultura. Su contacto con el campo llevó a Crescencio a componer sus canciones reconocidas con una alta influencia de su origen campesino: ‘Mi cafetal’, ‘La múcura’, ‘El caimán’, ‘El año viejo’, entre otras.
En esta actividad campestre aprendió a fabricar flautas y gaitas, instrumentos que tocaba con gran destreza, con ellos inició su camino por el mundo de la composición. Comentaba: “No me gusta hacerme pasar por compositor de ninguna obra, no he creído que uno compone nada, lo único que hace una persona es recoger melodías y letras, que están en el aire de acuerdo con la cultura, con ese pulimento que uno tiene puede recoger la obra, nadie compone nada, todo está compuesto a la perfección, uno lo que hace es descomponer”.
Tal vez por ese concepto es que la mayoría de sus canciones aparecen registradas a nombre de otros compositores: ‘La múcura’, ‘Mi cafetal’, ‘La varita de caña’, ‘Se va el caimán’.
Las canciones de este trovador ambulante aparecen a nombre de Antonio Fuentes, propietario de la disquera Fuentes, entre ellas ‘El año viejo’, ‘La múcura’ y ‘Mi cafetal’. José María Peñaranda se apropió de una de las canciones colombianas más populares en el mundo, ‘Se va el caimán’; también hubo otros compositores deshonestos que se apoderaron de otras obras suyas.
Su canción ‘El año viejo’ fue grabada en primera instancia por la orquesta Emisoras Fuentes de Cartagena, con el canto del atanquero Alberto Fernández, en 1952, esta versión no tuvo mucha resonancia en nuestro país, pero sí en Venezuela.
En Caracas, esta melodía fue escuchada por el cantante mexicano Tony Camargo, quien andaba para la época de gira por Venezuela, inmediatamente le impactó y regresó a su país ilusionado con esa bella obra musical.
Tony, apenas pisó tierras mexicanas llamó al pianista Rafael de Paz, quien tenía una de las mejores orquestas del momento, grabaron la canción en 1953. Desde ese mismo año, este icónico canto se convirtió en himno de fin año en todo el continente, hasta el momento se contabilizan más de 350 versiones en todo el mundo, entre ellos el cubano Benny More, el trío mejicano, Los Panchos, y ninguna de estas grabaciones le representó a Salcedo algún dividendo económico, siempre vivió en pobreza extrema.
Crescencio se convirtió en un errante, vivió en Cartagena, Bogotá, Santa Marta, Barranquilla, Bogotá, Riohacha, en La Guajira, donde permaneció conviviendo con los indígenas wayuu durante varios años.
En su trashumancia, Salcedo se fue a vivir a Medellín, en esa ciudad se convirtió en habitante de calle, andaba descalzo, decía que ello le permitía estar en contacto con la madre tierra, dormía desarropado en cualquier sardinel, vivía de la venta de flautas, siempre merodeaba por las distintas casas disqueras de la capital de la montaña en busca de los músicos que llegaban allí a hacer sus grabaciones, algunos le colaboraban con la compra de alguna flauta.
Falleció solitario, el 3 de marzo de 1976, en una calle de Medellín, donde vivió sus últimos días en la más absoluta pobreza y olvido. Sus cantos perduran en la inmensidad de la posteridad universal, para orgullo de la región caribe colombiana y nuestra cultura.
Por Celso Guerra Gutiérrez.
El creador de este clásico falleció solitario, el 3 de marzo de 1976, en una calle de Medellín, donde vivió sus últimos días en la más absoluta pobreza y olvido.
La despedida del año viejo es una celebración milenaria que se festeja cada 31 de diciembre. El adiós al año, algunos lo hacen con nostalgia, otros con mucha alegría, sentimientos encontrados, dependiendo como les haya ido a las personas o familias durante el año, económica y emocionalmente.
Es el caso del compositor campesino colombiano Crescencio Salcedo, autor de la afamada canción ‘El año viejo’, relata las bondades que le dejó el año viejo:
“Ay yo no olvido el año viejo
porque me ha dejado cosas muy buenas,
me dejó una chiva, burra negra,
una yegua blanca y una buena suegra”.
