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Opinión - 20 abril, 2025

El Ecce Homo: espejo de lo que olvidamos ser

Nos hemos vuelto expertos en hablar de algoritmos empáticos y asistentes virtuales con lenguaje afectivo, pero olvidamos saludar al portero del edificio.

Alfredo Jones, columnista de EL PILÓN.
Alfredo Jones, columnista de EL PILÓN.
Boton Wpp

Asistir a la misa del Santo Eccehomo en Valledupar fue un momento que me tocó profundamente. Ver la fe de la gente, escuchar al obispo hablar sobre el servicio, la humildad y la historia de Jesús cuando fue juzgado por Pilatos, me hizo pensar en muchas cosas. El mensaje era claro: no se trata solo de palabras o creencias, sino de actos. De servir al prójimo, de vivir con empatía y humildad.

Hoy en día, pasamos mucho tiempo intentando que la inteligencia artificial se parezca a las personas y confiamos en que la tecnología nos ayude en todo. Y sí, tener herramientas que nos apoyen es valioso. Pero no podemos olvidar lo más importante: lo humano. Servir, entender al otro, actuar con amor y solidaridad. Eso no lo puede reemplazar ninguna máquina.

Hablamos con una soltura sorprendente de “humanizar” la tecnología. Queremos que la inteligencia artificial sea más cercana, más conversacional, que entienda nuestras emociones, que nos sirva mejor. ¿Y nosotros? ¿Dónde hemos dejado nuestros propios actos humanos?

Justo hace unos días reflexionábamos sobre el Ecce Homo de Valledupar. Esa imagen potente de “He aquí el hombre”, que nos confronta con la vulnerabilidad, el sufrimiento, pero, sobre todo, con la esencia cruda de lo humano. Nos recuerda una figura que, según las enseñanzas cristianas, basó su mensaje en el amor, la compasión y, fundamentalmente, en el servicio a los demás. El famoso “don de servicio”, esa disposición a dar de sí mismo por el bien ajeno.

Aquí yace la paradoja. Mientras nos esforzamos por enseñar empatía a las máquinas, ¿no estaremos descuidando la nuestra? Nos maravillamos si un chatbot nos da una respuesta «comprensiva», pero ¿cuándo fue la última vez que ofrecimos una escucha activa y sin prisas a alguien que lo necesitaba? Programamos asistentes virtuales para facilitar tareas, pero ¿cuánto hace que no realizamos un acto de bondad desinteresado, simple y directo, por un vecino, un compañero o incluso un desconocido? Nos hemos vuelto expertos en hablar de algoritmos empáticos y asistentes virtuales con lenguaje afectivo, pero olvidamos saludar al portero del edificio, escuchar al vecino que llora en silencio, tenderle la mano al migrante que camina sin zapatos por nuestras calles.

Se nos escapa lo básico por mirar lo sofisticado. Quizás la verdadera revolución no sea crear inteligencias artificiales perfectamente humanas, sino redescubrir y potenciar nuestra propia humanidad a través del servicio. ¿De qué sirve un mundo lleno de máquinas “humanizadas” si las personas hemos olvidado cómo ser verdaderamente humanas entre nosotras?

Recuperar la humanidad no es un discurso; es una práctica. No requiere tecnología ni inversión: requiere voluntad. Servir al otro, como Jesús lavando los pies de sus discípulos, no es un acto de inferioridad, sino de profunda conexión con lo que nos hace dignos: la capacidad de mirar a otro ser humano y reconocerlo como igual.

En Valledupar, el Mirador del Santo Ecce Homo observa la ciudad como un faro espiritual. Pero ¿cuánto de su enseñanza hemos traído al corazón? Que no se quede en piedra lo que debería vivirse en piel. Tal vez ahí, en ese simple acto de volver al servicio, de practicar la bondad cotidiana, es donde realmente reside el camino para humanizarnos de nuevo.

