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Especiales - 8 noviembre, 2022

Hernando Marín, el cantante del pueblo

Su importancia musical comenzó a principios de los años 70 cuando ganó el Festival del Fique, en La Junta, La Guajira, y continuó con sus primeros éxitos como ‘La creciente’.

El maestro Hernando Marín.
El maestro Hernando Marín.

Hernando Marín, nacido en El Tablazo, un humilde poblado ubicado en cercanías a San Juan del Cesar, La Guajira, pese a las limitaciones económicas y al haber asistido a la escuela por dos años, se constituyó en uno de los más importantes compositores de los géneros denominados vallenato. Sitial que logró, como lo sostiene su hija Sara: “con sus uñas llenas de barro, su mala caligrafía, aunque sostuviera que no sabía escribir bien las palabras.” Además, según él, perseverando porque entendía que la vida sin ella no tenía sentido.

Su importancia musical comenzó a principios de los años 70 cuando ganó el Festival del Fique, en La Junta, La Guajira, y continuó con sus primeros éxitos como ‘La creciente’, lo que se dio de la mano de circunstancias como el inicio de la aceptación de la música vallenata en las ciudades del Caribe colombiano, proceso en el que contribuyó el estilo romántico de las canciones grabadas en este decenio teniendo como modelo a Freddy Molina y Gustavo Gutiérrez, la comercialización del vallenato impulsada por las casas disqueras, el surgimiento de nuevas agrupaciones musicales, como El Binomio de Oro, que la grabó.

COMPOSITOR VERSATIL 

Su vida cancionera, como también denominó a su producción musical, es variada en cuanto a los géneros, dentro de lo que se ha denominado música vallenata, al estilo utilizado para hacer sus canciones, a los recursos literarios. Composiciones, de las que aseguraba eran narrativas y en las que cantaba lo que vivió, a los amores inolvidables, los que identifica como sus cantares y sus dolores, al descubrir en el polen de una flor de girasol la huella que dejó un suspiro enamorado. 

A las lágrimas de sangre que vio y sintió correr por sus mejillas después de una traición, a la creciente y al gran nubarrón que se alzaba en el cielo, al campesino parrandero, a la lluvia de verano, al despecho, a su Guajira, de la que dijo era la más bella, a Villanueva, a la sanjuanera, a la fonsequera y la urumitera, al gavilán mayor, a la vecina de ‘Chavita’, a Rina, Belinda, Luz Mery, al ángel del camino, a la ventana de cristal, a Valledupar, en fin.

UNA VOZ DE PROTESTA

Hizo de lo vivido al lado del profesor ‘Caco Coronel, al que le negaron el pago de su salario, impidiéndoles asistir al Festival Vallenato en Valledupar, una canción en honor a los maestros de Colombia.  Rebelde, como lo recuerda Sara Marín, denunció que a estos les pagaban de vez en cuando y otras veces por milagro de mes en mes, pese a la lucha inquebrantable por educar a la humanidad.

En ‘La ley del embudo’ le canta a la pobreza que conoció en su pueblo, en su familia, en Colombia, y a la abundancia de recursos económicos que acumulan algunas personas. 

Pobres a los que en las fiestas patronales en honor a San Agustín los veía vestidos de blanco, aunque al regresar a la casa no encontraran nada para comer.

El pobre vestido de blanco aparenta en la calle la felicidad

Pero allá en el rancho ha dejado a sus hijos dormidos y sin pan…

En ‘Soy Campesino’ describe a un labrador del campo, de ojos brillantes, de anhelos, clamando al cielo, con labios trémulos, pidiendo a gritos: señor, dame el sustento para mis hijos. Mientras que en ‘El patrón’ señaló que el hombre nacía, crecía, vivía, que los niños lloraban y morían, creyendo en las falsedades de siempre, que no había que pedirle a nadie, porque lo que hoy prometen mañana es mentira.

SIEMPRE POR SU PUEBLO 

Sin embargo, también echó mano de las descripciones para cantarle a la manera como se percibía: hecho de un pedazo de verso, producto de un primer beso, como el cantante del pueblo dotado, para luchar por él, de una espada que era su corazón alegre, un caballo guerrero, la letra de sus canciones, y de un himno victorioso. Como el hombre que se había entregado, sin medidas, a la defensa de los bienes de su tierra olvidada, La Guajira. 

Como el agua mansa de una creciente, como el que había caminado sobre sus pasos, enfrentándose a más de un fracaso. Ayudante de fumigación, recolector de algodón, tractorista, se representó en la canción ‘Plegaria del Campesino’ como el que llevaba la sangre campesina, poseedor de un corazón noble, sin odios, de manos fuertes y encallecidas por ser machetero, palero y hachador.

Además, aseguró que su voz, en defensa del pueblo, llegaba hasta donde no hacía presencia el gobierno, donde se escuchaba el llanto de la población desvalida, con los que compartía sus necesidades, y que el pueblo estaba cansado de los malos servicios de salud, de quien lo gobernaba y que se había olvidado, por estar en el poder, de la equidad, de la igualdad.

