El valor inconmensurable del aporte de la música vallenata a la epistemología de la ciencia contemporánea.(Fragmentos de la investigación sobre “La conducta humana”)
El mito de Ulises y las sirenas es emblemático y paradigmático de la comprensión y significado de la libertad humana. Allí, como en ningún otro mito, se expresa aquello que Lázaro Flury, citado por Gutiérrez Hinojosa, califica como que “constituye el cuerpo de una mística empírica destinada a preservar una moral temporal conforme a las estructuras sociales del medio”; para lo cual, dice el último mencionado, deben entenderse y comprenderse como “normas que constituyen una filosofía sencilla”, donde la lógica y la razón parecieran estar ausentes por el dominio de la magia y la leyenda constituida en “códigos” 1.
Por ello, tiene toda la razón el gran historiador, abogado y vallenatólogo Ciro Quiroz Otero, quien con enjundia y sensibilidad sociológica, afirma que los Mitos “fueron en sus inicios imperativos sociales en función, propósito y logros frente al universo, una especie ligera de lo cual se derivó el derecho positivo en versiones reguladoras” 2.
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Ya así lo había expuesto desde 1973 Consuelo Araujonoguera respecto al folclor como fenómeno social, del cual hacen parte los mitos que “encarnan y representan el patrimonio popular de usos y costumbres”, como “substratos psicológicos y sociales comunes” de una etnia dentro de su geografía que marcan, entre otros fenómenos, de manera subconsciente “los modos y las formas de expresarse, comportarse en sociedad, reaccionar ante las situaciones, manifestar los sentimientos, escoger y degustar los alimentos e incluso en las leyes fisiológicas y las espirituales” 3; a partir de lo cual, puede atisbarse la progresión naturaleza-cultura que caracteriza a la metodología propuesta en los años setenta del siglo pasado por E.O. Wilson y que llamara “Concilience”, hoy adoptada por la psicología de la evolución y la neurociencia.
El recorrido efectuado, desde la antigua Grecia al día de hoy, pone de presente una visión humanista de la problemática fundamental sobre el comportamiento humano, desde una perspectiva multidisciplinaria. Se trata, como ya afirmó Jaeger, entender que “el punto de partida de todo humanismo debe ser su concepto de la naturaleza humana”, aspecto que la herencia griega nos heredó, toda vez que “la naturaleza humana y la razón son las columnas de la cultura griega”, con su profundo significado antropocéntrico en el “sentido que excluye una visión teocéntrica del mundo” 4, línea de pensamiento que hoy se extiende todavía con la neurociencia 5.
El Oráculo de Delfos, también se atribuye dicha frase al gran Sócrates, rezaba “conócete a ti mismo”. La neurocientífica Kaja Nordengen, desde una perspectiva moderna, afirma que “una comprensión cada vez mayor del cerebro nos brindará, además, mucho más que mejores tratamientos: nos dará también una comprensión de quiénes somos y de cómo funciona la humanidad”, por lo cual, sin duda alguna, como bien dice la premio Nobel de medicina de 2014, May-Britt Moser, las neurociencias nos colocan en el “umbral de una revolución del conocimiento” 6.
El cerebro animal apareció primero, en su forma reptiliana, hace unos 500 millones de años y evolucionó hacia el mamífero, con el sistema límbico, más o menos hace unos 250 millones de años. Empero, el cerebro humano es reciente, sólo data de aproximadamente 200.000 años y ya, dice Nordengen, hace 150.000 años puede considerarse moderno “en todo sentido” 7.
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Tal proceso hace parte del universo mismo, que avanza del caos cuántico hacia un cierto grado de orden y, desde la máxima entropía, genera accidental y espontáneamente “regiones o espacios de alta especificidad estructural, disipativa de entropía” 8, caldo de cultivo donde tiene nacimiento el hombre.
Si como dice Nordengen “somos lo que somos gracias a nuestro cerebro” 9, el conocimiento individual que de nosotros tengamos, el individual que podamos tener de los demás y el colectivo que de todos tengamos, se constituirá en la base para la comprensión de la conducta humana.
