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El recurrente anuncio de los puestos de mando unificado, consejos de seguridad, plan candado y demás ya son un canto a la bandera.
Después de un mes de haberse enterado la sociedad colombiana y la comunidad internacional de la tragedia que habita el Catatumbo (por momentos la tragedia humana se devela en sus profundidades), notificando con muertos la precariedad de vida que allá se padece, es necesario se entienda lo que sigue en el vecindario a pesar de los anuncios recibidos, que terminaron en lo de siempre.
La dimensión del conflicto armado en el entorno del Catatumbo es un espiral demoledor de arrasamiento. Desde estas latitudes también se decide la suerte de quienes estamos asentados en el sur y centro del Cesar por unos determinantes geopolíticos, muchos desconocidos por los agentes de gobiernos y la institucionalidad en su conjunto.
Los derivados de la intervención del Gobierno y la fuerza pública desde el Norte de Santander, con los soldados de batallones desmontados de nuestra región (especialmente el BAEEV 3 de Ayacucho), la presión venezolana desde el corredor fronterizo y las medidas de control de los gobiernos locales en el Catatumbo, han generado el desfogue del ELN, las disidentes del frente 33 de la Farc y los otros actores armados, por el corredor de Altos de Bobalí, que conecta la parte mas empinada de los municipios de El Carmen (Norte de Santander), La Gloria, Pelaya, Chimichagua y Curumaní (Cesar).
La movida por esa vía del Perijá asegura la absoluta discreción y tranquilidad, pues es un paraje extenso, alineado por sutiles y peligrosas conexiones, difíciles aún para quienes conocen la zona. Allá solo están unos campesinos que presionados por la falta de oportunidades y de tierra se fueron hasta el riñón del Perijá a sobrevivir en medio de la selva, donde solo los ilegales aparecen en tiempos como estos, alterando el statu quo. Es la Colombia profunda que sigue esperando.
El asunto es que la “línea de mando” y acción de la estructura del ELN se desgranó en la región y ahora todos se comparten la entidad de comandantes para imponer y exigir las cargas extorsivas por doquier; en efecto, los palmicultores (áreas de 7 a 30 hectáreas), medianos y pequeños ganaderos, comerciantes, pensionados (especialmente los profesores) y hasta líderes de iglesias están facturando los pagos requeridos de quienes les hacen el inventario de sus pocos bienes e ingresos, para advertirles la fuente y capacidad de pago. “Todos estamos escaneados hasta de lo que no tenemos”, señala un reconocido vocero del comercio local.
El cántaro se rompió con el aterrizaje del Clan del Golfo, que se puso en escena en la región con reconocidos agentes, venidos de Magangué, Guamal, El Banco y demás, que se instalaron en el entorno de la Ciénaga de Zapatoza; inclusive las cabeceras de Tamalameque y Chimichagua están desbordadas del miedo y terror por los asaltos y cobros que padecen directamente en parcelas, negocios y estancias, donde son frecuentados por los los delincuentes, quienes aprestados en motos y camionetas se autoproclaman como los dueños del territorio y mandos del clan. Más clanes.
Además de la irrupción de guerrilla y bandas criminales, a este territorio lo circunda la presión que vive el sur de Bolívar y la Serranía del Daríen por la guerra de la minería ilegal. Allí el ELN se juega un puente estratégico para su movilidad del Catatumbo a San Lucas y el control de la región, lo que implica que los peores días están por venir para nuestra gente.
Es urgente que la ciudadanía local pueda tener la vocería de los alcaldes y organizaciones sociales y de derechos humanos para que la comunidad internacional, el Gobierno nacional y departamental y los organismos de control vengan a confirmar la situación que nos doblega.
Pero también vengan a diseñar y ejecutar acciones de protección y amparo; el recurrente anuncio de los puestos de mando unificado, consejos de seguridad, plan candado y demás ya son un canto a la bandera. Y los ofrecimientos de recompensas, una burla para todos los que vemos diariamente a los delincuentes acompañados de la autoridad.
¿Hasta cuándo? ¡Esperemos no sea hasta siempre!
