“En esta casa vivió Manuel Torres, prócer de la independencia y primer ministro de la Gran Colombia en los Estados Unidos de América”
Si usted transita frente a la “Casa de los Portales” de la plaza Alfonso López de esta ciudad de Valledupar, ve una placa de mármol empotrada en la pared que dice que allí vivió Manuel Torres, un prócer de la independencia. Nadie sabe, salvo contadas personas, la historia de este personaje que vivió entre nosotros, amó esta tierra, se casó en ella y dejó descendientes con quienes tenemos trato diario.
Hace doscientos años, el 16 de junio de 1822, para ser más preciso, por gestión de este benemérito, Estados Unidos de América reconoció la independencia de la República de la Gran Colombia (Nueva Granada, Venezuela y Ecuador) dada su insistencia como diplomático nuestro.
Debo decir que historiadores nacionales como Alberto Miramón, Luis López Domínguez y José Antonio Zea, nos dan cuenta biográfica de este militar, escritor y político español al servicio de la causa patriótica. Pronto, además, aparecerá una obra escrita, sobre él, de Antonio Cacua Prada, miembro de la Academia Colombiana de Historia.
Reproduzco aquí, lo que escribí hace unos años.
Llevado por la inquietud de investigar sobre un personaje con placa de mármol en la Casa del Portal de la Plaza Alfonso López de la ciudad de Valledupar, me propuse ir más allá de lo que allí estaba esculpido: “En esta casa vivió Manuel Torres, prócer de la independencia y primer ministro de la Gran Colombia en los Estados Unidos de América”.
Un documento escrito en inglés por la East Carolina University y traducido por los doctores Alba Luque Lomman y Luis Perdomo Ospina, llegó a mis manos. Allí sólo se narra los hechos del personaje en los Estados Unidos, lo que me motivó a ahondar un poco más sobre la vida de él por estas latitudes.
Orienté mis averiguaciones hasta saber que su nombre original era Manuel de Trujillo de Torres y Góngora, sobrino de quien fuera Arzobispo y Virrey del Nuevo Reino de Granada, Antonio Pascual de San Pedro Alcántara Caballero y Góngora.
Estos tres nombres de santos de su tío, por sí mismo nos dicen que el joven Manuel pertenecía a una familia ultra religiosa de Priego, villa de la provincia de Córdoba en España, con linaje limpio de sangre mora y judía, pues otro tío suyo y padrino, Francisco Espinar Góngora de Torres, era teniente regidor comisario del Santo Oficio de la Inquisición, en Córdoba, cargo al que sólo llegaban las familias nobles y las que no tenían entre sus ascendientes “mancha de sangre infiel”.
La historia nos dice que don Manuel llegó al nuevo Reino de Granada hacia el año 1778 en compañía de su poderoso tío, el arzobispo, prestando servicio como oficial de las milicias del Rey, pues había sido un destacado cadete en el Colegio Militar de Soret.
Es de resaltar que su tío Caballero y Góngora, había sido obispo en Yucatán y ascendido luego a la dignidad eclesiástica de arzobispo, fue designado Virrey en “pliego de futura”, para Nueva Granada, por el rey Carlos III, en caso de una vacancia definitiva de tal cargo, lo que ocurrió con la muerte súbita del virrey Torrezar Díaz Pimienta, por mal de flato, pocos días después de que arribara a Santafé de Bogotá.
Pero antes de que eso ocurriera, la historia nacional nos dice que cuando la insurrección de los comuneros, el arzobispo impidió la entrada de las tropas de Berbeo a las calles de Santafé, pues celebró con los insurrectos las capitulaciones de Zipaquirá, que después fueron desconocidas por el virrey Flórez y los oidores de la Real Audiencia.
Hasta aquí hemos hecho un bosquejo histórico sobre el entorno en que vivió para tal época Manuel de Torres, para dar una idea del cambio que tuvo para ese entonces.
