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Cultura - 4 septiembre, 2019

Exaltación de la cultura vallenata

De un lugar alegre de la geografía nacional me ha llegado un texto: “Poética de la cultura Vallenata” de la autoría de José Atuesta Mindiola.

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De un lugar alegre de la geografía nacional me ha llegado un texto: “Poética de la cultura Vallenata” de la autoría de  José Atuesta Mindiola. Ya la ilustración de la carátula induce a sentir en términos de fiesta: un colibrí pintado por José Lopera, que emana de sí mismo el arcoíris de la tarde pleno de vivacidad y movimiento.

En cuanto se avanza un poco en la lectura, el lector reconoce el objetivo esencial del libro que, tejido de recuerdos y personajes, es una vez más colocar un signo de énfasis y admiración en ese elemento de la identidad regional que es la cultura. La pequeña vereda o corregimiento de Mariangola, el municipio al que pertenece y su departamento, se constituyen en una variedad de tierno y tibio sol sobre el cual giran los motivos del poeta Atuesta para dejar en términos de versos su testimonio.

A millones de personas les tiene sin cuidado el lugar donde nacieron. Digamos que en el reino del espíritu son trotamundos sin patria. Pero muchos otros, como Atuesta Mendiola, exaltan la propia cuna para conjurar un hechizo que se puede enunciar más o menos de esta manera: el lugar del nacimiento será siempre mágico porque está vinculado a los momentos fundacionales del ser.

Al leer el texto de Atuesta Mindiola percibimos su exaltación de la cultura vallenata, los personajes del Cesar, los cantores, acordeoneros, docentes, familiares de la infancia inocente, en fin, “el rio de la historia” que en términos filosóficos entusiasmó tanto a Heráclito.

Lo que hace Atuesta en este libro inevitablemente trae a la memoria la costumbre de los antiguos clásicos, de subrayar su nombre con el de su cuna natal: y así fue como memorizamos a Aristarco de Samos, Arquímedes de Siracusa, Aristófanes de Atenas, y una pléyade enorme de ínclitos autores que tuvieron a honra exaltar su nombre con el de su patria chica.

La Mancha es apenas la primera florescencia genial de Don Quijote, que apuntaló así a su patria chica para inmortalizarla.

Atuesta Mindiola desanduvo el camino que conduce a Mariangola para entregarnos este hermoso texto, donde su tierra natal amamanta a sus hijos con la música y la poesía, y prohíja a advenedizos y extraños con el encanto de su naturaleza maternal y de sus gentes sencillas.

“Valledupar es una larga sonata de versos y acordeones”, expresa el poeta en el exordio y en la contracarátula del texto. Larga sonata que arranca hace casi un siglo con Alejo Durán y José Barros, pasa por Calixto Ochoa y avanza con José Atuesta en el decurso del tiempo para darle solidez a la historia local. Y así debe ser para calmar la sed de identidad que padecen los pueblos.

La actividad estética de Atuesta, como gestor de la palabra en el molde de las décimas, ayuda a saciar esa sed, y es obligación de quienes detentan el poder, hacer de estos gestores los referentes culturales de una región o de un país.

Por otra parte, sin los versos de Homero sobre la guerra de Troya toda la cultura Occidental carecería de ombligo y de norte, y también de destino estético. Es por eso que los poetas y escritores en general necesitan inscribirse en una tradición, así sea para romperla, como diría Octavio Paz.

José Atuesta Mendiola hunde sus más caras raíces en la décima, una composición poética de la más pura inspiración popular, y hace de ella el cincel con el que va burilando su visión de los cantores tipo Calixto Ochoa: “como un ramo de gracejo desbordado en melodías”; como Diomedes Díaz: “Cuando Diomedes nació/ un ángel trajo una lira/ y su madre vieja Elvira/ en su mano le entregó”; como Dagoberto López: “Entre todos los cantores,/ él fue una luz en el tiempo y otros siguieron contentos/ iban buscando su voz/ y ahora su canto quedó/ en la sonrisa del viento”; como Leandro Díaz Duarte, el cantor ciego, que “con sus canciones/ es un edén en madrigal”.
Las composiciones de Atuesta Mindiola se complacen en el variopinto paisaje de la cultura vallenata.

