Publicidad
Categorías
Categorías
Cultura - 21 marzo, 2024

Cinco poemas en homenaje a los árboles 

Árbol de cañaguate                  I El cañaguate se desnuda para calmar la sequía porque el follaje es la vía de eliminar lo que suda. En verano hace su muda, cambia su verde vestido por amarillo encendido; en enero con las brisas las flores son las sonrisas de los árboles queridos.                 II Altos árboles en brillo con […]

Árbol de cañaguate

                 I

El cañaguate se desnuda

para calmar la sequía

porque el follaje es la vía

de eliminar lo que suda.

En verano hace su muda,

cambia su verde vestido

por amarillo encendido;

en enero con las brisas

las flores son las sonrisas

de los árboles queridos.

                II

Altos árboles en brillo

con la magia en esplendores

cuando el sol entre sus flores

se desborda en amarillo.

Caligrama en estribillo,

bellos racimos flotantes

en ramas veraneantes;

cañaguate árbol nativo

que alucina de motivos

a todos los caminantes.

             III

En la región de Badillo

del Valle y alrededores, 

el cañaguate y sus flores 

del paisaje es un castillo. 

Esplendentes canutillos 

sus pétalos en fulgor, 

amarillo es el color 

de amor en Valledupar, 

porque empieza por amar

dice un poeta cantor.

                 ****

Monólogo de un árbol kogui

Una golondrina regó la semilla 

para que yo naciera. 

Crecí lejos del humo y del ruido; 

en un espejo de agua 

mis hojas descubren su color.  

Yo siento que soy tu hermano. 

No se vive para uno solo. 

Kanimpana, mi Padre, dijo 

que yo era el guardián del aire. 

Soy tan sensible como tú. 

Tu mirada, hermano Kogui, 

es otra forma de lluvia 

que nutre mis raíces.  

Nada hay en tus intenciones  

que sea ofensa 

para Kanimpana, mi Padre.  

                ****

No te creas el Dios del árbol

No te creas el dueño del árbol. 

Tú lo sembraste en lejana primavera, 

pero la vida de él, no te pertenece. 

No puedes apropiarte de su sombra. 

No es sólo tuyo el aire que brota 

de sus hojas. 

Si la ira enfada tus manos,  

no arrecies el filo del metal 

en el borde de la savia. 

No derrames tu venganza  

en el agua que beben sus raíces.

El árbol no sólo a ti pertenece. 

Pertenece al pájaro y a la íntima 

aventura de su vuelo, 

al viento que eleva a las nubes 

 el polen de la lluvia, 

al sol que deletrea 

los colores de las hojas. 

No te creas el dios del árbol. 

Déjalo que viva  

hasta que el tiempo 

haga piedra sus raíces.  

             ***

Monólogo de un árbol citadino

Caligrama de fiesta son mis flores. 

Soy silabario para los pinceles de la luz. 

Para el mendigo, el sombrero de su alcoba. 

Para el pájaro, el atril de su escritura.  

Para el perro, la pared de su llovizna. 

Para los alarifes del cemento  

soy un estorbo, un extraño 

en lugar equivocado,  

sus amenazas de muerte me persiguen.   

Pero soy más que un verde monumento  

en la agitada ceremonia de las calles. 

Soy testigo: de la noche 

que avanza con el miedo, 

de transeúntes perdidos en su sombra. 

Mis floridos reclamos 

ululan la presencia de otros árboles.

Nadie quiere estar solo, 

la soledad es carbón que deja el relámpago. 

                  ****

Elegía al mango del patio    

El árbol sangra blanco sus heridas 

como mostrando la ruta 

que el dolor todavía no ha recorrido.      

Me alejo del patio y me llevo de sus hojas 

los amaneceres con aromas de guitarras.

Me llevo el verde pendular de la mecedora 

donde descansaba un hombre parecido a mí.

El árbol ya sospecha que pronto 

no habrá luz en su follaje, 

su epitafio vendrá en la mirada 

esquiva de otro dueño. 

Sus frutos serán invisibles racimos 

en algún ojal de la memoria,  

y mi hamaca, fértil al cortejo vegetal  

seguirá atada a las ramas del viento. 

