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Crónica - 20 octubre, 2022

Diálogo con los recuerdos de un poeta y juegos tradicionales de Valledupar

“La gente jugaba a las cometas. Volaban cometa entre diciembre y febrero. En la cola, a veces le ponían una cuchilla para poder partir la otra cometa. Había concursos de la cometa más grande, eso era bonito”: José Atuesta Mindiola.

José Atuesta Mindiola. FOTO: ALEXANDER GUTIÉRREZ.
José Atuesta Mindiola. FOTO: ALEXANDER GUTIÉRREZ.

Cuando se habla por primera vez con un poeta como José Atuesta Mindiola, la impresión que recibe su interlocutor es que la conversación será desbordante, incontenible. Es un decimero de pueblo, oriundo de Mariangola –uno de los 26 corregimientos de la capital vallenata–. Una de sus más recientes décimas, publicada en el diario El Pilón, fue ‘La palabra más famosa del país’. 

La palabra corrupción/ la más famosa del país/ popular como el maíz/ la arepa y el patacón/ Cuál será la solución/ para vencer este mal/ que arrasa cual vendaval/ a nuestra patria querida/ La corrupción es la herida/ con pronóstico fatal. 

Los recuerdos de Mindiola consisten, ante todo, en el recuerdo de sí mismo en un tiempo y en un espacio del pasado que vive y se asoma, de muchas formas, en el presente. Sus palabras parecen danzar al ritmo de la carga emocional del pretérito, de sus nostalgias y añoranzas. Su semblante destila gratitud y sosiego. En uno que otro momento, embellece el discurso con algo de retórica, pero en el fondo el lenguaje es desprendido y sentimental, como el de un cantor provinciano.

Al interior de su vivienda, ubicada en la calle 8, del barrio Los Cortijos, de Valledupar, Se respiran olores de vegetación y madera pulida. En el zaguán, hay una imagen católica frente a un lustroso mobiliario. Enseguida, una pequeña sala de visitas, donde se halla exhibido un viejo pilón de maíz y una alacena en la que están depositadas múcuras y tinajas de diversas formas y tamaños. Al fondo, un jardín con distintas plantas ornamentales. Es en honor a mi madre –dice el poeta. Ella tenía un bello jardín allá en nuestra casa de Mariangola. 

Con antelación, lo he invitado a dialogar sobre los juegos y tradiciones de Valledupar, pero comienza rompiendo el hielo con vivencias de su acervo particular. En una de ellas, figura el desaparecido docente e historiador de La Paz, Juan Carlos Olivella. Trata de que este lo invitó, por el 2014, a conocer el río Mocho y al llegar, se toparon con una mujer que se bañaba con los pechos descubiertos. Olivella, con la mayor parsimonia, le dice que se siga bañando tranquila, “que, ni el poeta ni él iban a verla a ella, sino a contemplar el río”.

–A mí me dio pena. Pensé que aquella mujer tenía que ser loca, porque si por ahí hay caminos y pasa gente con frecuencia, ¿por qué se va a bañar con el pecho afuera? Póngase su refajo, algo –dice Mindiola entre risas. 

Juego de la peregrina. FOTO: INTERNET.

También, apunta sus memorias del pueblo natal. Su madre, Juana Bautista Mindiola Corzo, llegó a Mariangola cuando él estaba en su vientre, en el año 54. Era maestra y con esa proyección pudo visionar un futuro para una familia de 7 hermanos. Además, fue la primera que sacó la procesión del santo Cristo en dicha localidad. De su padre, José Eleuterio Atuesta, recuerda que bautizó un cerro que se divisa desde la casa como ‘el gigante bocarriba’ y que su hermana, Aidé, era una lectora voraz y declamadora de poesía y esto lo estimuló a escribir sus primeros versos. 

