Con tristeza grande, en los últimos años en Valledupar nos ha tocado registrar una tragedia recurrente y profundamente dolorosa: la muerte de jóvenes que, de forma imprudente, se cuelgan de los camiones en movimiento en las principales vías de esta ciudad.
Con tristeza grande, en los últimos años en Valledupar nos ha tocado registrar una tragedia recurrente y profundamente dolorosa: la muerte de jóvenes que, de forma imprudente, se cuelgan de los camiones en movimiento en las principales vías de esta ciudad.
En distintas rutas de Valledupar muchos hemos sido testigos de eso que para algunos jóvenes comienza como un acto de adrenalina o diversión, pero que termina de forma trágica, arrancándoles sus vidas y dejando familias y comunidades sumidas en un total desconsuelo como acaba de ocurrir en la glorieta de La Pilonera Mayor, donde el pasado domingo falleció debajo de un camión José Francisco Orozco Jiménez, un joven de 15 años.
Frente a esa situación, una de las principales conclusiones de expertos y analistas de los fenómenos sociales es que “todos como miembro de una sociedad algo estamos haciendo mal, de una u otra manera todos tenemos algo que ver con esas tragedias de jóvenes desorientados: autoridades, docentes, padres de familia, hogares y todo lo que constituye el entorno de ese tipo de poblaciones”.
Mucho se ha dicho y mucho se ha intentado hacer ante ese fenómeno que arropa a un gran sector de la juventud residente en Valledupar, pero este reciente hecho trágico ratifica una vez más que es necesario insistir y reforzar todas las acciones encaminadas a evitar ese viaje fatal que emprenden esos jóvenes creyendo que así podrán divertirse o movilizarse de un lugar a otro.
Todos los estamentos involucrados en este tema tienen plena conciencia que estamos ante un fenómeno que no es nuevo, pero su persistencia evidencia una falla colectiva en la que todos somos culpables al permitir que se vuelva normal esa conducta como una forma más de “pasar el tiempo” o “ser valiente”. Nuestro llamado es a que dejemos de ver estas muertes como simples accidentes. No lo son. Son el resultado de una peligrosa cultura de indiferencia frente al riesgo y la vida, eso no puede seguir así.
Algo nuevo hay que hacer para frenar esas dolorosas muertes y los primeros llamados a actuar, además de la sociedad civil, son entidades como la Policía Nacional, los gobiernos municipal y departamental, Defensoría del Pueblo, ICBF, Procuraduría General de la Nación, los colegios y todos los organismos de vigilancia social, entre muchos otros. Que no suene a frase de cajón, pero se requiere una jornada interdisciplinaria para analizar todos esos recientes casos registrados en Valledupar y que las medidas surgidas de allí arrojen resultados concretos.
No solo son los jóvenes que se cuelgan de los camiones, también están los que hacen piques y competencias clandestinas de motocicletas, los que se citan a duelo de muerte con arma blanca entre pandillas, entre otro tipo de conductas nocivas para su bienestar y desarrollo personal, siendo las más preocupantes las de aquellos que desafían a sus propios padres, a los docentes, a los vecinos y a todo adulto que trate de llamarle la atención. No podemos pasar por alto el desgarrador caso ocurrido durante el fin de semana en el corregimiento de La Loma, del municipio de El Paso, Cesar, donde un joven con machete en mano asesinó a su padre.
Duele decirlo, pero estamos fallando como sociedad, al punto que no se valora la vida, cada vez que un joven toma un mal rumbo, debe ser una circunstancia de la cual todos debemos sentirnos responsables y preguntarnos: ¿qué estamos haciendo de manera individual para ayudar a impedir esos trágicos desenlaces?
Tampoco encontramos la respuesta frente al interrogante de ¿cómo evitar ese viaje fatal de esos jóvenes?, pero si tenemos la certeza de que es urgente conminar a todos a actuar y aportar, porque de lo contrario nuestro grado de culpabilidad sería mayor.