Por: José Atuesta Mindiola 

Cultura
21 marzo, 2024

Cinco poemas en homenaje a los árboles 

Árbol de cañaguate                  I El cañaguate se desnuda para calmar la sequía porque el follaje es la vía de eliminar lo que suda. En verano hace su muda, cambia su verde vestido por amarillo encendido; en enero con las brisas las flores son las sonrisas de los árboles queridos.                 II Altos árboles en brillo con […]


Árbol de cañaguate

                 I

El cañaguate se desnuda

para calmar la sequía

porque el follaje es la vía

de eliminar lo que suda.

En verano hace su muda,

cambia su verde vestido

por amarillo encendido;

en enero con las brisas

las flores son las sonrisas

de los árboles queridos.

                II

Altos árboles en brillo

con la magia en esplendores

cuando el sol entre sus flores

se desborda en amarillo.

Caligrama en estribillo,

bellos racimos flotantes

en ramas veraneantes;

cañaguate árbol nativo

que alucina de motivos

a todos los caminantes.

             III

En la región de Badillo

del Valle y alrededores, 

el cañaguate y sus flores 

del paisaje es un castillo. 

Esplendentes canutillos 

sus pétalos en fulgor, 

amarillo es el color 

de amor en Valledupar, 

porque empieza por amar

dice un poeta cantor.

                 ****

Monólogo de un árbol kogui

Una golondrina regó la semilla 

para que yo naciera. 

Crecí lejos del humo y del ruido; 

en un espejo de agua 

mis hojas descubren su color.  

Yo siento que soy tu hermano. 

No se vive para uno solo. 

Kanimpana, mi Padre, dijo 

que yo era el guardián del aire. 

Soy tan sensible como tú. 

Tu mirada, hermano Kogui, 

es otra forma de lluvia 

que nutre mis raíces.  

Nada hay en tus intenciones  

que sea ofensa 

para Kanimpana, mi Padre.  

                ****

No te creas el Dios del árbol

No te creas el dueño del árbol. 

Tú lo sembraste en lejana primavera, 

pero la vida de él, no te pertenece. 

No puedes apropiarte de su sombra. 

No es sólo tuyo el aire que brota 

de sus hojas. 

Si la ira enfada tus manos,  

no arrecies el filo del metal 

en el borde de la savia. 

No derrames tu venganza  

en el agua que beben sus raíces.

El árbol no sólo a ti pertenece. 

Pertenece al pájaro y a la íntima 

aventura de su vuelo, 

al viento que eleva a las nubes 

 el polen de la lluvia, 

al sol que deletrea 

los colores de las hojas. 

No te creas el dios del árbol. 

Déjalo que viva  

hasta que el tiempo 

haga piedra sus raíces.  

             ***

Monólogo de un árbol citadino

Caligrama de fiesta son mis flores. 

Soy silabario para los pinceles de la luz. 

Para el mendigo, el sombrero de su alcoba. 

Para el pájaro, el atril de su escritura.  

Para el perro, la pared de su llovizna. 

Para los alarifes del cemento  

soy un estorbo, un extraño 

en lugar equivocado,  

sus amenazas de muerte me persiguen.   

Pero soy más que un verde monumento  

en la agitada ceremonia de las calles. 

Soy testigo: de la noche 

que avanza con el miedo, 

de transeúntes perdidos en su sombra. 

Mis floridos reclamos 

ululan la presencia de otros árboles.

Nadie quiere estar solo, 

la soledad es carbón que deja el relámpago. 

                  ****

Elegía al mango del patio    

El árbol sangra blanco sus heridas 

como mostrando la ruta 

que el dolor todavía no ha recorrido.      

Me alejo del patio y me llevo de sus hojas 

los amaneceres con aromas de guitarras.

Me llevo el verde pendular de la mecedora 

donde descansaba un hombre parecido a mí.

El árbol ya sospecha que pronto 

no habrá luz en su follaje, 

su epitafio vendrá en la mirada 

esquiva de otro dueño. 

Sus frutos serán invisibles racimos 

en algún ojal de la memoria,  

y mi hamaca, fértil al cortejo vegetal  

seguirá atada a las ramas del viento. 

Por: José Atuesta Mindiola