Bolaño fue un músico andariego que nunca dejó de caminar guiado por una incontenible necesidad espiritual de compartir sus saberes y virtudes musicales, sembrando y diseminando sin detenerse, como la misión que recibió de ese folclor que lo consagró y lo ubicó en uno de los sitios más privilegiados de nuestra historia musical.
‘Chico’ Bolaño perteneció a la segunda generación de acordeoneros, según la clasificación hecha por Gutiérrez Hinojosa en su obra ‘Cultura vallenata’. Vio sus primeras luces en El Molino (La Guajira), cuando despuntaba el año 1903 y allí permaneció hasta su adolescencia cuando salió a caminar enrumbando hacia la zona bananera, un destino que imantaba a la gente de la provincia, donde todos tenían oportunidades de trabajo, diversión y el encuentro con la modernidad, pues allí estaba el ferrocarril que desde Santa Marta hasta Fundación realizaba su diario recorrido.
Como la gran mayoría de los juglares de su época fue andariego, trashumante y aventurero, quien con un pequeño acordeón en el pecho escudriñó todos los recovecos del Caribe colombiano, llevando las noticias de su comarca en sus esplendidos cantos, acompañados con su nota briosa y florida que lo destacaron entre los de su generación.
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Durante un par de años, el contacto con muchos acordeoneros de otras regiones de la costa, le sirvió para nutrirse musicalmente y ampliar su espectro melódico, aprendiendo a la vez los secretos y el marcante del son tradicional, que posteriormente traería a la provincia, enseñándolo a muchos músicos que no habían tenido la oportunidad de salir del solar nativo, como fueron Lorenzo Morales y Emiliano Zuleta, entre otros.
Muy cerca a El Molino estaba Cañaverales, donde el cultivo de la caña y la producción de panela representaban una importante fuente de trabajo e ingresos en su comercialización con Riohacha y más adelante con Valledupar. Ligado a los quehaceres del campo, ya en el año 1930, según testimonio del patriarca fonsequero, don Rafael Marulanda Brito, ‘Chico’ Bolaño era su empleado en la estancia panelera que poseía ahí en Cañaverales, pero los fines de semana se perdía con su acordeón por los pueblos y veredas circunvecinos.
En una de sus andanzas pasando por la estancia de don Rafael Lacouture Celedón, al cruzar frente a un árbol de laurel, allí le cantó ‘El Coito’, lo que dio motivos para componer una de sus primeras obras, el paseo que lleva este nombre. La estancia de Rafael, una de las primeras de la región, era administrada por el sanjuanero Pedrito Daza, personaje que también registra Bolaño en su canto.
En ocasiones iba hasta Riohacha acompañando a don Rafa Marulanda a llevar las arrias de bestias cargadas con la panela y en esta ciudad hizo contacto con miembros de la familia Henríquez, estimados comerciantes y parranderos que lo hacían quedar largas temporadas en la tierra de Padilla.
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Hay testimonios, según Gutiérrez Hinojosa, que en una ocasión lo llevaron montado en un barco hasta la isla de Curazao, en un episodio que no vivió ninguno de los juglares de antaño.
Enarbolando su acordeón como arma y escudo, ‘Chico’ se dedicó a seguir las huellas de los acordeoneros que ganaban fama para enfrentarlos y sentar jerarquía, desde ‘Francisco El Hombre’ para bajo, recorriendo todo el Magdalena Grande, la zona ribereña y la Sabana del viejo Bolívar. Esto nos explica por qué su cédula de ciudadanía la obtuvo en Calamar, un pueblo ribereño del viejo departamento de Bolívar.
Afirmaba su viuda, Ana Olmedo de Bolaño, que a mediados de los años 40 frecuentaba Barranquilla, donde realizaba presentaciones musicales en el radioteatro de la emisora Atlántico, haciéndose muy popular en el ambiente farandulero de esta ciudad. Igualmente, comentaba que al regresar de una correría por los santanderes, él trajo de Bucaramanga un casete redondo de aquellos de la época, que contenía varias de sus obras grabadas en los estudios de una emisora, el cual dejó en radio Guatapurí para su difusión, pero que no se le dio la importancia requerida. Lastimosamente hoy no tenemos ningún registro sonoro de este importante juglar.
