Publicidad
Categorías
Categorías
Leer es nuestro cuento - 18 septiembre, 2023

Caminos de esperanza: un viaje a través de Colombia

Compartimos dos cuentos de estudiantes del colegio Casd Simón Bolívar, de Valledupar, concursantes a Leer es Nuestro Cuento de EL PILÓN.

Boton Wpp

En un rincón del mundo lleno de colores y contrastes, se extendía la tierra mágica de Colombia. Desde las majestuosas montañas de los Andes hasta las playas doradas del Caribe, cada rincón de este país estaba tejido con historias y tradiciones únicas. Era un lugar donde la naturaleza salvaje y la riqueza cultural coexistían en perfecta armonía.

La historia comienza en Bogotá, la vibrante capital, donde la modernidad se entrelazaba con la historia colonial. Allí vivía María, una joven soñadora que crecía entre las callejuelas adoquinadas. Un día, mientras exploraba el animado mercado de Usaquén, encontró un viejo mapa en un rincón olvidado de un puesto. El mapa prometía revelar los tesoros ocultos de Colombia a aquellos dispuestos a explorar sus caminos menos trillados.

Intrigada por la aventura que el mapa prometía, María decidió embarcarse en un viaje a través de su propio país. Su primera parada fue Villa de Leyva, un pueblo de calles empedradas y plazas sombreadas por árboles antiguos. Allí conoció a Antonio, un artesano que tallaba hermosas esculturas en piedra. Juntos, exploraron el vasto desierto de Tatacoa, donde las rocas adquirían formas caprichosas bajo el sol ardiente.

El siguiente destino los llevó a Medellín, una ciudad rodeada de montañas y superada por su historia de superación. María y Antonio visitaron el Parque Arví y recorrieron las coloridas escaleras de la Comuna 13, donde el arte urbano contaba historias de resiliencia y transformación.

Dejando atrás la ciudad, llegaron a los cafetales de Salento. Allí se unieron a un grupo de recolectores y aprendieron sobre el cultivo del grano de oro de Colombia.

Entre risas y trabajo duro, María y Antonio descubrieron la importancia de la cooperación y la comunidad.

Su viaje continuó hacia la costa caribeña, donde las aguas turquesas los recibieron con calidez. En Cartagena, recorrieron las calles empedradas rodeadas de paredes centenarias y vibrantes balcones de colores. En Palomino, se sumergieron en la cultura Wayú y exploraron las playas vírgenes.

Finalmente, María y Antonio llegaron a San Agustín, donde antiguas estatuas de piedra guardaban los misterios de la civilización precolombina. El poder de las estatuas les recordó la riqueza de la historia de Colombia y su conexión con las raíces profundas de la tierra.

Al regresar a Bogotá, María y Antonio miraron atrás con gratitud y asombro por el viaje que habían emprendido. El mapa había sido más que una guía geográfica; fue un puente hacia la comprensión y el respeto por la diversidad de Colombia.

María comprendió que su país era un tesoro, no solo por su belleza natural, sino por su gente y sus historias entrelazadas.

Así, con el corazón lleno de recuerdos y experiencias compartidas, María y Antonio volvieron a las calles de Bogotá. Cada rincón, cada sonrisa y cada encuentro habían sido un regalo, un recordatorio de que Colombia era mucho más que una nación en el mapa. Era un tapiz de sueños, esperanzas y vivencias que se entrelazaban en una narrativa única y en constante evolución.

Autor: Jean Paul Ávila Ariza. Grado 6-01 – Colegio Casd.

Rosa de cristal

El tictac del reloj era el único sonido en la cocina. Rosa fregaba los platos en abstraído silencio, mientras la noche caía tras los visillos. Las voces estruendosas de sus padres aún resonaban en sus oídos, como ecos de una violenta tempestad recién disipada.  

No era inusitado que discutieran por dinero. Desde que papá perdió su empleo, apenas si llegaban a fin de mes. Mamá trabajaba sin tregua como costurera, pero no era suficiente para el padre. Cada gasto por nimio que fuera desataba su cólera, y mamá soportaba el embate, como lluvia incesante contra un frágil cristal.

La hija siempre procuraba escabullirse cuando la tormenta se gestaba. Prefería encerrarse en su cuarto y ensordecerse con música, para no oír los improperios que su padre descargaba contra ellas. Para no ver los ojos anegados de su madre, intentando contener el llanto.

A ella le avergonzaba la conducta de su padre. Sabía que la situación era insostenible, pero mamá se aferraba a ese matrimonio como un náufrago a su tabla, aun cuando esta la hundiera lentamente. “Tu padre no es malo, solo la vida lo agobió”, repetía mamá hasta el cansancio.