Dejando para un momento posterior otros episodios del repertorio personal y anécdotas de Mariangola –que son innumerables–, el poeta da principio a la remembranza de tradiciones y juegos que en el devenir de Valledupar y sus corregimientos han marcado su imaginario cultural y costumbrista y que, en la actualidad, algunos de ellos están más rezagados que otros. 

LOS JUEGOS POPULARES

El fútbol, aunque hoy por hoy es una actividad deportiva profesional y también un mercado exorbitante, en Valledupar ha tenido una profunda raigambre popular, desde la llegada de la radio y la televisión, cuando ya se podían apreciar los partidos de copas mundiales de este deporte. Aparece el fútbol callejero o de barrio como una práctica de esparcimiento comunitario en la que tienen lugar pequeñas apuestas, en dinero o productos de tienda; los torneos interbarrios o, simplemente, encuentros futboleros para compartir entre amigos y propiciar la diversión. “En Valledupar, desde mis primeros años, siempre he visto a la gente jugar fútbol”, dice Mindiola.

El trompo –ese elemento de forma cónica que baila en la palma de la mano o en el piso, impulsado por una cuerda– es otro de los juegos típicos que, a diferencia del fútbol, hoy solo se aprecia en algunos sectores de la ciudad. Con espacios cada vez más invadidos por las redes sociales, internet y los juegos virtuales, el trompo ha venido quedando en el baúl de las tradiciones perdidas del ayer. Mindiola, recuerda que la modalidad común en el juego era ir desplazando –con golpes del mismo trompo- otro trompo y el que se pifiara debía poner el suyo para que le dieran golpes o le hicieran ‘perros’, que era la forma de nombrar las marcas dejadas con la punta del trompo. 

La gente jugaba a las cometas. Volaban cometa entre diciembre y febrero. En la cola, a veces le ponían una cuchilla para poder partir la otra cometa. Había concursos de la cometa más grande, eso era bonito. No había premios, era algo entre pelaos”. 

 Juego del boliche. FOTO: INTERNET.

Jugábamos el boliche. Hacíamos el círculo y cada quien cazaba [dentro del círculo] un número determinado de boliches. Estaba la mera –línea respecto de la cual se establecían los turnos de cada jugador-. De manera que uno tiraba y el que quedaba más cerca de la línea era el primero en la puja por sacar la mayor cantidad posible de boliches del círculo. Había gente que tenía balcones –boliches de mayor tamaño- y ganaba”.

También recuerdo que cuando llegaron los Ustáriz, trajeron consigo una ‘cucunubá’. Es como si fuera un juego de billar, pero lineal. Es decir, se hace una M y unos huequitos con números y se comienza a tirar la bola o un boliche. Es parecido a los bolos. La clave era que la bola pasara. La gente no apostaba nada, perdía los mismos boliches”. 

Cuando llegó la gaseosa, empezó a ser conocido el juego de la ‘carrumba’. Se pangaba la checa, se le hacía un orificio en el centro, se metía la pita y comenzaba uno a estirar. Eso era todo”.

También se jugaba al escondite, la lleva, kimbol, la cuerda y la piedra escondida, que consistía en esconder una piedra con las manos detrás de la espalda. Los que estaban al frente debían adivinar donde estaba la piedra escondida. Me acuerdo que se decía: tu cagarruta, tú cagalá, tú que la tienes, dámela acá”.

LOS JUEGOS DE FIESTAS PATRONALES

Por otra parte, en ocasión de las fiestas patronales, el poeta rememora el juego de la gallina ciega, “en el que hacían una piñata, ponían una venda a alguien, le daban vueltas y lo dejaban a tientas para que rompiera la piñata”. Otro, era ‘la vara de premio’, que en Mariangola quitaron hace algún tiempo porque a un muchacho le dio reumatismo, debido a la exposición prolongada al sol y, posteriormente, el baño en un río de aguas heladas. Los juegos de encostalados tampoco faltaban”.

