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Crónica - 26 diciembre, 2013

Diomedes Díaz, el impredecible

“... Porque yo pienso que cuando uno no es estable, todo se acaba; ya sea tarde, o sea temprano, se llega el día que me vuelvan a ver cantando alegremente mis canciones en el Valle... Señora tristeza”.

Diomedes Díaz en su última presentación.
Diomedes Díaz en su última presentación.
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La última vez que vi al ‘Ídolo de las multitudes’ en un espectáculo, fue en Manaure, La Guajira, en agosto de 2013. Ese día cantó con Rafael Santos, su hijo favorito (lo dijo él allí), y narró un estribillo que para muchos desató risas, incluso para él y Santos: “pero pensándolo bien qué voy hacer yo muerto ahora, a tres metros bajo tierra no deja de sé uno complicación, y eso que es paraíso, no se sabe, yo no he visto eso (el cielo)”; de inmediato soltó un gesto reacio, esos característicos de él, miró al cielo y cantó una obra inédita que dice “… si tú te quieres ir anda vete, yo me quedo aquí onde vivo, y deseas llevarte mis hijos, porque papá es un hombre honorable a donde estén son bien recibidos, orgullo y protección de su padre… porque Diomedes es un hombre muy querido por las mujeres que lo respetan”.

El hijo de la vieja Elvira y de Rafael María Díaz era un ser indescifrable, dicho por su propia familia, amigos e hijos. Diomedes se transformaba de un momento a otro, sin pensarlo; dormía de buen genio y se levantaba disgustado, nunca anunció por qué lo hizo, del mismo modo que pasó con su muerte. (El paradigma de esta historia se centra entre el 22 y 24 de diciembre, no resalto el 25 porque es inolvidable, y sin palabras).

En 1996, Diomedes presentó el álbum ‘Muchas gracias’, ese disco y consultándolo con Iván Zuleta, acordeonero en el momento, fue la última ocasión en la que Díaz se paseó por Valledupar abordo de un vehículo de las autoridades, en medio de una romería de seguidores. Pasaron cerca de 17 años, y su frase “el día que se acabe mi vida, les dejo mi canto y mi fama” retomó el eco en todos los amantes de la música vallenata… aquí no se sabe si fue el destino o casualidad, porque Rafael Santos a sólo unas horas de la muerte de su padre, habló en exclusiva para EL PILÓN. Estaba tan dolido que creo, el dolor no lo dejaba reaccionar al trance, pero hablaba claro y apretaba mis manos.

“Papá habló conmigo en medio de su jocosidad sobre la muerte, siempre quería que cuando muriera lo viera todo tipo de persona; sin importar clase social, el sexo, color y raza”. En esa charla, ‘El Turpial’ dejó escrudiñar los ideales de Diomedes: “mi papá me decía que su cuerpo lo quería ver en el carro de bomberos, que todo mundo le cantara”, y así lo hicieron.

Un años después del apoteósico lanzamiento en Valledupar, en un concierto en Valencia (Venezuela), ‘El Cacique’ dijo al presentarse una trifulca en medio de su actuación “… ábranle el ojo al cajón y por lo que veo todos los que están aquí son de clase media, y esa es cosa cara un entierro de pobre… y recuerden que Cristo tiene 1997 años de muerto, esperarlo ve la vea, ese no vuelve más, los evangélicos morirán engañados, porque ese no vuelve… aleluya, aleluya”.

Durante la cámara ardiente del cuerpo sin vida del intérprete, cuando el padre anunciaba en medio de la ofrenda floral “sea bendito el Señor y da la razón”, a unos metros de donde reposaba el cadáver, un joven (vestía camisa negra con pantalón azul), y además portaba una gorra por el inclemente sol (unos 34 grados) que ‘golpeaban’ la tarima Francisco el Hombre en Valledupar, llevaba en su mano derecha La Vida del artista, el más reciente y último trabajo discográfico grabado por el ‘Cacique de La Junta’. Al fondo estaban inconsolables Rafael Santos y Martín Elías, el menor de ellos me confesó “esta mañana me desperté y dije: qué hago tan temprano despierto (6:00 a.m.), y al rato me dicen ‘que te cambies que ya viene Santos para ir a la plaza’, y ahí va llorando un hombre. Estoy viviendo una fantasía”. Unos segundos después y sin importar el muchacho de unos 25 años hizo un movimiento impredecible, así como era Diomedes: sacó un cable de su bolsillo derecho y lo llevó a una silla, antes de que terminara la misa oficiada por el sacerdote, ya el hombre se veía decidido y desesperado por darle play a un DVD que utilizaba para hacer correr el disco, y Santos simplemente alzó su mirada para autorizar el accionar del “más grande”, el que se consideró “El Cacique, dueño de la tribu, y si Dios va conmigo, quien contra mí”.

Los consideraban el artista del pueblo, pero no le gustaba el tumulto de personas sobre él, fue la identidad para los menos beneficiados, pero nunca los utilizó para ser el ídolo entre las altas élites, lo criticaron por todos sus actos, buenos o malos, y al final a sus contradictores los envió a la voz del pueblo con sus excéntricas letras y dichos: “…de esos viven criticándole a Diomedes, los buenos hechos que reviven al folclor, quien me critica no se siente competente y eso traei que de repente se puede morir de infarto, sin molestarme el triunfo de mis colegas, que es lo que quiero que siempre lleven presente”.