Por Cristian Moreno Panesso
El recurrente anuncio de los puestos de mando unificado, consejos de seguridad, plan candado y demás ya son un canto a la bandera.
Después de un mes de haberse enterado la sociedad colombiana y la comunidad internacional de la tragedia que habita el Catatumbo (por momentos la tragedia humana se devela en sus profundidades), notificando con muertos la precariedad de vida que allá se padece, es necesario se entienda lo que sigue en el vecindario a pesar de los anuncios recibidos, que terminaron en lo de siempre.
La dimensión del conflicto armado en el entorno del Catatumbo es un espiral demoledor de arrasamiento. Desde estas latitudes también se decide la suerte de quienes estamos asentados en el sur y centro del Cesar por unos determinantes geopolíticos, muchos desconocidos por los agentes de gobiernos y la institucionalidad en su conjunto.
Los derivados de la intervención del Gobierno y la fuerza pública desde el Norte de Santander, con los soldados de batallones desmontados de nuestra región (especialmente el BAEEV 3 de Ayacucho), la presión venezolana desde el corredor fronterizo y las medidas de control de los gobiernos locales en el Catatumbo, han generado el desfogue del ELN, las disidentes del frente 33 de la Farc y los otros actores armados, por el corredor de Altos de Bobalí, que conecta la parte mas empinada de los municipios de El Carmen (Norte de Santander), La Gloria, Pelaya, Chimichagua y Curumaní (Cesar).
La movida por esa vía del Perijá asegura la absoluta discreción y tranquilidad, pues es un paraje extenso, alineado por sutiles y peligrosas conexiones, difíciles aún para quienes conocen la zona. Allá solo están unos campesinos que presionados por la falta de oportunidades y de tierra se fueron hasta el riñón del Perijá a sobrevivir en medio de la selva, donde solo los ilegales aparecen en tiempos como estos, alterando el statu quo. Es la Colombia profunda que sigue esperando.
El asunto es que la “línea de mando” y acción de la estructura del ELN se desgranó en la región y ahora todos se comparten la entidad de comandantes para imponer y exigir las cargas extorsivas por doquier; en efecto, los palmicultores (áreas de 7 a 30 hectáreas), medianos y pequeños ganaderos, comerciantes, pensionados (especialmente los profesores) y hasta líderes de iglesias están facturando los pagos requeridos de quienes les hacen el inventario de sus pocos bienes e ingresos, para advertirles la fuente y capacidad de pago. “Todos estamos escaneados hasta de lo que no tenemos”, señala un reconocido vocero del comercio local.
El cántaro se rompió con el aterrizaje del Clan del Golfo, que se puso en escena en la región con reconocidos agentes, venidos de Magangué, Guamal, El Banco y demás, que se instalaron en el entorno de la Ciénaga de Zapatoza; inclusive las cabeceras de Tamalameque y Chimichagua están desbordadas del miedo y terror por los asaltos y cobros que padecen directamente en parcelas, negocios y estancias, donde son frecuentados por los los delincuentes, quienes aprestados en motos y camionetas se autoproclaman como los dueños del territorio y mandos del clan. Más clanes.
Además de la irrupción de guerrilla y bandas criminales, a este territorio lo circunda la presión que vive el sur de Bolívar y la Serranía del Daríen por la guerra de la minería ilegal. Allí el ELN se juega un puente estratégico para su movilidad del Catatumbo a San Lucas y el control de la región, lo que implica que los peores días están por venir para nuestra gente.
Es urgente que la ciudadanía local pueda tener la vocería de los alcaldes y organizaciones sociales y de derechos humanos para que la comunidad internacional, el Gobierno nacional y departamental y los organismos de control vengan a confirmar la situación que nos doblega.
Pero también vengan a diseñar y ejecutar acciones de protección y amparo; el recurrente anuncio de los puestos de mando unificado, consejos de seguridad, plan candado y demás ya son un canto a la bandera. Y los ofrecimientos de recompensas, una burla para todos los que vemos diariamente a los delincuentes acompañados de la autoridad.
¿Hasta cuándo? ¡Esperemos no sea hasta siempre!
Por Cristian Moreno Panesso