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Crónica - 20 marzo, 2016

Collante, acordeonero picapleitos

Eran noches que se alargaban solas. La voz de Epifanio Collante, narrador local bien dotado se oía cuando convocaba en alboroto a los moradores de Camperucho.

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Eran noches que se alargaban solas. La voz de Epifanio Collante, narrador local bien dotado se oía cuando convocaba en alboroto a los moradores de Camperucho.

Nació el 5 de abril de 1898, ya puberto lo apodaron el ‘Mister’ por su porte recio, por usar polainas y espuelas tintineantes que lo identificaban por donde quiera andaba.

Bronquinoso e intrépido se liaba a los puños con quien fuera, con tan mala suerte que perdió la mayoría de sus peleas. Enfrentado a Juan Castillo, iguales en fanfarronerías, un inspector de policía no pudo más, y los envío juntos al calabozo. Collante fumador empedernido, sacó de su mochila el usual paquete de tabaco y uno tras otro los fue encendiendo, lanzando bocanadas de humo a la cara de su adversario mientras le gritaba: Canta pajarito que la culpa es tuya.

Fue un emporio de riñas y litigios bajo la pretensión de su palabra que nada tenía que envidiar a una escritura pública, cuando convenía algo, de no cumplírsele lo acordado; el contratante cometía “farsedad” según él, exigiendo las cosas por la fuerza de sus trompadas. Unos lo temían y otros los respetaban. Con el cachaco Ovidio casi le arranca el dedo índice y Collante pegó un alarido: Así no, así no. Yo no peleo con manao’. Raudo huyó, y en veloz carrera desapareció.

En reyerta con Epifanio las cosas no eran fáciles porque siempre estuvo dispuesto como gallo fino en busca de fama y apuestas en las que involucraba también a sus hijos, pero solo Dora repitió sus caprichos. Habiendo recibido de Tobías Pumarejo un ganado al partir no tardó en venderlo so pretexto de no cuidar lo ajeno. Tobías pegó el grito al cielo cuando por boca de Luis Enrique Martínez, hermano de Leticia, mujer del inspector de El Copey, Emilio Felizzola, supo que había recibido una novilla a cambio de frenar la justicia. Se armó el zafarrancho porque Braulio Barrios, jurista y filósofo de la Universidad de Cartagena, negro de María Labaja, conocido por vestir de blanco de pies a cabeza, era participe.

Tobías golpeado por la intrepidez del binomio Dora-Braulio, sólo pudo desquitarse con sus versos:

Coya-antes de nacer, tienen hediondo al Copey
Ladrona de nacimiento el juzgado es escusado (retrete)
Golero montado en queso (Braulio) porque el golero es el rey.

El golpe iba preciso al ojo, porque las autoridades en Valledupar pocas bolas le prestaban al ‘Mister’, debido a la influencia de los Castro, pero una vez logró arrimar a baranda a uno de ellos regó la noticia, como era su costumbre, y usando como arma el reto, así le cantó:

Tengo un alfiler de oro pa’ cuando salga a la calle
Que me lo engancho en el saco, echarle vaina a los Castro.

Denotando implícitamente un lío de tierras con esta familia que no pudo ganarle a Collante en esos momentos.

El abogado Pedrito Castro Trespalacios, de esa misma casta y entonces de moda por derribar contendores a trocha y mocha, también había sucumbido ante Collante, quien representaba a Bárbara Flórez.

Con unas escrituras ininteligibles a la mano, desconcertó a Pedrito que nada pudo hacer, y Collante esto le espetó:

Dijo Pedrito Castro desde el pleito con Collante
lo que me ha pasado a mí. Yo perdí en Caracolí.

En trifulca con Sinforeano Restrepo quien no pudo con la audacia de Collante y hastiado de las rabulerías del ‘Mister’ no encontró más camino que invitarlo a dirimir las cosas a los puños.

Restrepo propuso: “Doctor Collante, si yo me lo gano me da su finca y si usted me gana le doy la mía”, ante lo cual increpó el ‘Mister’: “Usted parece un toro cebú, grande. Seguro que me gana, pero yo a usted le peleo como abogado”. Restrepo sin decir ni pio, se fue con el rabo entre las piernas.

En disputa con el Mello Camacho a quien había negado el paso por una de sus fincas, lo sonsacó tanto que Camacho ofendido se embriagó, dispuesto a matarlo y rula en mano lo invitó a duelo.

Cuando vio que la cosa iba en serio, Collante le gritó: Si tantas ganas tiene de dar machete desquítate con el campano grueso que tienes a tus espaldas. Y se encerró. El duelo quedó pendiente y Camacho tuvo que cambiar de ruta.

Eufemia Villazón quien fuera su mujer, lo dejó por Porfirio Carrillo, motivo para que todos sus enemigos festejen e instigaron a Eusebio Ayala quien le cantó en un muy satírico paseo:

Collante era tinterillo desde el pleito con Porfirio.
Pero ahora es abogado, Collante ha perdido el grado.