De nuevo en la zona bananera tuvo entonces duros enfrentamientos, peleando la paternidad del son ‘Santa Marta’ o ‘Santa Marta tiene tren’ con Manuel Medina Moscote, un viejo juglar oriundo de Punta de Piedra, hoy Zapayán, en el departamento del Magdalena.
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A ‘Chico’ podíamos encontrarlo en cualquier parte y a cualquier hora pues nunca cesó en su peregrinaje por nuestra geografía y así podía estar en La Jagua del Pilar en piquerias con Emiliano Zuleta y en San Diego desafiando a Juan Muñoz, o serenateando a Catalina Daza, allá en Corral de Piedra, o improvisándole versos al doctor Aníbal Guillermo Castro, aquí en la plaza de Valledupar.
Lo conocí aquí en el Valle, vecino del barrio Primero de Mayo, rebuscándose en las cantinas detrás del mercado viejo con los bebedores que no faltaban; era el año 1959. Después lo encontré un año más tarde en Villanueva tocando una colita en el cafetal, acompañando su acordeón guacamayo con redoblante, maracas y saxofón. Tocaba porros, cumbias y algo de su repertorio. Posteriormente con su núcleo familiar se trasladó a Codazzi para finalmente, en 1962, ir a morir en extrañas circunstancia a la población de Bosconia, aquí en el cesar.
Bolaño fue un músico andariego que nunca dejó de caminar guiado por una incontenible necesidad espiritual de compartir sus saberes y virtudes musicales, sembrando y diseminando sin detenerse, como la misión que recibió de ese folclor que lo consagró y lo ubicó en uno de los sitios más privilegiados de nuestra historia musical.
Por: Julio Cesar Oñate Martínez
Bolaño fue un músico andariego que nunca dejó de caminar guiado por una incontenible necesidad espiritual de compartir sus saberes y virtudes musicales, sembrando y diseminando sin detenerse, como la misión que recibió de ese folclor que lo consagró y lo ubicó en uno de los sitios más privilegiados de nuestra historia musical.
‘Chico’ Bolaño perteneció a la segunda generación de acordeoneros, según la clasificación hecha por Gutiérrez Hinojosa en su obra ‘Cultura vallenata’. Vio sus primeras luces en El Molino (La Guajira), cuando despuntaba el año 1903 y allí permaneció hasta su adolescencia cuando salió a caminar enrumbando hacia la zona bananera, un destino que imantaba a la gente de la provincia, donde todos tenían oportunidades de trabajo, diversión y el encuentro con la modernidad, pues allí estaba el ferrocarril que desde Santa Marta hasta Fundación realizaba su diario recorrido.
Como la gran mayoría de los juglares de su época fue andariego, trashumante y aventurero, quien con un pequeño acordeón en el pecho escudriñó todos los recovecos del Caribe colombiano, llevando las noticias de su comarca en sus esplendidos cantos, acompañados con su nota briosa y florida que lo destacaron entre los de su generación.
Lea también: Con serenata rindieron homenaje a Jorge Oñate por su natalicio
Durante un par de años, el contacto con muchos acordeoneros de otras regiones de la costa, le sirvió para nutrirse musicalmente y ampliar su espectro melódico, aprendiendo a la vez los secretos y el marcante del son tradicional, que posteriormente traería a la provincia, enseñándolo a muchos músicos que no habían tenido la oportunidad de salir del solar nativo, como fueron Lorenzo Morales y Emiliano Zuleta, entre otros.
Muy cerca a El Molino estaba Cañaverales, donde el cultivo de la caña y la producción de panela representaban una importante fuente de trabajo e ingresos en su comercialización con Riohacha y más adelante con Valledupar. Ligado a los quehaceres del campo, ya en el año 1930, según testimonio del patriarca fonsequero, don Rafael Marulanda Brito, ‘Chico’ Bolaño era su empleado en la estancia panelera que poseía ahí en Cañaverales, pero los fines de semana se perdía con su acordeón por los pueblos y veredas circunvecinos.