Hacen estación en instituciones como el Instituto Técnico Industrial Pedro Castro Monsalvo: “Esta Escuela fue el albor/ que a Valledupar conmueve/ y con esperanza llueve/ un sueño en la juventud”. O le canta a un docente meritorio como César Mendoza Hinojosa: “La Sierrita y Patillal/ son el puente umbilical de su infancia primorosa”.

Y no podía el bardo esquivarse de cantarle al juglar Lorenzo Morales: “En la tierra de Guacoche,/ ese palenque famoso/ nació un juglar portentoso/ con el color de la noche”. Y por supuesto el verso para la ciudad capitalina y cuna de festivales, Valledupar, porque esta ciudad prohíja fraternalmente al que llega de afuera: “Aquí nadie es forastero”, una real y bondadosa hipérbole para la hermandad entre seres humanos.

El suceso importante o el ripio picaresco acceden al mundo de nuestro decimero. Porque si los hechos no son cantados, si no se los “amoneda en palabras” –según la feliz expresión del infinito Borges–, es como si no hubieran sucedido. La naturaleza entra de gala en las palabras  de Atuesta Mindiola y en el capítulo sobre “la misión natural de los ríos”, abre el párrafo con un axioma poético y ecológico irrefutable: “Un río es una muralla que frena el trote del desierto”.

La dulcísima tierra natal, Mariangola, donde el poeta escuchó los primeros latidos de su propia sensibilidad, se encoge en el tiempo para sintetizarse en unos octosílabos nostálgicos que rubrican el amor del hijo raizal: “Cuando yo piso tu suelo/ un aroma de floresta/ me llena el alma de fiesta/ y como un pájaro en vuelo:/ por el azul de tu cielo/ así recorro en la altura/ mi niñez y la premura/ de aquellas primeras letras/ que mi madre la maestra/ me enseñaba con ternura”.

En el texto de Atuesta Mindiola, un hijo de esas tierras costeras, Donaldo Mendoza, propone que se graben en mármol algunas décimas del poeta de Mariangola. Esa sería la mejor manera social de asaltar el olvido y preservar la musa de Atuesta para las generaciones futuras.

Meto mi abominable ego en esta reflexión para recordar que los tolimenses hace muchos años exaltaron al antioqueño Castro Saavedra colocando en alto relieve en el Palacio del Mango, su poema completo “Camino de la patria”, del cual recuerdo con espiritual fruición y grave ansiedad humanística, su último verso, que expresa: “Cuando se pueda andar por las aldeas sin ángel de la guarda…/ solo entonces podrá el hombre decir que tiene patria”.

Si se abre un concurso para decidir cuál de sus décimas merecerían el mármol de Carrara. Aunque parezca un contrasentido, yo propondría las que José Atuesta Mindiola compuso para presentarse como decimero en el Perú, porque estas décimas confrontan amigables y en apretada síntesis dos almas hermanas: la peruana y la colombiana:

I
Mucho gusto me presento
Soy José Atuesta Mindiola
Poeta de Mariangola
El pueblo de mi aposento;
Pero mis alas al viento
Traspasan la lejanía,
Conmigo la epifanía
De mi tierra colombiana
Bella nación soberana,
Adorada patria mía.

II
Del Caribe colombiano
De mi pueblo Mariangola,
Que es una flor en las olas
Perfumada de verano;
En este pueblo peruano
También este nombre veo
Con farolas de bordeo
De un Hotel con sus estrellas;
Esta palabra tan bella,
Mariangola yo deseo.

III
Quiero saber la razón,
la curiosidad me brinca,
si es una palabra inca
o existe otra relación;
porque en mi linda región
es una planta delgada
de flor blanca perfumada
semejante a la azucena,
como fusta en su faena
se usaba en la caballada.