Eran tiempos de Iluminismo, movimiento cultural y político que el propio rey Carlos III miraba con simpatía y como tal había mandado a estas tierras la Expedición Botánica con el sabio Mutis, y construido el Observatorio Astronómico. En esta misma época comenzó el auge de las tertulias literarias y científicas auspiciadas por personajes como el periodista Bruno Espinosa de los Monteros y don Antonio Nariño y Casal.
No fue extraño en tales tertulias el joven Manuel de Torres, en las cuales se discutían temas políticos y económicos de los enciclopedistas Voltaire, Rosseau, Montesquieu y otros, así como de la reciente Revolución Francesa y las libertades y derechos nuevos que otorgó.
Dio pie, tales actividades, al cultivo de la idea de independencia en el sobrino del arzobispo y Virrey, lo que fue causa para un distanciamiento entre ambos. Cuando ocurrió la ruptura, Manuel de Torres, atraído por los negocios, se vino a Tenerife de donde se lo trajo a Valle de Upar don Agustín de la Sierra, quien tenía el título de Protector de Indios y Juez de Tierras. Ya en estos lugares, se dedicaron a sacar carnes y pieles de vacunos por las trochas que iban al río Grande de la Magdalena, y de ahí a los puertos caribes para el comercio con los barcos mercantes que hacían travesía a Europa y Estados Unidos.
Para esos años, su tío, el arzobispo Virrey, con el pretexto de defender a Cartagena de la amenaza de una invasión inglesa, hace construir una casona en Turbaco, (que después sería del expresidente y general Santa Ana, cuando llegó desterrado de México) desde la cual gobernó al Virreinato, pero se dijo entonces, que el real motivo de su residencia allí era para estar cerca de su sobrino Manuel, en Tenerife y Valle de Upar, único pariente de sangre que tenía en este lado del mar.
Para esta época, Manuel Torres, pues ya había suprimido el “de” su apellido según la moda republicana, es dueño de dehesas y hatos inmensos, que después quedarían heredados por sus descendientes, las célebres hermanas Torres, troncos de varias familias del norte del Cesar.
Después su tío parte para España como arzobispo de Córdoba, y a poco es llamado por el papa Pio VI quien lo designó Cardenal, pero le llegó la muerte en el camino hacia Roma cuando iba a recibir el capelo de tal dignidad.
Entonces, sin quién lo protegiera, Manuel Torres quedó en la mira de la retaliación de las nuevas autoridades españolas, por sus ideas republicanas. Recibe para entonces, en su casona de Valle de Upar, una carta desde Madrid, de su primo el marqués de Cañate, donde le avisa de haberlo visto en una lista de enemigos de España. Entonces él, para salvarse de ir al presidio del castillo de Changres, en Panamá, resolvió huir a Filadelfia en 1796, donde pronto figuró en los círculos intelectuales de allí, siendo consejero y amparo de todo refugiado, y columnista de La Aurora, un periódico al servicio de los revolucionarios de Hispanoamérica.
Filadelfia, capital de los Estados Unidos para ese entonces, era el centro de actividad de los revolucionarios de las naciones del sur del continente. Allí Torres se hace indispensable en la gestión de préstamos y en la compra de armas y pertrechos para los nacientes ejércitos republicanos de Argentina, Brasil, Venezuela, México y Nueva Granada.
Alguna penuria económica debió pasar, pues los servicios secretos de España en Estados Unidos le seguían sus pasos, lo que fue causa de la confiscación de sus bienes y los de su esposa en Valle de Upar, y de su inmensa hacienda San Carlos, en las márgenes del río Ariguaní
El Libertador Simón Bolívar, lo designa como Embajador de la Gran Colombia en el año de 1822. Torres con tal investidura fue uno de los ideólogos de la Doctrina Monroe según sus biógrafos norteamericanos, y obtuvo el reconocimiento de la Gran Colombia como país soberano por parte del presidente de los Estados Unidos, James Monroe, y de Jhon Quinci Adams, secretario de Estado, en una audiencia especial, siendo el primer país hispanoamericano en lograrlo, el 19 de junio de 1822.
