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Opinión - 8 agosto, 2024

El Cuento de Pedro: ‘Clemente’

Los 1.500 invitados gustosamente nos desplazamos hasta la Alta Guajira. Lo hice acompañado de mi familia, entre ellos, el honorable magistrado de la República de Colombia, doctor Ciro Muñoz.

Pedro Norberto Castro, escritor.
Pedro Norberto Castro, escritor.
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Con bombos y platillos se celebraría el tan sonado matrimonio. Jhon, por su porte, señorío, finura, posición social y económica, se había convertido en el soltero más apetecido por las damas de la sociedad costeña. Un buen día decidió escoger en matrimonio, entre tantas, a su bella dulcinea. La boda sonaba tanto que la noticia se expandió como pólvora en toda la región.

El apuesto soltero quería algo especial para celebrar. La pareja decidió casarse en un lugar exótico en donde el contraste de los colores del desierto se conjugará con las cristalinas aguas del mar Caribe.

Los 1.500 invitados gustosamente nos desplazamos hasta la Alta Guajira. Lo hice acompañado de mi familia, entre ellos, el honorable magistrado de la República de Colombia, doctor Ciro Muñoz.

Al llegar a la cabaña donde nos alojaríamos, al pitar nos abrió un amplio portón un indígena de etnia wayuu vestido con su colorido atuendo, colgando sobre sus hombros una espectacular mochila bordada en un fino tejido de colores primarios y, en el otro, al mejor estilo Pancho Villa, portando una escopeta 12 acompañada de una gruesa correa utilizada para encapsular 50 cartuchos del grueso calibre.

Clemente desde el principio se tornó atento y servicial, nos ayudó a descargar maletas, nos indicó las habitaciones y las camas donde descansaríamos; además ordenó a la empleada y experta cocinera que nos complaciera con los platillos más exquisitos que preparan en La Guajira.

Al cabo de un rato las mujeres con sus mejores vestidos lucían radiantes con peinados hechos para la ocasión, mientras tanto los hombres vestidos de blanco en guayabera y empadurnaos de Mariafarine, tal como señalaba la etiqueta, salíamos orondos a disfrutar de la fiesta del año. Antes de embarcar se nos acercó un indígena bien vestido, peinado y perfumado, al percatarnos  nos dimos cuenta que se trataba de Clemente y quien pidió ir a la fiesta.

Por pena no objetamos su decisión, al llegar fuimos recibidos por una corte de meseros wayuu, vestidos acordes para la majestuosa ocasión y prestos a atendernos con su fino servicio. Al acomodarnos en una elegante mesa, Clemente posó en la silla principal, nosotros un poco apenados con los ofertes por nuestro incógnito invitado y quien finalmente pasó desapercibido ante tanta multitud.

La noche fue estupenda, fue la mesa mejor atendida en toda la velada. El hecho de tener a Clemente en nuestra mesa, fue suficiente para no padecer por ningún servicio, realmente no faltó el wiski ni mucho menos las atenciones.

En los tres días subsiguientes, todo corrió a cargo del patrón de Clemente; la comida elaborada con las finas texturas de la culinaria guajira ni el fino licor faltó. Todo en exceso, no tenemos queja, el médico especialista Lucho Guerra, en contraprestación con las atenciones de Clemente, a él y a su familia los recetó y su linda esposa Piedad Núñez le regaló a Cleo, su hija mayor, un título académico que le aseguraría sus estudios universitarios.

Finalmente, al despedirnos, Clemente se acercó al doctor Ciro Muñoz Oñate y le dijo: ‘Doctor Muñoz, ya estoy listo, me voy a Bogotá a vivir con usted’. Ciro, colorado y risueño a la vez, tomándolo por los hombros, le pregunta y le dice:

— ‘¿Y a qué Cleme?’.

Yo quiero ser su escolta allá en la corte, acá tengo la maleta, la 12, la hamaca y la mochila con más de 100 tiros y un 38 listo para irme con usted. Lléveme de guardaespaldas que mientras usted trabaja yo me pongo en la puerta con la escopeta y lo cuido.

Por: Pedro Norberto Castro Araújo.