La niña recordaba Nabusimake, pueblo del Cesar que visitó junto a su escuela, donde la luz del alba disipaba hasta la noche más oscura y sombría. Esa certeza anidaba en su pecho, manteniendo viva la esperanza.

Esa noche, Rosa había llegado tarde y la tormenta la tomó por sorpresa. Las recriminaciones de su padre cayeron sobre ella como relámpagos agudos. Los sintió perforar su corazón con su injusticia. “¡Eres una inútil, como tu madre! ¿Me rompo la espalda para alimentarte y así es como me pagas?”. Rosa huyó a la cocina para que no viera las lágrimas en sus ojos. Odiaba mostrar debilidad frente a su padre. Fregó los platos con fiereza para distraerse del dolor en el pecho. A veces soñaba con huir, dejando todo atrás, como un pájaro que escapa de su jaula.

Pero no podía abandonar a su madre. Ella era el único rayo de sol en ese hogar convertido en prisión. Su voz suave y sus cálidos abrazos sostuvieron a su hija durante todo el proceso. Aun así, anhelaba liberarse de esos muros tóxicos que la asfixiaban. Estaba cansada de andar de puntillas alrededor del temperamento de su padre, cansada de ver a su madre marchitarse bajo su dura mirada.

Rosa miró por la ventana sobre el fregadero. Afuera, la luna llena atraía, prometiendo posibilidades más allá de su alcance. Un día, pensó, volaré hacia la luz de la luna y nunca miraré atrás. Por ahora, esperaría su momento. Aguantaría, pero no se rompería. Su espíritu permanecería intacto, como el cristal más resistente. Y cuando llegara la oportunidad, entraría en su destino, audaz y erguida.

El tictac del reloj marcaba los interminables minutos. Mientras terminaba los platos, la frágil muchacha se sentó en una oración silenciosa en la noche estrellada. De repente escuchó las palabras más esperanzadoras y acogedoras como si de complacer los oídos con el cantar de sirenas después de un exhausto viaje en barco se tratase. ‘Ten valor’, le dijo el alma dulce de su madre. ‘Tener fe. Llegará nuestro amanecer’.

Autor: Yeikel Morales Amaya, 11-04Colegio Casd.

Leer es nuestro cuento
18 septiembre, 2023

Caminos de esperanza: un viaje a través de Colombia

Compartimos dos cuentos de estudiantes del colegio Casd Simón Bolívar, de Valledupar, concursantes a Leer es Nuestro Cuento de EL PILÓN.


Boton Wpp

En un rincón del mundo lleno de colores y contrastes, se extendía la tierra mágica de Colombia. Desde las majestuosas montañas de los Andes hasta las playas doradas del Caribe, cada rincón de este país estaba tejido con historias y tradiciones únicas. Era un lugar donde la naturaleza salvaje y la riqueza cultural coexistían en perfecta armonía.

La historia comienza en Bogotá, la vibrante capital, donde la modernidad se entrelazaba con la historia colonial. Allí vivía María, una joven soñadora que crecía entre las callejuelas adoquinadas. Un día, mientras exploraba el animado mercado de Usaquén, encontró un viejo mapa en un rincón olvidado de un puesto. El mapa prometía revelar los tesoros ocultos de Colombia a aquellos dispuestos a explorar sus caminos menos trillados.

Intrigada por la aventura que el mapa prometía, María decidió embarcarse en un viaje a través de su propio país. Su primera parada fue Villa de Leyva, un pueblo de calles empedradas y plazas sombreadas por árboles antiguos. Allí conoció a Antonio, un artesano que tallaba hermosas esculturas en piedra. Juntos, exploraron el vasto desierto de Tatacoa, donde las rocas adquirían formas caprichosas bajo el sol ardiente.

El siguiente destino los llevó a Medellín, una ciudad rodeada de montañas y superada por su historia de superación. María y Antonio visitaron el Parque Arví y recorrieron las coloridas escaleras de la Comuna 13, donde el arte urbano contaba historias de resiliencia y transformación.

Dejando atrás la ciudad, llegaron a los cafetales de Salento. Allí se unieron a un grupo de recolectores y aprendieron sobre el cultivo del grano de oro de Colombia.

Entre risas y trabajo duro, María y Antonio descubrieron la importancia de la cooperación y la comunidad.

Su viaje continuó hacia la costa caribeña, donde las aguas turquesas los recibieron con calidez. En Cartagena, recorrieron las calles empedradas rodeadas de paredes centenarias y vibrantes balcones de colores. En Palomino, se sumergieron en la cultura Wayú y exploraron las playas vírgenes.