No bien parado y herido por su mujer dio con la solución: zanjó el dominio sobre ella invitando a trompadas a Porfirio en dos vueltas; puso a Genio Guerrero y a Jesús Castrillón como árbitros del encuentro, pero tan mala suerte tuvo, que empató la primera, perdió la segunda, y de paso perdió también a su mujer.

Sabedor del canto de Ayala se apresuró a responderles a sus enemigos antes de que los versos en mofa empezaran a difundirse:

Si la mujer se vendiera, Jesús, Jesús, Jesús Dios mío.
Collante vendía la de él La mujer de Collante tiene otro marido.
Y con la Plata que le dieran Jesús, Jesús, Jesús por Dios,
el compraba otra mujer. La mujer de Collante puede con dos.

Si algo preocupaba al ‘Mister’, fue su virilidad en boga por lo sucedido con Eufemia que lo dejaba mal parado. Quiso entonces mostrar su indiferencia, destacando que si una se iba, otras llegaban. Para eso en cada parranda empezaba con este verso, como espantando pesares:

Soy Epifanio Collante de tres mujeres que tengo
Dispuesto pa’ que me manden todas tres la tienen grande.

Contestó a Eusebio Ayala, rotulado ‘El panameño’ sacándole en cara el robo de unos puercos y para que nadie dudara le increpó: “El de Beatriz, se los robó.” Beatriz, madre del acordeonero.

Un belicoso espíritu anidó en este hombre fulgurante y pendenciero que vestía Liqui liqui en lino, pantalón con dos amarras ajustando su cadera, una camisa que dejaba ver la hebilla de oro puro, otorgando a su pretina fantástico poder en la disputa.

Un día a pleno sol sorprendió a los camperucheros, montado en contrasentido una mula tosca y lerda en pelo, sonando un tambor sobre el anca como reto al diablo, que según él nunca le hizo parada.

Durante su vida en El Copey no cesó de pelear con el médico Leónidas Vélez. Vecino suyo en finca y casa, motivo suficiente, para una enemistad que creció más cuando su hija Elida resultó embarazada de este. Por algún motivo Collante fue a parar a la cárcel de Valledupar, llamada el Mamón, estancia de los retenidos de la región. El día y hora en que lo liberaron, llegaba Vélez preso, frente a frente en la puerta, gritó: Collante que sale y Vélez que entra.

Cosas de la vida o castigo de Dios, el médico murió primero. Tiempo después Collante. La gente no sabe que misterio los situó frente a frente en el cementerio de El Copey, prolongándose la vecindad que los hostigó, uniéndolos en eterna enemistad; vecinos de fincas y casas, hoy de solariegas sepulturas.

Por Ciro A. Quiroz O.

 

Crónica
20 marzo, 2016

Collante, acordeonero picapleitos

Eran noches que se alargaban solas. La voz de Epifanio Collante, narrador local bien dotado se oía cuando convocaba en alboroto a los moradores de Camperucho.


Boton Wpp

Eran noches que se alargaban solas. La voz de Epifanio Collante, narrador local bien dotado se oía cuando convocaba en alboroto a los moradores de Camperucho.

Nació el 5 de abril de 1898, ya puberto lo apodaron el ‘Mister’ por su porte recio, por usar polainas y espuelas tintineantes que lo identificaban por donde quiera andaba.

Bronquinoso e intrépido se liaba a los puños con quien fuera, con tan mala suerte que perdió la mayoría de sus peleas. Enfrentado a Juan Castillo, iguales en fanfarronerías, un inspector de policía no pudo más, y los envío juntos al calabozo. Collante fumador empedernido, sacó de su mochila el usual paquete de tabaco y uno tras otro los fue encendiendo, lanzando bocanadas de humo a la cara de su adversario mientras le gritaba: Canta pajarito que la culpa es tuya.

Fue un emporio de riñas y litigios bajo la pretensión de su palabra que nada tenía que envidiar a una escritura pública, cuando convenía algo, de no cumplírsele lo acordado; el contratante cometía “farsedad” según él, exigiendo las cosas por la fuerza de sus trompadas. Unos lo temían y otros los respetaban. Con el cachaco Ovidio casi le arranca el dedo índice y Collante pegó un alarido: Así no, así no. Yo no peleo con manao’. Raudo huyó, y en veloz carrera desapareció.

En reyerta con Epifanio las cosas no eran fáciles porque siempre estuvo dispuesto como gallo fino en busca de fama y apuestas en las que involucraba también a sus hijos, pero solo Dora repitió sus caprichos. Habiendo recibido de Tobías Pumarejo un ganado al partir no tardó en venderlo so pretexto de no cuidar lo ajeno. Tobías pegó el grito al cielo cuando por boca de Luis Enrique Martínez, hermano de Leticia, mujer del inspector de El Copey, Emilio Felizzola, supo que había recibido una novilla a cambio de frenar la justicia. Se armó el zafarrancho porque Braulio Barrios, jurista y filósofo de la Universidad de Cartagena, negro de María Labaja, conocido por vestir de blanco de pies a cabeza, era participe.

Tobías golpeado por la intrepidez del binomio Dora-Braulio, sólo pudo desquitarse con sus versos:

Coya-antes de nacer, tienen hediondo al Copey
Ladrona de nacimiento el juzgado es escusado (retrete)
Golero montado en queso (Braulio) porque el golero es el rey.