POR JULIO CÉSAR ESPINOSA / EL PILÓN

Cultura
4 septiembre, 2019

Exaltación de la cultura vallenata

De un lugar alegre de la geografía nacional me ha llegado un texto: “Poética de la cultura Vallenata” de la autoría de José Atuesta Mindiola.


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De un lugar alegre de la geografía nacional me ha llegado un texto: “Poética de la cultura Vallenata” de la autoría de  José Atuesta Mindiola. Ya la ilustración de la carátula induce a sentir en términos de fiesta: un colibrí pintado por José Lopera, que emana de sí mismo el arcoíris de la tarde pleno de vivacidad y movimiento.

En cuanto se avanza un poco en la lectura, el lector reconoce el objetivo esencial del libro que, tejido de recuerdos y personajes, es una vez más colocar un signo de énfasis y admiración en ese elemento de la identidad regional que es la cultura. La pequeña vereda o corregimiento de Mariangola, el municipio al que pertenece y su departamento, se constituyen en una variedad de tierno y tibio sol sobre el cual giran los motivos del poeta Atuesta para dejar en términos de versos su testimonio.

A millones de personas les tiene sin cuidado el lugar donde nacieron. Digamos que en el reino del espíritu son trotamundos sin patria. Pero muchos otros, como Atuesta Mendiola, exaltan la propia cuna para conjurar un hechizo que se puede enunciar más o menos de esta manera: el lugar del nacimiento será siempre mágico porque está vinculado a los momentos fundacionales del ser.

Al leer el texto de Atuesta Mindiola percibimos su exaltación de la cultura vallenata, los personajes del Cesar, los cantores, acordeoneros, docentes, familiares de la infancia inocente, en fin, “el rio de la historia” que en términos filosóficos entusiasmó tanto a Heráclito.

Lo que hace Atuesta en este libro inevitablemente trae a la memoria la costumbre de los antiguos clásicos, de subrayar su nombre con el de su cuna natal: y así fue como memorizamos a Aristarco de Samos, Arquímedes de Siracusa, Aristófanes de Atenas, y una pléyade enorme de ínclitos autores que tuvieron a honra exaltar su nombre con el de su patria chica.

La Mancha es apenas la primera florescencia genial de Don Quijote, que apuntaló así a su patria chica para inmortalizarla.

Atuesta Mindiola desanduvo el camino que conduce a Mariangola para entregarnos este hermoso texto, donde su tierra natal amamanta a sus hijos con la música y la poesía, y prohíja a advenedizos y extraños con el encanto de su naturaleza maternal y de sus gentes sencillas.

“Valledupar es una larga sonata de versos y acordeones”, expresa el poeta en el exordio y en la contracarátula del texto. Larga sonata que arranca hace casi un siglo con Alejo Durán y José Barros, pasa por Calixto Ochoa y avanza con José Atuesta en el decurso del tiempo para darle solidez a la historia local. Y así debe ser para calmar la sed de identidad que padecen los pueblos.

La actividad estética de Atuesta, como gestor de la palabra en el molde de las décimas, ayuda a saciar esa sed, y es obligación de quienes detentan el poder, hacer de estos gestores los referentes culturales de una región o de un país.

Por otra parte, sin los versos de Homero sobre la guerra de Troya toda la cultura Occidental carecería de ombligo y de norte, y también de destino estético. Es por eso que los poetas y escritores en general necesitan inscribirse en una tradición, así sea para romperla, como diría Octavio Paz.

José Atuesta Mendiola hunde sus más caras raíces en la décima, una composición poética de la más pura inspiración popular, y hace de ella el cincel con el que va burilando su visión de los cantores tipo Calixto Ochoa: “como un ramo de gracejo desbordado en melodías”; como Diomedes Díaz: “Cuando Diomedes nació/ un ángel trajo una lira/ y su madre vieja Elvira/ en su mano le entregó”; como Dagoberto López: “Entre todos los cantores,/ él fue una luz en el tiempo y otros siguieron contentos/ iban buscando su voz/ y ahora su canto quedó/ en la sonrisa del viento”; como Leandro Díaz Duarte, el cantor ciego, que “con sus canciones/ es un edén en madrigal”.
Las composiciones de Atuesta Mindiola se complacen en el variopinto paisaje de la cultura vallenata.

