‘Casa colibrí’ nace en mayo de 2020, como una respuesta a la falta de espacios locales para la promoción de la cultura; con el objetivo de modificar este “escenario ausente de motivaciones culturales, de libros, bibliotecas y espacios de cine”.
En Media Luna, las tardes lluviosas figuran paisajes de espejismo. Al escampar, el cielo mantiene un color plomizo que indica la posibilidad de nuevas precipitaciones. La noche se aproxima, engullendo los últimos rescoldos de luz. Transeúntes caminan ingrávidos entre la bruma. Otros se guarecen en viviendas, locales comerciales y salones de billar. El aroma que se respira es de canciones nostálgicas, de añoranzas pretéritas:
Yo iba a buscarte aquel día de un cielo pardo y oscuro/ En mi alma nunca morían las esperanzas que el tiempo/ Te hicieran recoger la queja de mi amor en silencio.
– ¿Dónde quedan los salones de billar? –Pregunto a una habitante- a través de la ventana del vehículo. Previamente, sabía que por los alrededores de esa zona quedaba la ‘Casa Colibrí’.
-Llegas hasta el fondo de esta calle, como quien va para el parque –me indica con ademanes- y doblas a la derecha. Al lado hay una casa que tiene pintado un colibrí.
Junto con El Rincón, Las Pitillas, Los Brasiles, Los Tupes, Nuevas Flores y Tocaimo, Media Luna conforma la franja corregimental de San Diego, Cesar. Se llega allí transitando el pueblo por la calle cuatro, al suroriente, y luego bordeando las faldas de los cerros por una placa huella, en medio de una topografía que amenaza de forma continua con el desprendimiento de rocas. Media Luna es despensa agrícola del departamento, siendo el maíz, el plátano y el aguacate algunos de sus cultivos más importantes.
Lucelia Durán deja transcurrir la tarde sentada en la terraza de su hogar, debajo de un cobertizo. Su padre, Laurentino Durán, le acompaña. Lucelia es ama de casa, tiene una venta de frituras y de ropa de segunda en Media Luna. Además, brinda apoyo a su sobrina Tania Durán en las actividades de ‘Casa Colibrí’. Me recibe alegre, de buena voluntad y enseguida pasamos a una dependencia de la casa que ha sido dispuesta para múltiples propósitos: sala de lectura, taller de pintura, creación literaria; en fin, un puesto de avanzada para las diferentes expresiones del arte.
-La iniciativa surgió en medio de la pandemia –afirma Lucelia. Mi sobrina me dijo que quería ocupar a los niños del corregimiento en algo productivo.
Tania Durán es psicóloga, egresada de la Universidad Pedagógica y Tecnológica de Colombia, UPTC, en Tunja, Boyacá. Al momento de la visita a ‘Casa Colibrí’ se encuentra fuera de Media Luna. Vía WhatsApp me diría después que “en el momento en que uno decide sumarse a iniciativas que busquen las transformaciones sociales desde una perspectiva más comunitaria y menos individual, ya estamos asumiendo una forma de vida diferente”.
-De Media Luna es mi familia extensa –declara Tania. Era un lugar que no visitaba desde que era muy niña. La mayor motivación fue la posibilidad de reconectarme con el territorio desde la cercanía con mi familia.
El trabajo de Tania en el contexto comunitario inicia en la universidad, con un proyecto que beneficiaba a niños de barrios marginados de Tunja. Continúa en el departamento de Guaviare, en una fase que involucraba la investigación de su trabajo de grado. “Es un encuentro con pueblos indígenas de diferentes familias lingüísticas, con víctimas del conflicto, con pueblos afro, con una diversidad cultural bellísima, la hermosura de la selva”, asegura. Con el transcurrir del tiempo, junto a un grupo de amigos de la misma profesión, conforma el colectivo ‘Guachinacal’, que se convirtió en el 2017 en la Asociación Guachinacal.
–Guachinacal se enfoca en la diferencia, permite que la diferencia se manifieste desde lo cultural. Pone el énfasis en los procesos que perduran en el tiempo y que también se convierten en plataformas de los lugares y los territorios –Puntualiza Durán. Yo me vengo al Cesar con esta visión, con esta perspectiva de que se pueden hacer las cosas, de que los cambios son posibles.
