La adaptación de Netflix de ‘Cien años de soledad’ no es la primera vez que una obra de Gabriel García Márquez se convierte en una producción audiovisual.
La adaptación de Netflix de ‘Cien años de soledad’ no es la primera vez que una obra de Gabriel García Márquez se convierte en una producción audiovisual. Todavía recordamos a Shakira cantando la banda sonora de la película “El amor en los tiempos del cólera”, estrenada en 2007; los mayores de 40 años recordamos la impresión que sentimos cuando vimos morir a Santiago Nassar en “Crónica de una muerte anunciada”, estrenada en 1987; en 1975, RTI realizó “La mala hora”, grabada a color, en exteriores, bajo la dirección de Bernardo Romero Pereiro, que fue el encargado de los libretos, y con la participación de un elenco de lujo encabezado por Frank Ramírez y Judy Henríquez, entre muchos otros. Aunque la telenovela fue un éxito, tanto que fue comprada por Italia, Bulgaria, Rumania, Argelia, Ecuador, Cuba y México, en Colombia no cayó muy bien entre las autoridades políticas y militares, a tal punto que el final de la producción solo contó con un minuto de comerciales porque los anunciantes fueron presionados para que retiraran las pautas.
“Cien años de soledad” era la joya de la corona y, por mucho tiempo, directores de cine y productores de televisión propusieron adaptarla, pero Gabo siempre se opuso, tal vez porque conocía tan bien el cine de su época que sabía que lo plasmado en esa novela era casi imposible llevarlo a la pantalla. No me imagino cómo se habrían recreado las mariposas amarillas revoloteando alrededor de Mauricio Babilonia allá en los setentas, o a Remedios, la bella subiendo al cielo envuelta en sábanas blancas. No habían garantías técnicas.
Hoy es otro cantar. Los avances tecnológicos permiten recrear imágenes realistas y efectos especiales que hace cincuenta años solo eran posibles en la imaginación, y a través del lenguaje oral o escrito. Esta nueva realidad es una ventaja y prenda de garantía para Netflix y el equipo de producción de la serie estrenada el pasado 11 de diciembre. Sin embargo, es necesario que los espectadores nos acerquemos a la producción audiovisual de “Cien años de soledad” sin perder de vista que esta es una adaptación y no el reflejo exacto de la novela, y que seguramente encontraremos frases trastocadas, escenas omitidas o pasajes reinterpretados para impulsar la trama o mantener el ritmo que exige una serie de este tipo.
Además, se trata de dos formas de expresión distintas: mientras el lenguaje literario usa palabras para conectar con el lector, el lenguaje audiovisual se vale de música, luces e iluminación, personas reales y paisajes para conmover y enganchar al observador. La serie o la película no agota al libro.
Los seres humanos tenemos el anhelo y la necesidad de comunicarnos, así el lenguaje es una de las herramientas más poderosas que poseemos ya que nos permite expresar el mundo que nos rodea y que compartimos con otros, y el mundo interno donde solo dejamos entrar a quien queremos. Gracias al lenguaje podemos narrar historias, reales o ficticias, y ponerlas por escrito, usando además solo unos cuantos caracteres que aislados no expresan nada, pero que organizados de una forma específica adquieren el sentido que podemos descifrar con solo posar nuestra mirada en esos pequeños grupos de símbolos que llamamos palabras.
La lectura es fuente de placer, por eso para Jorge Luis Borges era inconcebible que alguien fuese obligado a leer. Además, la lectura produce tal sensación de asombro y sobrecogimiento que excita la imaginación y le permite escaparse de la realidad por una ventana o una puerta, para luego regresar a ella transformándola. Eso es lo que logra García Márquez con “Cien años de soledad” que no es otra cosa que una reinterpretación poética de su historia familiar, de su entorno local y de la realidad nacional. La conexión del libro con los lectores es tan eficaz que cada uno identifica y encuentra a sus padres o abuelos, a sus amigos o a su pueblo en la historia de Macondo.
Esta era una de las preocupaciones de Gabo, y el riesgo que tomaremos cuando veamos “Cien años de soledad” en nuestros televisores: que se nos construya una imagen fosilizada de los paisajes y personajes, y que no tengamos luego la libertad de ponerle rostro, voz y atmósfera al relato. Por eso es fundamental que leamos el libro, antes o después de ver la serie, pero que lo leamos porque la única forma de disfrutar de “Cien años de soledad” es leyéndola.