En una de sus andanzas pasando por la estancia de don Rafael Lacouture Celedón, al cruzar frente a un árbol de laurel, allí le cantó ‘El Coito’, lo que dio motivos para componer una de sus primeras obras, el paseo que lleva este nombre. La estancia de Rafael, una de las primeras de la región, era administrada por el sanjuanero Pedrito Daza, personaje que también registra Bolaño en su canto.
En ocasiones iba hasta Riohacha acompañando a don Rafa Marulanda a llevar las arrias de bestias cargadas con la panela y en esta ciudad hizo contacto con miembros de la familia Henríquez, estimados comerciantes y parranderos que lo hacían quedar largas temporadas en la tierra de Padilla.
No deje de leer: “Nunca he querido ofender la memoria de Juancho Rois”: Fabián Corrales
Hay testimonios, según Gutiérrez Hinojosa, que en una ocasión lo llevaron montado en un barco hasta la isla de Curazao, en un episodio que no vivió ninguno de los juglares de antaño.
Enarbolando su acordeón como arma y escudo, ‘Chico’ se dedicó a seguir las huellas de los acordeoneros que ganaban fama para enfrentarlos y sentar jerarquía, desde ‘Francisco El Hombre’ para bajo, recorriendo todo el Magdalena Grande, la zona ribereña y la Sabana del viejo Bolívar. Esto nos explica por qué su cédula de ciudadanía la obtuvo en Calamar, un pueblo ribereño del viejo departamento de Bolívar.
Afirmaba su viuda, Ana Olmedo de Bolaño, que a mediados de los años 40 frecuentaba Barranquilla, donde realizaba presentaciones musicales en el radioteatro de la emisora Atlántico, haciéndose muy popular en el ambiente farandulero de esta ciudad. Igualmente, comentaba que al regresar de una correría por los santanderes, él trajo de Bucaramanga un casete redondo de aquellos de la época, que contenía varias de sus obras grabadas en los estudios de una emisora, el cual dejó en radio Guatapurí para su difusión, pero que no se le dio la importancia requerida. Lastimosamente hoy no tenemos ningún registro sonoro de este importante juglar.
De nuevo en la zona bananera tuvo entonces duros enfrentamientos, peleando la paternidad del son ‘Santa Marta’ o ‘Santa Marta tiene tren’ con Manuel Medina Moscote, un viejo juglar oriundo de Punta de Piedra, hoy Zapayán, en el departamento del Magdalena.
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A ‘Chico’ podíamos encontrarlo en cualquier parte y a cualquier hora pues nunca cesó en su peregrinaje por nuestra geografía y así podía estar en La Jagua del Pilar en piquerias con Emiliano Zuleta y en San Diego desafiando a Juan Muñoz, o serenateando a Catalina Daza, allá en Corral de Piedra, o improvisándole versos al doctor Aníbal Guillermo Castro, aquí en la plaza de Valledupar.
Lo conocí aquí en el Valle, vecino del barrio Primero de Mayo, rebuscándose en las cantinas detrás del mercado viejo con los bebedores que no faltaban; era el año 1959. Después lo encontré un año más tarde en Villanueva tocando una colita en el cafetal, acompañando su acordeón guacamayo con redoblante, maracas y saxofón. Tocaba porros, cumbias y algo de su repertorio. Posteriormente con su núcleo familiar se trasladó a Codazzi para finalmente, en 1962, ir a morir en extrañas circunstancia a la población de Bosconia, aquí en el cesar.
Bolaño fue un músico andariego que nunca dejó de caminar guiado por una incontenible necesidad espiritual de compartir sus saberes y virtudes musicales, sembrando y diseminando sin detenerse, como la misión que recibió de ese folclor que lo consagró y lo ubicó en uno de los sitios más privilegiados de nuestra historia musical.
Por: Julio Cesar Oñate Martínez