El colibrí es un ave de atrayentes peculiaridades, distribuida por la serranía de Perijá en distintas especies. Puede mover sus alas hasta más de 80 veces por segundo, tiene la capacidad de volar en todas las direcciones y representa, en lo mitológico, el misterio y la fuerza de voluntad.
‘Casa Colibrí’ es un monumento de estas cualidades, la resignificación de un territorio que en el pasado vivió los horrores del conflicto armado, pues en incursiones de grupos paramilitares, Lucelia perdió a dos de sus hermanos –Noel y Enemías Durán-. Este último, asesinado en la ‘Masacre de Media Luna’, ocurrida el 27 de octubre de 1996. Ambos eran artistas del teatro y la pintura.
El informe del portal Rutas del Conflicto da cuenta de que “las Autodefensas Campesinas de Córdoba y Urabá (ACCU), junto a un grupo de paramilitares del norte del Cesar, llegaron al corregimiento de Media Luna, en el municipio de San Diego, y asesinaron a siete personas. Los ‘paras’ se llevaron a cuatro personas más, de las cuales no se volvió a saber nada”.
‘Casa Colibrí’ nace en mayo de 2020, como una respuesta a la falta de escenarios locales para la promoción de la cultura; con el objetivo de modificar este “escenario ausente de motivaciones culturales, de libros, bibliotecas y espacios de cine”.
“La idea de ‘Casa Colibrí’ es vincular y movilizar las diferentes artes en el corregimiento –danzas, música, literatura, pintura-. Los libros son siempre un excelente inicio, pero consideramos que la necesidad del corregimiento es poder tener acceso a la cultura, en términos generales”, dice Tania Durán.
Lucelia alterna su actividad comercial con la atención a los niños de ‘Casa Colibrí’. –Separo la semana para los niños –asevera. Las ventas las hago, sobre todo, los fines de semana.
Relata que, al principio, empezaron a contactar a madres vecinas para referirles la propuesta. Los niños al oír se emocionaban y pasaban la voz a sus hermanos y amigos. No obstante, debido a la pandemia del covid-19, tuvieron que restringir el acceso al lugar. La metodología de trabajo de ‘Casa Colibrí’ parte de entender los estilos de aprendizaje de cada joven y niño. El que no lee, escucha o palpa y cuenta lo que aprendió. Mira –dice Lucelia- estas son unas máscaras que han sido elaboradas por los niños para hacer dramatizados.
-Pero acá hay un problema. Hay un billar ahí al lado y lo abren todos los días. Ponen música a todo volumen y entonces, ¿qué concentración puede haber? –arguye. A veces, me toca llevar a los niños ahí, a mi casa –dice- señalando una vivienda, posterior a un pequeño patio, donde hay hierbabuena, flores ornamentales, árboles de anón, limón, totumo y cultivo de hortalizas.
Actualmente, ‘Casa Colibrí’ requiere de inversiones para que la atención a la comunidad sea más digna. Estantes; materiales como pinturas, pinceles, lápices, cuadernos, cartulinas; la adecuación del frente de la casa –donde está el mural del colibrí- porque, en palabras de Tania, “debido a las lluvias y al sol, ya nuestro colibrí está pálido”; tapar goteras, cambiar tejas de zinc, vigas desgastadas; arreglo del piso; compra de ventiladores, dado que el calor es un factor de deserción; adaptaciones eléctricas, “para que se facilite el ejercicio que proponemos: de lectura, concentración, exploración”, agrega.
‘Casa Colibrí’ es, pues, una extremidad de la Asociación Guachinacal. Cuenta con un sistema de donaciones y autosostenimiento que comprende la donación de elementos materiales, como libros; el apadrinamiento, que consiste en una consignación mensual igual o mayor a 20 mil pesos, destinada a meriendas, materiales y salidas; donaciones de ropa usada y donaciones intangibles, como espacios de lectura, poesía o música. De cualquier manera, todo vale para ayudar a aletear el colibrí.
