Hace unos días miraba en video (no me gusta ir a conciertos, soy alérgico a la gente y más en grandes cantidades, pero ese es otro cuento largo) la presentación de uno de aquellos grandes cantantes que alimentó los sueños, las fiestas y los romances de varias generaciones en décadas pasadas. No diré su nombre […]
Hace unos días miraba en video (no me gusta ir a conciertos, soy alérgico a la gente y más en grandes cantidades, pero ese es otro cuento largo) la presentación de uno de aquellos grandes cantantes que alimentó los sueños, las fiestas y los romances de varias generaciones en décadas pasadas. No diré su nombre ni su género musical para que el lector pueda libremente asociar la idea con uno de tantos músicos que durante años y años han ocupado titulares y han regalado cientos de éxitos de temporada.
En dicha presentación, el cantante en mención hacía un recorrido por canciones alegres y otras románticas, piezas de música y poesía que regaló al mundo y que sigue regalando desde hace, ya casi, 40 años. Cada tema evocaba momentos, recuerdos; marcas indelebles en el inconsciente colectivo. Posteriormente me entristeció un poco leer una (o varias) notas de prensa sobre dicho concierto que, palabras más palabras menos, pedían el retiro del artista de los escenarios resaltando lo obvio, que no es el mismo de años pasados, que ha perdido en gran parte su poderosa voz, sus canas, su cansancio, la disminución en el tamaño de su audiencia, sus ventas, etc.
Yo me resisto a concebir a un artista como una especie de atleta de alto rendimiento que debe retirarse cuando sus marcas dejen de ser las mejores y se aleje del podio. Todo lo contrario. Es cuando más debe permanecer y ser visible. El arte se encarga de mostrar las pasiones, grandezas, miserias, temores y esencias sublimes del alma humana. El arte representa lo que somos y lo que soñamos. A través del arte intervenimos y embellecemos la creación. El arte intencional y consciente es el muro que más claro nos separa de los animales.
El artista que envejece, sea actor, pintor, poeta, cantor, etc., ha envejecido con nosotros, con los que vimos y vivimos su obra; su cansancio es el nuestro, su desgaste es el mismo de la sociedad que lo aplaudió. La nostalgia que evoca una voz agotada es la misma de las miradas de su perseverante público. No se remplaza con melodías nuevas, como no se remplazan los amores, las viejas risas y los recuerdos.
La música es el arte supremo. La puesta en escena viva, más viva que cualquier otra, pues está sometida al agotamiento y a la vejez, la imperfección, el olvido y la muerte. Salud por todos los viejos cantores que raudos y tercos siguen dando la pelea.
Por José Gregorio Camargo Restrepo
Hace unos días miraba en video (no me gusta ir a conciertos, soy alérgico a la gente y más en grandes cantidades, pero ese es otro cuento largo) la presentación de uno de aquellos grandes cantantes que alimentó los sueños, las fiestas y los romances de varias generaciones en décadas pasadas. No diré su nombre […]
Hace unos días miraba en video (no me gusta ir a conciertos, soy alérgico a la gente y más en grandes cantidades, pero ese es otro cuento largo) la presentación de uno de aquellos grandes cantantes que alimentó los sueños, las fiestas y los romances de varias generaciones en décadas pasadas. No diré su nombre ni su género musical para que el lector pueda libremente asociar la idea con uno de tantos músicos que durante años y años han ocupado titulares y han regalado cientos de éxitos de temporada.
En dicha presentación, el cantante en mención hacía un recorrido por canciones alegres y otras románticas, piezas de música y poesía que regaló al mundo y que sigue regalando desde hace, ya casi, 40 años. Cada tema evocaba momentos, recuerdos; marcas indelebles en el inconsciente colectivo. Posteriormente me entristeció un poco leer una (o varias) notas de prensa sobre dicho concierto que, palabras más palabras menos, pedían el retiro del artista de los escenarios resaltando lo obvio, que no es el mismo de años pasados, que ha perdido en gran parte su poderosa voz, sus canas, su cansancio, la disminución en el tamaño de su audiencia, sus ventas, etc.
Yo me resisto a concebir a un artista como una especie de atleta de alto rendimiento que debe retirarse cuando sus marcas dejen de ser las mejores y se aleje del podio. Todo lo contrario. Es cuando más debe permanecer y ser visible. El arte se encarga de mostrar las pasiones, grandezas, miserias, temores y esencias sublimes del alma humana. El arte representa lo que somos y lo que soñamos. A través del arte intervenimos y embellecemos la creación. El arte intencional y consciente es el muro que más claro nos separa de los animales.
El artista que envejece, sea actor, pintor, poeta, cantor, etc., ha envejecido con nosotros, con los que vimos y vivimos su obra; su cansancio es el nuestro, su desgaste es el mismo de la sociedad que lo aplaudió. La nostalgia que evoca una voz agotada es la misma de las miradas de su perseverante público. No se remplaza con melodías nuevas, como no se remplazan los amores, las viejas risas y los recuerdos.
La música es el arte supremo. La puesta en escena viva, más viva que cualquier otra, pues está sometida al agotamiento y a la vejez, la imperfección, el olvido y la muerte. Salud por todos los viejos cantores que raudos y tercos siguen dando la pelea.
Por José Gregorio Camargo Restrepo