El presidente Trump asistió un día después a una ceremonia religiosa como parte de la tradición en la Catedral de Washington y la obispa episcopal Mariann Edgar Budde le pidió compasión por los inmigrantes, los desplazados y las comunidades LGBT.
El presidente Trump asistió un día después a una ceremonia religiosa como parte de la tradición en la Catedral de Washington y la obispa episcopal Mariann Edgar Budde le pidió compasión por los inmigrantes, los desplazados y las comunidades LGBT. Su discurso ha dado la vuelta al mundo y es materia de nuestro editorial, que cita apartes, pues los más importantes diarios han tumbado sus muros de lectura a los lectores para ofrecerlo ya que a Trump, su familia, altos funcionarios y empresarios, les tocó escucharlo. Ellas tienen incidencia también en el ámbito nacional y local y define lo que se espera de nuestros gobernantes y políticos en medio de las ambiciones y glorias del poder. En general, de todo ser humano.
“Como país, nos hemos reunido esta mañana para rezar por la unidad, no por un acuerdo, político o de otro tipo, sino por el tipo de unidad que fomenta la comunidad por encima de la diversidad y la división. Una unidad que sirva al bien común. La unidad, en este sentido, es un requisito previo para que las personas vivan en libertad y juntas en una sociedad libre”, empezó la reverenda.
“No es conformidad. No es victoria. No es cansancio cortés ni pasividad nacida del agotamiento. La unidad no es partidista. Más bien, la unidad es una forma de estar con los demás que abarca y respeta nuestras diferencias. Nos enseña a considerar las múltiples perspectivas y experiencias vitales como válidas y dignas de respeto. Nos permite, en nuestras comunidades y en las esferas de poder, preocuparnos de verdad los unos por los otros, incluso cuando no estamos de acuerdo.
“Quienes en todo el país dedican su vida o se ofrecen como voluntarios para ayudar a los demás en situaciones de catástrofe natural, a menudo con gran riesgo para ellos mismos, nunca preguntan a quienes ayudan por quién votaron en las pasadas elecciones o qué postura mantienen sobre un tema concreto. Lo mejor que podemos hacer es seguir su ejemplo”.
Luego abordó así el tema político y del bien común:
“Los que estamos aquí reunidos en la catedral no somos ingenuos ante las realidades de la política: cuando están en juego el poder, la riqueza y los intereses contrapuestos, cuando las visiones de lo que debería ser Estados Unidos están en conflicto, cuando hay opiniones firmes en todo un espectro de posibilidades y comprensiones marcadamente diferentes de cuál es el curso de acción correcto. Habrá ganadores y perdedores cuando se emitan votos o se tomen decisiones que marquen el rumbo de la política pública y la priorización de los recursos.
Ni qué decir tiene que, en una democracia, no todas las esperanzas y sueños particulares de todo el mundo pueden hacerse realidad en una determinada sesión legislativa o en un mandato presidencial, ni siquiera en una generación. Es decir, no todas las plegarias específicas de todo el mundo tendrán la respuesta que desearíamos. Pero para algunos, la pérdida de sus esperanzas y sueños será mucho más que una derrota política: será una pérdida de igualdad y dignidad, y de sus medios de vida”.
Luego recuerda la conveniencia de mantener la verdad en medio de la polarización e indignación que genera la sociedad moderna y los valores de la Independencia y los cimientos de la democracia.
“¿Cuáles son los fundamentos de la unidad?… honrar la dignidad inherente a todo ser humano, que, como afirman todas las religiones aquí representadas, es el derecho de nacimiento de todas las personas como hijos de nuestro único Dios. En el discurso público, honrar la dignidad de los demás significa negarse a burlarse, descartar o demonizar a aquellos con los que discrepamos, optando en su lugar por debatir respetuosamente nuestras diferencias y, siempre que sea posible, buscar un terreno común (..). El segundo es la honestidad, tanto en las conversaciones privadas como en el discurso público”.
“El tercero… es la humildad, que todos necesitamos porque todos somos seres humanos falibles. Cometemos errores, decimos y hacemos cosas de las que luego nos arrepentimos, tenemos nuestros puntos ciegos y nuestros prejuicios, y quizá seamos más peligrosos para nosotros mismos y para los demás cuando estamos convencidos sin lugar a dudas de que tenemos toda la razón y de que los demás están totalmente equivocados (…) todos somos personas: somos capaces de lo bueno y de lo malo (…) de hecho, nos parecemos más de lo que creemos y nos necesitamos”.