El golpe iba preciso al ojo, porque las autoridades en Valledupar pocas bolas le prestaban al ‘Mister’, debido a la influencia de los Castro, pero una vez logró arrimar a baranda a uno de ellos regó la noticia, como era su costumbre, y usando como arma el reto, así le cantó:

Tengo un alfiler de oro pa’ cuando salga a la calle
Que me lo engancho en el saco, echarle vaina a los Castro.

Denotando implícitamente un lío de tierras con esta familia que no pudo ganarle a Collante en esos momentos.

El abogado Pedrito Castro Trespalacios, de esa misma casta y entonces de moda por derribar contendores a trocha y mocha, también había sucumbido ante Collante, quien representaba a Bárbara Flórez.

Con unas escrituras ininteligibles a la mano, desconcertó a Pedrito que nada pudo hacer, y Collante esto le espetó:

Dijo Pedrito Castro desde el pleito con Collante
lo que me ha pasado a mí. Yo perdí en Caracolí.

En trifulca con Sinforeano Restrepo quien no pudo con la audacia de Collante y hastiado de las rabulerías del ‘Mister’ no encontró más camino que invitarlo a dirimir las cosas a los puños.

Restrepo propuso: “Doctor Collante, si yo me lo gano me da su finca y si usted me gana le doy la mía”, ante lo cual increpó el ‘Mister’: “Usted parece un toro cebú, grande. Seguro que me gana, pero yo a usted le peleo como abogado”. Restrepo sin decir ni pio, se fue con el rabo entre las piernas.

En disputa con el Mello Camacho a quien había negado el paso por una de sus fincas, lo sonsacó tanto que Camacho ofendido se embriagó, dispuesto a matarlo y rula en mano lo invitó a duelo.

Cuando vio que la cosa iba en serio, Collante le gritó: Si tantas ganas tiene de dar machete desquítate con el campano grueso que tienes a tus espaldas. Y se encerró. El duelo quedó pendiente y Camacho tuvo que cambiar de ruta.

Eufemia Villazón quien fuera su mujer, lo dejó por Porfirio Carrillo, motivo para que todos sus enemigos festejen e instigaron a Eusebio Ayala quien le cantó en un muy satírico paseo:

Collante era tinterillo desde el pleito con Porfirio.
Pero ahora es abogado, Collante ha perdido el grado.

No bien parado y herido por su mujer dio con la solución: zanjó el dominio sobre ella invitando a trompadas a Porfirio en dos vueltas; puso a Genio Guerrero y a Jesús Castrillón como árbitros del encuentro, pero tan mala suerte tuvo, que empató la primera, perdió la segunda, y de paso perdió también a su mujer.

Sabedor del canto de Ayala se apresuró a responderles a sus enemigos antes de que los versos en mofa empezaran a difundirse:

Si la mujer se vendiera, Jesús, Jesús, Jesús Dios mío.
Collante vendía la de él La mujer de Collante tiene otro marido.
Y con la Plata que le dieran Jesús, Jesús, Jesús por Dios,
el compraba otra mujer. La mujer de Collante puede con dos.

Si algo preocupaba al ‘Mister’, fue su virilidad en boga por lo sucedido con Eufemia que lo dejaba mal parado. Quiso entonces mostrar su indiferencia, destacando que si una se iba, otras llegaban. Para eso en cada parranda empezaba con este verso, como espantando pesares:

Soy Epifanio Collante de tres mujeres que tengo
Dispuesto pa’ que me manden todas tres la tienen grande.

Contestó a Eusebio Ayala, rotulado ‘El panameño’ sacándole en cara el robo de unos puercos y para que nadie dudara le increpó: “El de Beatriz, se los robó.” Beatriz, madre del acordeonero.

Un belicoso espíritu anidó en este hombre fulgurante y pendenciero que vestía Liqui liqui en lino, pantalón con dos amarras ajustando su cadera, una camisa que dejaba ver la hebilla de oro puro, otorgando a su pretina fantástico poder en la disputa.

Un día a pleno sol sorprendió a los camperucheros, montado en contrasentido una mula tosca y lerda en pelo, sonando un tambor sobre el anca como reto al diablo, que según él nunca le hizo parada.

Durante su vida en El Copey no cesó de pelear con el médico Leónidas Vélez. Vecino suyo en finca y casa, motivo suficiente, para una enemistad que creció más cuando su hija Elida resultó embarazada de este. Por algún motivo Collante fue a parar a la cárcel de Valledupar, llamada el Mamón, estancia de los retenidos de la región. El día y hora en que lo liberaron, llegaba Vélez preso, frente a frente en la puerta, gritó: Collante que sale y Vélez que entra.

Cosas de la vida o castigo de Dios, el médico murió primero. Tiempo después Collante. La gente no sabe que misterio los situó frente a frente en el cementerio de El Copey, prolongándose la vecindad que los hostigó, uniéndolos en eterna enemistad; vecinos de fincas y casas, hoy de solariegas sepulturas.

Por Ciro A. Quiroz O.