Admito que al principio explicaba estas cosas con cierta hostilidad y fastidio, pero ahora, más resignada, las abordo con más entusiasmo, buscando ampliar la visión de mis círculos sobre el significado de esta fecha para las mujeres.
En los últimos años, aquellos que me desean “feliz día de la mujer” se han enfrentado a una reacción inesperada de mi parte. Aunque intento ocultar mi incomodidad con una sonrisa, respondo con un “Gracias, pero…” y empiezo a explicar, tratando de no sonar antipática, que este no es un día para felicitar sino para conmemorar, y que la forma de hacerlo es a través de la reflexión y aprendizaje sobre las experiencias femeninas en nuestra sociedad.
Admito que al principio explicaba estas cosas con cierta hostilidad y fastidio, pero ahora, más resignada, las abordo con más entusiasmo, buscando ampliar la visión de mis círculos sobre el significado de esta fecha para las mujeres.
Recuerdo que, en el colegio, aunque nos explicaron el origen de la fecha, el 8 de marzo siempre tuvo un carácter más de celebración que de conmemoración. Realizábamos actos cívicos reconociendo a mujeres destacadas en la historia, los niños regalaban rosas rojas a las niñas y -por supuesto- cantábamos “Mujeres” a todo pulmón. Mi mente de niña se acostumbró a pensar que este día era simplemente para desear un “Feliz día” a todas las mujeres, sin reflexionar mucho más al respecto.
Quise averiguar cómo se conmemora hoy ese día en los colegios, con la esperanza de que esta fecha hubiera logrado romper la superficialidad. Sin embargo, descubrí que, en 30 años, poco ha evolucionado la forma de vivirla.
Aunque creo que ya no cantan tanto ‘Mujeres’, algunas mamás y abuelas me contaron que ese día se recoge dinero entre los alumnos varones para comprar regalos a las niñas, como lacitos, dulces, flores, entre otros. Me sorprendió descubrir que algo similar se hace en el Día del Hombre. Por algún motivo, los colegios han sentido la necesidad de equiparar el 8 de marzo, una fecha en la que intentamos poner los reflectores en la sempiterna desigualdad e injusticia hacia las mujeres, con la celebración del día del hombre que según fuentes de internet nace para “celebrar las contribuciones positivas de los hombres a la sociedad; a la comunidad, a la familia, al matrimonio, a la economía, al cuidado de los niños y el medio ambiente”. Este hecho da para un debate sobre la pertinencia de homologar estas dos fechas, pero no es ese mi propósito.
Mi objetivo es generar una reflexión sobre el tono festivo que rodea al 8 de marzo y sobre el error de eludir “conversaciones incómodas” con niños y adolescentes en los colegios.
Aunque comprendo que hablar de ciertos temas con los más chicos puede resultar difícil, aquellos de más de 12 años -incluso menos- ya están expuestos al mundo real y son lo suficientemente maduros para comprender la complejidad de la violencia de género, las alarmantes cifras de violencia sexual y feminicidios en América Latina, así como las estadísticas de pobreza relacionadas con el género, entre otros aspectos. Intentar proteger especialmente a las adolescentes de esta información, solo podría hacer que en el futuro sean más vulnerables a depredadores sexuales y maltratadores, y podría impedir que los adolescentes reconozcan sus propios comportamientos misóginos.
Entre las actividades que la Mariana de 36 años desearía que la Mariana de 12 años hubiera hecho en su colegio el 8 de marzo, hay muchas opciones.
Una de ellas es ver “Sal de la Tierra”, una película de 1954 disponible de forma gratuita en YouTube que ilustra la interconexión entre la clase social y el feminismo.
Conocer la historia de Angela Davis, filósofa, política y activista afroamericana, cuya experiencia enseña la forma en la que la raza y el sexo son temas intrínsecamente ligados; o la de Kathrine Switzer, la primera maratonista mujer en el mundo, protagonista de una de las fotos más icónicas del feminismo de los 80 y a quien intentaron sacar a empujones de la maratón de Boston en 1975.
Hoy en día las posibilidades son mucho más amplias gracias a la fuerza que han cobrado las voces femeninas en nuestra época. Contamos con muchas herramientas didácticas para enseñar a las niñas y niños sobre las diversas perspectivas que conforman el feminismo del siglo XXI.
Sería maravilloso que hoy la tarea consistiera en leer el discurso “Todos deberíamos ser feministas” de Chimamanda Ngozi Adichie, ver la película “Volver a empezar” con Jane Fonda y Lily Tomlin que ayuda a entender las narrativas utilizadas por los hombres para justificar la violencia sexual, proponer un ensayo a los alumnos mayores sobre el movimiento Me Too y sus repercusiones en nuestra sociedad e incluso tener discusiones profundas sobre el papel de la mujer en el cuidado del hogar a través del tiempo.
El verdadero objetivo del 8 de marzo es que, al menos durante un día al año, nos esforcemos por comprender las razones detrás del potente movimiento feminista de hoy en día, y tratemos de imaginar cuántas injusticias tuvieron que cometerse para que haya tanta rabia y resentimiento en ciertos sectores.
No vale tildarnos de ‘feminazis’ solo porque algunas acciones puedan parecer exageradas. Debemos ir más allá y tratar de comprender cómo se siente una mujer cuando un hombre se cree con el derecho de acosarla, de golpearla, de abusarla o cuando se le niega reconocimiento profesional y oportunidades simplemente por ser mujer. Lo que presenciamos hoy es el resultado de siglos de opresión y de normalización de la violencia contra las mujeres, así como de su desarrollo en desigualdad respecto a los hombres. Este daño no puede ser reparado con una rosa roja al año.