Por Carlos Mario Jiménez / EL PILÓN

[email protected]

Crónica
26 diciembre, 2013

Diomedes Díaz, el impredecible

“... Porque yo pienso que cuando uno no es estable, todo se acaba; ya sea tarde, o sea temprano, se llega el día que me vuelvan a ver cantando alegremente mis canciones en el Valle... Señora tristeza”.


Diomedes Díaz en su última presentación.
Diomedes Díaz en su última presentación.
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La última vez que vi al ‘Ídolo de las multitudes’ en un espectáculo, fue en Manaure, La Guajira, en agosto de 2013. Ese día cantó con Rafael Santos, su hijo favorito (lo dijo él allí), y narró un estribillo que para muchos desató risas, incluso para él y Santos: “pero pensándolo bien qué voy hacer yo muerto ahora, a tres metros bajo tierra no deja de sé uno complicación, y eso que es paraíso, no se sabe, yo no he visto eso (el cielo)”; de inmediato soltó un gesto reacio, esos característicos de él, miró al cielo y cantó una obra inédita que dice “… si tú te quieres ir anda vete, yo me quedo aquí onde vivo, y deseas llevarte mis hijos, porque papá es un hombre honorable a donde estén son bien recibidos, orgullo y protección de su padre… porque Diomedes es un hombre muy querido por las mujeres que lo respetan”.

El hijo de la vieja Elvira y de Rafael María Díaz era un ser indescifrable, dicho por su propia familia, amigos e hijos. Diomedes se transformaba de un momento a otro, sin pensarlo; dormía de buen genio y se levantaba disgustado, nunca anunció por qué lo hizo, del mismo modo que pasó con su muerte. (El paradigma de esta historia se centra entre el 22 y 24 de diciembre, no resalto el 25 porque es inolvidable, y sin palabras).

En 1996, Diomedes presentó el álbum ‘Muchas gracias’, ese disco y consultándolo con Iván Zuleta, acordeonero en el momento, fue la última ocasión en la que Díaz se paseó por Valledupar abordo de un vehículo de las autoridades, en medio de una romería de seguidores. Pasaron cerca de 17 años, y su frase “el día que se acabe mi vida, les dejo mi canto y mi fama” retomó el eco en todos los amantes de la música vallenata… aquí no se sabe si fue el destino o casualidad, porque Rafael Santos a sólo unas horas de la muerte de su padre, habló en exclusiva para EL PILÓN. Estaba tan dolido que creo, el dolor no lo dejaba reaccionar al trance, pero hablaba claro y apretaba mis manos.

“Papá habló conmigo en medio de su jocosidad sobre la muerte, siempre quería que cuando muriera lo viera todo tipo de persona; sin importar clase social, el sexo, color y raza”. En esa charla, ‘El Turpial’ dejó escrudiñar los ideales de Diomedes: “mi papá me decía que su cuerpo lo quería ver en el carro de bomberos, que todo mundo le cantara”, y así lo hicieron.

Un años después del apoteósico lanzamiento en Valledupar, en un concierto en Valencia (Venezuela), ‘El Cacique’ dijo al presentarse una trifulca en medio de su actuación “… ábranle el ojo al cajón y por lo que veo todos los que están aquí son de clase media, y esa es cosa cara un entierro de pobre… y recuerden que Cristo tiene 1997 años de muerto, esperarlo ve la vea, ese no vuelve más, los evangélicos morirán engañados, porque ese no vuelve… aleluya, aleluya”.

Durante la cámara ardiente del cuerpo sin vida del intérprete, cuando el padre anunciaba en medio de la ofrenda floral “sea bendito el Señor y da la razón”, a unos metros de donde reposaba el cadáver, un joven (vestía camisa negra con pantalón azul), y además portaba una gorra por el inclemente sol (unos 34 grados) que ‘golpeaban’ la tarima Francisco el Hombre en Valledupar, llevaba en su mano derecha La Vida del artista, el más reciente y último trabajo discográfico grabado por el ‘Cacique de La Junta’. Al fondo estaban inconsolables Rafael Santos y Martín Elías, el menor de ellos me confesó “esta mañana me desperté y dije: qué hago tan temprano despierto (6:00 a.m.), y al rato me dicen ‘que te cambies que ya viene Santos para ir a la plaza’, y ahí va llorando un hombre. Estoy viviendo una fantasía”. Unos segundos después y sin importar el muchacho de unos 25 años hizo un movimiento impredecible, así como era Diomedes: sacó un cable de su bolsillo derecho y lo llevó a una silla, antes de que terminara la misa oficiada por el sacerdote, ya el hombre se veía decidido y desesperado por darle play a un DVD que utilizaba para hacer correr el disco, y Santos simplemente alzó su mirada para autorizar el accionar del “más grande”, el que se consideró “El Cacique, dueño de la tribu, y si Dios va conmigo, quien contra mí”.

Los consideraban el artista del pueblo, pero no le gustaba el tumulto de personas sobre él, fue la identidad para los menos beneficiados, pero nunca los utilizó para ser el ídolo entre las altas élites, lo criticaron por todos sus actos, buenos o malos, y al final a sus contradictores los envió a la voz del pueblo con sus excéntricas letras y dichos: “…de esos viven criticándole a Diomedes, los buenos hechos que reviven al folclor, quien me critica no se siente competente y eso traei que de repente se puede morir de infarto, sin molestarme el triunfo de mis colegas, que es lo que quiero que siempre lleven presente”.

Por Carlos Mario Jiménez / EL PILÓN

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