Por Carlos Liñán-Pitre
La adaptación de Netflix de ‘Cien años de soledad’ no es la primera vez que una obra de Gabriel García Márquez se convierte en una producción audiovisual.
La adaptación de Netflix de ‘Cien años de soledad’ no es la primera vez que una obra de Gabriel García Márquez se convierte en una producción audiovisual. Todavía recordamos a Shakira cantando la banda sonora de la película “El amor en los tiempos del cólera”, estrenada en 2007; los mayores de 40 años recordamos la impresión que sentimos cuando vimos morir a Santiago Nassar en “Crónica de una muerte anunciada”, estrenada en 1987; en 1975, RTI realizó “La mala hora”, grabada a color, en exteriores, bajo la dirección de Bernardo Romero Pereiro, que fue el encargado de los libretos, y con la participación de un elenco de lujo encabezado por Frank Ramírez y Judy Henríquez, entre muchos otros. Aunque la telenovela fue un éxito, tanto que fue comprada por Italia, Bulgaria, Rumania, Argelia, Ecuador, Cuba y México, en Colombia no cayó muy bien entre las autoridades políticas y militares, a tal punto que el final de la producción solo contó con un minuto de comerciales porque los anunciantes fueron presionados para que retiraran las pautas.
“Cien años de soledad” era la joya de la corona y, por mucho tiempo, directores de cine y productores de televisión propusieron adaptarla, pero Gabo siempre se opuso, tal vez porque conocía tan bien el cine de su época que sabía que lo plasmado en esa novela era casi imposible llevarlo a la pantalla. No me imagino cómo se habrían recreado las mariposas amarillas revoloteando alrededor de Mauricio Babilonia allá en los setentas, o a Remedios, la bella subiendo al cielo envuelta en sábanas blancas. No habían garantías técnicas.
Hoy es otro cantar. Los avances tecnológicos permiten recrear imágenes realistas y efectos especiales que hace cincuenta años solo eran posibles en la imaginación, y a través del lenguaje oral o escrito. Esta nueva realidad es una ventaja y prenda de garantía para Netflix y el equipo de producción de la serie estrenada el pasado 11 de diciembre. Sin embargo, es necesario que los espectadores nos acerquemos a la producción audiovisual de “Cien años de soledad” sin perder de vista que esta es una adaptación y no el reflejo exacto de la novela, y que seguramente encontraremos frases trastocadas, escenas omitidas o pasajes reinterpretados para impulsar la trama o mantener el ritmo que exige una serie de este tipo.
Además, se trata de dos formas de expresión distintas: mientras el lenguaje literario usa palabras para conectar con el lector, el lenguaje audiovisual se vale de música, luces e iluminación, personas reales y paisajes para conmover y enganchar al observador. La serie o la película no agota al libro.
Los seres humanos tenemos el anhelo y la necesidad de comunicarnos, así el lenguaje es una de las herramientas más poderosas que poseemos ya que nos permite expresar el mundo que nos rodea y que compartimos con otros, y el mundo interno donde solo dejamos entrar a quien queremos. Gracias al lenguaje podemos narrar historias, reales o ficticias, y ponerlas por escrito, usando además solo unos cuantos caracteres que aislados no expresan nada, pero que organizados de una forma específica adquieren el sentido que podemos descifrar con solo posar nuestra mirada en esos pequeños grupos de símbolos que llamamos palabras.
La lectura es fuente de placer, por eso para Jorge Luis Borges era inconcebible que alguien fuese obligado a leer. Además, la lectura produce tal sensación de asombro y sobrecogimiento que excita la imaginación y le permite escaparse de la realidad por una ventana o una puerta, para luego regresar a ella transformándola. Eso es lo que logra García Márquez con “Cien años de soledad” que no es otra cosa que una reinterpretación poética de su historia familiar, de su entorno local y de la realidad nacional. La conexión del libro con los lectores es tan eficaz que cada uno identifica y encuentra a sus padres o abuelos, a sus amigos o a su pueblo en la historia de Macondo.
Esta era una de las preocupaciones de Gabo, y el riesgo que tomaremos cuando veamos “Cien años de soledad” en nuestros televisores: que se nos construya una imagen fosilizada de los paisajes y personajes, y que no tengamos luego la libertad de ponerle rostro, voz y atmósfera al relato. Por eso es fundamental que leamos el libro, antes o después de ver la serie, pero que lo leamos porque la única forma de disfrutar de “Cien años de soledad” es leyéndola.
Por Carlos Liñán-Pitre