LOS JUEGOS Y LA EUROPA RENACENTISTA 

Se cree que el juego de ‘La peregrina’, en el que los concursantes deben avanzar brincando en un solo pie una serie de 9 casillas, podría estar basado en el libro ‘La divina comedia’, de Dante Alighieri, en el que el personaje principal debe atravesar una serie de 9 mundos desde el purgatorio hasta el paraíso. 

Dicen que el cuadro es el alma y los bordes, el infierno. Entonces, si usted pisa el borde, perdió. Son tradiciones antiguas que han calado acá en Valledupar”, agrega Mindiola.

LOS JUEGOS Y LA TRADICIÓN ORAL 

“Papá una vez dijo: erré al que vi, maté al que no vi, comí carne no nacida. ¿Qué es?: el cazador”. Con nostalgia, Mindiola recuerda que “éramos dados a inventar adivinanzas.

Por otro lado, “para enseñar a contar, había un viejito, en Valledupar, que cantaba de la siguiente manera: De los 10 perros que tenía, uno no come ni bebe, no me quedan, no me quedan sino nueve. De los 9 que tenía, uno se lo llevó Poncho, no me quedan sino ocho […] Y así, hasta terminar el conteo.

EL JUEGO Y LA HUMANIDAD

El poeta, termina reflexionando que “el juego es un acto consustancial a la cultura humana, es en su esencia natural, para la recreación, el entretenimiento y la diversión”. Cita al historiador y teórico de la cultura, Johan Huizinga, quien creó en 1938 la palabra lúdica, y afirmaba que el ser humano es un ser lúdico, un homo ludens, un ser amante del juego.

Asimismo, que “Las costumbres y los procesos están en constantes transformaciones, estamos en la era de la tecnología y la virtualidad, en el mundo digital.  Los juegos son diferentes, pero si se sigue en algunas escuelas, del nivel de básica primaria, implementado en algunas actividades de recreación que complementan las deportivas”.

POR: ALEXANDER GUTIÉRREZ/ EL PILÓN

Crónica
20 octubre, 2022

Diálogo con los recuerdos de un poeta y juegos tradicionales de Valledupar

“La gente jugaba a las cometas. Volaban cometa entre diciembre y febrero. En la cola, a veces le ponían una cuchilla para poder partir la otra cometa. Había concursos de la cometa más grande, eso era bonito”: José Atuesta Mindiola.


José Atuesta Mindiola. FOTO: ALEXANDER GUTIÉRREZ.
José Atuesta Mindiola. FOTO: ALEXANDER GUTIÉRREZ.

Cuando se habla por primera vez con un poeta como José Atuesta Mindiola, la impresión que recibe su interlocutor es que la conversación será desbordante, incontenible. Es un decimero de pueblo, oriundo de Mariangola –uno de los 26 corregimientos de la capital vallenata–. Una de sus más recientes décimas, publicada en el diario El Pilón, fue ‘La palabra más famosa del país’. 

La palabra corrupción/ la más famosa del país/ popular como el maíz/ la arepa y el patacón/ Cuál será la solución/ para vencer este mal/ que arrasa cual vendaval/ a nuestra patria querida/ La corrupción es la herida/ con pronóstico fatal. 

Los recuerdos de Mindiola consisten, ante todo, en el recuerdo de sí mismo en un tiempo y en un espacio del pasado que vive y se asoma, de muchas formas, en el presente. Sus palabras parecen danzar al ritmo de la carga emocional del pretérito, de sus nostalgias y añoranzas. Su semblante destila gratitud y sosiego. En uno que otro momento, embellece el discurso con algo de retórica, pero en el fondo el lenguaje es desprendido y sentimental, como el de un cantor provinciano.

