El yoga, pues, es más que una serie de posturas o ejercicios; es una filosofía que nos ayuda a fortalecer no solo la musculatura, sino también el espíritu.
Hay saberes antiguos que parecen escaparse de las manos del tiempo, raíces tan profundas que se enredan en el alma misma de la humanidad. Así es el yoga, cuya filosofía se remonta a los días en que la India aún no tenía nombre, cuando la cultura drávida florecía en la penumbra de los siglos. Era un pueblo pacífico, vegetariano y matriarcal, cuyo mundo transcurría entre los silencios de la meditación y el murmullo de los vientos cálidos que soplaban desde el sur. Pero como la historia misma, que nunca permanece inmóvil, llegaron los arios, guerreros de sangre caliente y espíritus inquietos. Eran patriarcales y conquistadores, y en su encuentro con la serenidad de los drávidas se forjó una nueva cultura, una amalgama de lo antiguo y lo nuevo, de lo bélico y lo espiritual.
El yoga, entonces, se convirtió en un arte de transformación, una danza incesante entre lo físico y lo etéreo, un reflejo de la vida misma: siempre en movimiento, siempre cambiando con cada vínculo, cada encuentro. Hoy, ese yoga milenario ha evolucionado.
Lo que practicamos ya no es solo la búsqueda de la iluminación mística o el dominio de la mente, sino un entrenamiento consciente que comienza con el cuerpo, con la respiración. Porque la conciencia se manifiesta primero en la carne y los huesos; es ahí donde mora el misterio. Aprender a controlar la respiración y a dominar los movimientos es el primer paso hacia la verdadera comprensión de nuestra naturaleza.
Desde el eje de la columna, que se yergue como el pilar central del cuerpo, cada fibra se fortalece, cada músculo se despierta. Así lo enseña el método DeRose, un entramado entre las enseñanzas del yoga ancestral y los principios modernos de reeducación comportamental, ética y buena forma. José Candeago, el maestro que ha llevado estas enseñanzas a Madrid, recuerda que el verdadero camino no se limita al plano físico, sino que nos invita a adentrarnos en los distintos vehículos de la existencia: el cuerpo físico, la mente, las emociones, e incluso la intuición, ese sexto sentido que parece estar siempre aguardando en la penumbra.
El yoga, pues, es más que una serie de posturas o ejercicios; es una filosofía que nos ayuda a fortalecer no solo la musculatura, sino también el espíritu. Porque, al final, cada inhalación y exhalación es una ofrenda, un recordatorio de que estamos aquí para descubrirnos, reinventarnos y, sobre todo, para trascender.
Por: Brenda Barbosa Arzuza.
El yoga, pues, es más que una serie de posturas o ejercicios; es una filosofía que nos ayuda a fortalecer no solo la musculatura, sino también el espíritu.
Hay saberes antiguos que parecen escaparse de las manos del tiempo, raíces tan profundas que se enredan en el alma misma de la humanidad. Así es el yoga, cuya filosofía se remonta a los días en que la India aún no tenía nombre, cuando la cultura drávida florecía en la penumbra de los siglos. Era un pueblo pacífico, vegetariano y matriarcal, cuyo mundo transcurría entre los silencios de la meditación y el murmullo de los vientos cálidos que soplaban desde el sur. Pero como la historia misma, que nunca permanece inmóvil, llegaron los arios, guerreros de sangre caliente y espíritus inquietos. Eran patriarcales y conquistadores, y en su encuentro con la serenidad de los drávidas se forjó una nueva cultura, una amalgama de lo antiguo y lo nuevo, de lo bélico y lo espiritual.
El yoga, entonces, se convirtió en un arte de transformación, una danza incesante entre lo físico y lo etéreo, un reflejo de la vida misma: siempre en movimiento, siempre cambiando con cada vínculo, cada encuentro. Hoy, ese yoga milenario ha evolucionado.
Lo que practicamos ya no es solo la búsqueda de la iluminación mística o el dominio de la mente, sino un entrenamiento consciente que comienza con el cuerpo, con la respiración. Porque la conciencia se manifiesta primero en la carne y los huesos; es ahí donde mora el misterio. Aprender a controlar la respiración y a dominar los movimientos es el primer paso hacia la verdadera comprensión de nuestra naturaleza.
Desde el eje de la columna, que se yergue como el pilar central del cuerpo, cada fibra se fortalece, cada músculo se despierta. Así lo enseña el método DeRose, un entramado entre las enseñanzas del yoga ancestral y los principios modernos de reeducación comportamental, ética y buena forma. José Candeago, el maestro que ha llevado estas enseñanzas a Madrid, recuerda que el verdadero camino no se limita al plano físico, sino que nos invita a adentrarnos en los distintos vehículos de la existencia: el cuerpo físico, la mente, las emociones, e incluso la intuición, ese sexto sentido que parece estar siempre aguardando en la penumbra.
El yoga, pues, es más que una serie de posturas o ejercicios; es una filosofía que nos ayuda a fortalecer no solo la musculatura, sino también el espíritu. Porque, al final, cada inhalación y exhalación es una ofrenda, un recordatorio de que estamos aquí para descubrirnos, reinventarnos y, sobre todo, para trascender.
Por: Brenda Barbosa Arzuza.