Finalmente, María y Antonio llegaron a San Agustín, donde antiguas estatuas de piedra guardaban los misterios de la civilización precolombina. El poder de las estatuas les recordó la riqueza de la historia de Colombia y su conexión con las raíces profundas de la tierra.

Al regresar a Bogotá, María y Antonio miraron atrás con gratitud y asombro por el viaje que habían emprendido. El mapa había sido más que una guía geográfica; fue un puente hacia la comprensión y el respeto por la diversidad de Colombia.

María comprendió que su país era un tesoro, no solo por su belleza natural, sino por su gente y sus historias entrelazadas.

Así, con el corazón lleno de recuerdos y experiencias compartidas, María y Antonio volvieron a las calles de Bogotá. Cada rincón, cada sonrisa y cada encuentro habían sido un regalo, un recordatorio de que Colombia era mucho más que una nación en el mapa. Era un tapiz de sueños, esperanzas y vivencias que se entrelazaban en una narrativa única y en constante evolución.

Autor: Jean Paul Ávila Ariza. Grado 6-01 – Colegio Casd.

Rosa de cristal

El tictac del reloj era el único sonido en la cocina. Rosa fregaba los platos en abstraído silencio, mientras la noche caía tras los visillos. Las voces estruendosas de sus padres aún resonaban en sus oídos, como ecos de una violenta tempestad recién disipada.  

No era inusitado que discutieran por dinero. Desde que papá perdió su empleo, apenas si llegaban a fin de mes. Mamá trabajaba sin tregua como costurera, pero no era suficiente para el padre. Cada gasto por nimio que fuera desataba su cólera, y mamá soportaba el embate, como lluvia incesante contra un frágil cristal.

La hija siempre procuraba escabullirse cuando la tormenta se gestaba. Prefería encerrarse en su cuarto y ensordecerse con música, para no oír los improperios que su padre descargaba contra ellas. Para no ver los ojos anegados de su madre, intentando contener el llanto.

A ella le avergonzaba la conducta de su padre. Sabía que la situación era insostenible, pero mamá se aferraba a ese matrimonio como un náufrago a su tabla, aun cuando esta la hundiera lentamente. “Tu padre no es malo, solo la vida lo agobió”, repetía mamá hasta el cansancio.

La niña recordaba Nabusimake, pueblo del Cesar que visitó junto a su escuela, donde la luz del alba disipaba hasta la noche más oscura y sombría. Esa certeza anidaba en su pecho, manteniendo viva la esperanza.

Esa noche, Rosa había llegado tarde y la tormenta la tomó por sorpresa. Las recriminaciones de su padre cayeron sobre ella como relámpagos agudos. Los sintió perforar su corazón con su injusticia. “¡Eres una inútil, como tu madre! ¿Me rompo la espalda para alimentarte y así es como me pagas?”. Rosa huyó a la cocina para que no viera las lágrimas en sus ojos. Odiaba mostrar debilidad frente a su padre. Fregó los platos con fiereza para distraerse del dolor en el pecho. A veces soñaba con huir, dejando todo atrás, como un pájaro que escapa de su jaula.

Pero no podía abandonar a su madre. Ella era el único rayo de sol en ese hogar convertido en prisión. Su voz suave y sus cálidos abrazos sostuvieron a su hija durante todo el proceso. Aun así, anhelaba liberarse de esos muros tóxicos que la asfixiaban. Estaba cansada de andar de puntillas alrededor del temperamento de su padre, cansada de ver a su madre marchitarse bajo su dura mirada.

Rosa miró por la ventana sobre el fregadero. Afuera, la luna llena atraía, prometiendo posibilidades más allá de su alcance. Un día, pensó, volaré hacia la luz de la luna y nunca miraré atrás. Por ahora, esperaría su momento. Aguantaría, pero no se rompería. Su espíritu permanecería intacto, como el cristal más resistente. Y cuando llegara la oportunidad, entraría en su destino, audaz y erguida.

El tictac del reloj marcaba los interminables minutos. Mientras terminaba los platos, la frágil muchacha se sentó en una oración silenciosa en la noche estrellada. De repente escuchó las palabras más esperanzadoras y acogedoras como si de complacer los oídos con el cantar de sirenas después de un exhausto viaje en barco se tratase. ‘Ten valor’, le dijo el alma dulce de su madre. ‘Tener fe. Llegará nuestro amanecer’.

Autor: Yeikel Morales Amaya, 11-04Colegio Casd.