Al interior de su vivienda, ubicada en la calle 8, del barrio Los Cortijos, de Valledupar, Se respiran olores de vegetación y madera pulida. En el zaguán, hay una imagen católica frente a un lustroso mobiliario. Enseguida, una pequeña sala de visitas, donde se halla exhibido un viejo pilón de maíz y una alacena en la que están depositadas múcuras y tinajas de diversas formas y tamaños. Al fondo, un jardín con distintas plantas ornamentales. Es en honor a mi madre –dice el poeta. Ella tenía un bello jardín allá en nuestra casa de Mariangola. 

Con antelación, lo he invitado a dialogar sobre los juegos y tradiciones de Valledupar, pero comienza rompiendo el hielo con vivencias de su acervo particular. En una de ellas, figura el desaparecido docente e historiador de La Paz, Juan Carlos Olivella. Trata de que este lo invitó, por el 2014, a conocer el río Mocho y al llegar, se toparon con una mujer que se bañaba con los pechos descubiertos. Olivella, con la mayor parsimonia, le dice que se siga bañando tranquila, “que, ni el poeta ni él iban a verla a ella, sino a contemplar el río”.

–A mí me dio pena. Pensé que aquella mujer tenía que ser loca, porque si por ahí hay caminos y pasa gente con frecuencia, ¿por qué se va a bañar con el pecho afuera? Póngase su refajo, algo –dice Mindiola entre risas. 

Juego de la peregrina. FOTO: INTERNET.

También, apunta sus memorias del pueblo natal. Su madre, Juana Bautista Mindiola Corzo, llegó a Mariangola cuando él estaba en su vientre, en el año 54. Era maestra y con esa proyección pudo visionar un futuro para una familia de 7 hermanos. Además, fue la primera que sacó la procesión del santo Cristo en dicha localidad. De su padre, José Eleuterio Atuesta, recuerda que bautizó un cerro que se divisa desde la casa como ‘el gigante bocarriba’ y que su hermana, Aidé, era una lectora voraz y declamadora de poesía y esto lo estimuló a escribir sus primeros versos. 

Dejando para un momento posterior otros episodios del repertorio personal y anécdotas de Mariangola –que son innumerables–, el poeta da principio a la remembranza de tradiciones y juegos que en el devenir de Valledupar y sus corregimientos han marcado su imaginario cultural y costumbrista y que, en la actualidad, algunos de ellos están más rezagados que otros. 

LOS JUEGOS POPULARES

El fútbol, aunque hoy por hoy es una actividad deportiva profesional y también un mercado exorbitante, en Valledupar ha tenido una profunda raigambre popular, desde la llegada de la radio y la televisión, cuando ya se podían apreciar los partidos de copas mundiales de este deporte. Aparece el fútbol callejero o de barrio como una práctica de esparcimiento comunitario en la que tienen lugar pequeñas apuestas, en dinero o productos de tienda; los torneos interbarrios o, simplemente, encuentros futboleros para compartir entre amigos y propiciar la diversión. “En Valledupar, desde mis primeros años, siempre he visto a la gente jugar fútbol”, dice Mindiola.

El trompo –ese elemento de forma cónica que baila en la palma de la mano o en el piso, impulsado por una cuerda– es otro de los juegos típicos que, a diferencia del fútbol, hoy solo se aprecia en algunos sectores de la ciudad. Con espacios cada vez más invadidos por las redes sociales, internet y los juegos virtuales, el trompo ha venido quedando en el baúl de las tradiciones perdidas del ayer. Mindiola, recuerda que la modalidad común en el juego era ir desplazando –con golpes del mismo trompo- otro trompo y el que se pifiara debía poner el suyo para que le dieran golpes o le hicieran ‘perros’, que era la forma de nombrar las marcas dejadas con la punta del trompo. 

La gente jugaba a las cometas. Volaban cometa entre diciembre y febrero. En la cola, a veces le ponían una cuchilla para poder partir la otra cometa. Había concursos de la cometa más grande, eso era bonito. No había premios, era algo entre pelaos”. 

 Juego del boliche. FOTO: INTERNET.