La empatía, fundamento de las emociones y del comportamiento social, dan cuenta de cómo todos y entre todos nos influenciamos como un todo, lo que tiene origen natural en las neuronas espejo, mismas que pueden explicar muy bien la cultura y la comprensión de lo social, pues cada uno y todos nuestros espacios son espacios compartidos, de tal manera que “no podemos quedar exentos de vivir lo que vive quien nos rodea. Y viceversa”, dicen Rizzato y Donelli, puesto que tales células cerebrales nos permiten, como humanidad, “reducir a un formato común lo que percibimos y lo que sabemos hacer”, lo que se pone de presente con el “condicionamiento que dichas conexiones ejercen sobre los comportamientos humanos”, tan asombroso, pero muy sutil y eficaz explicación de la llamada resonancia empática o la creación de un “espacio empático compartido” 10.
Es obvio, como dice Norgenden, “muchas cabezas juntas piensan mejor que una”, de allí que, siendo natural el que “los seres humanos colaboran entre sí”, al igual que la comprensión entre ellos, depende de la empatía, todo lo cual se facilita con la intervención de las neuronas espejo, de tal manera que “con el desarrollo del pensamiento y el lenguaje ya no somos esclavos del instinto” y consecuentemente “podemos plantear preguntas, juzgar y adaptar nuestro comportamiento a nosotros mismos y a los demás”, por lo que “nuestros modos de interpretar, pensar y hablar son el resultado de reglas, normas y valores sociales en una amplia gama de culturas diferentes” 11.
También, para Nordengen, “tanto el lenguaje como la cultura y el modo de vida tienen que ver con la capacidad del cerebro para interpretar patrones” 12, lo que significa, en esencia, que la comprensión y el comportamiento del ser humano responden en gran medida a un esquema de construcción social compartido, erigido a partir de la necesidad de interacción social entre los individuos por virtud de la supervivencia de la especie. A ello contribuye, sin duda alguna, la función de las neuronas espejo y motoras, que por demás se encuentran en la sede de las funciones psicológicas superiores, que “nos abre un resquicio a la comprensión de capacidades como la imitación, el reconocimiento del significado de los comportamientos de los demás y la comunicación”, así como la cultura propicia, la “codificación de los gestos convencionales” en cada cultura, afirman Rizzato y Donelli, enfatizando, que todo lo que preside nuestras acciones “no es la forma que estas poseen, sino su función, su objetivo”, esto es, los “gestos con un fin” 13.
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El historiador, sociólogo, abogado y vallenatólogo Tomás Darío Gutiérrez Hinojosa, por demás excelso compositor de música vallenata, haciendo gala de esas dotes integradas dice bellamente que “el lenguaje es la medida del espíritu”, para de allí señalar que “los fenómenos folclóricos son esencialmente funcionales, pues se identifican con la vida social y espiritual de la comunidad” 14.
Las disciplinas de la cultura y, por contra, de la naturaleza hoy por virtud de la neurociencia cultural, han dejado atrás el profundo precipicio que las dividía. Unas y otras deben contribuir al conocimiento de la sociedad y de la humanidad, especialmente confluyendo en la explicación de la naturaleza humana, lo que evidentemente se pone de presente si miramos que el nacimiento de la música como la expresión más elevada de lo comprensivo más allá de lo meramente descriptivo, mantiene un contacto lineal con la naturaleza como brillantemente lo ha expuesto –anticipándose, por demás, a la epistemología actualmente en boga- Gutiérrez Hinojosa.
Del estudio de la música de los pueblos primitivos decanta la idea de que el tipo de instrumento membranófono, idiófono, aerófono o cordófono depende, por supuesto de la cultura, pero también con su tipo particular de espiritualidad y sobre todo con sus emociones y pasiones, como se demuestra con “la perfecta correspondencia entre el carácter extrovertido, alegre e impulsivo del negro y el sonido de sus instrumentos, siempre tambores altisonantes; de igual manera, entre las nostalgias de las culturas andinas y la melancólica melodía de sus flautas y silbatos” 15.
Pero también, la exultante belleza de la naturaleza y sus sonidos, originan un “desenfreno espiritual frente al estímulo” que se traduce en la producción de la música, que entre muchos ejemplos, tenemos el caso de dos especies de aves –la guacharaca y la chilacoa- que encontramos en el gran Valle de Upar que cantan en coro, el sonido melódico de la hembra y el acompasado y grave del macho, mismos que inspiraron la creación del instrumento musical indígena de la “pareja de flautas hembra y macho, con cinco y dos huequecitos, respectivamente, en la organología de todas nuestras culturas aborígenes, no es más que una palpable imitación de los coros ornitológicos”; destacándose aquí, para la música vallenata, que precisamente en la fusión entre diferentes culturas que está en el origen de la misma, la “flauta de cinco huecos fue reemplazada por el acordeón”, sin duda el Santo Grial de nuestro folclor nacional, calificada –la flauta- como el máximo logro de nuestro continente en la fabricación de un instrumento musical –las flautas sickash, hembra y macho- que logra una “escala pentafónica” 16.
