Quizás el de mayor resonancia es el de Francisco Moscote, mejor conocido como Francisco El Hombre, cuando en tierras de La Guajira en una noche brumosa y oscura, enfrentó en la sabana de Los Cerecitos, cerca a Machobayo, la aldea donde vivía en tierras norteñas de la península
Entre las muchas proezas realizadas por nuestros juglares del acordeón en épocas pretéritas tratando de imponer su jerarquía, en el curso de la historia no solamente encontramos los duros enfrentamientos entre ellos que consolidaron el formato de lo que hoy llamamos piqueria vallenata, sino que se han dado también míticas reseñas que van más allá de la superstición y la leyenda como fueron los duelos sostenidos por varios de ellos con el señor de las tinieblas, el diablo o mañoco.
Quizás el de mayor resonancia es el de Francisco Moscote, mejor conocido como Francisco El Hombre, cuando en tierras de La Guajira en una noche brumosa y oscura, enfrentó en la sabana de Los Cerecitos, cerca a Machobayo, la aldea donde vivía en tierras norteñas de la península. Dice la leyenda por todos conocida que Francisco tocando con su acordeón el credo al revés le propinó una tremenda paliza al demonio, quién huyó despavorido al escuchar esta sagrada oración que los juglares usaban como el conjuro para enfrentar las presencias malignas del averno.
Un episodio similar fue el protagonizado por Francisco ‘Pacho’ Rada cuando con unos cuantos tragos de ron Ñeque, regresando de parrandear en El Difícil, ya aproximándose a la finca Las Mulas, su lugar de residencia, enfrentó nota a nota y son a son a un misterioso personaje que con su relampagueante acordeón le cerraba el paso infundiéndole un terrorífico miedo. Pacho invocó la presencia divina y el fulano dando alaridos desapareció.
Otro juglar que también se enfrentó a Satanás en las sabanas de El Paso (Cesar) fue el famoso Pedro Nolasco Martínez, un día veintiséis de abril al finalizar la fiesta de San Marcos, el patrono del pueblo, en su burro andón salió de su tierra para “la Ceibita” una hacienda cercana, tocando el acordeón que alegraba a las aves del camino, los animales del monte y hasta a su burro, era ya de tardecita y al oscurecer escuchaba adelante un acordeón muy diestro que tocaba una música extraña, pero misteriosamente no veía de quién se trataba. El silencio era sobrecogedor, hasta los grillos se callaron y así pasaron las horas en un verdadero duelo de pulso, pitos y bajos.
Entrando la madrugada ya entendió Nolasco que estaba frente a algo sobrenatural y musicalizando el credo y un padre nuestro observó que las notas del adversario se iban diluyendo en la distancia hasta perderse. Conmocionado y fatigado cayó del burro y horas después fue recogido y llevado al pueblo inconsciente despertando solo tres días después.
En la leyenda de Trino El Brujo, el acordeonero de los Montes de María, quien enfrentó con su acordeón al espíritu del mal en La Loma donde se iba a construir la iglesia parroquial de su pueblo San Juan Nepomuceno, después de ripostar puyas, merengues y paseos que interpretaba el adversario, Trino interpretó un porro, y sólo se escuchó como única respuesta el ulular del viento y una sensación de tropa que se alejaba mientras dejaba una densa soledad que causaba fatiga en el espíritu.
En los pueblos del Darién, don Salustiano Zúñiga Porto, un isleño de origen dudoso que fue conocido por sus amigos y enamoradas como el don Juan del Caribe, era un diestro intérprete del acordeón. Según cuenta la tradición enfrentó una tarde de tornados y de brisas de mar al demonio y lo venció en la playa frente a los nativos del pueblo. La derrota fue tan estruendosa y humillante que el demonio nunca más apareció y desde aquellos tiempos las aguas del río Atrato dejaron de ser tan caudalosas.
En similares circunstancias, pero ya desligados del acordeón, Iñigo López de Mendoza, el primer Marqués de Santillana nacido en España en 1398, nos relata ya en el siglo XIV el duelo entre el trovador y el demonio en el camino a Calatraveño y que gana el poeta cuando el maligno se siente indefenso y no puede producir ni un verso, lo cual nos deja entrever que eran muy precarios los recursos literarios de Belcebú.
Observando todos estos episodios con una óptica religiosa, estos nos están evidenciando que siempre triunfa el bien sobre el mal. Personalmente pienso que el diablo con un acordeón al pecho era un verdadero chambonazo, pues siempre fue vencido por los juglares y que, como improvisador, nada tenía que hacer en el Festival Vallenato, concluyendo entonces, que como acordeonero y verseador el tal diablo no era sino un pobre diablo y ¿qué tal si se hubiera tropezado con Emilianito Zuleta, El Cocha Molina o Almes Granados? Sin dudas andaría con el trinche de muleta.
Por: Julio C. Oñate Martínez.