Con tristeza grande, en los últimos años en Valledupar nos ha tocado registrar una tragedia recurrente y profundamente dolorosa: la muerte de jóvenes que, de forma imprudente, se cuelgan de los camiones en movimiento en las principales vías de esta ciudad.
Con tristeza grande, en los últimos años en Valledupar nos ha tocado registrar una tragedia recurrente y profundamente dolorosa: la muerte de jóvenes que, de forma imprudente, se cuelgan de los camiones en movimiento en las principales vías de esta ciudad.
En distintas rutas de Valledupar muchos hemos sido testigos de eso que para algunos jóvenes comienza como un acto de adrenalina o diversión, pero que termina de forma trágica, arrancándoles sus vidas y dejando familias y comunidades sumidas en un total desconsuelo como acaba de ocurrir en la glorieta de La Pilonera Mayor, donde el pasado domingo falleció debajo de un camión José Francisco Orozco Jiménez, un joven de 15 años.
Frente a esa situación, una de las principales conclusiones de expertos y analistas de los fenómenos sociales es que “todos como miembro de una sociedad algo estamos haciendo mal, de una u otra manera todos tenemos algo que ver con esas tragedias de jóvenes desorientados: autoridades, docentes, padres de familia, hogares y todo lo que constituye el entorno de ese tipo de poblaciones”.
Mucho se ha dicho y mucho se ha intentado hacer ante ese fenómeno que arropa a un gran sector de la juventud residente en Valledupar, pero este reciente hecho trágico ratifica una vez más que es necesario insistir y reforzar todas las acciones encaminadas a evitar ese viaje fatal que emprenden esos jóvenes creyendo que así podrán divertirse o movilizarse de un lugar a otro.
Todos los estamentos involucrados en este tema tienen plena conciencia que estamos ante un fenómeno que no es nuevo, pero su persistencia evidencia una falla colectiva en la que todos somos culpables al permitir que se vuelva normal esa conducta como una forma más de “pasar el tiempo” o “ser valiente”. Nuestro llamado es a que dejemos de ver estas muertes como simples accidentes. No lo son. Son el resultado de una peligrosa cultura de indiferencia frente al riesgo y la vida, eso no puede seguir así.
Algo nuevo hay que hacer para frenar esas dolorosas muertes y los primeros llamados a actuar, además de la sociedad civil, son entidades como la Policía Nacional, los gobiernos municipal y departamental, Defensoría del Pueblo, ICBF, Procuraduría General de la Nación, los colegios y todos los organismos de vigilancia social, entre muchos otros. Que no suene a frase de cajón, pero se requiere una jornada interdisciplinaria para analizar todos esos recientes casos registrados en Valledupar y que las medidas surgidas de allí arrojen resultados concretos.
No solo son los jóvenes que se cuelgan de los camiones, también están los que hacen piques y competencias clandestinas de motocicletas, los que se citan a duelo de muerte con arma blanca entre pandillas, entre otro tipo de conductas nocivas para su bienestar y desarrollo personal, siendo las más preocupantes las de aquellos que desafían a sus propios padres, a los docentes, a los vecinos y a todo adulto que trate de llamarle la atención. No podemos pasar por alto el desgarrador caso ocurrido durante el fin de semana en el corregimiento de La Loma, del municipio de El Paso, Cesar, donde un joven con machete en mano asesinó a su padre.
Duele decirlo, pero estamos fallando como sociedad, al punto que no se valora la vida, cada vez que un joven toma un mal rumbo, debe ser una circunstancia de la cual todos debemos sentirnos responsables y preguntarnos: ¿qué estamos haciendo de manera individual para ayudar a impedir esos trágicos desenlaces?
Tampoco encontramos la respuesta frente al interrogante de ¿cómo evitar ese viaje fatal de esos jóvenes?, pero si tenemos la certeza de que es urgente conminar a todos a actuar y aportar, porque de lo contrario nuestro grado de culpabilidad sería mayor.