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La música vallenata, como se puede ver, arranca de los mitos de nuestros antiguos pueblos y muestra, como lo apunta Gutiérrez Hinojosa, un progreso lineal naturaleza-cultura, pues los sonidos y la belleza de la naturaleza inspiraron la creación cultural, especialmente la música.
En la neurociencia, el desarrollo lineal naturaleza-cultura se plantea muy especialmente respecto del tema de las emociones, pues existen unas emociones naturales o primarias y otras de construcción cultural, mismas que han sido moldeadas por la evolución, esto es, por la genética pero también por la epigenética y sus incidencias culturales.
Los desarrollos iniciales fueron dados por la sociobiología encabezada por E.O. WILSON, ferozmente atacado por los científicos sociales detractores de sus enseñanzas y partidarios de la idea de la tabula rasa, empero, su método integral -consilliencia- sobre un cuerpo unificado de conocimientos ha sido adoptado y desarrollado más ampliamente por lo que hoy se conoce como psicología evolutiva, ocupación de los grandes neurocientíficos que se dedican muy especialmente del estudio del inconsciente 17, ya varios como Damasio, Bargh, Spinker, Haidt y otros, que hemos mencionado en esta investigación.
Nada más cercano a las emociones que la música y la poesía, pero también, sin duda alguna, éstas son paradigmas de las creaciones culturales humanas 18.
Quiroz Otero, no menos conocedor de ello, postula la necesidad de entender que el conocimiento humano no puede prescindir de la sapiencia popular ni del entendimiento inobjetable del movimiento “De la nada al todo”, como manera de manifestarnos y relacionarnos con un “universal albedrío y respeto”, en lo cual es indiscutible el aporte significativo de “la música y su poesía, como expresión de realismo” 19.
Nos recuerdan nuestros cultores de la antropología y sociología vallenatas al gran Demócrito de Abdera quien, a partir de su teoría sobre la evolución de la cultura, señaló que la civilización tuvo su origen en la búsqueda de lo útil y ventajoso, de manera que las artes nacieron de la imitación de la naturaleza: “de la araña aprendió el hombre a tejer, de la golondrina a construir casas, de los pájaros a cantar, etcétera” 20 (Resaltado fuera de texto).
Confluyen, pues, Gutiérrez Hinojosa y Quiroz Otero, en plantear la imposible división entre ciencias de la naturaleza y ciencias de la cultura, anticipándose ambos a los atisbos epistemológicos contemporáneos esbozados por la neurociencia cultural 21 -donde dicho precipicio se demuestra como inexistente- fundamental para conocer el comportamiento del hombre, su libertad, su responsabilidad y el inevitable entramado entre Neurociencia y Derecho.
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Su anuncio ya estaba expuesto por Consuelo Araujonoguera desde 1973 en su libro “Vallenatología”, recibiendo confirmación unos veinte años después -1994- en su trabajo “Lexicón del Valle de Upar”, donde demuestra como a partir del sonido –la voz humana que es un fenómeno físico- el cerebro, por virtud de la cultura, crea nuevas representaciones y significaciones en un entramado indesconocible de naturaleza y cultura, puesto que la “palabra es poder y es luz, es fuego y es agua. Es fortaleza y es ternura y es también libertad”, por lo que, “con esa luz que es la palabra, cada país alumbra su idioma y dentro de cada país las regiones se inventan sus propios términos, dichos y localismos con los que la gente expresa, comunica, siente, ama, vive y se identifica” 22; agregando nosotros, puesto que así emerge claramente del contexto, que ello tiene ocurrencia en un mundo de libertad y diferencias, pues una trae a la otra, ya que tal no sería posible si rigiera una ley causal que parametrizaría hasta los detalles, en tanto lo único verificable y observable es que todo está regido por plantillas, programas generales o módulos cerebrales, esto es, al modo en que Noan Chomsky entiende la “Gramática Universal del Lenguaje”.
