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Opinión - 17 septiembre, 2024

El fruto del amor

Nuestra historia de hoy comienza con una piña. Sí, sí, esa fruta exótica originaria de Latinoamérica que, según los registros históricos, llegó a Europa por España en 1535, de la mano de intrépidos navegantes. Desde entonces, la piña ha sido protagonista de momentos alegres.

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Nuestra historia de hoy comienza con una piña. Sí, sí, esa fruta exótica originaria de Latinoamérica que, según los registros históricos, llegó a Europa por España en 1535, de la mano de intrépidos navegantes. Desde entonces, la piña ha sido protagonista de momentos alegres. En Brasil, por ejemplo, se utilizaba para preparar la “chicha”, una bebida fermentada que llenaba de gozo las reuniones. Pero, curiosamente, en el siglo XVIII, la piña no era solo un deleite para el paladar: en Reino Unido se convirtió en un símbolo de lujo. Poseer una piña era tan exclusivo que una sola podía costar lo que hoy serían 11.000 libras. Toda una extravagancia.

Ahora, en el siglo XXI, la piña sigue dando de qué hablar, aunque esta vez, desde las redes sociales en España. La fruta ha adquirido un nuevo rol, y no precisamente en la gastronomía, sino en el arte de conquistar corazones. En un mundo donde lo digital parece dominar las interacciones, los solteros han encontrado en la piña un curioso aliado para encontrar el amor. No, no es bebiendo su jugo ni degustándola en un postre tropical. El truco es tan simple como acercarse a la zona de piñas en el supermercado, colocar una en el carrito y desplegar las mejores miradas seductoras. Es una señal, un código no escrito que dice: “Estoy soltero, y estoy disponible”.

Pero la historia no termina ahí. La piña también tiene su versión más atrevida. Si en lugar de acomodarla de manera convencional, la colocas boca abajo, el mensaje cambia por completo. Ahora, el código comunica que quien la lleva tiene gustos más exóticos, y está interesado en el intercambio de parejas, es decir, es “swinger”.

Es fascinante ver cómo una fruta que en otros tiempos fue símbolo de riqueza y lujo ahora se convierte en un ícono de lo que buscamos desesperadamente: conexión humana. Lo curioso es que, a pesar de tener a nuestro alcance incontables aplicaciones de citas, páginas web especializadas e incluso sitios específicos para parejas con gustos particulares, la gente sigue buscando algo más tangible, más auténtico. Ya no basta con un “match” o un “like”. Lo que de verdad anhelamos son las miradas que traspasan pantallas, los encuentros espontáneos y la cercanía física que ninguna tecnología puede reemplazar.

El simple acto de caminar hacia la sección de piñas en un supermercado, por cómico que parezca, es una manifestación del deseo de encontrar a alguien que nos vea por quienes realmente somos, más allá de un perfil digital cuidadosamente editado. Es un llamado de atención para nuestra sociedad: necesitamos reconectar, buscar formas más genuinas de establecer lazos. Las piñas, en este curioso escenario, son un símbolo de la humanidad que clama por amor, por abrazos y por sonrisas reales.

En lo personal, debo confesar que soy más tradicional. Las piñas me fascinan, pero prefiero disfrutarlas en la mesa, no usarlas como un código secreto de seducción. Sin embargo, es innegable que esta tendencia ha capturado la atención de muchos y, quién sabe, quizás sea una señal de que necesitamos volver a lo básico, a lo esencial, en medio de un mundo cada vez más digitalizado y distante.

Lo cierto es que la piña ha llegado para quedarse. No me sorprendería verla aparecer en el mundo de la moda, tal vez en una pasarela como símbolo irreverente y tropical, marcando una nueva tendencia de expresión. Tal vez en un futuro cercano, las piñas se conviertan en parte de un lenguaje visual que declare nuestras preferencias, más allá de lo que vestimos.

Y mientras tanto, en los supermercados de España, la piña sigue siendo mucho más que una simple fruta. Es el fruto del amor, de la conexión y de esa búsqueda constante de cercanía que nunca ha dejado de existir, por más que las redes sociales intenten decir lo contrario.