Después de ese rotundo triunfo diplomático, se retira a su casa de campo de Hamiltonville, con la salud seriamente quebrantada a causa de las heridas recibidas en un intento de asesinato, por dos sicarios a quienes enfrentó a sable, de cuya investigación quedó comprometido Luis de Onís, embajador de España en Estados Unidos.
No mucho tiempo después, un mes apenas de su recibimiento en la Casa Blanca, Manuel Torres falleció el 15 de julio de 1822. Su sepelio fue un gran acontecimiento del alto mundo social y político pues hubo desfiles militares y acompañamiento del alto mundo social y del cuerpo diplomático de los países acreditados ante ese gobierno.
Uno de sus descendientes, Rodolfo Ortega Montero en su libro Crónicas de Antier, relata los últimos momentos de ese gran hombre.
“En una alcoba iluminada por candelabros de brazos, sobre una cama de ropas blancas a don Manuel Torres se le iba la vida. Consciente de su agonía, cuando presintió que el momento supremo estaba cerca, pidió que lo sostuvieran de pie. Era el elegante gesto final de un caballero con soberbia de linaje, que debía morir como había vivido”.
Fue sepultado en Filadelfia, en la iglesia católica de Saint Mary´s Church, donde otra placa de mármol señala el sitio de su tumba.
Descendientes de él hay familias de cuarta y quinta generación en Valledupar como son los Murgas Torres, Ortega Murgas, Ortega Montero, Dan Torres, Dan Ortega, Ortega Baute, Baute García, Baute Redondo, Baute Ospino, Baute Meza, Pavajeau Baute, Fernández Oñate, Fernández Angarita, Cotes Torres, Cotes Mestre, Pérez Oñate.
POR ÁLVARO CASTRO SOCARRÁS/ESPECIAL PARA EL PILÓN
“En esta casa vivió Manuel Torres, prócer de la independencia y primer ministro de la Gran Colombia en los Estados Unidos de América”
Si usted transita frente a la “Casa de los Portales” de la plaza Alfonso López de esta ciudad de Valledupar, ve una placa de mármol empotrada en la pared que dice que allí vivió Manuel Torres, un prócer de la independencia. Nadie sabe, salvo contadas personas, la historia de este personaje que vivió entre nosotros, amó esta tierra, se casó en ella y dejó descendientes con quienes tenemos trato diario.
Hace doscientos años, el 16 de junio de 1822, para ser más preciso, por gestión de este benemérito, Estados Unidos de América reconoció la independencia de la República de la Gran Colombia (Nueva Granada, Venezuela y Ecuador) dada su insistencia como diplomático nuestro.
Debo decir que historiadores nacionales como Alberto Miramón, Luis López Domínguez y José Antonio Zea, nos dan cuenta biográfica de este militar, escritor y político español al servicio de la causa patriótica. Pronto, además, aparecerá una obra escrita, sobre él, de Antonio Cacua Prada, miembro de la Academia Colombiana de Historia.
Reproduzco aquí, lo que escribí hace unos años.
Llevado por la inquietud de investigar sobre un personaje con placa de mármol en la Casa del Portal de la Plaza Alfonso López de la ciudad de Valledupar, me propuse ir más allá de lo que allí estaba esculpido: “En esta casa vivió Manuel Torres, prócer de la independencia y primer ministro de la Gran Colombia en los Estados Unidos de América”.
Un documento escrito en inglés por la East Carolina University y traducido por los doctores Alba Luque Lomman y Luis Perdomo Ospina, llegó a mis manos. Allí sólo se narra los hechos del personaje en los Estados Unidos, lo que me motivó a ahondar un poco más sobre la vida de él por estas latitudes.