Creemos que tales ideas, propias de una visión integral del conocimiento, fue uno de los mayores aportes de Carl Gustav Jung, cuyas afirmaciones sobre la imposibilidad de estudiar independientemente los fenómenos de la naturaleza del espíritu y de la cultura advinieron en una época de recalcitrante cientificismo, pero también, por el lado de las ciencias humanas, empeñadas en afirmaciones sobre el estado de tabula rasa al nacer el hombre, lo que niega el gran médico psiquiatra y psicólogo analista, pues tanto el pensamiento como la conducta y el consciente en general, se ven impelidos por el inconsciente con sus componentes genéticos, arquetípicos culturales, históricos y experienciales individuales y colectivamente hasta entonces poco estudiados, superando en ello los aportes muy importantes de Freud expuestos en el psicoanálisis, muy especialmente trabajando con la interdisciplinariedad y revelando la búsqueda ya de la metadisciplinariedad 23.
POR: Carlos Arturo Gómez Pavajeau/ EL PILÓN
El valor inconmensurable del aporte de la música vallenata a la epistemología de la ciencia contemporánea.(Fragmentos de la investigación sobre “La conducta humana”)
El mito de Ulises y las sirenas es emblemático y paradigmático de la comprensión y significado de la libertad humana. Allí, como en ningún otro mito, se expresa aquello que Lázaro Flury, citado por Gutiérrez Hinojosa, califica como que “constituye el cuerpo de una mística empírica destinada a preservar una moral temporal conforme a las estructuras sociales del medio”; para lo cual, dice el último mencionado, deben entenderse y comprenderse como “normas que constituyen una filosofía sencilla”, donde la lógica y la razón parecieran estar ausentes por el dominio de la magia y la leyenda constituida en “códigos” 1.
Por ello, tiene toda la razón el gran historiador, abogado y vallenatólogo Ciro Quiroz Otero, quien con enjundia y sensibilidad sociológica, afirma que los Mitos “fueron en sus inicios imperativos sociales en función, propósito y logros frente al universo, una especie ligera de lo cual se derivó el derecho positivo en versiones reguladoras” 2.
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Ya así lo había expuesto desde 1973 Consuelo Araujonoguera respecto al folclor como fenómeno social, del cual hacen parte los mitos que “encarnan y representan el patrimonio popular de usos y costumbres”, como “substratos psicológicos y sociales comunes” de una etnia dentro de su geografía que marcan, entre otros fenómenos, de manera subconsciente “los modos y las formas de expresarse, comportarse en sociedad, reaccionar ante las situaciones, manifestar los sentimientos, escoger y degustar los alimentos e incluso en las leyes fisiológicas y las espirituales” 3; a partir de lo cual, puede atisbarse la progresión naturaleza-cultura que caracteriza a la metodología propuesta en los años setenta del siglo pasado por E.O. Wilson y que llamara “Concilience”, hoy adoptada por la psicología de la evolución y la neurociencia.
El recorrido efectuado, desde la antigua Grecia al día de hoy, pone de presente una visión humanista de la problemática fundamental sobre el comportamiento humano, desde una perspectiva multidisciplinaria. Se trata, como ya afirmó Jaeger, entender que “el punto de partida de todo humanismo debe ser su concepto de la naturaleza humana”, aspecto que la herencia griega nos heredó, toda vez que “la naturaleza humana y la razón son las columnas de la cultura griega”, con su profundo significado antropocéntrico en el “sentido que excluye una visión teocéntrica del mundo” 4, línea de pensamiento que hoy se extiende todavía con la neurociencia 5.
El Oráculo de Delfos, también se atribuye dicha frase al gran Sócrates, rezaba “conócete a ti mismo”. La neurocientífica Kaja Nordengen, desde una perspectiva moderna, afirma que “una comprensión cada vez mayor del cerebro nos brindará, además, mucho más que mejores tratamientos: nos dará también una comprensión de quiénes somos y de cómo funciona la humanidad”, por lo cual, sin duda alguna, como bien dice la premio Nobel de medicina de 2014, May-Britt Moser, las neurociencias nos colocan en el “umbral de una revolución del conocimiento” 6.