El desaparecido periodista Guzmán Quintero, citado por Julio Oñate, dijo de Marín que era el típico de hombre que supo gozar la vida, convirtiendo cada momento en una canción. Lo hizo cuando en ‘Placeres tengo’, canto que quería revivir a su padre para verlo sonreír con sus mejillas desgastadas, para ver su cabeza plateada moverse al son de su lira. Cuando en ‘Mis Muchachitas’ describió lo que vivía cuando dormido, sentía en su mejilla la sutil caricia de los labios de estas.

Pero, no siempre le cantó a lo que vivía, sucedió cuando hizo de la vejez motivo de su inspiración, diciendo de ella, quizá a temprana edad, que se sentía impotente al no poder detener la carrera galopante de los años, los que percibía cuando se posaban sobre sus hombros, los que veía a través de los espejos que no mentían. Que el tiempo tenía carrera porque amanecía más temprano, quitándole todo lo que había guardado para sus muchachitas. 

Le preocupaba la vejez porque, según lo dijo, al llegar, y convertirlo en un anciano, iban a olvidar lo parrandero que había sido, y solo se ocuparían de él para pedirle consejos.

Marín murió queriendo que no hubiera desigualdad racial, deseando escuchar a la voz del pueblo cantar que querían cambiar la guerra por paz y amor, anhelando que de las montañas guerrilleras bajara un son de paz. En fin, lleno de esperanzas como quienes creemos que en Colombia lograremos la paz total. Falleció como lo predijo en la primera canción que le grabó Diomedes Díaz, ‘Mi futuro’, pasando a la historia, sin embargo, sin que se cumpliera el deseo de retirarse de la actividad musical para dejar el campo solo a otros compositores.

Entre sus peticiones a su familia, a cumplir tras su muerte, estuvo la de que no lo lloraran, quizá echando mano de lo dicho por el escritor Andrés Hinojosa: “no me llores, no porque si lloras yo peno. En cambio, si me cantas yo siempre vivo y no muero”, lo que debieron cumplir sus deudos porque su obra musical se mantiene viva. La otra, que su sepelio fuera en Valledupar, a la que agradecido le cantó, donde podrían irlo a visitar en su tumba, porque ‘El Tablazo’ estaba destinado a desaparecer por la explotación carbonífera. 

POR ÁLVARO ROJANO OSORIO/ESPECIAL PARA EL PILÓN

Especiales
8 noviembre, 2022

Hernando Marín, el cantante del pueblo

Su importancia musical comenzó a principios de los años 70 cuando ganó el Festival del Fique, en La Junta, La Guajira, y continuó con sus primeros éxitos como ‘La creciente’.


El maestro Hernando Marín.
El maestro Hernando Marín.

Hernando Marín, nacido en El Tablazo, un humilde poblado ubicado en cercanías a San Juan del Cesar, La Guajira, pese a las limitaciones económicas y al haber asistido a la escuela por dos años, se constituyó en uno de los más importantes compositores de los géneros denominados vallenato. Sitial que logró, como lo sostiene su hija Sara: “con sus uñas llenas de barro, su mala caligrafía, aunque sostuviera que no sabía escribir bien las palabras.” Además, según él, perseverando porque entendía que la vida sin ella no tenía sentido.

Su importancia musical comenzó a principios de los años 70 cuando ganó el Festival del Fique, en La Junta, La Guajira, y continuó con sus primeros éxitos como ‘La creciente’, lo que se dio de la mano de circunstancias como el inicio de la aceptación de la música vallenata en las ciudades del Caribe colombiano, proceso en el que contribuyó el estilo romántico de las canciones grabadas en este decenio teniendo como modelo a Freddy Molina y Gustavo Gutiérrez, la comercialización del vallenato impulsada por las casas disqueras, el surgimiento de nuevas agrupaciones musicales, como El Binomio de Oro, que la grabó.

COMPOSITOR VERSATIL 

Su vida cancionera, como también denominó a su producción musical, es variada en cuanto a los géneros, dentro de lo que se ha denominado música vallenata, al estilo utilizado para hacer sus canciones, a los recursos literarios. Composiciones, de las que aseguraba eran narrativas y en las que cantaba lo que vivió, a los amores inolvidables, los que identifica como sus cantares y sus dolores, al descubrir en el polen de una flor de girasol la huella que dejó un suspiro enamorado. 

A las lágrimas de sangre que vio y sintió correr por sus mejillas después de una traición, a la creciente y al gran nubarrón que se alzaba en el cielo, al campesino parrandero, a la lluvia de verano, al despecho, a su Guajira, de la que dijo era la más bella, a Villanueva, a la sanjuanera, a la fonsequera y la urumitera, al gavilán mayor, a la vecina de ‘Chavita’, a Rina, Belinda, Luz Mery, al ángel del camino, a la ventana de cristal, a Valledupar, en fin.