Por Mariana Orozco
Admito que al principio explicaba estas cosas con cierta hostilidad y fastidio, pero ahora, más resignada, las abordo con más entusiasmo, buscando ampliar la visión de mis círculos sobre el significado de esta fecha para las mujeres.
En los últimos años, aquellos que me desean “feliz día de la mujer” se han enfrentado a una reacción inesperada de mi parte. Aunque intento ocultar mi incomodidad con una sonrisa, respondo con un “Gracias, pero…” y empiezo a explicar, tratando de no sonar antipática, que este no es un día para felicitar sino para conmemorar, y que la forma de hacerlo es a través de la reflexión y aprendizaje sobre las experiencias femeninas en nuestra sociedad.
Admito que al principio explicaba estas cosas con cierta hostilidad y fastidio, pero ahora, más resignada, las abordo con más entusiasmo, buscando ampliar la visión de mis círculos sobre el significado de esta fecha para las mujeres.
Recuerdo que, en el colegio, aunque nos explicaron el origen de la fecha, el 8 de marzo siempre tuvo un carácter más de celebración que de conmemoración. Realizábamos actos cívicos reconociendo a mujeres destacadas en la historia, los niños regalaban rosas rojas a las niñas y -por supuesto- cantábamos “Mujeres” a todo pulmón. Mi mente de niña se acostumbró a pensar que este día era simplemente para desear un “Feliz día” a todas las mujeres, sin reflexionar mucho más al respecto.
Quise averiguar cómo se conmemora hoy ese día en los colegios, con la esperanza de que esta fecha hubiera logrado romper la superficialidad. Sin embargo, descubrí que, en 30 años, poco ha evolucionado la forma de vivirla.
Aunque creo que ya no cantan tanto ‘Mujeres’, algunas mamás y abuelas me contaron que ese día se recoge dinero entre los alumnos varones para comprar regalos a las niñas, como lacitos, dulces, flores, entre otros. Me sorprendió descubrir que algo similar se hace en el Día del Hombre. Por algún motivo, los colegios han sentido la necesidad de equiparar el 8 de marzo, una fecha en la que intentamos poner los reflectores en la sempiterna desigualdad e injusticia hacia las mujeres, con la celebración del día del hombre que según fuentes de internet nace para “celebrar las contribuciones positivas de los hombres a la sociedad; a la comunidad, a la familia, al matrimonio, a la economía, al cuidado de los niños y el medio ambiente”. Este hecho da para un debate sobre la pertinencia de homologar estas dos fechas, pero no es ese mi propósito.
Mi objetivo es generar una reflexión sobre el tono festivo que rodea al 8 de marzo y sobre el error de eludir “conversaciones incómodas” con niños y adolescentes en los colegios.
Aunque comprendo que hablar de ciertos temas con los más chicos puede resultar difícil, aquellos de más de 12 años -incluso menos- ya están expuestos al mundo real y son lo suficientemente maduros para comprender la complejidad de la violencia de género, las alarmantes cifras de violencia sexual y feminicidios en América Latina, así como las estadísticas de pobreza relacionadas con el género, entre otros aspectos. Intentar proteger especialmente a las adolescentes de esta información, solo podría hacer que en el futuro sean más vulnerables a depredadores sexuales y maltratadores, y podría impedir que los adolescentes reconozcan sus propios comportamientos misóginos.
Entre las actividades que la Mariana de 36 años desearía que la Mariana de 12 años hubiera hecho en su colegio el 8 de marzo, hay muchas opciones.
Una de ellas es ver “Sal de la Tierra”, una película de 1954 disponible de forma gratuita en YouTube que ilustra la interconexión entre la clase social y el feminismo.
Conocer la historia de Angela Davis, filósofa, política y activista afroamericana, cuya experiencia enseña la forma en la que la raza y el sexo son temas intrínsecamente ligados; o la de Kathrine Switzer, la primera maratonista mujer en el mundo, protagonista de una de las fotos más icónicas del feminismo de los 80 y a quien intentaron sacar a empujones de la maratón de Boston en 1975.
Hoy en día las posibilidades son mucho más amplias gracias a la fuerza que han cobrado las voces femeninas en nuestra época. Contamos con muchas herramientas didácticas para enseñar a las niñas y niños sobre las diversas perspectivas que conforman el feminismo del siglo XXI.
Sería maravilloso que hoy la tarea consistiera en leer el discurso “Todos deberíamos ser feministas” de Chimamanda Ngozi Adichie, ver la película “Volver a empezar” con Jane Fonda y Lily Tomlin que ayuda a entender las narrativas utilizadas por los hombres para justificar la violencia sexual, proponer un ensayo a los alumnos mayores sobre el movimiento Me Too y sus repercusiones en nuestra sociedad e incluso tener discusiones profundas sobre el papel de la mujer en el cuidado del hogar a través del tiempo.
El verdadero objetivo del 8 de marzo es que, al menos durante un día al año, nos esforcemos por comprender las razones detrás del potente movimiento feminista de hoy en día, y tratemos de imaginar cuántas injusticias tuvieron que cometerse para que haya tanta rabia y resentimiento en ciertos sectores.
No vale tildarnos de ‘feminazis’ solo porque algunas acciones puedan parecer exageradas. Debemos ir más allá y tratar de comprender cómo se siente una mujer cuando un hombre se cree con el derecho de acosarla, de golpearla, de abusarla o cuando se le niega reconocimiento profesional y oportunidades simplemente por ser mujer. Lo que presenciamos hoy es el resultado de siglos de opresión y de normalización de la violencia contra las mujeres, así como de su desarrollo en desigualdad respecto a los hombres. Este daño no puede ser reparado con una rosa roja al año.
Por Mariana Orozco