Alfredo Jones Sánchez – @alfredojonessan

Opinión
20 abril, 2025

El Ecce Homo: espejo de lo que olvidamos ser

Nos hemos vuelto expertos en hablar de algoritmos empáticos y asistentes virtuales con lenguaje afectivo, pero olvidamos saludar al portero del edificio.


Alfredo Jones, columnista de EL PILÓN.
Alfredo Jones, columnista de EL PILÓN.
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Asistir a la misa del Santo Eccehomo en Valledupar fue un momento que me tocó profundamente. Ver la fe de la gente, escuchar al obispo hablar sobre el servicio, la humildad y la historia de Jesús cuando fue juzgado por Pilatos, me hizo pensar en muchas cosas. El mensaje era claro: no se trata solo de palabras o creencias, sino de actos. De servir al prójimo, de vivir con empatía y humildad.

Hoy en día, pasamos mucho tiempo intentando que la inteligencia artificial se parezca a las personas y confiamos en que la tecnología nos ayude en todo. Y sí, tener herramientas que nos apoyen es valioso. Pero no podemos olvidar lo más importante: lo humano. Servir, entender al otro, actuar con amor y solidaridad. Eso no lo puede reemplazar ninguna máquina.

Hablamos con una soltura sorprendente de “humanizar” la tecnología. Queremos que la inteligencia artificial sea más cercana, más conversacional, que entienda nuestras emociones, que nos sirva mejor. ¿Y nosotros? ¿Dónde hemos dejado nuestros propios actos humanos?

Justo hace unos días reflexionábamos sobre el Ecce Homo de Valledupar. Esa imagen potente de “He aquí el hombre”, que nos confronta con la vulnerabilidad, el sufrimiento, pero, sobre todo, con la esencia cruda de lo humano. Nos recuerda una figura que, según las enseñanzas cristianas, basó su mensaje en el amor, la compasión y, fundamentalmente, en el servicio a los demás. El famoso “don de servicio”, esa disposición a dar de sí mismo por el bien ajeno.

Aquí yace la paradoja. Mientras nos esforzamos por enseñar empatía a las máquinas, ¿no estaremos descuidando la nuestra? Nos maravillamos si un chatbot nos da una respuesta «comprensiva», pero ¿cuándo fue la última vez que ofrecimos una escucha activa y sin prisas a alguien que lo necesitaba? Programamos asistentes virtuales para facilitar tareas, pero ¿cuánto hace que no realizamos un acto de bondad desinteresado, simple y directo, por un vecino, un compañero o incluso un desconocido? Nos hemos vuelto expertos en hablar de algoritmos empáticos y asistentes virtuales con lenguaje afectivo, pero olvidamos saludar al portero del edificio, escuchar al vecino que llora en silencio, tenderle la mano al migrante que camina sin zapatos por nuestras calles.

Se nos escapa lo básico por mirar lo sofisticado. Quizás la verdadera revolución no sea crear inteligencias artificiales perfectamente humanas, sino redescubrir y potenciar nuestra propia humanidad a través del servicio. ¿De qué sirve un mundo lleno de máquinas “humanizadas” si las personas hemos olvidado cómo ser verdaderamente humanas entre nosotras?

Recuperar la humanidad no es un discurso; es una práctica. No requiere tecnología ni inversión: requiere voluntad. Servir al otro, como Jesús lavando los pies de sus discípulos, no es un acto de inferioridad, sino de profunda conexión con lo que nos hace dignos: la capacidad de mirar a otro ser humano y reconocerlo como igual.

En Valledupar, el Mirador del Santo Ecce Homo observa la ciudad como un faro espiritual. Pero ¿cuánto de su enseñanza hemos traído al corazón? Que no se quede en piedra lo que debería vivirse en piel. Tal vez ahí, en ese simple acto de volver al servicio, de practicar la bondad cotidiana, es donde realmente reside el camino para humanizarnos de nuevo.

Alfredo Jones Sánchez – @alfredojonessan