Opinión
8 agosto, 2024

El Cuento de Pedro: ‘Clemente’

Los 1.500 invitados gustosamente nos desplazamos hasta la Alta Guajira. Lo hice acompañado de mi familia, entre ellos, el honorable magistrado de la República de Colombia, doctor Ciro Muñoz.


Pedro Norberto Castro, escritor.
Pedro Norberto Castro, escritor.
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Con bombos y platillos se celebraría el tan sonado matrimonio. Jhon, por su porte, señorío, finura, posición social y económica, se había convertido en el soltero más apetecido por las damas de la sociedad costeña. Un buen día decidió escoger en matrimonio, entre tantas, a su bella dulcinea. La boda sonaba tanto que la noticia se expandió como pólvora en toda la región.

El apuesto soltero quería algo especial para celebrar. La pareja decidió casarse en un lugar exótico en donde el contraste de los colores del desierto se conjugará con las cristalinas aguas del mar Caribe.

Los 1.500 invitados gustosamente nos desplazamos hasta la Alta Guajira. Lo hice acompañado de mi familia, entre ellos, el honorable magistrado de la República de Colombia, doctor Ciro Muñoz.

Al llegar a la cabaña donde nos alojaríamos, al pitar nos abrió un amplio portón un indígena de etnia wayuu vestido con su colorido atuendo, colgando sobre sus hombros una espectacular mochila bordada en un fino tejido de colores primarios y, en el otro, al mejor estilo Pancho Villa, portando una escopeta 12 acompañada de una gruesa correa utilizada para encapsular 50 cartuchos del grueso calibre.

Clemente desde el principio se tornó atento y servicial, nos ayudó a descargar maletas, nos indicó las habitaciones y las camas donde descansaríamos; además ordenó a la empleada y experta cocinera que nos complaciera con los platillos más exquisitos que preparan en La Guajira.

Al cabo de un rato las mujeres con sus mejores vestidos lucían radiantes con peinados hechos para la ocasión, mientras tanto los hombres vestidos de blanco en guayabera y empadurnaos de Mariafarine, tal como señalaba la etiqueta, salíamos orondos a disfrutar de la fiesta del año. Antes de embarcar se nos acercó un indígena bien vestido, peinado y perfumado, al percatarnos  nos dimos cuenta que se trataba de Clemente y quien pidió ir a la fiesta.

Por pena no objetamos su decisión, al llegar fuimos recibidos por una corte de meseros wayuu, vestidos acordes para la majestuosa ocasión y prestos a atendernos con su fino servicio. Al acomodarnos en una elegante mesa, Clemente posó en la silla principal, nosotros un poco apenados con los ofertes por nuestro incógnito invitado y quien finalmente pasó desapercibido ante tanta multitud.

La noche fue estupenda, fue la mesa mejor atendida en toda la velada. El hecho de tener a Clemente en nuestra mesa, fue suficiente para no padecer por ningún servicio, realmente no faltó el wiski ni mucho menos las atenciones.

En los tres días subsiguientes, todo corrió a cargo del patrón de Clemente; la comida elaborada con las finas texturas de la culinaria guajira ni el fino licor faltó. Todo en exceso, no tenemos queja, el médico especialista Lucho Guerra, en contraprestación con las atenciones de Clemente, a él y a su familia los recetó y su linda esposa Piedad Núñez le regaló a Cleo, su hija mayor, un título académico que le aseguraría sus estudios universitarios.

Finalmente, al despedirnos, Clemente se acercó al doctor Ciro Muñoz Oñate y le dijo: ‘Doctor Muñoz, ya estoy listo, me voy a Bogotá a vivir con usted’. Ciro, colorado y risueño a la vez, tomándolo por los hombros, le pregunta y le dice:

— ‘¿Y a qué Cleme?’.

Yo quiero ser su escolta allá en la corte, acá tengo la maleta, la 12, la hamaca y la mochila con más de 100 tiros y un 38 listo para irme con usted. Lléveme de guardaespaldas que mientras usted trabaja yo me pongo en la puerta con la escopeta y lo cuido.

Por: Pedro Norberto Castro Araújo.