Por: Brenda Barbosa Arzuza 

Opinión
17 septiembre, 2024

El fruto del amor

Nuestra historia de hoy comienza con una piña. Sí, sí, esa fruta exótica originaria de Latinoamérica que, según los registros históricos, llegó a Europa por España en 1535, de la mano de intrépidos navegantes. Desde entonces, la piña ha sido protagonista de momentos alegres.


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Nuestra historia de hoy comienza con una piña. Sí, sí, esa fruta exótica originaria de Latinoamérica que, según los registros históricos, llegó a Europa por España en 1535, de la mano de intrépidos navegantes. Desde entonces, la piña ha sido protagonista de momentos alegres. En Brasil, por ejemplo, se utilizaba para preparar la “chicha”, una bebida fermentada que llenaba de gozo las reuniones. Pero, curiosamente, en el siglo XVIII, la piña no era solo un deleite para el paladar: en Reino Unido se convirtió en un símbolo de lujo. Poseer una piña era tan exclusivo que una sola podía costar lo que hoy serían 11.000 libras. Toda una extravagancia.

Ahora, en el siglo XXI, la piña sigue dando de qué hablar, aunque esta vez, desde las redes sociales en España. La fruta ha adquirido un nuevo rol, y no precisamente en la gastronomía, sino en el arte de conquistar corazones. En un mundo donde lo digital parece dominar las interacciones, los solteros han encontrado en la piña un curioso aliado para encontrar el amor. No, no es bebiendo su jugo ni degustándola en un postre tropical. El truco es tan simple como acercarse a la zona de piñas en el supermercado, colocar una en el carrito y desplegar las mejores miradas seductoras. Es una señal, un código no escrito que dice: “Estoy soltero, y estoy disponible”.

Pero la historia no termina ahí. La piña también tiene su versión más atrevida. Si en lugar de acomodarla de manera convencional, la colocas boca abajo, el mensaje cambia por completo. Ahora, el código comunica que quien la lleva tiene gustos más exóticos, y está interesado en el intercambio de parejas, es decir, es “swinger”.

Es fascinante ver cómo una fruta que en otros tiempos fue símbolo de riqueza y lujo ahora se convierte en un ícono de lo que buscamos desesperadamente: conexión humana. Lo curioso es que, a pesar de tener a nuestro alcance incontables aplicaciones de citas, páginas web especializadas e incluso sitios específicos para parejas con gustos particulares, la gente sigue buscando algo más tangible, más auténtico. Ya no basta con un “match” o un “like”. Lo que de verdad anhelamos son las miradas que traspasan pantallas, los encuentros espontáneos y la cercanía física que ninguna tecnología puede reemplazar.

El simple acto de caminar hacia la sección de piñas en un supermercado, por cómico que parezca, es una manifestación del deseo de encontrar a alguien que nos vea por quienes realmente somos, más allá de un perfil digital cuidadosamente editado. Es un llamado de atención para nuestra sociedad: necesitamos reconectar, buscar formas más genuinas de establecer lazos. Las piñas, en este curioso escenario, son un símbolo de la humanidad que clama por amor, por abrazos y por sonrisas reales.

En lo personal, debo confesar que soy más tradicional. Las piñas me fascinan, pero prefiero disfrutarlas en la mesa, no usarlas como un código secreto de seducción. Sin embargo, es innegable que esta tendencia ha capturado la atención de muchos y, quién sabe, quizás sea una señal de que necesitamos volver a lo básico, a lo esencial, en medio de un mundo cada vez más digitalizado y distante.

Lo cierto es que la piña ha llegado para quedarse. No me sorprendería verla aparecer en el mundo de la moda, tal vez en una pasarela como símbolo irreverente y tropical, marcando una nueva tendencia de expresión. Tal vez en un futuro cercano, las piñas se conviertan en parte de un lenguaje visual que declare nuestras preferencias, más allá de lo que vestimos.

Y mientras tanto, en los supermercados de España, la piña sigue siendo mucho más que una simple fruta. Es el fruto del amor, de la conexión y de esa búsqueda constante de cercanía que nunca ha dejado de existir, por más que las redes sociales intenten decir lo contrario.

Por: Brenda Barbosa Arzuza