ALEXANDER GUTIÉRREZ/ EL PILÓN
‘Casa colibrí’ nace en mayo de 2020, como una respuesta a la falta de espacios locales para la promoción de la cultura; con el objetivo de modificar este “escenario ausente de motivaciones culturales, de libros, bibliotecas y espacios de cine”.
En Media Luna, las tardes lluviosas figuran paisajes de espejismo. Al escampar, el cielo mantiene un color plomizo que indica la posibilidad de nuevas precipitaciones. La noche se aproxima, engullendo los últimos rescoldos de luz. Transeúntes caminan ingrávidos entre la bruma. Otros se guarecen en viviendas, locales comerciales y salones de billar. El aroma que se respira es de canciones nostálgicas, de añoranzas pretéritas:
Yo iba a buscarte aquel día de un cielo pardo y oscuro/ En mi alma nunca morían las esperanzas que el tiempo/ Te hicieran recoger la queja de mi amor en silencio.
– ¿Dónde quedan los salones de billar? –Pregunto a una habitante- a través de la ventana del vehículo. Previamente, sabía que por los alrededores de esa zona quedaba la ‘Casa Colibrí’.
-Llegas hasta el fondo de esta calle, como quien va para el parque –me indica con ademanes- y doblas a la derecha. Al lado hay una casa que tiene pintado un colibrí.
Junto con El Rincón, Las Pitillas, Los Brasiles, Los Tupes, Nuevas Flores y Tocaimo, Media Luna conforma la franja corregimental de San Diego, Cesar. Se llega allí transitando el pueblo por la calle cuatro, al suroriente, y luego bordeando las faldas de los cerros por una placa huella, en medio de una topografía que amenaza de forma continua con el desprendimiento de rocas. Media Luna es despensa agrícola del departamento, siendo el maíz, el plátano y el aguacate algunos de sus cultivos más importantes.
Lucelia Durán deja transcurrir la tarde sentada en la terraza de su hogar, debajo de un cobertizo. Su padre, Laurentino Durán, le acompaña. Lucelia es ama de casa, tiene una venta de frituras y de ropa de segunda en Media Luna. Además, brinda apoyo a su sobrina Tania Durán en las actividades de ‘Casa Colibrí’. Me recibe alegre, de buena voluntad y enseguida pasamos a una dependencia de la casa que ha sido dispuesta para múltiples propósitos: sala de lectura, taller de pintura, creación literaria; en fin, un puesto de avanzada para las diferentes expresiones del arte.
-La iniciativa surgió en medio de la pandemia –afirma Lucelia. Mi sobrina me dijo que quería ocupar a los niños del corregimiento en algo productivo.
Tania Durán es psicóloga, egresada de la Universidad Pedagógica y Tecnológica de Colombia, UPTC, en Tunja, Boyacá. Al momento de la visita a ‘Casa Colibrí’ se encuentra fuera de Media Luna. Vía WhatsApp me diría después que “en el momento en que uno decide sumarse a iniciativas que busquen las transformaciones sociales desde una perspectiva más comunitaria y menos individual, ya estamos asumiendo una forma de vida diferente”.
-De Media Luna es mi familia extensa –declara Tania. Era un lugar que no visitaba desde que era muy niña. La mayor motivación fue la posibilidad de reconectarme con el territorio desde la cercanía con mi familia.
El trabajo de Tania en el contexto comunitario inicia en la universidad, con un proyecto que beneficiaba a niños de barrios marginados de Tunja. Continúa en el departamento de Guaviare, en una fase que involucraba la investigación de su trabajo de grado. “Es un encuentro con pueblos indígenas de diferentes familias lingüísticas, con víctimas del conflicto, con pueblos afro, con una diversidad cultural bellísima, la hermosura de la selva”, asegura. Con el transcurrir del tiempo, junto a un grupo de amigos de la misma profesión, conforma el colectivo ‘Guachinacal’, que se convirtió en el 2017 en la Asociación Guachinacal.
–Guachinacal se enfoca en la diferencia, permite que la diferencia se manifieste desde lo cultural. Pone el énfasis en los procesos que perduran en el tiempo y que también se convierten en plataformas de los lugares y los territorios –Puntualiza Durán. Yo me vengo al Cesar con esta visión, con esta perspectiva de que se pueden hacer las cosas, de que los cambios son posibles.