UNA VOZ DE PROTESTA

Hizo de lo vivido al lado del profesor ‘Caco Coronel, al que le negaron el pago de su salario, impidiéndoles asistir al Festival Vallenato en Valledupar, una canción en honor a los maestros de Colombia.  Rebelde, como lo recuerda Sara Marín, denunció que a estos les pagaban de vez en cuando y otras veces por milagro de mes en mes, pese a la lucha inquebrantable por educar a la humanidad.

En ‘La ley del embudo’ le canta a la pobreza que conoció en su pueblo, en su familia, en Colombia, y a la abundancia de recursos económicos que acumulan algunas personas. 

Pobres a los que en las fiestas patronales en honor a San Agustín los veía vestidos de blanco, aunque al regresar a la casa no encontraran nada para comer.

El pobre vestido de blanco aparenta en la calle la felicidad

Pero allá en el rancho ha dejado a sus hijos dormidos y sin pan…

En ‘Soy Campesino’ describe a un labrador del campo, de ojos brillantes, de anhelos, clamando al cielo, con labios trémulos, pidiendo a gritos: señor, dame el sustento para mis hijos. Mientras que en ‘El patrón’ señaló que el hombre nacía, crecía, vivía, que los niños lloraban y morían, creyendo en las falsedades de siempre, que no había que pedirle a nadie, porque lo que hoy prometen mañana es mentira.

SIEMPRE POR SU PUEBLO 

Sin embargo, también echó mano de las descripciones para cantarle a la manera como se percibía: hecho de un pedazo de verso, producto de un primer beso, como el cantante del pueblo dotado, para luchar por él, de una espada que era su corazón alegre, un caballo guerrero, la letra de sus canciones, y de un himno victorioso. Como el hombre que se había entregado, sin medidas, a la defensa de los bienes de su tierra olvidada, La Guajira. 

Como el agua mansa de una creciente, como el que había caminado sobre sus pasos, enfrentándose a más de un fracaso. Ayudante de fumigación, recolector de algodón, tractorista, se representó en la canción ‘Plegaria del Campesino’ como el que llevaba la sangre campesina, poseedor de un corazón noble, sin odios, de manos fuertes y encallecidas por ser machetero, palero y hachador.

Además, aseguró que su voz, en defensa del pueblo, llegaba hasta donde no hacía presencia el gobierno, donde se escuchaba el llanto de la población desvalida, con los que compartía sus necesidades, y que el pueblo estaba cansado de los malos servicios de salud, de quien lo gobernaba y que se había olvidado, por estar en el poder, de la equidad, de la igualdad.

El desaparecido periodista Guzmán Quintero, citado por Julio Oñate, dijo de Marín que era el típico de hombre que supo gozar la vida, convirtiendo cada momento en una canción. Lo hizo cuando en ‘Placeres tengo’, canto que quería revivir a su padre para verlo sonreír con sus mejillas desgastadas, para ver su cabeza plateada moverse al son de su lira. Cuando en ‘Mis Muchachitas’ describió lo que vivía cuando dormido, sentía en su mejilla la sutil caricia de los labios de estas.

Pero, no siempre le cantó a lo que vivía, sucedió cuando hizo de la vejez motivo de su inspiración, diciendo de ella, quizá a temprana edad, que se sentía impotente al no poder detener la carrera galopante de los años, los que percibía cuando se posaban sobre sus hombros, los que veía a través de los espejos que no mentían. Que el tiempo tenía carrera porque amanecía más temprano, quitándole todo lo que había guardado para sus muchachitas. 

Le preocupaba la vejez porque, según lo dijo, al llegar, y convertirlo en un anciano, iban a olvidar lo parrandero que había sido, y solo se ocuparían de él para pedirle consejos.

Marín murió queriendo que no hubiera desigualdad racial, deseando escuchar a la voz del pueblo cantar que querían cambiar la guerra por paz y amor, anhelando que de las montañas guerrilleras bajara un son de paz. En fin, lleno de esperanzas como quienes creemos que en Colombia lograremos la paz total. Falleció como lo predijo en la primera canción que le grabó Diomedes Díaz, ‘Mi futuro’, pasando a la historia, sin embargo, sin que se cumpliera el deseo de retirarse de la actividad musical para dejar el campo solo a otros compositores.

Entre sus peticiones a su familia, a cumplir tras su muerte, estuvo la de que no lo lloraran, quizá echando mano de lo dicho por el escritor Andrés Hinojosa: “no me llores, no porque si lloras yo peno. En cambio, si me cantas yo siempre vivo y no muero”, lo que debieron cumplir sus deudos porque su obra musical se mantiene viva. La otra, que su sepelio fuera en Valledupar, a la que agradecido le cantó, donde podrían irlo a visitar en su tumba, porque ‘El Tablazo’ estaba destinado a desaparecer por la explotación carbonífera. 

POR ÁLVARO ROJANO OSORIO/ESPECIAL PARA EL PILÓN