De las cosas maravillosas de mi ciudad vallenata, su gente es lo mejor. Ser vallenato es un estado mental de felicidad y orgullo, pero, como en todo, también hay desacuerdos por pequeñas rencillas y discusiones sobre lo fundamental. Septiembre es el mes del patrimonio y desde ya los conocedores preparan agenda temática y eventos significativos. Realizarlos tiene su encanto, su ritmo, su mundo.
Hoy, al menos, tenemos cine nacional con buenas películas, el Teatro Maderos de fama reconocida, la Filarmónica de cumpleaños, casas de encuentros que recuerdan a nuestras casas de citas juveniles y, claro, el vallenato, donde la sola chaqueta del ídolo Silvestre Dangond cuesta 500 millones de pesos. Estamos volando alto, o muy bajo, según los valores de cada quien. En mi caso, creo que ya los perdí.
En mis lecturas gloriosas de los años 80, la inolvidable Revista Selecciones incluía una sección llamada “Héroes entre nosotros”, además de las sugerencias de libros de moda. Truman Capote con sus novelas ‘A sangre fría’, ‘Música para camaleones’ y ‘Desayuno en Tiffany’s’ era sensación literaria.
Muchos años después, en el Pelotón Vallenato en Facebook, donde los veteranos nos encontramos, hallé una descripción casi idéntica a mi imagen de Tiffany’s. Es algo tan claro, tan exacto, que respiro su aroma, tan real y tan mágico, que entre los vallenatos deberíamos, por decreto, autorizar, imponer o promover, si es posible, al fin, nuestro plato típico de ciudad. Antes que “Las Mojomas” nos maten de panza salada, cada vez más sabrosa y más cara.
El texto y la fórmula son de la señora Alba Luz Luquez, cuya esquina de don Jacob Luquez era mi encanto de años infantiles. Allí iba a mirar acordeones y otras cosas imposibles para mis recursos; pero al frente, en la querida Papelería Valledupar, compraba lápices de colores que vendían de manera individual. ¡Qué belleza!
Desde su jardín inspira su desayuno, dice “la Luquez”: ensalada de frutas con fresas, alcornoques, frambuesas, arándanos y otras bayas (puede mirar fotos); huevos gratinados en media luna con pimienta asiática, jamón serrano, café con leche, envueltos de mazorca con notas originales de Salomé y Carolina y bollo limpio. Reconozco, y lo digo sin pena, que los bollos limpios fueron lo único que reconocí. Además, regresa a mi mente la carga sentimental de Luisa Eulogia, guajira abuela materna que tanta sangre transfirió a mis huesos. La pobre nunca escuchó jamás la palabra “transferir”.
Hoy estaría loca con WhatsApp. Murió en paz. Y de los Serrano distingo a Lucy, colega buena y despistada, y a Mildreth Zapata Rodríguez, esta sí aterrizada. Copeyanas, juntas estudiaron primaria rural.
Qué mejor idea, alcalde Orozco y conductora cultural Yanelis González Maestre, junto a expertos, nutriólogos, gastrónomos, bromatólogos, catadores y religiones de mil pueblos, curanderos de mil razas y filosofías, como cantaba ‘El Cacique’ Diomedes Díaz, quien con una camisa amarilla de pepas negras acabó las telas de ese color en la ciudad. Curiosamente amarilla, también como Silvestre. Pero dudo que lo imitemos, ni con diez reformas tributarias juntas.
Sigamos. La dama no dice el color de la pijama, porque moda y alimentos son arte puro. Hoy lloramos a Giorgio Armani, a quien tanto adoramos sin conocer, pero él sí conoció a alguien. Si nos unimos todos a la programación del Mes Patrimonial con un plato que incluya sabores de aquí y de allá —Europa, Asia, América con su maíz— entonces podemos escaparnos por los callejones del Valle.
¡Es ahora, a cambiar esto, Ernesto!
Por: Edgardo Mendoza Guerra.
Tiro de chorro