El cerebro animal apareció primero, en su forma reptiliana, hace unos 500 millones de años y evolucionó hacia el mamífero, con el sistema límbico, más o menos hace unos 250 millones de años. Empero, el cerebro humano es reciente, sólo data de aproximadamente 200.000 años y ya, dice Nordengen, hace 150.000 años puede considerarse moderno “en todo sentido” 7.
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Tal proceso hace parte del universo mismo, que avanza del caos cuántico hacia un cierto grado de orden y, desde la máxima entropía, genera accidental y espontáneamente “regiones o espacios de alta especificidad estructural, disipativa de entropía” 8, caldo de cultivo donde tiene nacimiento el hombre.
Si como dice Nordengen “somos lo que somos gracias a nuestro cerebro” 9, el conocimiento individual que de nosotros tengamos, el individual que podamos tener de los demás y el colectivo que de todos tengamos, se constituirá en la base para la comprensión de la conducta humana.
La empatía, fundamento de las emociones y del comportamiento social, dan cuenta de cómo todos y entre todos nos influenciamos como un todo, lo que tiene origen natural en las neuronas espejo, mismas que pueden explicar muy bien la cultura y la comprensión de lo social, pues cada uno y todos nuestros espacios son espacios compartidos, de tal manera que “no podemos quedar exentos de vivir lo que vive quien nos rodea. Y viceversa”, dicen Rizzato y Donelli, puesto que tales células cerebrales nos permiten, como humanidad, “reducir a un formato común lo que percibimos y lo que sabemos hacer”, lo que se pone de presente con el “condicionamiento que dichas conexiones ejercen sobre los comportamientos humanos”, tan asombroso, pero muy sutil y eficaz explicación de la llamada resonancia empática o la creación de un “espacio empático compartido” 10.
Es obvio, como dice Norgenden, “muchas cabezas juntas piensan mejor que una”, de allí que, siendo natural el que “los seres humanos colaboran entre sí”, al igual que la comprensión entre ellos, depende de la empatía, todo lo cual se facilita con la intervención de las neuronas espejo, de tal manera que “con el desarrollo del pensamiento y el lenguaje ya no somos esclavos del instinto” y consecuentemente “podemos plantear preguntas, juzgar y adaptar nuestro comportamiento a nosotros mismos y a los demás”, por lo que “nuestros modos de interpretar, pensar y hablar son el resultado de reglas, normas y valores sociales en una amplia gama de culturas diferentes” 11.
También, para Nordengen, “tanto el lenguaje como la cultura y el modo de vida tienen que ver con la capacidad del cerebro para interpretar patrones” 12, lo que significa, en esencia, que la comprensión y el comportamiento del ser humano responden en gran medida a un esquema de construcción social compartido, erigido a partir de la necesidad de interacción social entre los individuos por virtud de la supervivencia de la especie. A ello contribuye, sin duda alguna, la función de las neuronas espejo y motoras, que por demás se encuentran en la sede de las funciones psicológicas superiores, que “nos abre un resquicio a la comprensión de capacidades como la imitación, el reconocimiento del significado de los comportamientos de los demás y la comunicación”, así como la cultura propicia, la “codificación de los gestos convencionales” en cada cultura, afirman Rizzato y Donelli, enfatizando, que todo lo que preside nuestras acciones “no es la forma que estas poseen, sino su función, su objetivo”, esto es, los “gestos con un fin” 13.
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El historiador, sociólogo, abogado y vallenatólogo Tomás Darío Gutiérrez Hinojosa, por demás excelso compositor de música vallenata, haciendo gala de esas dotes integradas dice bellamente que “el lenguaje es la medida del espíritu”, para de allí señalar que “los fenómenos folclóricos son esencialmente funcionales, pues se identifican con la vida social y espiritual de la comunidad” 14.
Las disciplinas de la cultura y, por contra, de la naturaleza hoy por virtud de la neurociencia cultural, han dejado atrás el profundo precipicio que las dividía. Unas y otras deben contribuir al conocimiento de la sociedad y de la humanidad, especialmente confluyendo en la explicación de la naturaleza humana, lo que evidentemente se pone de presente si miramos que el nacimiento de la música como la expresión más elevada de lo comprensivo más allá de lo meramente descriptivo, mantiene un contacto lineal con la naturaleza como brillantemente lo ha expuesto –anticipándose, por demás, a la epistemología actualmente en boga- Gutiérrez Hinojosa.