Quizás el de mayor resonancia es el de Francisco Moscote, mejor conocido como Francisco El Hombre, cuando en tierras de La Guajira en una noche brumosa y oscura, enfrentó en la sabana de Los Cerecitos, cerca a Machobayo, la aldea donde vivía en tierras norteñas de la península
Entre las muchas proezas realizadas por nuestros juglares del acordeón en épocas pretéritas tratando de imponer su jerarquía, en el curso de la historia no solamente encontramos los duros enfrentamientos entre ellos que consolidaron el formato de lo que hoy llamamos piqueria vallenata, sino que se han dado también míticas reseñas que van más allá de la superstición y la leyenda como fueron los duelos sostenidos por varios de ellos con el señor de las tinieblas, el diablo o mañoco.
Quizás el de mayor resonancia es el de Francisco Moscote, mejor conocido como Francisco El Hombre, cuando en tierras de La Guajira en una noche brumosa y oscura, enfrentó en la sabana de Los Cerecitos, cerca a Machobayo, la aldea donde vivía en tierras norteñas de la península. Dice la leyenda por todos conocida que Francisco tocando con su acordeón el credo al revés le propinó una tremenda paliza al demonio, quién huyó despavorido al escuchar esta sagrada oración que los juglares usaban como el conjuro para enfrentar las presencias malignas del averno.
Un episodio similar fue el protagonizado por Francisco ‘Pacho’ Rada cuando con unos cuantos tragos de ron Ñeque, regresando de parrandear en El Difícil, ya aproximándose a la finca Las Mulas, su lugar de residencia, enfrentó nota a nota y son a son a un misterioso personaje que con su relampagueante acordeón le cerraba el paso infundiéndole un terrorífico miedo. Pacho invocó la presencia divina y el fulano dando alaridos desapareció.
Otro juglar que también se enfrentó a Satanás en las sabanas de El Paso (Cesar) fue el famoso Pedro Nolasco Martínez, un día veintiséis de abril al finalizar la fiesta de San Marcos, el patrono del pueblo, en su burro andón salió de su tierra para “la Ceibita” una hacienda cercana, tocando el acordeón que alegraba a las aves del camino, los animales del monte y hasta a su burro, era ya de tardecita y al oscurecer escuchaba adelante un acordeón muy diestro que tocaba una música extraña, pero misteriosamente no veía de quién se trataba. El silencio era sobrecogedor, hasta los grillos se callaron y así pasaron las horas en un verdadero duelo de pulso, pitos y bajos.
Entrando la madrugada ya entendió Nolasco que estaba frente a algo sobrenatural y musicalizando el credo y un padre nuestro observó que las notas del adversario se iban diluyendo en la distancia hasta perderse. Conmocionado y fatigado cayó del burro y horas después fue recogido y llevado al pueblo inconsciente despertando solo tres días después.
En la leyenda de Trino El Brujo, el acordeonero de los Montes de María, quien enfrentó con su acordeón al espíritu del mal en La Loma donde se iba a construir la iglesia parroquial de su pueblo San Juan Nepomuceno, después de ripostar puyas, merengues y paseos que interpretaba el adversario, Trino interpretó un porro, y sólo se escuchó como única respuesta el ulular del viento y una sensación de tropa que se alejaba mientras dejaba una densa soledad que causaba fatiga en el espíritu.
En los pueblos del Darién, don Salustiano Zúñiga Porto, un isleño de origen dudoso que fue conocido por sus amigos y enamoradas como el don Juan del Caribe, era un diestro intérprete del acordeón. Según cuenta la tradición enfrentó una tarde de tornados y de brisas de mar al demonio y lo venció en la playa frente a los nativos del pueblo. La derrota fue tan estruendosa y humillante que el demonio nunca más apareció y desde aquellos tiempos las aguas del río Atrato dejaron de ser tan caudalosas.
En similares circunstancias, pero ya desligados del acordeón, Iñigo López de Mendoza, el primer Marqués de Santillana nacido en España en 1398, nos relata ya en el siglo XIV el duelo entre el trovador y el demonio en el camino a Calatraveño y que gana el poeta cuando el maligno se siente indefenso y no puede producir ni un verso, lo cual nos deja entrever que eran muy precarios los recursos literarios de Belcebú.
Observando todos estos episodios con una óptica religiosa, estos nos están evidenciando que siempre triunfa el bien sobre el mal. Personalmente pienso que el diablo con un acordeón al pecho era un verdadero chambonazo, pues siempre fue vencido por los juglares y que, como improvisador, nada tenía que hacer en el Festival Vallenato, concluyendo entonces, que como acordeonero y verseador el tal diablo no era sino un pobre diablo y ¿qué tal si se hubiera tropezado con Emilianito Zuleta, El Cocha Molina o Almes Granados? Sin dudas andaría con el trinche de muleta.
Por: Julio C. Oñate Martínez.