Jugábamos el boliche. Hacíamos el círculo y cada quien cazaba [dentro del círculo] un número determinado de boliches. Estaba la mera –línea respecto de la cual se establecían los turnos de cada jugador-. De manera que uno tiraba y el que quedaba más cerca de la línea era el primero en la puja por sacar la mayor cantidad posible de boliches del círculo. Había gente que tenía balcones –boliches de mayor tamaño- y ganaba”.

También recuerdo que cuando llegaron los Ustáriz, trajeron consigo una ‘cucunubá’. Es como si fuera un juego de billar, pero lineal. Es decir, se hace una M y unos huequitos con números y se comienza a tirar la bola o un boliche. Es parecido a los bolos. La clave era que la bola pasara. La gente no apostaba nada, perdía los mismos boliches”. 

Cuando llegó la gaseosa, empezó a ser conocido el juego de la ‘carrumba’. Se pangaba la checa, se le hacía un orificio en el centro, se metía la pita y comenzaba uno a estirar. Eso era todo”.

También se jugaba al escondite, la lleva, kimbol, la cuerda y la piedra escondida, que consistía en esconder una piedra con las manos detrás de la espalda. Los que estaban al frente debían adivinar donde estaba la piedra escondida. Me acuerdo que se decía: tu cagarruta, tú cagalá, tú que la tienes, dámela acá”.

LOS JUEGOS DE FIESTAS PATRONALES

Por otra parte, en ocasión de las fiestas patronales, el poeta rememora el juego de la gallina ciega, “en el que hacían una piñata, ponían una venda a alguien, le daban vueltas y lo dejaban a tientas para que rompiera la piñata”. Otro, era ‘la vara de premio’, que en Mariangola quitaron hace algún tiempo porque a un muchacho le dio reumatismo, debido a la exposición prolongada al sol y, posteriormente, el baño en un río de aguas heladas. Los juegos de encostalados tampoco faltaban”.

LOS JUEGOS Y LA EUROPA RENACENTISTA 

Se cree que el juego de ‘La peregrina’, en el que los concursantes deben avanzar brincando en un solo pie una serie de 9 casillas, podría estar basado en el libro ‘La divina comedia’, de Dante Alighieri, en el que el personaje principal debe atravesar una serie de 9 mundos desde el purgatorio hasta el paraíso. 

Dicen que el cuadro es el alma y los bordes, el infierno. Entonces, si usted pisa el borde, perdió. Son tradiciones antiguas que han calado acá en Valledupar”, agrega Mindiola.

LOS JUEGOS Y LA TRADICIÓN ORAL 

“Papá una vez dijo: erré al que vi, maté al que no vi, comí carne no nacida. ¿Qué es?: el cazador”. Con nostalgia, Mindiola recuerda que “éramos dados a inventar adivinanzas.

Por otro lado, “para enseñar a contar, había un viejito, en Valledupar, que cantaba de la siguiente manera: De los 10 perros que tenía, uno no come ni bebe, no me quedan, no me quedan sino nueve. De los 9 que tenía, uno se lo llevó Poncho, no me quedan sino ocho […] Y así, hasta terminar el conteo.

EL JUEGO Y LA HUMANIDAD

El poeta, termina reflexionando que “el juego es un acto consustancial a la cultura humana, es en su esencia natural, para la recreación, el entretenimiento y la diversión”. Cita al historiador y teórico de la cultura, Johan Huizinga, quien creó en 1938 la palabra lúdica, y afirmaba que el ser humano es un ser lúdico, un homo ludens, un ser amante del juego.

Asimismo, que “Las costumbres y los procesos están en constantes transformaciones, estamos en la era de la tecnología y la virtualidad, en el mundo digital.  Los juegos son diferentes, pero si se sigue en algunas escuelas, del nivel de básica primaria, implementado en algunas actividades de recreación que complementan las deportivas”.

POR: ALEXANDER GUTIÉRREZ/ EL PILÓN