Del estudio de la música de los pueblos primitivos decanta la idea de que el tipo de instrumento membranófono, idiófono, aerófono o cordófono depende, por supuesto de la cultura, pero también con su tipo particular de espiritualidad y sobre todo con sus emociones y pasiones, como se demuestra con “la perfecta correspondencia entre el carácter extrovertido, alegre e impulsivo del negro y el sonido de sus instrumentos, siempre tambores altisonantes; de igual manera, entre las nostalgias de las culturas andinas y la melancólica melodía de sus flautas y silbatos” 15.
Pero también, la exultante belleza de la naturaleza y sus sonidos, originan un “desenfreno espiritual frente al estímulo” que se traduce en la producción de la música, que entre muchos ejemplos, tenemos el caso de dos especies de aves –la guacharaca y la chilacoa- que encontramos en el gran Valle de Upar que cantan en coro, el sonido melódico de la hembra y el acompasado y grave del macho, mismos que inspiraron la creación del instrumento musical indígena de la “pareja de flautas hembra y macho, con cinco y dos huequecitos, respectivamente, en la organología de todas nuestras culturas aborígenes, no es más que una palpable imitación de los coros ornitológicos”; destacándose aquí, para la música vallenata, que precisamente en la fusión entre diferentes culturas que está en el origen de la misma, la “flauta de cinco huecos fue reemplazada por el acordeón”, sin duda el Santo Grial de nuestro folclor nacional, calificada –la flauta- como el máximo logro de nuestro continente en la fabricación de un instrumento musical –las flautas sickash, hembra y macho- que logra una “escala pentafónica” 16.
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En la neurociencia, el desarrollo lineal naturaleza-cultura se plantea muy especialmente respecto del tema de las emociones, pues existen unas emociones naturales o primarias y otras de construcción cultural, mismas que han sido moldeadas por la evolución, esto es, por la genética pero también por la epigenética y sus incidencias culturales.
Los desarrollos iniciales fueron dados por la sociobiología encabezada por E.O. WILSON, ferozmente atacado por los científicos sociales detractores de sus enseñanzas y partidarios de la idea de la tabula rasa, empero, su método integral -consilliencia- sobre un cuerpo unificado de conocimientos ha sido adoptado y desarrollado más ampliamente por lo que hoy se conoce como psicología evolutiva, ocupación de los grandes neurocientíficos que se dedican muy especialmente del estudio del inconsciente 17, ya varios como Damasio, Bargh, Spinker, Haidt y otros, que hemos mencionado en esta investigación.
Nada más cercano a las emociones que la música y la poesía, pero también, sin duda alguna, éstas son paradigmas de las creaciones culturales humanas 18.
Quiroz Otero, no menos conocedor de ello, postula la necesidad de entender que el conocimiento humano no puede prescindir de la sapiencia popular ni del entendimiento inobjetable del movimiento “De la nada al todo”, como manera de manifestarnos y relacionarnos con un “universal albedrío y respeto”, en lo cual es indiscutible el aporte significativo de “la música y su poesía, como expresión de realismo” 19.
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Confluyen, pues, Gutiérrez Hinojosa y Quiroz Otero, en plantear la imposible división entre ciencias de la naturaleza y ciencias de la cultura, anticipándose ambos a los atisbos epistemológicos contemporáneos esbozados por la neurociencia cultural 21 -donde dicho precipicio se demuestra como inexistente- fundamental para conocer el comportamiento del hombre, su libertad, su responsabilidad y el inevitable entramado entre Neurociencia y Derecho.
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Creemos que tales ideas, propias de una visión integral del conocimiento, fue uno de los mayores aportes de Carl Gustav Jung, cuyas afirmaciones sobre la imposibilidad de estudiar independientemente los fenómenos de la naturaleza del espíritu y de la cultura advinieron en una época de recalcitrante cientificismo, pero también, por el lado de las ciencias humanas, empeñadas en afirmaciones sobre el estado de tabula rasa al nacer el hombre, lo que niega el gran médico psiquiatra y psicólogo analista, pues tanto el pensamiento como la conducta y el consciente en general, se ven impelidos por el inconsciente con sus componentes genéticos, arquetípicos culturales, históricos y experienciales individuales y colectivamente hasta entonces poco estudiados, superando en ello los aportes muy importantes de Freud expuestos en el psicoanálisis, muy especialmente trabajando con la interdisciplinariedad y revelando la búsqueda ya de la metadisciplinariedad 23.
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