Hacen estación en instituciones como el Instituto Técnico Industrial Pedro Castro Monsalvo: “Esta Escuela fue el albor/ que a Valledupar conmueve/ y con esperanza llueve/ un sueño en la juventud”. O le canta a un docente meritorio como César Mendoza Hinojosa: “La Sierrita y Patillal/ son el puente umbilical de su infancia primorosa”.

Y no podía el bardo esquivarse de cantarle al juglar Lorenzo Morales: “En la tierra de Guacoche,/ ese palenque famoso/ nació un juglar portentoso/ con el color de la noche”. Y por supuesto el verso para la ciudad capitalina y cuna de festivales, Valledupar, porque esta ciudad prohíja fraternalmente al que llega de afuera: “Aquí nadie es forastero”, una real y bondadosa hipérbole para la hermandad entre seres humanos.

El suceso importante o el ripio picaresco acceden al mundo de nuestro decimero. Porque si los hechos no son cantados, si no se los “amoneda en palabras” –según la feliz expresión del infinito Borges–, es como si no hubieran sucedido. La naturaleza entra de gala en las palabras  de Atuesta Mindiola y en el capítulo sobre “la misión natural de los ríos”, abre el párrafo con un axioma poético y ecológico irrefutable: “Un río es una muralla que frena el trote del desierto”.

La dulcísima tierra natal, Mariangola, donde el poeta escuchó los primeros latidos de su propia sensibilidad, se encoge en el tiempo para sintetizarse en unos octosílabos nostálgicos que rubrican el amor del hijo raizal: “Cuando yo piso tu suelo/ un aroma de floresta/ me llena el alma de fiesta/ y como un pájaro en vuelo:/ por el azul de tu cielo/ así recorro en la altura/ mi niñez y la premura/ de aquellas primeras letras/ que mi madre la maestra/ me enseñaba con ternura”.

En el texto de Atuesta Mindiola, un hijo de esas tierras costeras, Donaldo Mendoza, propone que se graben en mármol algunas décimas del poeta de Mariangola. Esa sería la mejor manera social de asaltar el olvido y preservar la musa de Atuesta para las generaciones futuras.

Meto mi abominable ego en esta reflexión para recordar que los tolimenses hace muchos años exaltaron al antioqueño Castro Saavedra colocando en alto relieve en el Palacio del Mango, su poema completo “Camino de la patria”, del cual recuerdo con espiritual fruición y grave ansiedad humanística, su último verso, que expresa: “Cuando se pueda andar por las aldeas sin ángel de la guarda…/ solo entonces podrá el hombre decir que tiene patria”.

Si se abre un concurso para decidir cuál de sus décimas merecerían el mármol de Carrara. Aunque parezca un contrasentido, yo propondría las que José Atuesta Mindiola compuso para presentarse como decimero en el Perú, porque estas décimas confrontan amigables y en apretada síntesis dos almas hermanas: la peruana y la colombiana:

I
Mucho gusto me presento
Soy José Atuesta Mindiola
Poeta de Mariangola
El pueblo de mi aposento;
Pero mis alas al viento
Traspasan la lejanía,
Conmigo la epifanía
De mi tierra colombiana
Bella nación soberana,
Adorada patria mía.

II
Del Caribe colombiano
De mi pueblo Mariangola,
Que es una flor en las olas
Perfumada de verano;
En este pueblo peruano
También este nombre veo
Con farolas de bordeo
De un Hotel con sus estrellas;
Esta palabra tan bella,
Mariangola yo deseo.

III
Quiero saber la razón,
la curiosidad me brinca,
si es una palabra inca
o existe otra relación;
porque en mi linda región
es una planta delgada
de flor blanca perfumada
semejante a la azucena,
como fusta en su faena
se usaba en la caballada.

POR JULIO CÉSAR ESPINOSA / EL PILÓN