El colibrí es un ave de atrayentes peculiaridades, distribuida por la serranía de Perijá en distintas especies. Puede mover sus alas hasta más de 80 veces por segundo, tiene la capacidad de volar en todas las direcciones y representa, en lo mitológico, el misterio y la fuerza de voluntad.
‘Casa Colibrí’ es un monumento de estas cualidades, la resignificación de un territorio que en el pasado vivió los horrores del conflicto armado, pues en incursiones de grupos paramilitares, Lucelia perdió a dos de sus hermanos –Noel y Enemías Durán-. Este último, asesinado en la ‘Masacre de Media Luna’, ocurrida el 27 de octubre de 1996. Ambos eran artistas del teatro y la pintura.
El informe del portal Rutas del Conflicto da cuenta de que “las Autodefensas Campesinas de Córdoba y Urabá (ACCU), junto a un grupo de paramilitares del norte del Cesar, llegaron al corregimiento de Media Luna, en el municipio de San Diego, y asesinaron a siete personas. Los ‘paras’ se llevaron a cuatro personas más, de las cuales no se volvió a saber nada”.
‘Casa Colibrí’ nace en mayo de 2020, como una respuesta a la falta de escenarios locales para la promoción de la cultura; con el objetivo de modificar este “escenario ausente de motivaciones culturales, de libros, bibliotecas y espacios de cine”.
“La idea de ‘Casa Colibrí’ es vincular y movilizar las diferentes artes en el corregimiento –danzas, música, literatura, pintura-. Los libros son siempre un excelente inicio, pero consideramos que la necesidad del corregimiento es poder tener acceso a la cultura, en términos generales”, dice Tania Durán.
Lucelia alterna su actividad comercial con la atención a los niños de ‘Casa Colibrí’. –Separo la semana para los niños –asevera. Las ventas las hago, sobre todo, los fines de semana.
Relata que, al principio, empezaron a contactar a madres vecinas para referirles la propuesta. Los niños al oír se emocionaban y pasaban la voz a sus hermanos y amigos. No obstante, debido a la pandemia del covid-19, tuvieron que restringir el acceso al lugar. La metodología de trabajo de ‘Casa Colibrí’ parte de entender los estilos de aprendizaje de cada joven y niño. El que no lee, escucha o palpa y cuenta lo que aprendió. Mira –dice Lucelia- estas son unas máscaras que han sido elaboradas por los niños para hacer dramatizados.
-Pero acá hay un problema. Hay un billar ahí al lado y lo abren todos los días. Ponen música a todo volumen y entonces, ¿qué concentración puede haber? –arguye. A veces, me toca llevar a los niños ahí, a mi casa –dice- señalando una vivienda, posterior a un pequeño patio, donde hay hierbabuena, flores ornamentales, árboles de anón, limón, totumo y cultivo de hortalizas.
Actualmente, ‘Casa Colibrí’ requiere de inversiones para que la atención a la comunidad sea más digna. Estantes; materiales como pinturas, pinceles, lápices, cuadernos, cartulinas; la adecuación del frente de la casa –donde está el mural del colibrí- porque, en palabras de Tania, “debido a las lluvias y al sol, ya nuestro colibrí está pálido”; tapar goteras, cambiar tejas de zinc, vigas desgastadas; arreglo del piso; compra de ventiladores, dado que el calor es un factor de deserción; adaptaciones eléctricas, “para que se facilite el ejercicio que proponemos: de lectura, concentración, exploración”, agrega.
‘Casa Colibrí’ es, pues, una extremidad de la Asociación Guachinacal. Cuenta con un sistema de donaciones y autosostenimiento que comprende la donación de elementos materiales, como libros; el apadrinamiento, que consiste en una consignación mensual igual o mayor a 20 mil pesos, destinada a meriendas, materiales y salidas; donaciones de ropa usada y donaciones intangibles, como espacios de lectura, poesía o música. De cualquier manera, todo vale para ayudar a aletear el colibrí.
ALEXANDER GUTIÉRREZ/ EL PILÓN