Orienté mis averiguaciones hasta saber que su nombre original era Manuel de Trujillo de Torres y Góngora, sobrino de quien fuera Arzobispo y Virrey del Nuevo Reino de Granada, Antonio Pascual de San Pedro Alcántara Caballero y Góngora.
Estos tres nombres de santos de su tío, por sí mismo nos dicen que el joven Manuel pertenecía a una familia ultra religiosa de Priego, villa de la provincia de Córdoba en España, con linaje limpio de sangre mora y judía, pues otro tío suyo y padrino, Francisco Espinar Góngora de Torres, era teniente regidor comisario del Santo Oficio de la Inquisición, en Córdoba, cargo al que sólo llegaban las familias nobles y las que no tenían entre sus ascendientes “mancha de sangre infiel”.
La historia nos dice que don Manuel llegó al nuevo Reino de Granada hacia el año 1778 en compañía de su poderoso tío, el arzobispo, prestando servicio como oficial de las milicias del Rey, pues había sido un destacado cadete en el Colegio Militar de Soret.
Es de resaltar que su tío Caballero y Góngora, había sido obispo en Yucatán y ascendido luego a la dignidad eclesiástica de arzobispo, fue designado Virrey en “pliego de futura”, para Nueva Granada, por el rey Carlos III, en caso de una vacancia definitiva de tal cargo, lo que ocurrió con la muerte súbita del virrey Torrezar Díaz Pimienta, por mal de flato, pocos días después de que arribara a Santafé de Bogotá.
Pero antes de que eso ocurriera, la historia nacional nos dice que cuando la insurrección de los comuneros, el arzobispo impidió la entrada de las tropas de Berbeo a las calles de Santafé, pues celebró con los insurrectos las capitulaciones de Zipaquirá, que después fueron desconocidas por el virrey Flórez y los oidores de la Real Audiencia.
Hasta aquí hemos hecho un bosquejo histórico sobre el entorno en que vivió para tal época Manuel de Torres, para dar una idea del cambio que tuvo para ese entonces.
Eran tiempos de Iluminismo, movimiento cultural y político que el propio rey Carlos III miraba con simpatía y como tal había mandado a estas tierras la Expedición Botánica con el sabio Mutis, y construido el Observatorio Astronómico. En esta misma época comenzó el auge de las tertulias literarias y científicas auspiciadas por personajes como el periodista Bruno Espinosa de los Monteros y don Antonio Nariño y Casal.
No fue extraño en tales tertulias el joven Manuel de Torres, en las cuales se discutían temas políticos y económicos de los enciclopedistas Voltaire, Rosseau, Montesquieu y otros, así como de la reciente Revolución Francesa y las libertades y derechos nuevos que otorgó.
Dio pie, tales actividades, al cultivo de la idea de independencia en el sobrino del arzobispo y Virrey, lo que fue causa para un distanciamiento entre ambos. Cuando ocurrió la ruptura, Manuel de Torres, atraído por los negocios, se vino a Tenerife de donde se lo trajo a Valle de Upar don Agustín de la Sierra, quien tenía el título de Protector de Indios y Juez de Tierras. Ya en estos lugares, se dedicaron a sacar carnes y pieles de vacunos por las trochas que iban al río Grande de la Magdalena, y de ahí a los puertos caribes para el comercio con los barcos mercantes que hacían travesía a Europa y Estados Unidos.
Para esos años, su tío, el arzobispo Virrey, con el pretexto de defender a Cartagena de la amenaza de una invasión inglesa, hace construir una casona en Turbaco, (que después sería del expresidente y general Santa Ana, cuando llegó desterrado de México) desde la cual gobernó al Virreinato, pero se dijo entonces, que el real motivo de su residencia allí era para estar cerca de su sobrino Manuel, en Tenerife y Valle de Upar, único pariente de sangre que tenía en este lado del mar.
Para esta época, Manuel Torres, pues ya había suprimido el “de” su apellido según la moda republicana, es dueño de dehesas y hatos inmensos, que después quedarían heredados por sus descendientes, las célebres hermanas Torres, troncos de varias familias del norte del Cesar.