El presidente Trump asistió un día después a una ceremonia religiosa como parte de la tradición en la Catedral de Washington y la obispa episcopal Mariann Edgar Budde le pidió compasión por los inmigrantes, los desplazados y las comunidades LGBT.
El presidente Trump asistió un día después a una ceremonia religiosa como parte de la tradición en la Catedral de Washington y la obispa episcopal Mariann Edgar Budde le pidió compasión por los inmigrantes, los desplazados y las comunidades LGBT. Su discurso ha dado la vuelta al mundo y es materia de nuestro editorial, que cita apartes, pues los más importantes diarios han tumbado sus muros de lectura a los lectores para ofrecerlo ya que a Trump, su familia, altos funcionarios y empresarios, les tocó escucharlo. Ellas tienen incidencia también en el ámbito nacional y local y define lo que se espera de nuestros gobernantes y políticos en medio de las ambiciones y glorias del poder. En general, de todo ser humano.
“Como país, nos hemos reunido esta mañana para rezar por la unidad, no por un acuerdo, político o de otro tipo, sino por el tipo de unidad que fomenta la comunidad por encima de la diversidad y la división. Una unidad que sirva al bien común. La unidad, en este sentido, es un requisito previo para que las personas vivan en libertad y juntas en una sociedad libre”, empezó la reverenda.
“No es conformidad. No es victoria. No es cansancio cortés ni pasividad nacida del agotamiento. La unidad no es partidista. Más bien, la unidad es una forma de estar con los demás que abarca y respeta nuestras diferencias. Nos enseña a considerar las múltiples perspectivas y experiencias vitales como válidas y dignas de respeto. Nos permite, en nuestras comunidades y en las esferas de poder, preocuparnos de verdad los unos por los otros, incluso cuando no estamos de acuerdo.
“Quienes en todo el país dedican su vida o se ofrecen como voluntarios para ayudar a los demás en situaciones de catástrofe natural, a menudo con gran riesgo para ellos mismos, nunca preguntan a quienes ayudan por quién votaron en las pasadas elecciones o qué postura mantienen sobre un tema concreto. Lo mejor que podemos hacer es seguir su ejemplo”.
Luego abordó así el tema político y del bien común:
“Los que estamos aquí reunidos en la catedral no somos ingenuos ante las realidades de la política: cuando están en juego el poder, la riqueza y los intereses contrapuestos, cuando las visiones de lo que debería ser Estados Unidos están en conflicto, cuando hay opiniones firmes en todo un espectro de posibilidades y comprensiones marcadamente diferentes de cuál es el curso de acción correcto. Habrá ganadores y perdedores cuando se emitan votos o se tomen decisiones que marquen el rumbo de la política pública y la priorización de los recursos.
Ni qué decir tiene que, en una democracia, no todas las esperanzas y sueños particulares de todo el mundo pueden hacerse realidad en una determinada sesión legislativa o en un mandato presidencial, ni siquiera en una generación. Es decir, no todas las plegarias específicas de todo el mundo tendrán la respuesta que desearíamos. Pero para algunos, la pérdida de sus esperanzas y sueños será mucho más que una derrota política: será una pérdida de igualdad y dignidad, y de sus medios de vida”.
Luego recuerda la conveniencia de mantener la verdad en medio de la polarización e indignación que genera la sociedad moderna y los valores de la Independencia y los cimientos de la democracia.
“¿Cuáles son los fundamentos de la unidad?… honrar la dignidad inherente a todo ser humano, que, como afirman todas las religiones aquí representadas, es el derecho de nacimiento de todas las personas como hijos de nuestro único Dios. En el discurso público, honrar la dignidad de los demás significa negarse a burlarse, descartar o demonizar a aquellos con los que discrepamos, optando en su lugar por debatir respetuosamente nuestras diferencias y, siempre que sea posible, buscar un terreno común (..). El segundo es la honestidad, tanto en las conversaciones privadas como en el discurso público”.
“El tercero… es la humildad, que todos necesitamos porque todos somos seres humanos falibles. Cometemos errores, decimos y hacemos cosas de las que luego nos arrepentimos, tenemos nuestros puntos ciegos y nuestros prejuicios, y quizá seamos más peligrosos para nosotros mismos y para los demás cuando estamos convencidos sin lugar a dudas de que tenemos toda la razón y de que los demás están totalmente equivocados (…) todos somos personas: somos capaces de lo bueno y de lo malo (…) de hecho, nos parecemos más de lo que creemos y nos necesitamos”.