Crescencio Salcedo Monroy fue conocido como ‘el compae mochila’, porque usaba una mochila terciada a su pecho, allí guardaba sus flautas, que vendía por las calles de Medellín, a donde fue a vivir.
Fue un campesino indígena, iletrado, pero de una gran sabiduría, nació el 27 de agosto de 1913, en Palomino, Bolívar, en un hogar campesino; sus padres, Lucas Crescencio Salcedo y Leonor Monroy, eran dueños de pequeño hato ganadero y de agricultura. Su contacto con el campo llevó a Crescencio a componer sus canciones reconocidas con una alta influencia de su origen campesino: ‘Mi cafetal’, ‘La múcura’, ‘El caimán’, ‘El año viejo’, entre otras.
En esta actividad campestre aprendió a fabricar flautas y gaitas, instrumentos que tocaba con gran destreza, con ellos inició su camino por el mundo de la composición. Comentaba: “No me gusta hacerme pasar por compositor de ninguna obra, no he creído que uno compone nada, lo único que hace una persona es recoger melodías y letras, que están en el aire de acuerdo con la cultura, con ese pulimento que uno tiene puede recoger la obra, nadie compone nada, todo está compuesto a la perfección, uno lo que hace es descomponer”.
Tal vez por ese concepto es que la mayoría de sus canciones aparecen registradas a nombre de otros compositores: ‘La múcura’, ‘Mi cafetal’, ‘La varita de caña’, ‘Se va el caimán’.
Las canciones de este trovador ambulante aparecen a nombre de Antonio Fuentes, propietario de la disquera Fuentes, entre ellas ‘El año viejo’, ‘La múcura’ y ‘Mi cafetal’. José María Peñaranda se apropió de una de las canciones colombianas más populares en el mundo, ‘Se va el caimán’; también hubo otros compositores deshonestos que se apoderaron de otras obras suyas.
Su canción ‘El año viejo’ fue grabada en primera instancia por la orquesta Emisoras Fuentes de Cartagena, con el canto del atanquero Alberto Fernández, en 1952, esta versión no tuvo mucha resonancia en nuestro país, pero sí en Venezuela.
En Caracas, esta melodía fue escuchada por el cantante mexicano Tony Camargo, quien andaba para la época de gira por Venezuela, inmediatamente le impactó y regresó a su país ilusionado con esa bella obra musical.
Tony, apenas pisó tierras mexicanas llamó al pianista Rafael de Paz, quien tenía una de las mejores orquestas del momento, grabaron la canción en 1953. Desde ese mismo año, este icónico canto se convirtió en himno de fin año en todo el continente, hasta el momento se contabilizan más de 350 versiones en todo el mundo, entre ellos el cubano Benny More, el trío mejicano, Los Panchos, y ninguna de estas grabaciones le representó a Salcedo algún dividendo económico, siempre vivió en pobreza extrema.
Crescencio se convirtió en un errante, vivió en Cartagena, Bogotá, Santa Marta, Barranquilla, Bogotá, Riohacha, en La Guajira, donde permaneció conviviendo con los indígenas wayuu durante varios años.
En su trashumancia, Salcedo se fue a vivir a Medellín, en esa ciudad se convirtió en habitante de calle, andaba descalzo, decía que ello le permitía estar en contacto con la madre tierra, dormía desarropado en cualquier sardinel, vivía de la venta de flautas, siempre merodeaba por las distintas casas disqueras de la capital de la montaña en busca de los músicos que llegaban allí a hacer sus grabaciones, algunos le colaboraban con la compra de alguna flauta.
Falleció solitario, el 3 de marzo de 1976, en una calle de Medellín, donde vivió sus últimos días en la más absoluta pobreza y olvido. Sus cantos perduran en la inmensidad de la posteridad universal, para orgullo de la región caribe colombiana y nuestra cultura.
Por Celso Guerra Gutiérrez.