Después su tío parte para España como arzobispo de Córdoba, y a poco es llamado por el papa Pio VI quien lo designó Cardenal, pero le llegó la muerte en el camino hacia Roma cuando iba a recibir el capelo de tal dignidad.
Entonces, sin quién lo protegiera, Manuel Torres quedó en la mira de la retaliación de las nuevas autoridades españolas, por sus ideas republicanas. Recibe para entonces, en su casona de Valle de Upar, una carta desde Madrid, de su primo el marqués de Cañate, donde le avisa de haberlo visto en una lista de enemigos de España. Entonces él, para salvarse de ir al presidio del castillo de Changres, en Panamá, resolvió huir a Filadelfia en 1796, donde pronto figuró en los círculos intelectuales de allí, siendo consejero y amparo de todo refugiado, y columnista de La Aurora, un periódico al servicio de los revolucionarios de Hispanoamérica.
Filadelfia, capital de los Estados Unidos para ese entonces, era el centro de actividad de los revolucionarios de las naciones del sur del continente. Allí Torres se hace indispensable en la gestión de préstamos y en la compra de armas y pertrechos para los nacientes ejércitos republicanos de Argentina, Brasil, Venezuela, México y Nueva Granada.
Alguna penuria económica debió pasar, pues los servicios secretos de España en Estados Unidos le seguían sus pasos, lo que fue causa de la confiscación de sus bienes y los de su esposa en Valle de Upar, y de su inmensa hacienda San Carlos, en las márgenes del río Ariguaní
El Libertador Simón Bolívar, lo designa como Embajador de la Gran Colombia en el año de 1822. Torres con tal investidura fue uno de los ideólogos de la Doctrina Monroe según sus biógrafos norteamericanos, y obtuvo el reconocimiento de la Gran Colombia como país soberano por parte del presidente de los Estados Unidos, James Monroe, y de Jhon Quinci Adams, secretario de Estado, en una audiencia especial, siendo el primer país hispanoamericano en lograrlo, el 19 de junio de 1822.
Después de ese rotundo triunfo diplomático, se retira a su casa de campo de Hamiltonville, con la salud seriamente quebrantada a causa de las heridas recibidas en un intento de asesinato, por dos sicarios a quienes enfrentó a sable, de cuya investigación quedó comprometido Luis de Onís, embajador de España en Estados Unidos.
No mucho tiempo después, un mes apenas de su recibimiento en la Casa Blanca, Manuel Torres falleció el 15 de julio de 1822. Su sepelio fue un gran acontecimiento del alto mundo social y político pues hubo desfiles militares y acompañamiento del alto mundo social y del cuerpo diplomático de los países acreditados ante ese gobierno.
Uno de sus descendientes, Rodolfo Ortega Montero en su libro Crónicas de Antier, relata los últimos momentos de ese gran hombre.
“En una alcoba iluminada por candelabros de brazos, sobre una cama de ropas blancas a don Manuel Torres se le iba la vida. Consciente de su agonía, cuando presintió que el momento supremo estaba cerca, pidió que lo sostuvieran de pie. Era el elegante gesto final de un caballero con soberbia de linaje, que debía morir como había vivido”.
Fue sepultado en Filadelfia, en la iglesia católica de Saint Mary´s Church, donde otra placa de mármol señala el sitio de su tumba.
Descendientes de él hay familias de cuarta y quinta generación en Valledupar como son los Murgas Torres, Ortega Murgas, Ortega Montero, Dan Torres, Dan Ortega, Ortega Baute, Baute García, Baute Redondo, Baute Ospino, Baute Meza, Pavajeau Baute, Fernández Oñate, Fernández Angarita, Cotes Torres, Cotes Mestre, Pérez Oñate.
POR ÁLVARO CASTRO SOCARRÁS/ESPECIAL PARA EL PILÓN